En el año
2013 de la Era Común, recibí una singular invitación para viajar a Marruecos y
visitar con el Primer Ministro Abdelilah
Benkirane, y con su
Majestad el Rey Mohamed VI para discutir la posibilidad de instalar mi industria
(Averter®) en el sur de este seco y arenoso país. Marruecos es aproximadamente del mismo tamaño
de Chile en kilómetros cuadrados, siendo Chile alrededor de unos 50,000 km2
más grande. La invitación fué muy
bienvenida porque nunca antes de esa fecha había visitado el Norte de África ni
había visto un dromedario en persona en su tierra natal.
Anteriormente
había visto dromedarios en varios zoológicos urbanos de diferentes países, pero todos
ellos lucían medios comatosos, flacos, y con cara de aburridos encerrados en
sus inapropiadas ergástulas jaulas. My
experiencia con dromedarios en Marruecos cambió completamente la errada
percepción y perspectiva que yo tenía acerca de estas magníficas naves
vivientes del desierto, pero antes de hablarles de estas soberbias bestias, les
referiré como llegué a convertirme –a la fuerza- en un diestro jinete de dromedario
en esa lejana tierra.
La
invitación llegó unos cuatro meses antes del viaje y traía adheridas algunas
condiciones de condición no incondicional, pero acondicionadas: se me sugirió
crecer una barba como un acto de solidaridad con la cultura Berber.
Yo no soy
muy peludo que digamos y los desconcertados y zafios pelos que se cuelgan irresponsablemente
de mi cara, son casi todos blancos.
Menos mal que me avisaron con tiempo porque para crecer una barba más o
menos estimable y decorosa, me toma varios meses. No le dí mucha importancia al asunto este de
la faciem barbitium, pero cuando la
barba comenzó a poblarme la cara, me entró la preocupación de que fueran a
confundirme con un terrorista. En los
Estados Unidos un gil con cara de loco, con una narizota desbocada y con barba
como yo; a los más saltones les parece ver a un terrorista. Pero haciendo de tripas, corazón; crecí mi
barba tratando de mantenerla lo más distinguida posible.
La llegada
El largo
vuelo desde Estados Unidos hizo escala en París para después de una larga
espera, llevarnos en las tripas del pterodáctilo metálico de Air France hasta la
ciudad de Rabat, en Marruecos. Cuando
llegamos a Rabat, Mr. Fauzi Chaabi nos estaba esperando y apenas tocamos suelo
y nos desmontamos de la aeronave los guardias uniformados de Palacio nos
condujeron al salón VIP, por consiguiente; nos saltamos la aduana. En el salón VIP nos agasajaron con frutas,
olivas, unas anchoas orgásmicas, y un té de menta riquísimo mientras
esperábamos que un oficial de aduanas timbrara nuestros pasaportes con el sello
oficial de Marruecos. Después de una
breve recepción de bienvenida, nos condujeron a nuestras acomodaciones en el
centro de Rabat en limosinas escoltadas por policías multicolores en rugientes motocicletas.
Las
acomodaciones eran ostentosas, pomposas, fastuosas, y principescas como en
todos los palacios y en los hoteles en que me alojaron durante mi estadía. La vista de la "Old Medina" (ciudad
vieja) de Rabat con sus rojas murallas de defensa, callejones, fortines y
almenas se veía solemne y portentosamente impresionante; un silente y
convincente testimonio de las operaciones de la Legión Extranjera francesa durante
el cruel período de la colonización del territorio que lo convirtió en el
Protectorado de Marruecos, por allá en 1912 mientras que Chile competía en los Juegos
Olímpicos de Verano en Estocolmo, Suecia.
Esa cálida noche me llevaron a una casa de
baño tradicional árabe, o Hammam (sauna).
Me dijeron que después de un baño en esta casa, dormiría como un lirón
cansado y que amanecería lleno de energía. Este lugar es una variante del baño de vapor
Romano, y una exótica y estrambótica experiencia que no me esperaba. No daré detalles de esto porque no me gusta
hablar cuando ando en calzoncillos. A la
mañana siguiente me desperté repleto de energía; tanto así, que tuve que
deshacerme rápidamente de una gran parte de ella en el inodoro.
El Palacio de Dâr-al-Makhzen (Rabat)
Cabe
mencionar aquí que desde el reinado del Sultán
Abu'l-Abbas Muhammad ibn Abdallah ibn(1)
Tahir (de la cuna de la dinastía Tahirid), los Sultanes y Reyes Alauitas han
mantenido permanentemente un palacio en la ciudad de Rabat. Los Alauitas son una rama del islam chiita,
seguidores de los doce Imanes (predicadores de la Fé) de Ahlul Bait, los
descendientes del Profeta Mahoma.
(1) En nombres árabes, tanto "Ibn"
como "bin" y se pueden traducir como "hijo de". Por lo tanto en árabe, político se dice
"bin puta".
Los
turistas sólo pueden visitar las afueras de este Palacio y se pueden acercar a
no más de 75 metros a éste, por ende; tuve el privilegio exclusivo de visitar
el Palacio y sus magníficas recámaras y estancias por dentro, un placentero
convite reservado solamente para unos pocos afortunados y limitados suertudos.
Los
amplios y hermosos terrenos del Palacio cubren una vasta área con numerosos e
imponentes edificios y con jardines muy bien manicurados. La Residencia Imperial está custodiada por un
miembro de cada rama de las fuerzas armadas y la policía, cada uno con un
impecable y colorido uniforme diferente.
Por un
compromiso legatario, protocolar y por mi obligación fiduciaria, no puedo
describir o exponer las esplendorosas dependencias de Palacio, así que a usted tendrá
que bastarle mi palabra de que son espléndidas, regias, y admirables.
Las reuniones
Esta parte es muy aburrida, por lo tanto me
la voy a saltar; pero por lo menos tengo que decir algo sobre el Palacio Real
de Rabat donde tuve estos varios cenáculos oficiales en reuniones con el Primer
Ministro, con El Jefe de Gobierno, Ministros, Oficiales de Gobierno, asesores
surtidos, etc.; entre seductoras tacitas de té y excitantes conversaciones. En estas reuniones de alta cumbre es donde
literalmente se procura el "Oro y el Moro".
Una vez concluídas estas administrativas
conferencias de rigor, nos retiramos nuevamente a nuestros aposentos para apropiadamente
liar nuestros bártulos de viaje en preparación para la gran jornada(2)
de exploración y reconocimiento que teníamos por delante, una tarea que era una
parte integral del viaje.
(2) Vea el párrafo que dice "Itiner" en la columna derecha de mi sitio web para entender mi idea de "jornada".
El recorrido
Durante
este viaje relámpago de dos semanas, recorrí el alrededor del 80% del país
auspiciado por el Billonario Fauzi Chaabi, futuro socio en mis operaciones en
Marruecos. ¡El viaje fué brutal! Después de las reuniones oficiales en Rabat y
Casablanca, obramos un recorrido de más de 30 ciudades en menos de dos semanas. El viaje fué efectuado por tierra en un
cómodo y espacioso vehículo "Audi", el que nos llevó por esos lares en
forma rápida y segura a mis tres compañeros y a mí. Los pasajeros eran Mr. Fauzi Chaabi, un
intérprete árabe, un chofer, y un Loco: yo. Tuve que llevar un intérprete árabe-inglés
porque lo único que yo sé decir en árabe es: "bajalajaulajaime",
"mojamelajetajuana", "jalalajaibajetón",
"quejaquecaquemejode", y "mijacójamelajuja"; lo que no es
suficiente para hacerme entender bien allá.
La
primera "patita" de la jornada
fué desde Rabat a Casablanca. La
limosina corría veloz por la autopista A3 (Oued Cherrat), y después de unos
cortos 62 kilómetros ya estábamos en el hermoso balneario, puerto principal y
centro industrial de la Prefectura de Casablanca. Paramos para comer, dar un corto recorrido y
seguir viaje hacia la ciudad Berber de Essaouira (también conocida con el
nombre Portugués de Mogador) usando la ruta A5 en la región de
Marrakech-Tensift-Al Haouz, en la costa atlántica. Antes de partir y a
vuelo de pájaro apurado, en Casablanca visité la Mezquita de Hassan II, la
Catedral de Casablanca, y el Parque de la Liga Árabe.
Antes de
llegar a Essaouira, hicimos paradas para gasolina, comida y ππ en la ciudad fortificada de El Jadida (Mazagan) -ciudad incluída en
la Lista del Patrimonio Mundial- donde visité la Cisterna Portuguesa. Después paramos en Safi, y visitamos sus
antiguas y románticas construcciones fortificadas portuguesas, y también visité
las grandes instalaciones pesqueras de la industria de sardinas. Curiosamente, descubrí que los habitantes de
Safi son muy aficionados al Fútbol y al Rugby.
¿Qué cosas, no?
Después de reiniciada la marcha, arribamos
finalmente a la ciudad de Sidi Megdoul, conocida hoy como Essaouira. Essaouira ha sido considerada como uno de los
mejores fondeaderos de la costa marroquí. El navegante cartaginés Hanno la visitó en el
siglo V aEC, y se estableció el puesto de operaciones comerciales de Arambys según
nos lo relata el documento manuscrito "Periplus",
el que enlista los puertos e hitos costeros.
Essaouira es un ejemplo excepcional y bien conservado de una ciudad
portuaria fortificada del siglo XVIII, con una fuerte influencia europea
traducida a un contexto norteafricano.
Allí
estuvimos un día completo, y visité el pintoresco puerto de Skala du Port, sus
anchas playas, la Isla de Mogador con sus interesantes estructuras, y la Galería
de Arte Damgaard con su colección de arte y artesanía local.
A la siguiente mañana dejamos Essaouira siguiendo
al Sur en pos de Agadir y luego Tiznit, Guelmin, Tan-Tan, Tarfaya y finalmente
El Aaiún (Lâayoune) en Western Sahara, ciudad que era nuestro destino final. En todas las ciudades y pueblos en los que
hicimos escala antes de llegar a Lâayoune encontramos excelentes atracciones e
insólitos lugares. Me tomaría muchas
páginas el relatar los lugares que visité por eso iré directo al meollo de la
visita a este lugar.
Lâayoune en Western Sahara al igual que
Tarfaya y Tan-Tan en Marruecos, son lugares en el Atlántico que están enfrente
de las Islas Canarias de España. La
intención era investigar si era posible instalar plantaciones de Agavaceæ
Fourcroydes Lem en esos lugares para exportar su preciado producto a las Islas
Canarias; procesar estos materiales semi-crudos allí y así obtener un producto "Hecho
en España". Con una compañía en
Mallorca (Islas Baleares) y una planta de producción en Islas Canarias, me puedo
granjear membrecía en el Mercado Común Europeo; y por ende, poder vender my
producto en toda Europa.
El Regreso al Norte
Después de hacer las apropiadas mediciones
y cálculos bióticos, infraestructurales y viales, regresamos hacia el norte
pero por el lado oriente. Desde Lâayoune
nos encaminamos hacia Al Farciya, para proseguir de vuelta a Marruecos via Zag,
y luego continuar al norte via Assa, Tata, Quarzazate, Marrakech, Azilal, y
finalmente Er Rachidia (Errachidia), al pie de las montañas Atlas, las que su altura
me dejó impresionado a pesar de que conozco bien la Cordillera de Chile, erróneamente
conocida con el pseudotautonísmico apodo
de "Cordillera de los Andes".
En Errachidia nos detuvimos por un par de días y nos alojamos en el
Palacio Nasser, ubicado en Merzouga y al que llaman: "La Puerta del
Desierto". Hicimos múltiples
paradas en nuestra travesía, pero ya ni me acuerdo de los nombres de aquellos tantos
místicos y remotos lugares.
Llegamos al Palacio Nasser a eso de las
tres y media de la madrugada y más cansados que el último albañil de la muralla
China. La noche estaba clara e iluminada
por una luna grande y brillante, y a pesar de la ausencia de sol, hacía un
calor exasperante pero había una suave brisa la que apenas se percibía y que
traía un poco de fresco alivio. Mis
compañeros de viaje se fueron a dormir inmediatamente. Mi espíritu aventurero se había alborotado
durante los últimos kilómetros de viaje, y a pesar de mi cansancio, no estaba
soñoliento. Me fuí a recorrer las
murallas del Palacio y a explorar sus alrededores. Todo el mundo estaba durmiendo. Desde una de las atalayas pude observar al
personal del hotel durmiendo al aire libre, sin un techo y recostados sobre
camas hechas de maderos.
Cuando bajaba por una de las oscuras
escalas de las murallas, percibí un ruido sordo como un siseo el que rebotaba
en las murallas de la escala. Encendí mi
linterna y dirigí su haz de luz hacia piso.
¡Y ahí estaban!: ¡cientos de "Stenocara
Dentata" o escarabajos negros del desierto corriendo en todas
direcciones! Mi corazón sobresaltado dió
un tumbo de susto y apreté cachete(3) hacia el tope de la muralla
otra vez.
(3) "Apretar cachete" es una expresión idiosincrática
elocutiva e idiosincrásica del caló chileno que significa: "correr a toda
prisa". Cuando uno corre aprisa o
asustado, naturalmente aprieta las nalgas para evitar escapes o pérdidas de
presión; y de ahí es que se deriva esta elocuente y descriptiva expresioncita. ¿Qué cosas, no?
Cuando recuperé mi aliento y mi susto se
había reducido a niveles más manejables, me asomé otra vez a mirar, pero con la
linterna encendida esta vez. Ahí estaba
todavía ese enjambre de escarabajos, pero al iluminarlos; fueron ellos los que
apretaron cachete. En pocos segundos la
escala se veía limpia de bicharracos así que presta y rápidamente de tres
zancadas salvé la escala hasta llegar al primer piso (con los cachetes
apretados, por supuesto). Una vez en
tierra firme, me sentí más valiente, y a tranco largo decidí irme a
dormir. Mientras me acostaba, no podía
sacarme de la mente la escena de la película "La Momia" en donde un
enjambre de escarabajos negros devoraba a uno de los incautos protagonistas...
Al siguiente día, el Palacio Nasser cobró
vida y una actividad febril. No había
muchos turistas porque para aventurarse en estos lados del mundo hay que tener
cojones de cuero curtido. Salí de mi arabesca
habitación y muy disimuladamente miré alrededor a ver si veía a los jodíos
escarabajos negros; pero por fortuna, éstos habían desaparecido alíferos como
las promesas políticas, y sus negros y sucios aspectos oscuros como moral de
fraile ya no me incomodaban.
Fuera de las puertas del fuerte, los
porteadores estaban esperándonos con el equipo, los bultos y los dromedarios. La caravana estaba lista, solo faltaban los
jinetes. El aire estaba muy caliente a
pesar de la temprana hora de la mañana, y la brisa del desierto apenas se hacía
notar. Miré el termómetro que colgaba en
una de las murallas de adobe. El
termómetro marcaba 45 °C. No sé si el
aparatito éste estaba allí para informar a los turistas, o para espantarlos. Según mi intérprete, un porteador nos dijo
que nos apurásemos en iniciar la jornada antes de que se pusiese
caluroso... Yo había experimentado
calores similares a éste en Yucatán en el sur de Méjico, pero sin el
dromedario. ¿Qué cosas, no?
Willie
Aquí fué donde conocí a Willie. Willie era (es) un enorme dromedario(4)
que según los lugareños, estaba loco.
¡Qué coincidencia! Decían que
cuando a Willie le "salía el Indio"(5), hacía lo que le
daba la gana. ¡Qué coincidencia! También me dijeron que Willie se iba hacia
donde se le "parara el hoyo"(6) si no le gustaba la
excursión. ¡Qué coincidencia! Asimismo me señalaron que Willie era más
porfiado que Mapuche "curao" con Aguardiente. ¡Qué coincidencia! Entonces supe que Willie y yo nos llevaríamos
muy bien. Siempre es alentador el
encontrar congéneres congeniales y compatibles en tierras extrañas.
(4) "¡Le salió el indio!".
Este es un peculiar concepto de expresión común y ordinaria del Coa
lingüístico popular chileno. Literalmente significa: Se enojó ardientemente, se
espantó, o se encabronó; esto, según el registro académico gramatical del barrio
en que viva usted.
(5) El dromedario es también llamado Camello Árabe (Camelus Dromedarius),
es un animal grande que limita al norte con la jeta, al sur con la cola, arriba
con una joroba, y abajo con dos dedos ungulados en cada pata (las que
normalmente son cuatro); y las hembras tienen un guante inflado en la
guata. El primero en describir
oficialmente a esta bestia seca fué el griego Aristóteles, pero su nombre
binomial se lo asignó Carl Linnaeus en 1758.
(6) Otro modismo del homo chilensis, que significa dirigirse hacia
donde uno quiera o se le ocurra, sin pedirle permiso ni avisarle a nadie.
Lo moteé "Willie" porque cuando lo ví, me recordó un conocido de New
York -un Turco de nombre William- porque su cara se parecía más a la de un
camello que a la de un ser humano.
William tenía una protuberantísima quijada maxilar inferior y una
narizota epopeyística. Algunas malas
lenguas dicen que de lo feo que es, pone celoso al Chupacabras... Además caminaba inclinado hacia adelante
haciendo que su espalda pareciera tener una gibosidad a modo de joroba. ¿Quizá se había puesto el suéter encima de la
mochila? La cosa es que los marroquíes
pensaban que yo estaba loco porque les ponía nombres a los animales. Ellos no lo hacen nunca, piensan que es
ridículo. Humm... deberían darle una
mirada a sus sandalias...
El solo propósito de la excursión era el
explorar una serie de pozos de agua al borde del desierto. Estos pozos estaban erguidos con una muralla
circular de piedras y sujetas entre sí con barro. Estos pozos se parecían mucho al pozo de Hércules. Los pozos conformaban una línea semi curva a
lo largo del comienzo de las arenas blandas.
Las arenas blandas son las que todos conocemos; de color amarillento y
que el viento del desierto las modifica y reconfigura cada noche. El fuerte estaba erguido en las arenas duras,
una arena más oscura y apisonada en la que vehículos con ruedas pueden
circular. De cualquier forma, las dos
arenas son desierto, y había que "camellar" bastante para llegar a
este tándem acuático. Estos pozos serían
de un uso cardinal para mi industria.
Finalmente y después de rascarle la cabeza
a Willie unos minutos para romper el hielo y establecer una buena relación con
él, nos montamos en nuestros bastimentos del desierto para iniciar la
marcha. Es de suma importancia mencionar
aquí que hay que saber montar un dromedario.
Si bien es fácil subirse a su montura porque el ungulate está acostado
en el suelo, cuando el camélido se levanta sobre sus patas, hay que ser un
perito en rodeos. Como yo soy muy
observador, me fijé detenidamente en cómo los Berber se montaban en sus
bestias, quienes hacían parecer esta maniobra más fácil que la tabla del uno,
pero que en realidad, no lo es.
Para levantarse, primero el drome posa
sobre el suelo las plantas de las patas de atrás con un sacudón bastante
violento, y como las patas son largas; el lomo queda por lo menos en unos 50°
grados de pendiente con respecto al suelo.
Aquí es cuando la mayoría de los jinetes aficionados se caen de hocico
al suelo dando un salto mortal en el aire en una cabriola sumamente dolorosa
antes de azotarse la humanidad en la dura arena. Acto seguido, don came estira sus patas
delanteras y si uno todavía está sentado en el lomo, lo envía brusca y
despachadamente ahora hacia atrás; y si uno no está bien sujeto a la montura,
la maniobra de caerse de hocico con salto mortal y su subsecuente cabriola
puede repetirse, pero esta vez en reversa, y con suerte, uno no se revienta la
nuca en el suelo. ¡Ahora entiendo el
múltiple uso de los turbantes!
Una vez parado en sus cuatro patas, el Camelus Dromedarius se sacude el hoyo del poto con su
cola para quitarse la arena que tenga pegada en la labiis rectum en un movimiento disimuladamente
elegante y sin toser. El truco para no
caerse está en mantener el equilibrio con el torso pivotando ampliamente con
las caderas manteniendo los muslos paralelos al suelo. Mi intérprete se sacó la cresta(7)
tres veces antes de que los Berber agotaran su paciencia y lo amarraran al camello. No pude disimular mi risa cada vez que el intérprete
volaba por el aire haciendo unas acrobacias muy grotescas, y unos inciertos
ruiditos de hombre compungido. El
dromedario ya estaba cansado de pararse y sentarse con la jodienda de la
montada.
(7) Otro modismo onomatopéyico del coloquialismo chilensis. En las peleas de gallo los picotones son tan
violentos, que entre sí los gallos se destruyen y se sacan la carúncula (alias:
la cresta) a picotazos el uno al otro.
El gallo que pierde su carúncula normalmente pierde la pelea con un
dolor de cabeza terrible. Entonces "sacar
la cresta" es dar o recibir una golpiza fenomenal.
Una vez que estuvimos todos montados,
iniciamos la marcha. Hay que mantener un
ojo vivo durante la marcha porque a veces estos camélidos se tropiezan con
piedras, y si uno se cae del lomo, lo más seguro es que se saque la cresta
porque uno está sentado a mas de 2 metros de altura sobre el duro suelo.
Poco después de iniciar la caminata, con un
poco de inquietud y con un suave sabor a terror debajo de la lengua me percaté
de que Willie no tenía ni frenos, ni señalizadores, ni volante, ni cinturón de
seguridad, ni bocina, ni luces altas o bajas...
tenía una palanca de cambios, pero mal ubicada... El único inventito para conducir y darle
dirección a esta bestia era una singular rienda colgada a un lado de la jeta
del dromedario, la que con graciosos movimientos uno la mueve de lado a lado de
la cabeza para indicarle al drome por dónde ir.
Me pregunto si este aparatito serviría para manejar a los políticos bin
puta...
Voy a hacer un alto para explicar una
diferencia importante porque hay varias desigualas fundamentales entre los camelus Bactrianos y los camelus
Dromedarios a pesar de que ambos son Camelidae.
A pesar de que los camellos y dromedarios han acompañado al hombre desde
tiempos inmemoriales, todavía hay confusión para muchas personas cuando se trata
de diferenciar estos peculiares animales. Para aclarar las cosas, aquí les ofrezco las
diferencias más importantes y visuales entre ambos camélidos.
Origen: Los dromedarios son camélidos inherentes a la Península Arábiga en
la que evolucionaron soportando temperaturas que superan muchas veces los 50
°C. Los llamados camellos son oriundos
del Asia Central adaptándose a vivir en entornos de largos y fríos inviernos, por
lo que desarrollaron una morfología elaborada para resistirlo.
La Joroba: ¡No me jorobe! ¡Ésta es la diferencia más clara! Los dromedarios tienen una sola joroba en el
lomo, mientras que los camellos poseen dos. La joroba es una
estructura de tejido graso que acopia gran cantidad de grasa, la cual es muy valiosa
para obtener energía en los infecundos desiertos. Pero la joroba también protege contra el frío,
por lo que las dos jorobas del camello lo protegen del penetrante frío, cosa
que el dromedario no necesita.
Tamaño: Los dromedarios que son más gallardos, agraciados y elegantes que
los camellos y tienen las patas más largas que éstos, por lo que se mantienen
más elevados de la superficie del suelo y de esta forma evitan la refracción
del calor que emana del terreno. Esta
adaptación les permite movilizarse más rápido. Los camellos son más fornidos y más adecuados
para mantener el equilibrio en terrenos montañosos y en suelos helados o
cubiertos de nieve. Los dromedarios son más grandes, pero los camellos son
más pesados. ¿Qué cosas, no?
Agresividad: Ambos animales son domésticos, pero el dromedario es mucho más violento,
temperamental, y agresivo que el camello; especialmente cuando lo
molestan. Los camellos son mucho más
dóciles, pero por sus peculiares características físicas son menos apropiados para
transportar pasajeros, por lo que se usan principalmente como animales de carga.
Pelaje: El
pelaje es otra diferencia distintiva entre las fisonomías de estas simpáticas bestias. Aunque el color de sus pelajes es prácticamente
idéntico, los camellos tienen un pelaje más largo el que se pone especialmente espeso
durante el invierno, pero lo pierde en el verano. Los dromedarios no se mudan de pelaje y
mantienen un pelo corto y uniforme durante todo el año.
Bueno, Willie es un Dromedario grandote
hecho y derecho; y desafortunadamente tiene malas pulgas y se le sale el indio
bastante seguido. Aparte de esto,
aprendí que Willie no tenía mucha paciencia que digamos.
Después de unas dos horas de marcha bajo el
ardiente e imperdonable sol del Sahara, llegamos a un pequeño oasis que me recordó
los cuentos que mi padre solía leerme cuando yo todavía era un proyecto de
hombre antes de irme a la kawitu (cama en Araucano Mapuche). La versión infantil de ese libro se llamaba
"Las Mil Noches y Una Noche" con el Califa Abbasid de Bagdad Harún-Al-Rashid, el Sultán Shahriar,
y la Princesa Scheherezade, hija del Gran Visir de Shahriar.
Nos apeamos en el oasis a sacudirnos el
polvo y la arena de nuestros ropajes, a beber algo de agua y dejar que los
dromedarios repusieran los 150 litros de agua que llevan en el vientre. Me pregunto ¿por qué no usan a los
dromedarios de carro-bomba si tienen tamaño estanque de agua y manguera? ¿Qué cosas, no?
Acto seguido me dirigí a recorrer y a
inspeccionar los pozos en hilera. Eran
muchos y se estiraban hasta que la vista perdía su potencia y alcance. Caminaba de pozo en pozo y me asomaba a mirar
en cada uno, y veía la oscura cara de del agua sentada quietamente en el fondo
de cada pozo. No sé de dónde provenía el
agua, pero me aseguraron que los pozos estaban llenos todo el año. Es difícil pensar en vertientes subterráneas
en el desierto, pero indudablemente las debe haber. Llevaba unos 45 minutos recorriendo los pozos
cuando los Tuareg me comenzaron a apurar para que terminase mi indagación
exploratoria. No les hice mucho caso porque
pensé que yo era el jefe, así que continué my detectivesca pesquisa.
Estaba tan absorto admirando estos pozos
que son una maravilla de la naturaleza, que no me percaté de que Willie venía
hacia mí a toda velocidad. Escuché unas
voces en árabe gritando: "¡teyamaya,
teyamaya!" (¡cuidado, cuidado!), pero cuando advertí lo que ocurría,
fué demasiado tarde. A toda carrera,
Willie me propinó un empujonazo bárbaro con su cabezota que me levantó en el
aire por lo menos unos cuarenta centímetros antes de que cayera al suelo a unos
dos o tres metros de distancia desde donde había estado parado un segundo antes. Cuando me levanté del piso sorprendido y un
poco espantado, Willie me estaba mirando con cara de pregunta sin respuesta,
mientras que los Tuareg se reían ufanos, y el intérprete tomaba su turno para vengarse
de mí riéndose a carcajadas.
Miré fijamente a Willie con una cara seria tratando
de hacerme el valiente mientras me sacudía casualmente las ropas y me trataba
de arreglar el turbante que me quedó sumamente chueco con la maniobra voladora,
cortesía de Willie. Yo no sabía
realmente qué hacer en ese momento, pero Willie sí sabía: mirándome seriamente
con sus tremendos ojazos negros equipados con viseras hechas de unas pestañas
formidablemente gruesas; se echó en el suelo en frente mío sin mucho protocolo
o elegancia. Sin más trámite y sin
titubear me monté en su poderoso lomo.
Willie se levantó sin morigeración y se encaminó de vuelta hacia al reducto
Tuareg que nos esperaba con sus negras tiendas que susurraban junto con el
viento del desierto. Después supe que a
Willie no le gusta esperar. Durante la
marcha de vuelta, acaricié a Willie en el cogote. Willie emitía ruidos de complacencia y
agrado.
El viaje de vuelta fué sin incidentes. Caía la noche cuando arribamos a las tiendas,
y los jodíos escarabajos ya estaban saliendo de sus escondrijos y covachas a
marchar por las cambiantes arenas. Se
asemejaban a un séquito de frailes mentirosos y degenerados. Los prácticos y amigables Tuareg se
encargaron de atender a las bestias, y nosotros nos fuimos a dormir, pero no
sin antes tomarnos unas cuantas tacitas de té
caliente.
La tienda estaba sorprendentemente fresca
comparada con el calor que hacía fuera de ella.
Una suave y desértica brisa se colaba por entre los minúsculos agujeros
del tejido de las paredes y el techo los que estaban construídos con frazadas
hechas de apretada lana. Me recordaron
las carpas que instalábamos en el patio de tierra en la casa de mi abuelito Víctor,
las que hacíamos con unas frazadas de lana de mi abuela y que siempre las dejábamos
llenas de tierra, y que mi pobre abuelita tenía que lavar, pero siempre lo hacía
con una sonrisa y sin reclamar ni enojarse.
Las acomodaciones no eran el Hyatt Regency,
pero eran más humanas, más acogedoras, más personales y más amigables que
cualquiera de los incontables hoteles en que eché mi esqueleto a descansar. Antes de irme a dormir, salí de la tienda
unos momentos para observar el silencioso y poderoso desierto. Los escarabajos ya no se veían, empero; un hermoso
cielo abigarrado de brillantes y titilantes estrellas bostezaba sobre nuestras
cabezas. Los dromedarios allá en su
residencia estaban echados en las arenas y durmiendo muy seriamente. Las arenas y sus suaves lomos se recortaban
contra el cielo en un semiclaro de rojizos matices mientras que el viento las
peinaba suavemente.
No había rugidos de motores ni internet, ni
discos "PARE" ni semáforos, ni
esquinas ni peajes, ni borrachos meando en las murallas, ni sirenas de
ambulancias, ni bocinas de camiones; ni tampoco abogados deshonestos, políticos
sucios o curas degenerados. Solo la
arena, y la noche con sus refulgentes y lúcidas estrellas subrayadas por la
suave y despoblada brisa desértica.
Después de esto, bostecé dos veces seguidas y me fuí al "salier najcal" (camastro) a
descansar. Debía descansar puesto que al
día siguiente habría una larga excursión para estudiar los caminos
y posibles vías de de acceso a los potenciales lugares de plantío cerca del
agua.
Esa mañana se levantó floja como cada día
lo hace en esos lejanos parajes del ardiente desierto: despacito, calurosa y
silenciosa. Nosotros nos levantamos
temprano para evitar el calor y poder desayunar antes de emprender la
marcha. La comida del restaurante del
Fuerte siempre fué de chuparse los dedos.
No importa si es desayuno, almuerzo, un bocadillo o cena, la mesa
siempre se poblaba de manjares exóticos y exquisitos con una abundancia
sultánica. Elijo esta denominación
(Sultán) porque de acuerdo a la tradición islámica, Mahoma habría dicho: “después de mí, los califas; después de los
califas, los emires; después de los emires, los reyes; y después de los reyes,
los tiranos”, entonces así no ofendo a nadie. Esto es importante porque en religión, hay
que andarse con mucho cuidado; por eso es que yo les pido fervientemente a los
dioses que me protejan de sus seguidores...
Tomó alrededor de dos horas llegar al
camino pavimentado que cruzaba el desierto para comenzar a establecer en
nuestras mentes los posibles pasajes de acceso y egreso de las plantaciones
planeadas. Durante la larga caminata,
creo que me adormecí unas cuantas veces.
El bamboleo sobre el lomo de Willie combinado con el inicuo calor hizo
su efecto narcotizante en mí, y cabeceé unas cuantas veces para despertarme
cada vez o con la risa de los Tuareg, o con algún impulsivo corcoveo del
incansable Willie. El sudor había
empapado mi turbante. Entre pestañazo y
pestañazo lo único que podía vislumbrar eran solo las infinitas arenas del
Sahara.
Finalmente nos apeamos de las bestias y nos
organizamos para topografiar el terreno.
Buscábamos suelos duros y estables donde pesados camiones pudiesen
transitar, y lugares en donde estas huellas para los camiones pudiesen empalmar
con el camino de concreto. Las arenas
duras tenían un cementerio de piedras negras las que nos servirían para
delinear las rutas para los camiones.
Debíamos también identificar un lugar para que los camiones hicieran un
hito en la jornada para revisar llantas y tener un lugar para reparaciones en
caso de que se necesitase. Pasamos el
resto del día haciendo esto hasta que el sol se comenzó a esconder detrás de
las doradas y tranquilas dunas.
Cuando volví al asentamiento desde el que
habíamos iniciado estas pesquisas territoriales, me encontré que los Tuareg
habían levantado sus tiendas y se las habían arreglado para encender un fuego
para cocinar, y para preparar el infaltable y necesario té. Los Tuareg estaban alegres y conversando
animadamente alrededor del fuego. Según
lo que pude entender, al otro día y antes de regresar a nuestro punto de
partida cerca del Palacio Nasser, participarían en una especie de competencia
donde correrían en sus dromedarios por un premio que no me quedó claro lo que
era, pero como eso no me incumbía, no le presté mucha atención. Quizá debería haberlo hecho...
La nueva mañana se hizo presente acarreando
un gran atado de refulgentes rayos de sol.
Las arenas se tornaron doradas otra vez, y el guirigay en el campamento
no se hizo esperar. La brisa estaba un
poco más fresca esa mañana y quizá sería porque los vientos que venían de las
montañas Atlas eran más fornidos que la mañana anterior, pero esto no duró mucho. Los Tuareg no se demoraron mucho en
desmantelar el campamento y cargar los dromedarios, y nos urgían a que nos
apurásemos a partir. Lo hicimos
prontamente.
Después de unos treinta minutos de marcha,
vislumbramos la actividad de un gentío y un dromedarío(8). Mientras nos acercábamos pude reparar en que
había varios grupos de árabes con sus dromedarios. Esto lo sé porque sus vestimentas variaban un
poco entre grupo y grupo, pero la diferencia más notoria era en el color de sus
turbantes.
(8) Sé que a un grupo de gente se le llama
"gentío", pero como no sé cuál es la palabra para definir un grupo de
dromedarios, me refiero a este grupo ungulate como: "dromedarío; con acento en
la i. Para el récord, en Chile a un
grupo de gente se le denomina: "una pila 'e güeones".
Los Tuareg de nuestro grupo estaban más
contentos que suegra aprendiendo brujería.
Apenas integramos la multitud, nuestros Tuaregs entraron en animadas
negociaciones con los otros grupos. Mi
intérprete me dijo que estaban organizando la participación de nuestro grupo en
una carrera de dromedarios. También me
explicó que esto se hacía todos los años y que era una tradición que no
podíamos perdernos. Lo que me preocupaba
un poco de esta plétora era que cuando hablaban entre ellos, continuamente se
giraban en nuestra dirección apuntando hacia nosotros, y se reían mucho.
Jinete a la fuerza
Según me informó mi intérprete después de
haber conferenciado entre abundantes carcajadas con los Tuareg, de que yo había
sido incluído –democráticamente y sin consultarme- en una de las carreras. Lo quedé mirando incrédulo pensando que era
una broma. No lo era. Me explicó que los demás árabes pensaban que
si un extranjero iba a participar en sus celebraciones, pues tenía que
participar; entonces cerraron la discusión inscribiéndome en una carrera. Me dijeron que no me preocupara mucho porque
en la carrera en que participaría solo corrían jinetes nuevos, la mayoría
muchachitos entre las edades de 7 a 12 años.
Éste es un deporte exclusivo solo para hombres.
No estaba muy seguro si esto era una buena
idea, pero aprendí en mis viajes que si quieres ser aceptado, debes aplicar el sabio
principio de: "donde fueres, haz lo
que vieres". Además, yo soy un
avezado jinete de equino y esta práctica habilidad ecuestre la adquirí a
temprana edad mayormente con el Pehuén. Debo aclarar que esta carrera de dromedarios
era proletaria. Los jinetes no se
vestían al modo de los jinetes de Polo, ni tenían cascos pijes, ni tampoco
camisetas con logos pirulos. Y los
dromedarios no eran "pura sangre", sino que simples integrantes de la
amplia y jornalera Artiodactyla.
En el lugar del desierto
donde yo estaba, las carreras de dromedario -al igual que las carreras de caballo y de
camello- son acontecimientos regionales donde se hacen apuestas, y son una
creciente atracción para turistas. Los
dromedarios pueden correr a velocidades de hasta 75 kilómetros por hora en
distancias cortas, y admirablemente pueden mantener una velocidad constante de
unos 50 kilómetros por hora por períodos de hasta una hora. ¿Qué cosas, no?
Las carreras eran cortas y polvorientas. Los dromedarios corrían en línea recta unos 300
metros para violentamente recular y regresar por donde vinieron a toda
carrera. El final de la recta lo marcaba
una pequeña pirámide hecha de piedras.
Se suponía que mi carrera se realizaría casi al final de la competencia,
y que correría en el lomo de mi viejo amigo Willie. Me informaron que Willie era un buen
corredor, y que no me tenía que preocupar porque Willie tenía experiencia en
esto, y él no necesitaba de un jinete para la carrera. Eso estaba bien, pero lo que me asustaba era
que había visto la partida de varias carreras, y varios de los jinetes
experimentados se cayeron de sus monturas y se sacaron la cresta. Varias veces.
Durante la jornada previa había practicado el sujetarme bien de la
montura de Willie, así que me sentía con un poco de confianza, pero a medida de
que se acercaba la hora de competir, los nervios se me alborotaban y un julepe
me bajaba desde la nuca al coxis dándole manotazos a mis tripas.
Finalmente llegó la hora de la verdad. Ya montado en el lomo de Willie, un porteador
me acercó a la línea de partida.
Mientras me acercaba a la partida, un enjambre de pendejos árabes chicos
revolvía a nuestro alrededor apuntándome con sus dedos y riéndose a carcajadas. Los adultos hacían lo mismo, pero más
disimuladamente. El maricón del
intérprete se cagaba de la risa. El
portero me alineó en la partida y esperamos la salida. La sensación que tenía en las tripas era la
misma que la que se siente cuando el trencito de la Montaña Rusa está llegando
al altozano de la montaña antes de lanzarse al vacío a gran velocidad.
A pesar de que estaba poniendo atención a
lo que pasaba a mi alrededor, perdí el grito de partida y de lo único que me
acuerdo es que el porteador le propinó a Willie un tremendo palmetazo en las
nalgas mientras que su seca garganta producía un alarido escalofriante y
gargantuesco; y antes de que pudiese pestañear, Willie iba lanzado a toda
carrera en pos de la pirámide de piedritas allá en lontananza. Las cosas parecían ir bien. Con un diestro y elástico manejo de mis
caderas y un apropiado movimiento del brazo derecho para compensar, Willie y yo
habíamos tenido una buena partida sin que yo me haya descrestado. Willie corría desbocado haciendo unos ruidos
sospechosos y bufando como la bestia que era.
El distinguido Haik que yo vestía, flameaba elegantemente al viento y
sentado en el lomo de Willie me sentía como Lorenzo de Arabia galopando libre
en esas milenarias y enigmáticas arenas.
Sí, las cosas parecían ir bien hasta que
llegamos a la pirámide de piedras.
Estábamos más o menos en la cabeza del grupo de dromedarios, y cuando
llegamos a la marca, los dromedarios y sus jinetes pivotaron 45° en sus
monturas mientras que los astutos dromedarios se pegaban un violento pero bien
ejecutado giro al pasar las piedras, y reanudaban su carrera de regreso en pos
de la meta.
Bueno, primero, no tenía la más peregrina
idea de la gueá de los 45° ni de la agilidad de los dromedarios para tomar
curvas cerradas peligrosas. Segundo,
cuando me dí cuenta de que Willie iba en una dirección y yo en otra, traté de
compensar rápidamente para no caerme de la montura y sacarme la cresta. Gracias a mi veloz agilidad e increíble
capacidad de adaptación, logré mantenerme sentado en la montura. Esto funcionó casi bien. Digo casi bien porque con la violencia y la
velocidad del giro que me pilló completamente desprevenido, mi montura se
dislocó y quedé inclinado peligrosamente hacia estribor unos 22°, lo suficiente
para que my Haik se enredase en las ligaduras que sujetaban la montura al lomo
de Willie, y comenzara a ahorcarme la nalga izquierda, ¡y la rienda de la jeta
de Willie se fué a la mierda, porque en mi mano no la tenía!
Willie siguió corriendo como si nada, pero
dando unos berridos de enojo porque ahora no solo estaba varado hacia estribor,
sino que al correr, me zarandeaba como epiléptico borracho con maraca
nueva. Aterrorizado por no caerme, yo
hacía lo posible por mantenerme pegado al dromedario agarrándome con dientes y
muelas a la montura que estaba más chueca que ceja de flaite. Los sacudones dolían y a esa altura del suelo
comencé a tragar tierra y polvo y por más que trataba, no podía enderezarme y
mi cabeza estaba muy cerca de las patas de Willie que corría herejemente. Me dolía todo, las piernas, las manos, los
brazos, la espalda, las bolas, me acordé de mi abuelita; ¡y no sé dónde mierda
quedó mi turbante!, pero me sujetaba a la montura en completo estado de
acatalepsia.
Finalmente y después de este Apocalíptico(*)
galope llegamos a la meta, la que cruzamos últimos y entre un holgorio de risas,
gritos y aullidos de histeria colectiva.
Naturalmente la caterva Tuareguina estaba eufórica. Lo que más me dolía era el cogote. Sin duda yo fuí la atracción de la tarde. Con el amor propio más adolorido y vapuleado
que el cuerpo, finalmente me dejé caer al suelo sin ninguna elegancia desde la
güata de Willie. Era lo más rápido y lo
menos indigno. El maricón del intérprete
se reía a más no poder.
(*) Nota: ¿Ha
notado que los jinetes del Apocalípsis montan caballos? Estoy seguro de ellos que saben acerca de los
jodíos dromedarios...
Willie se hizo el loco y ni siquiera me miró
en el lastimoso estado en que yo había quedado temporalmente. Los Tuareg se apiadaron de mí y me recogieron
rápidamente del suelo y me sacudieron, y me arreglaron los ropajes, y unos
minutos más tarde apareció un arabito trayéndome el turbante Perdido en
Acción. Después de esto comimos,
cantamos y celebramos la muerte de ese magnífico día lleno de sorpresas simples
pero impresionantes; al menos, para mí.
Esa noche dormí como un lirón muerto.
A la mañana siguiente volvimos a nuestros
cuarteles generales en el Palacio Nasser.
Durante el camino, creo que Willie me miraba de reojo y se sonreía
sarcásticamente. A lo largo de la
marcha, ni los tropezones, ni los galopes o las frenadas bruscas, ni las
bajadas o las subidas de las dunas me hicieron mella. Después de tamaña experiencia, creo que me
había graduado de jinete de dromedario.
Gracias a Willie.
Escribiendo esta pequeña aventura, Willie
me trajo añoranzas dormidas, así que por esta vez decidí publicar algunas fotos
en honor a Willie. Haga clic donde dice
clic abajo para ver las fotos, pero le advierto que están todas desordenadas. ¡Clic!
Y pasó por un sandalio roto, y mañana les
cuento otro. (Digo sandalio porque de
otra forma no rima con sandalia)
El Loco