Mis
interminables "pataperreadas"(1) me han llevado por muchos
inmemorables rincones de este inverosímil y curioso planeta al que llamamos
"Tierra" y que sin embargo es casi pura agua; y a pesar de que la
mayoría de los lugares en los que mi planta ha impreso su sello han sido
agradables y aventurosos, este periplo sucedió a finales de Julio en un año que
prefiero olvidar, donde los días son más húmedos que de costumbre, calurosos y ciertamente
más tenebrosos durante la bulliciosa noche; pisé osadamente los parajes del Pantano de Manchac; el que realmente
me enseñó "de facto" el
hecho de que todo lo que brilla no es oro.
Manchac me llevó por un inolvidable y tétrico peregrinaje. Digo que me envolví "osadamente" en
esta jornada porque cuando uno es osado, es normalmente porque no tiene la más
peregrina idea de en qué es lo que se está metiendo. ¿Qué cosas, no?
(1) La expresión "pata de perro",
"pateperro", o "pat'eperro" es un filologismo lingüístico
del Coa chileno que es usado sueltamente para señalar a un individuo que viaja
o recorre mucho. La circumbirúndica
expresión se deriva de los perros, los que cuando están despiertos recorren
enormes distancias de aproximadamente 120 kilómetros por día (alrededor de 9 horas al día a un
promedio de 13 kilómetros por hora). Esta
prosaica expresión "perruna" no tiene ninguna relación con la magistral
obra del extraordinario autor Chileno Carlos Droguett: "Patas de Perro".
Manchac, también
conocido como Akers; es una comunidad en Tangipahoa, Luisiana, Estados Unidos. Este extravagante y peculiar lugar se
encuentra en el canal Paso Manchac del lago Maurepas, que se conecta con el
lago Pontchartrain. Aquí se encuentran las
ruinas de uno de los cinco faros originalmente construídos en el lago Pontchartrain
para la seguridad de los navegantes de estas pantanosas aguas. Éste era el faro "Manchac Luz Pass". El nombre "Manchac" se desprende de
una expresión de la lengua de la nación indígena Choctaw que significa
literalmente: "puerta trasera" (hacia el lago Pontchartrain).
Preámbulo al Susto
Para poder tener una aventura que sea
verdaderamente espeluznante, hay que tener pelos en la nuca; los que tienen un
talento y una idoneidad especial para pararse con el susto. Si usted es pelón, también se asustará pero
no podrá usar la expresión "espeluznante", sino que se tendrá que
conformar con expresiones paralelas como pavoroso, espantoso, horrendo, o
simplemente "atroz" como diría cierto portorriqueño
que cruzó suave y delicadamente una de mis aventuras.
Incluso
para llegar a esta zona, hay que cruzar uno de los puentes más largos del
mundo, el tercero en la lista por su longitud, el Puente del Pantano de Manchac de casi 37 kilómetros de
longitud. La larga travesía de este
puente con sus lóbregas vistas le agrega más emoción y suspenso a la
anticipación de la aventura.
Cuando
puse pié sobre esta pretérita ciénaga, yo no sabía que el Pantano de Manchac era considerado
tan seriamente como un lugar maldito
o embrujado, una pegajosa reputación que se le colgó e imputó a causa de
una historia antigua del siglo pasado. Entre otras siniestras historias se encuentran
la leyenda de Julie White, la Reina Vudú Presagiadora de la Muerte; también se
rumorea que es el hogar de Rougarou el sanguinario Hombre Lobo Cajún; y que Big
Bad es un fantasma residente del lugar; asimismo se dice que ahí vive Letiche,
el críptico monstruo homínido del negro y pestilente pantano, y esto sin contar
los descomunales mosquitos, los hercúleos caimanes, las desmedidas serpientes,
los lagartos formidables, y otra gran menudencia de raros anfibios que a la
vista hacen temblar la "pajarilla". Los tenebrosos y deformados cipreses le dan al
pantano un marco aterrador.
Durante
la tarde anterior a la excursión por el pantano, en el hotel en que nos
alojábamos nos visitó un guía para explicarnos las actividades a ocurrir el día
siguiente. El guía, que era un indio Choctaw, se demoró cerca de tres
minutos en decirnos cuál sería la ruta a recorrer el siguiente día, pero se
tomó más de dos horas para relatarnos unas historias horrorosamente
espeluznantes acerca del pantano maldito.
Sentada al lado mío había una gorda con más rollos que el hombre
"Michelin", la que gemía cada vez que el indio decía algo asustadizo. No le ví parársele un pelo en la nuca porque
los pobres pelos estaban sepultados en grasa.
Pensé que sería más seguro estar cerca de la gorda en el bote que
usaríamos prontamente, porque si nos hundíamos, ella les iba a durar más a los
caimanes y el resto de nosotros podría nadar para salvarse antes de que los
caimanes tuvieran tiempo de terminar este magnífico bocadillo de comida chatarra. También consideré comprar una botella de
Kétchup para embetunar a la gorda antes de que se hundiera y hacerla más
atractiva para los cocodrilos rapiñeros, pero me arrepentí.
El guía Choctaw hizo especial hincapié en
las historias del Hombre Lobo Cajún, y Marie
Laveau, otra Reina del Vudú de origen africano, la que vivió
en Nueva Orleans entre los
años 1794 y 1881. Cuenta la leyenda que
en las licuadas e hidrófilas cercanías de Nueva Orleans la Reina del Vudú Marie Laveau, quien se encontraba
encarcelada por ejercer actos de hechicería, rabiosa les expelió un hechizo a las aguas de este
pantano, y a causa de este iracundo y vengativo hechizo, se produjo un
devastador huracán que ocasionó la completa
destrucción y consecuente desaparición de tres aldeas en el año 1915, y que además fué sindicado
culpable de muchas muertes de
pescadores, exploradores y turistas de la época. Cuando la gorda escuchó la palabra
"turistas", repentinamente la atacó un hipo galopante. Otro efecto de la maldición
fué que los bellos cipreses cobraron formas tenebrosas, y las aguas se
volvieron turbias y hediondas como promesa de político.
También nos
advirtió Uskula Humma –que era el nombre del guía indio,
y que su nombre significa "Flauta Roja" en Choctaw– de que la zona
a explorar estaba sobrevolada por brujas invisibles, las que
acostumbraban a lanzarles hechizos Vudú
a los intrusos que se atrevían a invadir el pantano. Lo de "Rojo" en el nombre del guía
no sé de donde salió, pero lo de "Flauta" era probablemente porque
este indio grandote tenía voz de pito.
Cuando la gorda escuchó lo de los hechizos voladores, se cayó de su
silla, que a estas alturas, a las pobres y flacas patas de la silla les estaban
saliendo várices. Nunca había visto yo
antes desplomarse tan desordenadamente a un poliedro mazacotudo. ¿Qué cosas, no?
La Espeluznante Aventura (Ta-ta-ta-táaaan)
La
aparentemente inapropiada embarcación dejó el pequeño muelle de maderos para
adentrarse incautamente en los parajes de ese pantano que parecía estar
esperándonos con sus oscuras fauces de neblina y con una arboleda de deformadas
ramas adornadas con lóbregos colgajos.
Poco a poco la embarcación comenzó a penetrar ese lugar que de por sí, su aspecto nos hizo sentir que si cayésemos
accidentalmente (o nó) en sus fangosas aguas, no saldríamos jamás de
ellas, y nuestros desahuciados gritos pidiendo auxilio no serían oídos nunca en
la sordina del pantano; y que no seríamos encontrados por nadie. Los
invisibles y parapetados cantos de las ranas se escuchaban amenazadores desde
el neblinoso fondo del pantano. Por sus
sonidos, uno podría pensar que cada rana era del tamaño de un hipopótamo. A medida de que nos internábamos en el siniestro
pantano, las conversaciones en el bote bajaban de tono, hasta que ellas desaparecieron
paulatinamente casi completamente. Muy poco
a poco e imperceptiblemente estábamos sucumbiendo irremediablemente al
hipnotizador sortilegio del Pantano Maldito, de igual manera en la que Jasón y
sus osados Argonautas sucumbieron al cántico de las seductoras Sirenas. Niaaaaahahahaa!
El Capitán de la lancha se veía cabizbajo y melancólico y nos miraba recelosamente
de reojo. Traté de ser cortés y tratar
de iniciar una conversación con él, pero cuando me acerqué y lo saludé, me miró
sospechoso y me dijo:
- "No me gusta hacer
amigos con gente que puede desaparecer misteriosamente". –Acto seguido, me dió la
espalda.
Sin
amedrentarme, traté otra vez de abrir una vía de comunicación, y apuntando
hacia una entrada en la umbrosa selva cenagosa; agregué:
- "¿Se puede ir por
ahí?"
Volteándose
rápidamente hacia mí como irritado e impaciente me dijo con una voz agria pero
firme, voz que estaba subrayada por uno de sus ojos cubierto con nubosas cataratas
con lo que se veía aún más tenebroso que el pantano mismo:
- "Los que conocemos
el lugar y que sabemos de sus perversos caminos,
nos negamos a entrar a las zonas oscuras.
Los que lo han hecho, nunca han regresado". –Agregó algo molesto, y volteando
su cabeza hacia el área de los asientos, me hizo un gesto claramente insinuativo
para que fuese a sentarme.
De vuelta
en mi asiento me concentré en el paisaje otra vez. Ya se estaba poniendo bastante oscuro y la
densa camanchaca que cubría las turbias aguas estaba alta y casi llegaba hasta
la borda del bote. Me pareció escuchar en lontananza unas risas histéricas que resonaban drenadas por
el viscoso aire. El Capitán se dirigió a
nosotros diciendo:
-
"Esas risas son las de las brujas que nos esperan".
Lo dijo
con tanto convencimiento que por lo menos tres pelos de la nuca se me pararon,
y la oportunista incertidumbre invadió la lancha y se apoderó de las ansiosas
imaginaciones de los pasajeros de a bordo.
Todos estos detalles casuales agregados a las estampas visuales del
pantano, conlleva a mantener la creencia de esta vengativa
maldición de la Reina del Vudú, rodeada espesamente por el ácido y desabrido aroma
del miedo. Iba a agregar aquí: Niaaaaahahahaa!,
pero me arrepentí.
La lenta
marcha proseguía cansina por los tétricos, largos y sombríos canales mientras
que la furtiva oscuridad de la tarde se comenzaba a acomodar disimuladamente
entre las foscas sombras al tiempo que yo ponderaba: "Quizá yo no crea en estas historias tan fantasiosas y tan parecidas a las que los
paranoicos y desviados frailes cuentan; pero algún tipo de explicación racional
debe haber para que tantos pescadores, exploradores y turistas desaparezcan incesantemente
año tras año; para que los mismos guías no se atrevan a adentrarse por los
canales que llevan a las "zonas oscuras" según dicen ellos, y para
que haya tanta faramalla en explicar el embrujo, el Vudú, y la maldición que
rodea y envuelve misteriosamente a este Pantano Manchac.
Casi al terminar la tarde y cuando las sombras aún
batallaban los escasos rayos solares que luchaban por mantener alguna luz entre
el apretado dosel superior del pantano; llegamos a nuestro destino. Estábamos cansados y un poco nerviosos. La gráfica forma en que el paraje se
desplegaba ante nosotros, no ayudaba a calmar la telúrica imaginación que ya a
estas alturas estaba significantemente alborotada.
Nuestro destino era una derruída cabaña de madera
bastante deteriorada que calzaba y se fundía perfectamente con los
alrededores. Nuestro albergue temporal
contaba con una amplia y cómoda sala de cielos altos; pero nunca supe cuántas
habitaciones había aunque todos fuimos acomodados en nuestros propios cuarteles
privados. Había una cocina, una gran
despensa con variadas herramientas de trabajo, y un solo baño. Había dos letrinas más (según nos
dijeron) instaladas a unos 30 metros hacia
el Sur de la cabaña, pero nadie se atrevía a ir por allá después de que la
oscuridad se sentaba en el pantano, porque incluso de día los más valientes esfínteres
no se relajarían a gusto en tal escalofriante escenario. La cabaña no tenía aire acondicionado y olía
a una húmeda y anfibológica antigüedad.
A pesar de la preocupante apariencia externa de la cabaña, su interior
era más placentero y acogedor.
El guía nos dió escaso tiempo para acomodarnos en
nuestras habitaciones, y nos instigó a apurarnos para una excursión que estaba
planeada para ese momento hacia el interior del pantano, antes de que la crónica
oscuridad se tragara todos los alrededores.
Nos sugirió que llevásemos linternas o faroles. Él portaba un roñoso candil
de aceite el que apenas iluminaba con su nerviosa e irradiante flama unos pocos
pasos adelante. Nuestro guía con su
puntiaguda y picuda voz nos advirtió:
- "No
lleven ninguna clase de armas porque son inútiles en contra de los habitantes
del pantano. Manténganse juntos y no se
queden atrás porque espero que todos puedan volver a la cabaña". – Y acto seguido comenzó a caminar hacia la oscuridad con decididos
pasos. Nos miramos inquietamente entre
nosotros y le seguimos incómodos, pero sin chistar.
Haciendo caso omiso de su advertencia, escondido
debajo de mi pantalón en la canilla derecha, yo llevaba mi cuchillo de montaña,
muy parecido al que poseía en Chile el que llevaba en mis aventuras cuando mi
indomable espíritu aventurero me arrastraba indolente a recorrer cordilleras,
serranías o volcanes. La gorda se veía un poco pálida, y los ríos
de sudor que emanaban de su masivo cuerpo corrían indefensos arrastrados por la
gravedad por entre los múltiples toboganes de grasa que forraban su cuerpo sin
fronteras dietéticas, hasta que lograban zafarse del mantecoso cebo, y caer
libres al suelo del pantano. La
gordinflona era sorpresivamente ágil para su ciclópeo y esferoidal tamaño. Habíamos iniciado la marcha hacia nuestro
nuevo destino: un lugar en el pantano donde haríamos una fogata, comeríamos, y
aprenderíamos sobre la historia de este siniestro lugar antes de regresar a
nuestro albergue nocturno.
El grupo caminaba más apretado que mano de
trapecista. Nadie quería quedarse muy atrás
o rezagado. La gorda bufaba como
locomotora de vapor, pero se mantenía impertérrita en la formación. Y mejor que lo hiciera porque bloqueaba
completamente el estrecho sendero por donde circulábamos, y nadie podía
adelantársele por más que tratara. Uskula
Humma, nuestro enigmático guía volteaba su cabeza engalanada con una larga
trenza de pelo gris de vez en cuando para observarnos, mientras que su vocecita
chillaba:
- "Itanowat
ia!" –(¡Caminen juntos!) –Sonido vitriólico bucal
que repiqueteó como chillido de Enicognathus
Leptorhynchus, o Choroy, la bulliciosa y alharaca cotorra chilena que
habita el sur de ese luengo y estrecho país.
La tenebrosa y sórdida manera en que los
árboles extendían sus famélicas ramas cubiertas de Tillandsia Usneoides (musgo colgante) parecían enormes y filudas garras
que intentan atrapar a quien se les acercase lo suficiente; los oscuros agujeros
que la pérdida de ramas habían dejado en sus troncos se asemejaban a macabras
sonrisas; las enormes y roncas ranas nocturnas cantaban sus graves y mortecinos
tonos en rápidas sucesiones con tenores que podían inquietar al más valiente; mientras
que las verdosas aguas fangosas y malolientes endosaban una sensación de inerte
y enlutado vacío. Si alguien caía en sus
verduscas aguas lodosas, nadie oiría los desesperados gritos de ayuda que la víctima
emitiese, y por seguro; nadie vendría en su rescate.
Nuestras linternas y lámparas revelaban el acuático
escondite de algunos caimanes al iluminar sus vidriosos ojos flotando en el
agua, los que con la luz, instantáneamente se tornaban de un demoníaco color
rojo. Casi sentía en mi piel la
presencia de sadísticos y maliciosos espíritus milenarios, nuestras sombras se confundían
con los gases del pantano, y se oían en lontananza lo que parecían desesperados
gritos humanos de intenso dolor. Eran las
almas en pena de los que habían caído víctimas de la maldición Vudú, según nos
aseguró Uskula Humma.
Nunca supe si lo que ví flotando en el
ruedo de la escasa luz que nuestras candelas arrojaban tímidamente sobre la
ciénaga fueron troncos de árboles, o cadáveres putrefactos de aquellos miles de
despojos mortales que aún yacen en las profundidades del Pantano Maldito. ¡Huy, qué miedo! La gorda seguía desplazándose por la ciénaga
como un indetenible buldócer. Por fin
llegamos a un espacioso claroscuro en la selva de patituertos cipreses. En la egoísta apertura del follaje
encontramos una serie de troncos gruesos llenos de musgo colocados a modo de
asientos alrededor del lecho de una fogata, el que estaba rodeado de unas
grotescas piedras negras llenas de hollín bordeando los restos de una pasada fogata
fenecta.
Uskula Humma rápidamente amontonó los
troncos necesarios para hacer un buen fuego, y no perdió tiempo encendiéndolo y
asegurándose que ardía frenético como los Lunes de Pablo
Neruda. Nunca pude averiguar de
dónde demonios Uskula Humma sacó los varios elementos para la fogata... Lo miraba mientras él se afanaba despabiladamente
con la construcción del fuego, y observé que tenía fósforos, varias hojas de
periódico, ramitas y hojas secas, también palitos y ramas de mediano tamaño;
bastante leña y un incognoscible y subrepticio líquido combustible que encendió
un fuego que parecía estar en esteroides.
Nuestro guía portaba un pequeño morral en
el que apenas cabía un gato doblado.
Este morral en realidad era una bolsa medicinal. Esta peculiar y folclórica talega estaba hecha de la caparazón de una
tortuga de unos 12 a 13 centímetros de longitud que en su parte trasera llevaba
una bolsa de gamuza cosida a mano y le colgaban trenzas de piel decoradas con cuentas
de vidrio de un brillante color turquesa, y otras cuentas de huesos de animales
desconocidos. No era posible que todos
los aparejos usados para hacer la fogata cupieran en esa faltriquera de tan
minúsculo morralillo. Esto era muy
sospechoso. Según un argentino, tan
"sos-pechosa" como la gorda.
Una vez organizados y con el fuego
incinerando como un cosquilloso averno, nos sentamos alrededor de las llamas en
los troncos astutamente armados de unas largas varillas para ensartar los
"marshmallows" (malvaviscos) y poder asarlos en las llamas. También había "S'mores". Los S'mores son un bocadillo típico de las
fogatas de los Boy Scouts gringos y canadienses. Ésta delicadeza consiste en hacer un sánguche
(sandwich) de un malvavisco tostado y un trozo de chocolate intercalados entre
dos trozos de galleta Graham. Tampoco sé
de dónde cresta(2) salieron todas estas cosas.
(2) La "cresta" es el sombrero del
gallo o la carúncula; que a pesar de su nombre, se encuentra localizada en la
cabeza. Esta palabra es también un chilenismo para expresar
orígenes completamente desconocidos.
Apenas habíamos comenzado a disfrutar de
estos frugales pero dulces mendrugos, la vocecilla de Uskula Humma comenzó a rechiflar
como Soprano C6 con una fábula que me paró hasta el último pelo que tengo escondido
donde las espalda pierde su honorable y decente nombre. Creo que a todos se nos pararon los pelos con
esta historia; a los espeluznados y a los otros con pelos desubicados;
incluyendo a la tripuda gorda a quien secretamente llamábamos: La Oronda
Señorita Puff (personaje de Spongebob Squarepants –Bob Esponja en chileno), que
con los pelos parados parecía un Tetraodontidae (pez globo) o un puercoespín
embarazado.
Ésta es la historia que nuestro guía nos
relató:
Antes de comenzar a relatar, Uskula Humma
nos hizo callar con un ademán de sus dedos y sus labios, y miró seriamente
hacia la oscuridad del pantano como si hubiese oído algo. Después de unos tensos segundos se volteó
hacia nosotros y comenzó narrando esta pavorosa y licantrópica historia diciendo:
-
"En una de las casas abandonadas que vimos al pasar mientras nos
dirigíamos aquí, vivía un porteador afroamericano horrible, tan feo que hacia
lucir bien al "chupacabras", y que tuvo que esconderse en este
pantano para que nadie los viese. Su
nombre era Rougarou. Nunca se había casado ni tampoco había tenido
descendencia alguna que se supiera. El
pobre hombre vivía en condiciones de gran pobreza, pero
no obstante, él siempre fué capaz de darles la bienvenida a los escasos
turistas que se apiadaban de él, y que se detenían momentáneamente a visitarlo;
ocasiones en que Rougarou les ofrecía cordialmente carne fresca y otras menudencias locales.
Una
vez no hace mucho tiempo –continuó nuestro guía– un explorador vino a visitarlo, y Rougarou le ofreció un trozo de carne
fresca para agradecerle la visita.
Después
de comer un trozo de la carne, el hombre le preguntó sorprendido: "Dime, Rougarou, ¿de dónde sacaste esta tortuga
tan sabrosa?", a lo que Rougarou respon...
Súbita y abruptamente Uskula Humma
interrumpió su relato, se giró rápidamente hacia la negra espesura conteniendo
la respiración por unos momentos para escuchar mejor, y se quedó paralizado así
por unos largos e intensos segundos. Su
mano derecha masajeaba nerviosamente un amuleto de Shilup Chitoh Osh (El Gran Espíritu) que llevaba colgando apegadamente al pecho. Todos aguantamos la respiración y auscultamos
la incertidumbre con él. Cortos pero
crispantes momentos después, el guía resumió su interrumpido relato después de
exhalar profundamente. Todos nosotros
hicimos lo mismo.
"...
a lo que Rougarou respondió: "Te voy a mostrar como la consigo. Sólo sube a la azotea de la casa usando la
escalera que está apoyada contra la muralla posterior."
El
hombre hizo exactamente lo que Rougarou le pidió que hiciese. Una
vez parado en la azotea, desde la altura pudo ver claramente y no muy lejos una
pequeña ensenada a modo de laguna, en la que se veía una tranquila y nutrida paca
de tortugas. Mientras miraba a las
tortugas, repentinamente un lobo negro salió de entre los matorrales adyacentes
a la paca de tortugas, y lanzándose velozmente hacia ellas; con sus poderosas
mandíbulas cogió una desprevenida tortuga de una aleta y comenzó a arrastrarla
hacia la espesura.
El
hombre en el tejado, sobresaltado por el evento, llamando a Rougarou le gritó: "¡Rougarou, Rougarou!, ¡ven pronto!, mira lo
que está pasando con las tortugas!".
El hombre escuchó los pesados pasos de Rougarou
corriendo primero, y subiendo la escala después hasta que sintió la presencia de
él a su lado.
Mientras tanto, la indefensa tortuga luchaba desesperadamente por
zafarse de las prensiles mandíbulas del lobo, pero todos sus esfuerzos eran en
vano.
De pronto,
mientras que el visitante apuntaba con su mano hacia los eventos, el lobo que
estaba atacando a la tortuga la soltó y volteó su cabeza hacia donde estaba
parado el hombre; lo miró erguido desde la distancia por un par de segundos, e
inmediatamente dejó a la tortuga y se marchó velozmente. El hombre sorprendido por este lance que no
tenia lógica, se volteó para hablar con Rougarou,
el que ahora estaba allí a su lado de pié; en su
verdadera forma... El Hombre Lobo Cajún,
–prosiguió nuestro guía– arremetió ágilmente al desprevenido y aterrorizado viajero, y de un veloz
y letal tarascón, le cercenó el cuello.
¡Pobre hombre!, !y él pensaba que estaba
comiendo tortuga!... Ahora hay más carne fresca para el próximo turista –dijo Rougarou calmadamente mientras se bajaba del techo lamiéndose sus
largos y filosos colmillos, y arrastrando por detrás el ensangrentado cadáver
del infortunado viajero.
A este punto, Uskula Humma dejo de hablar
y se quedó contemplándonos con una mirada perdida que hacía parecer que estaba
en trance. Un escalofrío nos recorrió
la nuca a todos. Los espeluznados
teníamos los pelos de la nuca izados; el resto del grupo nó, pero estaban
visiblemente asustados. La vasta gorda
estaba pálida como la luna que alumbraba nuestro campamento, y se estremecía
como gata en celo.
- "Bueno, –dijo Uskula Humma– terminen de
engullir los S'mores para hacer lo que vinimos a hacer a este lugar".
Ya un poco más tranquilo, miré hacia el
canasto donde se encontraban los ingredientes para los S'mores pensando en
comerme uno más antes de proseguir, pero la canasta que había estado repleta
hasta la manija unos pocos momentos antes, ahora se encontraba desahuciadamente
vacía. Miré a la gorda con clara
desconfianza porque que se veía sumamente sospechosa con chocolate chorreado
por su cara y sus dedos estaban llenos de una materia blanca pegajosa... La gorda temblaba, pero ahora yo no sabía si
era de susto, o de un ataque de glotonería galopante. ¿Qué cosas, no?
- "¡Pongan atención! –chilló la puntiaguda voz
del guía– lo que haremos ahora es ver la
cantidad de caimanes que nos rodea, y a los que no podemos ver. Tomen sus linternas y nos dirigiremos a un
gran árbol a la orilla del vado. Este
árbol tiene construída una plataforma entre sus gruesas ramas a unos tres metros
de altura para que podamos observar el pantano desde su elevación. Una vez en la plataforma, dirigirán los haces
de luz de sus linternas hacia las aguas pantano enfrente de la
plataforma".
Después de habernos dado un par de diligentes minutos para reunir
nuestras vituallas, nos encaminamos en dirección del vado. La gorda no dejaba de admirarme. Por más que me apurase en hacer mis cosas,
ella siempre se las arreglaba para estar lista antes que yo, y siempre enfrente
mío. Caminar detrás de la gorda es igual
que manejar en un Fiat 500 detrás de un camión de Chuquicamata en el Camino Cintura de Playa Ancha.
Después de una sudorosa y oscura caminata de unos 20 minutos
llegamos a la ensenada. Se veía tétrica
pero hermosa. La plateada luna iluminaba
el claro y a las rumorosas aguas del pantano.
Todo estaba en silencio, sólo se escuchaban los graves tonos del canto
de las ranas encaramándose por las sombras para ir a perderse entre las
lóbregas ramas y sus ondulantes colgajos.
El árbol que nos esperaba era simplemente
enorme. Tenía varias escaleras colgantes
alrededor se su generoso tronco para poder treparse hasta la plataforma. Estaba oscuro, pero la luna nos prestaba el
resplandor de su escarlata y selenita sonrisa.
La gorda, –pensé– ¿cómo irá a subirse a la plataforma? Me dió un poco de pena y decidí ayudarla a
treparse al árbol. Ágilmente subí por
una de las colgantes escaleras hasta el estrado para poder ayudar a la gorda a
izarse. Cuando llegué a la desvencijada tarima
hecha de rancias tablas que crujían más que mis rodillas, ¡la bendita gorda ya
estaba allí! En ese momento comencé a
creer en brujas.
Una vez que nos acomodamos en el tablado, el guía nos indicó hacia
dónde apuntar nuestras invasivas luces.
Cuando las luces golpearon el agua del pantano, pudimos ver decenas de
pares de ojillos de un vivo rojo que nos miraban desde todas direcciones. Debe de haber habido por lo menos unos
setenta pares de ojos rojos diseminados a nuestro alrededor. Por un momento me sentí como un triste pollo entre hambrientos
zorros. Las voces de admiración y
sorpresa no se demoraron en enturbiar el silencio del pantano. El espectáculo era enervante y amenazador.
Mientras estábamos ensimismados observando a los caimanes, de
pronto a espaldas nuestras se oyó un terrible aullido seguido incontinenti por
otro espantoso bramido aún más aterrador.
Todas las luces se volvieron instantáneamente hacia donde provenían los
baladros; y para el estupor de todos, a un par de escasos metros de nosotros había
un gigantesco lobo negro parado en el tablado sobre sus largas patas traseras,
con sus fauces abiertas exhibiendo un portentoso y amenazador par de colmillos
blancos como la palidez del pavor, los que centelleaban a la luz de la
luna. La bestia inicua agitó
violentamente sus patas delanteras en el aire y emitió otro escalofriante e
inhumano ladrido.
¡La confusión y el pánico fué general! El terror se apoderó súbita y bruscamente de
todos nosotros, y cuando pensábamos que inevitablemente iba a ocurrir lo peor, Uskula Humma entró fulminantemente en acción parándose osadamente entre
nosotros y en frente del Hombre Lobo con su talismán de Shilup Chitoh Osh en la mano izquierda, y un enorme cuchillo
dentado en la derecha; y sin dilación alguna comenzó a gritar incesantemente
mientras adelantaba el amuleto hacia la bestia y agitaba violenta y amenazadoramente
en su dirección el pedazote de cuchillo que parecía un alfanje:
- "¡Ak
okpani máhli!, "¡Ak okpani máhli!" – (¡te destruiré!, ¡te
destruiré!)
La palabra "atónitos" no puede describir la ciclópea
sorpresa estampada en las espantadas caras de todos los que nos hallábamos
ahí. Respondiendo a los enérgicos y
repetitivos comandos de Uskula Humma emitidos a
altísimos decibeles, el Hombre Lobo dando un tremendo brinco desde la
plataforma hacia el vacío, desapareció raudo en la oscuridad de esa tenebrosa
noche, la que abruptamente quedó inmersa en el más completo y total
silencio. Todo esto ocurrió en alrededor
de diez apocalípticos segundos. Uno segundo más tarde me percaté de que los pelos de mi nuca
estaban tan duros como agujas de acero.
La plataforma comenzó repentinamente a zarandearse y pensé que para peor
de males, ahora nos caía encima un terremoto.
Afortunadamente no fué así. El
movimiento telúrico era producto de que la gorda se había sentado (o explayado)
en el suelo, y la temblequera de su susto se traspasaba a la plataforma. Respiré con gran alivio. Uskula Humma nos
urgió regresar de inmediato a la cabaña para evitar más peligros, lo que
acatamos sin chistar.
Después de una corta y acelerada carrera
llegamos de vuelta a la cabaña. Una vez
en su interior Uskula Humma nos dijo con una amplia y gratificada sonrisa en
sus labios:
- "El
Hombre Lobo Cajún que acaban de ver, era un actor. Es parte de la excursión". –Acto
seguido, desde debajo de una mesa cubierta de un colorido mantel sacó una caja
de madera conteniendo estatuillas del maldito Hombre Lobo Cajún para la venta. ¡Lo que debería haber estado vendiéndonos eran
calzoncillos limpios! No lo matamos
porque en Luisiana el asesinato y el homicidio siguen siendo crímenes capitales. Por joder, compré una estatuilla del Hombre
Lobo Cajún a la que bauticé: Trauco.
A la mañana siguiente iniciamos nuestra marcha
de regreso a la barcaza que nos regresaría al hotel. Durante la lenta marcha de repatriación a la civilización,
la embarcación bufaba con un ruido sordo y monótono mientras que su quilla le
abría una larga herida a las turbias y silenciosas aguas del pantano. Los grotescos y malformados cipreses parecían
reírse de nosotros mientas nos alejábamos amilanados. Los regurgitantes ruidos del pantano parecían
apagarse paulatinamente a medida de que la lenta barca nos alejaba ceremoniosa
de su espantadiza fetidez. La gorda
estaba pálida, pero respiraba. El resto
de los exploradores se veían temblorosos y un poco apurados por regresar a la
civilización. El viaje de vuelta fué
bastante silencioso. Sólo el obturador
de las cámaras fotográficas quebraban el frágil silencio de vez en cuando para
capturar una cigüeña o a una suegra, perdón; bruja
en el subrepticio y escalofriante movimiento de las siniestras ramas de
aquellos inmortales cipreses con sus invisibles escobas voladoras, caimanes,
Reinas Vudú, y su peludo y realista Hombre Lobo.
No he
vuelto a pisar ese pantano maldito.
Ahora voy a Fort Lauderdale y me quedo en el Holiday Inn. ¿Qué cosas, no?
El Loco