"El Chepe"
es un tren de pasajeros que se desplaza desde el Estado de Chihuahua en México,
hasta el puerto de Topolobampo al borde del océano Pacífico al otro lado del
continente; también en México. Sus
rieles pasan por más de 37 puentes y 86 túneles, encaramándose tan alto como
2,400 metros sobre el nivel del mar -esto cerca de la parada
"Divisadero" que marca la división continental y que es un mirador
popular en el Cañón del Cobre. Cada
viaje de punta a punta toma aproximadamente 16 horas, unos cinco días si uno
hace las paradas de rigor. Una cosa
curiosa es que la via férrea a veces cruza sobre sí misma para ganar altura.
Le llaman "el
Chepe", lo que es una articulación fonética de la marca representativa del
ferrocarril: Ferrocarril CHP (CH=che, P=pe), y CHP es para indicar
Chihuahua-Pacífico. El nombre completo
del tren es: Ferrocarril Chihuahua al Pacífico.
Durante la Revolución Mexicana, a lo que ahora es El Chepe se le conocía
como el "Tren de la Revolución".
¿Qué cosas, no?
El moderno tren
Chepe fué construído en el año 1961, y hoy en día
es el único tren de pasajeros en México y la única conexión terrestre entre las
ciudades de Chihuahua en el Estado de Chihuahua y Los Mochis, en el Estado de Sinaloa. Es una inolvidable
experiencia pues en su largo recorrido por la Sierra Madre Oriental y las
Barrancas del Cobre permiten admirar paisajes realmente espectaculares e
inolvidables.
Desde su arranque,
el Chepe se interna entre los majestuosos paisajes de la Sierra Tarahumara, el
extenso territorio donde se conjugan los rasgos más importantes de la historia
y el folklore de la cultura Tarahumara, la cultura Rarámuri,
y las Barrancas del Cobre o Copper Canyon, como
es conocido internacionalmente. El
Chepe sale todos los días del año de la estación de Chihuahua hacia Los Mochis,
y de Los Mochis de regreso a Chihuahua a las 6:00 AM, terminado su ruta aproximadamente
a las 21:00 horas durante la cual hace escala en los principales puntos
turísticos de la ruta.
En el año 2006 mi familia y yo visitamos
Chihuahua por un asunto de negocios mío, pero también era un viaje de
vacaciones. Hacían parte de mi comitiva
mi esposa, mis tres hijos y los padres de mi esposa. Allí encontramos al Chepe, y decidimos tomar esta
ruta ferroviaria y aventurarnos anhelosos en los confines de los majestuosos
paisajes de las Barrancas del Cobre, donde viven los indígenas Tarahumara y Rarámuri. El tren era
cómodo: coches comedor, coche bar y coches de pasajeros con asientos reclinables,
aire acondicionado y calefacción, y además con servicio de alimentos y bebidas.
Es poco sabido, pero las Barrancas del Cobre o el "Cañón del
Cobre" como se le conoce mejor internacionalmente, es cuatro veces más
grande que el Cañón del Colorado en Arizona, USA. A éste se le llama Cañón del Colorado porque
el río Colorado (por su color arcilloso) lo talló durante los últimos 40
millones de años hasta lo que es ahora.
Nuestro interesante viaje en el Chepe nos llevó por uno de los
recorridos más entretenidos y más espectaculares que he visto a lo largo de mi
atolondrada y aventurera existencia humana.
La cosa es que nos
levantamos antes de las 3:00 AM para viajar a la estación a alcanzar el tren. Estábamos pernoctando en un rancho que le
pertenece a un amigo mío que es uno de los descendientes directos de José Doroteo Arango Arámbula; alias Pancho
Villa, a unos 70 kilómetros de la
ciudad de Chihuahua. Después de más de
una hora de viaje bandeando el costado del desierto de Chihuahua y haciéndole
el quite a los borrachos que conducían camionetas destartaladas zigzagueando
por la ruta, llegamos sanos y salvos a Chihuahua, y a la estación del
tren. Nuestro amigo nos apeó en la
estación junto con nuestros bártulos.
Yo ya tenía los
boletos para el viaje, pero me acerqué a la ventanilla para confirmarlos. Una vez hecho esto, nos hicieron pasar al
andén. Y ahí estaba el Chepe. Su locomotora y sus coloridos carros estaban sentados
silenciosamente sobre los negros rieles.
En el andén había un surtido maremágnum de disímiles pasajeros. La mayoría de la caterva la constituían
indígenas Tarahumara y Rarámuri vestidos en sus
coloridos ropajes y sosteniendo sus enseres en zurrones, escarcelas y costales,
y las madres acarreando sus retoños en los brazos o cargados a la espalda a
modo de mochila. También había turistas
surtidos, la mayoría mexicanos, pero se veían algunos escasos europeos que se
distinguían claramente por lo blancos que eran, por los ropajes inauditamente
inapropiados para el viaje que llevaban, y por la cara de perdidos por la falta
de conocimiento para hablar un lenguaje exquisitamente "mexicano" y
más local que el ombligo.
Entre los pasajeros que esperaban la orden
de abordar, en una banca de madera arrimada contra la muralla de la estación, estaba
sentado un viejo loco con cara de maldito que nos miraba rencorosamente. Yo siempre con un ojo avizor para proteger mi
familia, ya lo tenía en la mira al viejo éste.
Como muchos mexicanos entienden bastante inglés, con mi quebrado
italiano me dirigí a mi suegro (que es italiano) y le dije: "ha il volto di quel vecchio pazzo, tenerci
lontano da lui", lo que según yo y mi tarzanesco italiano, significa:
"ese viejo tiene cara de loco,
mantengámonos alejados de él".
La ley de Murphy
probó sin lugar a dudas de que aunque empírica, es efectivamente correcta: el
viejo de mierda entendió claramente lo que le dije a mi suegro y apuntándonos
con su dedo índice comenzó a vociferar a grito pelado: "¡Facista, facista!".
¿Éste trasnochado veterano se habrá creído que yo era Benito Mussolini? ¿Qué cosas, no?
Este viejo chico
vestía un terno blanco medio amarillento muy arrugado. Al parecer, lo había planchado con un
repollo. El terno se veía ajado y
deformado, y tenía manchas visibles quizá de antiguas comidas grasosas, las que
se habían quedado a vivir en el traje.
Claramente el terno necesitaba un cambio de aceite. También llevaba escondida debajo de la
chaqueta una camisa que en sus orígenes, hubiese podido ser blanca, pero que
ahora era de un sospechoso color almendra pálida, casi podrida. Los zapatos eran de un incierto negro con
blanco y no combinaban para nada con la vestimenta. Al parecer, su vestimenta era el legado de
algún gánster con bastante mala suerte. Los
calcetines que envolvían sus ridículos pies eran cerúleos y con esto, uno se
podía dar cuenta que su mamá no lo sabía vestir. Para coronar este "Pierre Cardín"
ambulante en desgracia, este hombrecito llevaba un sombrero al estilo Pedro Navaja,
también sucio, con marcas de traspiración, y descalabrado por los años de
abuso.
No lo sabía aún,
pero este viejo chico mal amarrado se convertiría más tarde en una punzante e
irritante cefalalgia.
A las seis de la
mañana en punto el conductor del tren dió la voz de "¡Todo el mundo a bordo!", y todos los pasajeros
esperando abordar comenzaron a subir al tren.
En las puertas de los carros había conductores uniformados revisando los
boletos e indicando dónde ir a sentarse.
Una vez que nos conciliamos en los acomodaticios asientos del tren, hubo
una corta espera antes de que el penetrante silbato del tren anunciara que
dejaba la estación. Estábamos excitados
con el temprano comienzo de esta aventura. El tren comenzó a desplazarse lentamente por
sus arrabios rieles en busca de la salida de Chihuahua. Los niños y los suegros estaban soñolientos
debido temprana madrugada, y se acomodaron en los mullidos sillones y se
durmieron plácidamente mientras que el tren nos farfullaba al oído con el sordo
paso de sus zapatos de acero: "tacá-tacá
(pausa), tacá-tacá, (pausa), tacá-tacá (pausa) ..." y así, lenta pero
seguramente fué dejando en lontananza a la histórica ciudad de Chihuahua,
nombre que en el lenguaje Nahuatal significa: "entre dos aguas", aunque en la lengua Tarahumara significa:
"lugar seco y arenoso".
No sé cuánto
tiempo pasó, pero de pronto apareció el conductor en su impecable uniforme
oscuro y con su negro quepís adornado con el logo del tren, para validar los
boletos. Los niños y los suegros
continuaban durmiendo a pesar de los lentos pero bruscos bamboleos que daba el
tren. Los boletos parecía una guía
turística más que boleto. Tenían una
lista y un horario de todas las paradas, indicaciones sobre hitos y mojones a
lo largo de la ruta, y donde uno podía bajarse a visitar, y tomar el próximo
tren para continuar a la siguiente parada.
Es como el metro, pero sin el olor a sobaco y a meado. El conductor le propinaba un hoyo al boleto
en el lugar correspondiente con su perforadora manual, la que llevaba convenientemente
amarrada a un cordelito alrededor de su cuello.
El tren ya había
salido de los límites de la ciudad de Chihuahua y había aumentado su velocidad. El "tacá-tacá
(pausa), tacá-tacá, (pausa), tacá-tacá (pausa)..." era ahora más rápido y más estrepitoso, y los tumbos; más
robustos. Para mi intranquilidad, noté
que el enjuto viejo chico vestido de un umbroso blanco estaba sentado al final
de nuestro vagón, y que nos miraba incesantemente apuntándonos con el dedo índice. No le hice mucho caso, y me integré a los
bellos durmientes mientras que mi esposa seguía leyendo una de las inagotables
guías turísticas que acarreaba en una bolsa hecha de fibra de agave; y entre
los tacá-tacás y los secos tumbos, me
dormí sin oneirodinias.
Poco tiempo había
pasado cuando me despertó la alabarda de los pasajeros que se apuraban en ir al
carro-comedor que había abierto sus puertas para el desayuno. Debería haber sido como a eso de las siete de
la mañana, pero me importaba un coco porque no estaba ni apurado, ni en
horario. Cuando miro los números de
cualquier reloj, siempre me acuerdo de que el número 30 está envidioso del
número 3, porque si el 30 fuese "sincero", sería como el tres... Despertamos a la familia, y nos dirigimos a
calmar nuestros jugos gástricos al carro comedor. Cuando nos dirigíamos al carro-comedor,
pasamos enfrente del seco viejo chico que estaba dormido desparramadamente en
su asiento.
El carro-comedor
no estaba muy congestionado y había espacio de sobra para todos. Nos sentamos en una gran mesa y comenzamos a
explorar el Menú. El Menú no era
extenso, pero contenía manjares de desconocidos nombres y de los que no tenía
la más emigrada idea de lo que eran; y se listaban otras viandas que sonaban a
vetandas. Como mi familia y yo somos
sumamente osados y resueltos, pedimos valientemente al azar en esta audaz "Ruleta
Rusa de la Manducatoria Mexicana".
Ordenamos diferentes platillos y todos resultaron ser unos delicados
manjares dignos del sensorial paladar y las sensuales papilas gustativas de
Bacchus (Baco).
Mientras
terminábamos de desayunar, yo estaba en la segunda taza de café cuando de
pronto, por la puerta de del carro-comedor; apareció el vejete con su pálida
cara. Traía el sombrero en la mano, y su
cenceña cabeza exponía unos patéticos pelos grises largos y grasientos a modo
de peinado sin ninguna personalidad.
Apenas entró al carro-comedor nos vió y dirigiéndose hacia donde
estábamos y apuntándome con el dedo me gritó: "¡Facista, facista!". Uno de los meseros se dio cuenta de esto, y
se llevó al viejujo de un brazo hasta el fondo del carro donde lo sentó en una
mesa aislada. Desde allí nos miraba sin
decir palabra.
Esa mañana como a las 8:30, llegamos a
nuestra primera parada: Cuauhtémoc. En
el poblado de Cuauhtémoc se encuentra la comunidad menonita más numerosa del
mundo. Los menonitas son una
rama pacifista y trinitaria anabaptista,
la que es otra de las incontables ramas sueltas del autodenominado cristianismo. El nombre de este pueblito, Cuauhtémoc; se
deriva del último Emperador Azteca que rigió Tenochtitlán
(La Triple Alianza) desde el año de Su Majestad de 1520
a 1521. En realidad no había mucho que
ver en esta parada, así que nos montamos en el tren otra vez, para seguir a La
Junta.
La Junta es una preponderante conjunción de
varias vías ferroviarias y carreteras y un poblado eminentemente
ferrocarrilero. Su circumbirúndico
nombre tiene su origen precisamente en la construcción de las líneas férreas y
sus convergentes autopistas ya que es el punto donde se unen o se "juntan"
el Ferrocarril Chihuahua al Pacífico, y la Carretera Federal 16.
Nos apeamos brevemente en la estación de La
Junta a comprar algunas de las chucherías que los indígenas vendían en el
polvoriento y seco andén. El viejo no se
bajó del carro y nos miraba agudamente por una de las ventanas del tren. Yo lo tenía en el reojo sin perderle pisada
porque no sabía si este viejo loco era capaz de algo. Cada vez que giraba mi cabeza hacia él, me
apuntaba con el torcido dedo índice gritando su coloquial: "¡Facista, facista!".
"Viejo de mierda"
–pensé para mí.
El tren silbateó y todos los turistas
regresaron al tren, el que inició su ferromecánica marcha hacia su próximo
destino: San Juanito, situado en el punto más elevado de la Sierra Madre Occidental, en el municipio de Bocoyna. San Juanito en
sus días de oro fué un centro de embarque de madera procedente de los aserraderos que
se dedicaban a la explotación forestal de la Sierra. No nos bajamos aquí porque era la hora de
almorzar, así que nos fuimos al carro comedor.
Y el vejete atrás...
A esta altura el viejo ya me generaba un
gran problema sexual: cada vez que lo veía, ¡se me hinchaban las pelotas! Tomé una beligerante actitud defensiva
anticríptica –mayormente para contrarrestar sus irracionales y esporádicos
embistes y proteger a mi familia de un posible potoconloco(1). Cada vez que me cruzaba con este individuo,
lo miraba fijamente a los ojos apuntándole con mi dedo índice el que
posicionaba desde mi nariz hacia adelante.
Mantenía mis ojos tremendamente abiertos y sin pestañar mientras le
miraba fijamente, y le mostraba mis dientes con la mandíbula inferior
superpuesta sobre la superior de modo que la cara se me veía papichenta. Sostenía esta posición por unos pocos
segundos mientras cruzaba delante de él dándole la cara.
(1) "Potoconloco". Esta nomenclatura pseudodóxica
Castellana es otro chilenismo protomorfo-lingüístico del demagógico Coa popular y fescennine
chileno; de la cual su sumpsimus sería: un lío mayor
pero sin grandes consecuencias, lo que se puede resumir con
otra expresión chilena: "despelote".
Cuando hacía esto, el viejo chico se me
quedaba mirando perplejo y quizá un poco asustado, pero unos minutos después y
cuando se recuperaba del cernícalo torpedeo fantodial, nos buscaba donde quiera
que nos dirigiésemos, y cuando nos encontraba comenzaba a repetir sus
fantochadas.
El tren seguía su marcha. La próxima parada fue más larga porque había
mucho más que ver. Nos apeamos en el
poblado de Creel (y con el viejo jodío atrás).
Este pulverulento y arrinconado pueblo ferroviario dedicado a la tala de
árboles tiene varios miles de habitantes los que han rediseñado Creel como un
centro turístico regional y como la "puerta de entrada" a las
Barrancas del Cobre. Sus innumerables y
folklóricos boliches de venta, sus económicos hoteles rústicos y sus conexiones
de autobuses y guías de turismo lo convierten en un buen punto de partida para
visitar y explorar sus cañones periféricos, y algunas comunidades indígenas de
las sierras altas.
Esa noche pernoctamos en un hotel en que la
mitad del edificio colgaba en un acantilado de unos 800 metros de profundidad. ¡Asomarse al mirador de madera (que era la extensión
del "living") para ver el acantilado daba un julepe(2)
mayúsculo! Después de visitar las
tiendas cerca de la estación del tren y cenar en un aburrido restaurante, nos
fuimos a dormir. Al otro día haríamos
tres excursiones durante el día, y para esto; deberíamos estar bien
descansados. Cuando salimos del
restaurante para dirigirnos al hotel, no ví al vejete por ningún lado. Dando un suspiro de alivio, caminé en
silencio hacia el hotel.
(2) Julepe. La palabra julepe sostiene diferentes
significados dependiendo de quien la conozca.
Por ejemplo, es el nombre de un juego de
naipes, también puede significar esfuerzo excesivo, o reprimenda; e incluso es
el nombre de una bebida medicinal la que contiene eucaliptus. En este escrito significa susto. La palabra julepe se deriva del Catalán:
julep o Xulepe.
La mañana llegó
temprana y bulliciosa con taconeos en el entablado de los corredores del hotel
acompañados de excitadas voces bajando al comedor a desayunar. Eran casi las seis de la madrugada. Si yo hubiese sido uno de estos Rumís, diría
que es pecado mortal el levantarse tan temprano cuando uno está de vacaciones,
pero como no soy ortodoxo, no digo nada; solo lo pienso...
La primera excursión fué a la Reserva
Ecológica "Arareco" operada por los indígenas Tarahumara. Allí hay un hermoso lago de aguas turbias con
botes a pedales, y para joder, una misión (capilla) con su campanario al estilo
Jesuíta construída cuando estos frayes vinieron a América a revolver el
gallinero sin que nadie los hubiese invitado.
Pero bueno, es lo que hay. Como
estas construcciones obscenas no me apetecen, nos retiramos apuradamente del
lugar para seguir viaje a Cusárare.
El nombre Cusárare viene del lenguaje
Rarámuri de los nativos Tarahumara, y significa "Las
Aguilillas". Después de un vapuleado viaje en una camioneta
de pasajeros más vieja que la injusticia y más parchada que momia; llegamos a la cascada de
Cusárare. Quizá
si usted haya visitado "El Salto del Ángel" en Venezuela, o la
cascada Yosemite en California, o la cascada subterránea Ruby Falls que se encuentra
en las entrañas de la Montaña Lookout cerca de Chattanooga en Tennessee; la cascada de
Cusárare no le impresionará, pero así y todo, es
hermosa y tiene lugares para bañarse entre las gigantescas rocas que la forman.
La cascada exhibe un torrente permanente de apenas unos 30 metros de altura, y es considerada
una de las cascadas más bonitas de México.
Para referencia, El Salto del Laja en Chile es una cascada de escasos 20
metros de altura, y la última vez que visité allí encontré sus parajes sucios,
diseminados de basura por doquiera, con grafiti por todos lados, y los precios
de sus establecimientos eran ridículamente caros. Espero que hayan limpiado un poco porque dá
vergüenza ajena referirles este sitio a los turistas. Cuando visité (hace mucho tiempo atrás) mi
hijo de cinco años me dijo con su prístina voz en Inglés: "¿Papá, por qué
está tan sucio?". Mi respuesta fue
categórica: "Porque no han civilizado este lugar aún".
Después de una activa visita terminamos
nuestro vertiginoso romance con Cusárare, y nos dirigimos al pequeño pueblo de
Batopilas antes de que se nos terminase el día.
La fósil camioneta tosía y refunfuñaba mientras subía por los
interminables recovecos y curvas del camino de tierra y ripio en busca de la
cumbre de la montaña que alberga gloriosa y generosamente a Batopilas. El olor a ala del chofer no contribuía a
disfrutar el viaje. Debido al constante culebreo
del camino, a estos viajes en la zona les llaman "Dramamina Express".
Batopilas está incrustada en la parte inferior
del precipicio del Cañón Batopilas, y fué fundada por los conquistadores
españoles en 1632 como un centro de minería para extraer Argenta (plata). Desde que los españoles comenzaron a explotar
estas minas, docenas de minas de Argenta extraordinariamente productivas han
sido perforadas en la zona; y se estima que las minas de la zona han producido
siete veces más Plata que la famosa mina de Argenta de Kongsberg, en
Noruega. En Batopilas la minería está
ahora agonizando. Como diría el
Puertorriqueño de El
Pantano Maldito; "¡Hay mijo, es
un pueblito de lo más mono, oye!".
Mientras el sol ya se retiraba apuradamente
entre las montañas a esconderse en su cubil nocturno, regresamos a Creel. Durante el viaje de regreso realicé que
habíamos disfrutado
de un largo día sin el demente vejete gritón arruinándonos el viaje. A pesar de los tumbos de la camioneta y del
horrible olor a sobaco proletario del chofer, me dormí plácidamente en el poco
mullido asiento de atrás de la camioneta mientras que mi involuntaria mente
soñaba con la inmortal Juana...
Esa noche dormí profundamente y mi cansado y patriarcal cuerpo tuvo la
oportunidad de recargar baterías, mitigar dolores, y aminorar parte de la
centenaria lasitud que constantemente arrastra encarnada en la balumba de mi
humanidad.
La mañana siguiente me despertó sobresaltada. Cuando abrí los ojos después de que me
vapulearan para despertarme y decirme que me apurara porque el tren se acercaba,
mi mujer y mi suegro enfilaron inmediatamente hacia la oficina del hotel para
registrar nuestra salida. Entre tanto
que mis hijos terminaban atolondradamente sus desayunos y mientras mi suegra
trajinaba los últimos preparativos. A
pesar de que había dormido bastante, aún me sentía cansado, pero me consolé
pensando que no haríamos escala en la siguiente parada del tren en el pequeño
poblado de Pitorreal, una comunidad de unas 20 a 24 casas, y que seguiríamos
directo a Divisadero, un lugar rodeado de un espectacular paisaje de montañas;
así que podría dormir un poco más en el tren.
Pero me olvidé del viejo de mierda.
Apenas nos montamos en el tren, ví que esa vieja colilla del escroto de
Benito Mussolini ya estaba acomodado en nuestro carro, probablemente para
hacernos el viaje desagradable. Apenas
nos acomodamos, el tren partió raudo en busca de Pitorreal donde desmontaría
solo a algunos pasajeros y seguiría camino a Divisadero. No llevábamos ni cinco minutos de marcha
cuando oí la desagradable voz del viejo gritando otra vez: "¡Facista, facista!". Me volteé enseguida y
lo ví de pie apuntando su sucio dedo hacia nosotros mientras chillaba como
verraco. Ya bastante molesto, me paré
con la decidida intención de arrojar al viejo por la ventana del tren, tal como
lo hice tiempo atrás en Sulmona, Italia con un individuo parecido a éste.
El animalejo Italiano aquel que arrojé del
tren en esa ocasión era más joven y cuando cayó en el térreo y polvoriento
suelo no muy lejos de la estación de donde habíamos zarpado, y después de rodar
revolcadamente unas cuantas veces, se paró lleno de tierra y me ofreció
airadamente su puño maldiciendo a viva voz, pero para él, era ya demasiado
tarde. El tren se alejaba muy rápido
para que este animalejo lo pudiese alcanzar, así que se quedó botado a unas dos
leguas de la estación de Sulmona. No fué
lo más elegante, pero resolvió el problema.
Basado en el éxito de esta experiencia, calculé que también trabajaría
con este viejo ladillento(3).
Casualmente, este episodio en Sulmona también ocurrió cuando viajaba con
mis suegros y éste se acordaba vívidamente de ello, así que cuando me paré tan
decididamente, súbitamente me agarró de un brazo y me dijo:
- ¿Lo vas a tirar del tren?
- ¡Sí! –contesté airado-.
- No –me dijo- vamos muy rápido y podría ser peligroso...
Miré a mi suegro en los ojos y acepté su intemporal sabiduría, y acto
seguido; me volví a sentar en el mullido asiento del Chepe. Afortunadamente el Conductor se encontraba en
nuestro carro, y le advirtió al viejo que si seguía gritando lo haría bajarse en
la siguiente estación. Esto contuvo a la
momia viviente, la que se quedó callada por el resto del viaje.
(3) Esta es otra cacofonología
derivada de la neutropenia neuronal del lenguaje popular chileno. "Ladilla" es el nombre vulgar con
que los chilenos denominan al "Pthirus
pubis", ese incómodo insectito anopluro ectoparásito que a veces llevamos en los
pendejos y que molestan tanto como los políticos.
Quizá esto les parezca exagerado, pero no lo es. Para mí, el arrojar a veces gente fuera de
trenes en movimiento es un deporte bastante ameno y satisfactorio porque
rápidamente resuelve problemas. El
remoquete de "el Loco" lo obtuve basado en repetidamente probados méritos,
y en mis acreditadas y audaces acciones, por lo tanto; me lo gané en buena ley
y sigue siendo tan válido hoy, como cuando jugaba pichangas en el viejo patio aquel
de baldosas verdes.
No me dí cuenta cuando paramos en Pitorreal porque dormí placenteramente
hasta que la sirena del tren anunció su llegada a Divisadero. Nos apeamos del tren con nuestra impedimenta,
y nos dirigimos al hotel "Divisadero Barrancas" en el cual teníamos
hechas nuestras reservaciones.
Divisadero es un lugar con vistas de las
Barrancas del Cobre, de Urique y Tararecua simplemente espectaculares, en donde
se puede tener contacto con las comunidades Tarahumaras, saborear sus comidas
típicas y comprar sus expresivas artesanías.
El hotel Divisadero está ubicado en el mismo borde de un enorme y
profundísimo acantilado que al mirar hacia abajo desde los balcones de las
habitaciones, produce una incomoda sensación de vértigo debido a su increíble
altura, y donde la acrofobia siempre está presente y aglutinada en el tablado
de sus extendidos balcones.
El hotel
Divisadero está a una altitud de 2.200 metros sobre el nivel del mar, y sus
acantilados parece que tienen 2.100 metros de profundidad. Dicen que el eco se demora tres días en
llegar de vuelta cuando uno grita hacia abajo.
La entrada del hotel es rústica y decorada exquisitamente con grandes
ventanales y una gran y acogedora chimenea, y en donde también están ubicados
la recepción y el bar. En el segundo
nivel de este edificio de madera hay un comedor panorámico amplio de altos
techos, y creo que sus habitaciones ofrecen la mejor vista de todos los lugares
en que estuvimos en las Barrancas, a pesar de que hay un ligado semanticismo
panorámico entre todos estos lugares.
En este lugar
hicimos varias excursiones y nos quedamos allí por tres días. Entre los varios lugares que visitamos, el
que más me gustó fué Paquimé.
Afortunadamente el viejo de mierda no estaba alrededor porque las
excursiones eran pagadas.
Paquimé es la
mayor zona arqueológica de la región y sus estructuras de barro representan a
los pueblos y culturas del desierto de Chihuahua. Su establecimiento se originó alrededor del
año 700 de la Era Común, y alcanzó su apogeo en los siglos XIV y XV. Esta cultura es importante porque su
arquitectura marcó un hito en el desarrollo de la arquitectura del asentamiento
humano en esta vasta región, y es un ejemplo desacostumbrado de la tremenda organización
y uso del espacio en la arquitectura.
Paquimé fué un
punto y la vía de comercio para el intercambio cultural entre la cultura Puebla
del Suroeste de los Estados Unidos y el Norte de México, y las civilizaciones
más avanzadas de Mesoamérica –la que es una región y el área cultural en las
Américas, que se extiende aproximadamente desde el centro de México a Belice,
Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, y el norte de Costa Rica- dentro
de la cual las sociedades precolombinas florecieron antes de la colonización
española de las Américas en los siglos XV y XVI.
La región de
Mesoamérica es una de las seis áreas en el mundo donde estas antiguas
civilizaciones surgieron independientes, y la segunda región en el continente
Americano después de Norte Chico (Caral-Supe)
en el norte costero del Perú. Paquimé es
ahora un sitio de UNESCO.
Nota del Autor: Nos saltamos San Rafael, Cuiteco, Bahuichivo, Loreto y Sufragio. La única razón para no visitar estos lugares
fué que queríamos volver a Chihuahua dentro de una semana de nuestra partida
para visitar otros lugares en el Estado, incluyendo el Museo de Don José
Doroteo Arango Arámbula, alias: Pancho Villa, el Centauro del Norte.
Otra Nota del
Autor:
¿Sabía usted que lo primero que hacen los Mexicanos cada vez que se despiertan
es mirarse la mano (cualquier mano) y decir: ¡Hola mano!?
"Posada"
fué la parada de más adelante. La
estación Posada Barrancas está al lado de Areponapuchi, un pequeño poblado con
un par de minúsculas tiendas que está localizado en el mismo borde del cañón. El nombre del pueblito es "Arepo", lo
que no tiene nada que ver con las "arepas" venezolanas. Aquí hay varios miradores para contemplar y
disfrutar las espectaculares vistas del cañón.
Fuimos al Parque de Aventuras Barrancas del Cobre donde nos encaramamos
a una soberbia tirolesa (cable), en la que uno cruza una parte del cañón a gran
velocidad sobre un precipicio de más de 1.500 metros de altura sujeto por unos
meñiques y delgados cablecitos. Aquí es
donde la pajarilla y el julepe se fusionan carnavalescamente en la pilcha.
Después de agotar nuestras reservas de adrenalina en esta actividad, nos
dirigimos a Témoris. En la estación de
Posada vislumbré al viejo con su bolsa sucia preparándose para subir al
tren. La sola vista del este viejo me
revolvió el estomago de pensar que tendríamos que soportar sus estúpidos gritos
y su hostigosa actitud. La idea de
tirarlo del tren me sabía más atractiva y cercana con cada encuentro con el
viejo.
Témoris es otro pueblito minúsculo situado en el
corazón de las Barrancas de la Sierra Madre Occidental. En ese tiempo en que
visitamos, sostenía una población de alrededor de 1.300 personas. Témoris es la localidad más poblada del área
y el asentamiento del municipio de Guazapares
en Chihuahua. A
una gran altura sobre el nivel del mar, ofrece vistas asombrosas e imponentes
de sus profundísimos acantilados, despeñaderos, e insondables simas; y con más túneles
que un queso suizo. Creo que lo
bautizaron Témoris
porque cuando te asomas a uno de sus precipicios, ¡"Te-morís" del
susto!
Ese día no ví al viejo.
Dejamos el pequeño pero cómodo hotel en Témoris -del cual no recuerdo su
nombre- para re-abordar el Chepe que ya estaba descansando en la estación
férrea esperando a sus pasajeros y haciendo ronronear los roncos motores de la
locomotora. Anteriormente, cuando hice
las reservaciones en este hotel previo a nuestro viaje, el anuncio del hotel
decía que era de "dos estrellas", pero no mencionaron que al parecer
las "estrellas", eran de cartón.
A lo que yo estoy acostumbrado y entiendo por "dos estrellas"
difiere de lo que encontré allí. En fin,
no tengo reclamos sobre hotel, ni del servicio, ni de las acomodaciones, o de
la comida, pero creo que deberían anunciar el hotel como "dos asteroides"
en vez de "dos estrellas".
El viaje a El Fuerte desde Témoris toma un poco más de 3 horas a pesar de
que la distancia entre estos dos sitios es solo de 132 kilómetros. El tren no se mueve a gran velocidad y no
puede debido a lo agreste y escabroso de la vía. Es un viaje un poco largo y algo agotador,
pero la hermosura de los paisajes hacen la travesía muy llevadera, con o sin un
viejo de mierda gritando: "¡Facista, facista!".
Llegamos a El Fuerte a las 7:30 PM un poco
cansados, y nos ubicamos inmediatamente en el hermoso y colonial Hotel Posada
Hidalgo; hermoso pero muy caro para el objetivo del viaje.
Al siguiente día nos levantamos temprano y
después de consumir un desayuno a "lo mero macho", nos dirigimos a
disfrutar de las atracciones de El Fuerte.
En mi muy modesta opinión de fogueado y avezado viajero y aventurero, El
Fuerte es una de las ciudades coloniales más hermosas y magníficas en esta
región nor-occidental de Sinaloa. En su
apogeo y por varios siglos, El Fuerte fué un importante punto y enlace
comercial para los abundantes mineros que excavaban en busca de oro y
plata. Hay una cantidad de fascinantes
mansiones coloniales alineadas a lo largo de las calles adoquinadas que llevan
a la Plaza de Armas del lugar. Esta
grata estampa me hizo recordar a "Lima la Vieja" en Lima, Perú.
El Fuerte (no la ciudad) fué erigido en 1610 para proteger la ciudad
(fundada en 1564) de los sanguinarios indios Zuaque y Tehueco que forman parte
de los varios pueblos indígenas denominados Cáhitas. Las numerosas tribus Cáhitas habitaban en lo que son los actuales estados mexicanos de Sinaloa y Sonora. El Fuerte es quizá más famoso porque
es la cuna del legendario y romántico Don Diego de la Vega, conocido por
nosotros desde que éramos chiquitos como "El Zorro". No sé por qué cuando escucho esta palabra
siempre me acuerdo de la Juana... En
1590 los pantufleros Franciscanos llegaron a contaminar y emponzoñar la zona.
Nuestra última parada fué en Los Mochis, nombre que significa: "Lugar de Tortugas". Ésta es una ciudad
portuaria en la costa levantina del Mar de Cortés. Los Mochis es la única ciudad de México a la que
se puede arribar en tren, carretera, mar y aire. Aquí visitamos la bahía de Topolobampo e
hicimos un recorrido en yate por las diferentes bahías del lugar. Sin sorprenderme, descubrí que el viejo de
mierda también estaba a bordo del yate de turismo, pero ya no gritaba "¡Facista, facista!". Quizá ya estaba asustado con todas las caras
malditas que le puse cada vez que me cruzaba con él. Desafortunadamente, la oportunidad de tirarlo
al agua no se presentó.
Después de una agradable travesía ignorando
al viejo de mierda, nuestra visita a Los Mochis terminó en una gran mesa de
restaurante donde disfrutamos por primera vez de mariscos y pescado
frescos. Las ciudades grandes ya no me
atraen, así que apenas mis compañeros de viaje se saciaron de visitar lugares,
regresamos al hotel para embarcarnos al día siguiente en el Chepe para regresar
a Chihuahua. El Chepe zarpaba a las seis
de la mañana desde Los Mochis, así que tendríamos que levantarnos muy temprano
al otro día.
Al día siguiente y una vez que llagamos a
la estación del tren, entre la gente que estaba esperando que el animal de fierro
se pusiera en movimiento, estaba el jodío viejo que ya era una estampa
desagradablemente permanente en nuestra jornada. El Chepe no se hizo esperar y el conductor
nos indicó que subiéramos a bordo para partir.
Nos subimos al carro y por supuesto, el viejo desgraciado se subió
detrás de nosotros murmurando en voz baja: "¡Facista,
facista!". Esto me repitió el
incómodo problema lúbrico: ¡se me volvieron a hinchar las pelotas y me dieron
unas tremendas ganas de asestarle una buena patada en los mariachis!
Después de acomodarnos, yo ya estaba
exasperado con el viejo de mierda que se sentó en el extremo opuesto del carro
que ocupábamos. La mañana estaba oscura
porque el sol aún no había aparecido, en el carro nuestro había muy escasos
pasajeros, y el conductor no estaba por ninguna parte. Ante las propicias circunstancias, me paré
sutilmente de mi asiento y me dirigí rápido hacia el viejo. El Chepe ya iniciaba su lento
movimiento. Creo que el viejo se asustó
al verme caminar hacia él tan decididamente.
El vejete estaba sentado contra la ventana, y su sucio bulto descansaba
sobre la parrilla por encima de los asientos.
Lamentablemente (o afortunadamente) para el viejo, todas las ventanas
del tren estaban abiertas porque el aire acondicionado todavía no estaba en
funcionamiento.
Lo miré fijamente
a los ojos con mi mejor cara de loco y sin titubear, veloz y osadamente tomé el
bolso del vejete copuchento y ladillento y lo arrojé por la ventana del tren
hacia el andén de la estación mientras que el tren seguía su marcha. El viejujo rápidamente saltó del tren dinámico
como ardilla en celo y se fué a recuperar su morral. ¡Nunca había visto un viejo más arrugado y
más ágil que éste! Había calculado mal
pensando que el viejo se demoraría más en bajar del tren, y antes de darme
cuenta, el viejo jodío ya venía de vuelta hacia el tren dando saltitos de pony
(Equus ferus caballus) cojo con su bulto en la mano. He
aprendido que situaciones apremiantes requieren soluciones rápidas y efectivas,
lo que no deja tiempo para medir consecuencias.
Por lo tanto, como visitante en Mexico, me ví obligado a reaccionar a lo
mero macho. ¿Qué cosas, no?
Unos dos o tres
metros antes de que el viejo alcanzase nuestro carro que ya iba en veloz marcha,
rápidamente cerré la puerta de entrada al carro bloqueando la escala de acceso,
y el viejo molestoso no pudo subirse de vuelta al tren, y después de propinarle
un par de frenéticos manotazos a la portezuela, se quedó irremediablemente abajo
mientras que furioso gritaba con la cara roja y las venas del cuello hinchadas
como sapo de asequia: "¡Facista, facista!", al
tiempo que blandía su apretado puño de blancos nudillos en el aire colérica y exasperadamente. Obviamente este viejo estaba más loco que
Juana de Arco.
Y ahí se quedó el
vejete: solo, energuménicamente furibundo y sin poder molestarnos más. Mi suegro me dirigió una solapada sonrisa de
complicidad y aprobación, mientras que mi suegra y mi mujer me daban un largo discurso
acerca de buenas maneras, respeto, caballerosidad, civilidad y no sé qué otra
porquería que no venía al caso, pero no importaba pues el problema estaba
resuelto y aparte de una rabieta mayúscula, el viejo molestoso no sufrió
ninguna otra consecuencia visible. Como
yo tengo un alma tremendamente caritativa, me apiadé del viejo de mierda y le arrojé
su sucio sombrero que había dejado olvidado en su ex-asiento. Esto lo menciono humildemente para que quede
claro que donde quiera que vaya, yo siempre hago la caridad.
El Chepe se fué alejando ufano con su "tacá-tacá
(pausa), tacá-tacá, (pausa), tacá-tacá (pausa)...". Miré
distraídamente hacia la butaca en donde había estado sentado el viejo cuando
salíamos de la estación. El asiento
seguía vacío y estaba más callado que una uña.
El largo viaje de vuelta a Chihuahua lleno de cortas y pintorescas paradas
fué tranquilo y sin presiones; y lo disfruté casi más que el viaje de ida.
En el futuro si vuelvo a viajar a Chihuahua
y me encuentro con el viejo, antes de que reaccione le comenzaré a gritar: "¡Facista, facista!", le
apuntaré en la cara con mi dedo vaginal, lo seguiré por doquiera que ande, y le
exhibiré mi mejor cara de loco con ojos desorbitados y todo; porque en esto, no
me gana nadie.
El Loco