Sobre Mi Muerte


Pienso que el último Derecho se marcha con el último Deseo. Mi último Derecho es que me incineren entero, y que mis cenizas se viertan en un inodoro limpio, y que mi mejor amigo tire la cadena de ese inodoro impío. Mi último Deseo es que se yerga una pequeña losa de granito –no de mármol, no de lignito- en algún cementerio, cualquier cementerio chiquito, y que mi corto epitafio sea finito: 

"Se supone que esté aquí, pero no estoy" 


Por lo tanto, no se paren frente a mi tumba y lloren, yo no estoy allí.  No he muerto.

Me iré sin avisarle a nadie, me iré irresponsablemente como lo hacen las tardes de cada día; me alejaré despacio como el retroceso de las olas, sin mirar atrás, sin aviso alguno, entre un murmullo de gaviotas y sus volátiles cabriolas. Y no quiero subir ni al cielo, ni encaramar el lomo de una cascada, ni quiero bajar al hoyo negro, ni a los confines de su morada; yo quiero quedarme preso en el tulipán de una alborada.

Me quedaré tranquilo como un olvidado camino, pero ardiente e infinito como llanto de niño, y voy a contar los envenenados botones de los claveles de hierro, aquellos que brotan enmascarados en los muertos huertos del presbítero ciego, aquel bribón consumado que vende mentiras y farsas, con una capucha de enredos y vestido con largas faldas. Y que reza mentiras y que ora farsas, y que se acompaña orondo de una estúpida comparsa. 

No quiero tener una cruz 
no quiero tener un santo 
ni quiero un cura insolente 
con su indecente canto. 

Antes de morir, pensaré en todo aquello que no he pensado. Pensaré en los olvidos y olvidaré los recuerdos, pensaré en que yo ya no soy yo, y que mi patria ya no es mi patria, y que mi cuerpo ajado no es ya más que una distante quimera del pasado. Pensaré en mis besos extraviados y en los que encontraron puerto en esos labios aguados; porque mi vida se ha agotado lentamente entre las frías y secas notas de una turbia canción, como se enmascaran las avergonzadas huellas de una oscura y rara pasión.

No quiero que haya llantos ni gritos morados, ni comparsas buitreras sobre las gastadas aceras, no quiero ruidos extraños ni ecos doblados, porque quiero que me dejen ir presto como el agua del vado, que se va de entre los dedos sin perturbar el pasado. No quiero que me despierten como se resucita al cristal de las copas, preñadas de delicados y quebradizos vinos, y alborotados de espumas rojas.

Cuando muera me pondré frío
tal como lo hace el agua salobre 
muy frío amada Madre, muy frío 
para que nadie, nadie me toque. 

Ahora sabré que no hay tibio ni helado, y que el tiempo no pasa, y que la luz no alumbra. Descubriré de que el viento no es más que el aire apurado, y que la prisa tiene poco tiempo y que para la espera ya no pasa el tiempo. Sabré que los perdones perdieron su valor, y que mis párpados no sirven porque a pesar de que cubren mis ojos, aún puedo verte. Y puedo oírte y puedo olerte, como lo hacía con el pasto de Pangal mucho antes de mi muerte.

También descubriré que el secreto de la muerte se oculta encerrado y celoso en el plácido y reposado espíritu de la vida, y que las diáfanas aguas del río del silencio son más bulliciosas que los torrentes del deseo, y que la plateada luz de la luna es mas álgida después de hacer el amor; y descubriré con tristeza de que la muerte no cuesta; no cuesta un diezmo, ni cuesta un dolor, pero que ella se paga eterna, con doblones de horror.

Y verás como mi vida se evapora
en las largas calderas de la aurora 
pero estaré disfrazado de húmedo rocío 
para no infundir sospechas en el gentío. 

Y ya no le temeré a la muerte porque yo seré la muerte, y si acaso un día le tuve miedo, porque no estando muerto estuve vivo; hoy no siento la diferencia entre morir muerto o vivir vivo; porque muchas veces, muchas veces Madre, viví muriendo sin estar vivo. Pero no te acongojes Madre, porque he trabajado muy duro, toda mi vida he luchado por conquistar la muerte, y al final he descubierto que la muerte solo consiste en perder de súbito el hábito de la larga costumbre de vivir. 

Y aquí terminará una parte de la áspera y dulce jornada de la vida. Y quiero que sepas que nunca me rendí, y que de cada lucha algo aprendí, y que mis heridas no sangraron, y que a mis miedos fusilé, y que al largo sable asido en mi mano; nunca, nunca le solté. Porque es mejor morir con el honor de la derrota, que perecer frustrado con la vergüenza de la capitulación; porque aquellos que rinden su bastión, son gestores Madre, gestores de traición.

Sé que ella no huele a miedo
ni canta con una voz celeste 
pero se viste con el denuedo 
y la arrogancia de la peste. 

Sé que estás triste Madre porque la muerte viene a buscarme, pero abre bien las puertas del sepulcro y permite que silenciosa y libre ella se adentre, arrastrando esa amarga dulzura en su albornoz sin cordura, y deja que ella taciturna y exenta se adentre, porque viene a llevarse para siempre Madre, esta ajada magnolia de tu vientre.

Sé que estás triste Madre porque la muerte viene a buscarme, pero vendrá en una clara mañana de fuego helado y nieve candente, y no oculta entre las tenebrosas sombras de la tarde como piensa la gente; y cuando ella te pregunte por mí, no le pidas que vuelva mañana; pero sí dile que se apure, porque comencé el camino antes del Toque de Diana. Y me iré expedito Madre, y me iré sin un despido, y para cuando despierten los alelíes ya me habré ido; y esa mañana ya ausente, Madre; también se hará olvido.

Y no masticaré descompuestas Avemarías
ni escupiré lengüilargos Padrenuestros 
porque no necesito estas pacatas agonías 
colmadas de adioses pobres y siniestros. 

Por fin podré volar libre como el parto de los velados espacios, y visitar ufano los fantasmas del pasado para despojarles de sus inciertas vestimentas; y subiré las murallas más altas, y me bañaré en un chúcaro lago de cicatrices, y pisaré ya descalzo sobre la espinosa grama de la injusticia, y arriaré un rebaño de albañiles ciegos, y sacudiré furioso las aldabas que se rieron, de todas aquellas puertas que nunca me abrieron.

Repararé presuroso los fragmentos de mi alma trizada, recogeré ágilmente las canicas perdidas de mi niñez, y me pondré orgulloso las coloridas capas de mis héroes. Después, tiraré en el tacho de la basura todas las desesperaciones que una vez sentí; y plantaré una rosa de morado tisú en los mezquinos y secos labios de aquella que nunca me amó. Ya ves Madre, no demores a la Muerte que no es menester, déjala que entre con su inmenso proceder, porque como ves Madre, ¡tengo tanto, tanto que hacer! 

No quiero tener una falsa cruz
no quiero tener un espurio santo 
ni quiero un cura desvergonzado 
ni percibir su inconfesable canto. 

Sé que estarás triste Madre porque la muerte viene a buscarme, pero abre bien las cortinas, las ventanas y los balcones, y deja que el sol penetre en todas las habitaciones; ventila las salas, ilumina las alcobas y todos los rincones, y deja que irrumpa insolente el ruido de los callejones, porque no quiero que ella se distraiga con arrugadas almohadas, o que se demore con cerrados aldabones. Cuelga tus coloridos pañuelos en las cornisas de la casa, y deja que los agite mucho el viento con su etérea escoba; porque quiero que éste con su murga gritona y revoltosa, asuste a los pájaros hechiceros, especialmente a las palomas.

Sé que estás triste Madre porque la muerte vino a buscarme, pero te dejé pinchado mi último suspiro sobre tu pecho callado, tal como te dejé mi exhalación resignada, al ruedo de tu vestido hilvanada. Te dejaré mis sueños pendientes en un joyero de malaquita, y mis quimeras aplazadas en un cofre de marfil, los pétalos de mis delirios en una talega fortuita; y mis negras pesadillas garrapateadas en un calendario de Abril. Jamás te dejaré mis negros y aciagos pensamientos, porque los enterraré profundos en una caja hecha de lata, y forrada en un duro saco ceñido con la áspera piel, de una formidable iguana escarlata.

Cuando sucumba muerto Madre
estaré espantosamente frío 
tal como se hielan las aguas 
las frías aguas de un gélido río 
tan frío Madre, tan frío 
para que nunca nadie me evoque 
y muy frío Madre, muy frío 
para que nunca nadie me toque.