Mis
queridos leyentes y fieles lectores todos; ustedes, mis imperturbables
decodificadores y descifradores de éstos, mis indefinibles y ensortijados
escritos, acaban de leer un artículo sobre mis montañas y mis volcanes, pero
para vuestro justificado estupor, aún no he terminado con estas maravillosas
crestas de piedra cordillerana. Y ahora,
abusando de vuestra paciencia y lealtad literaria, en este escrito les
emborracharé la psiquis con otro de mis demenciales cruceros cordilleranos. Gracias por su entereza intelectual y
probidad moral.
Aucanquilcha
Aucanquilcha es un volcán de más de 11 millones
de años de edad. Esta montaña se formó durante
el período Mioceno, que es la primera época geológica del Período Neógeno. El nombre
Mioceno se deriva de las palabras Griegas μείων (meiōn, "menos") y
καινός (kainos, "nuevo"), por lo que significa: "menos
reciente". Este período tenía sólo
el 82% de los invertebrados marinos modernos que tenía su periodo anterior; el
Plioceno. El Mioceno se ubica entre su
predecesor el Plioceno, y su sucesor, el Oligoceno. Me pregunto: ¿de dónde habrá surgido la
rimante palabra "obsceno"?
Aucanquilcha
es un masivo estratovolcán de 6,176 metros de altura sobre el nivel del mar, y
está sentado en la Región de Antofagasta en el norte de Chile, al oeste de la
frontera con Bolivia, y forma parte de la Reserva Nacional Alto Loa, ubicado en
la parte central de la Cordillera de los Andes.
Aucanquilcha forma parte de una agrupación más grande de volcanes
conocidos como el "Cúmulo Aucanquilcha".
Entre otras, en Aucanquilcha existe una antigua mina a una
altitud de 5.950 metros, la que inicialmente se perforó en el año 1913; pero
que se mantuvo bajo explotación desde 1950 hasta 1992. Esta fué la mina ubicada a más altura en el
planeta durante ese período, y su producto; azufre, era transportado usando llamas hasta el pueblito de
Amincha, ubicado a unos 42 kilómetros de Antofagasta, una localidad tan
desolada como Calihue.
No sé exactamente qué significa la palabra Aucanquilcha. No sé si es un nombre o un vocablo, un
patronímico o simplemente un término lingüístico. Sé que posiblemente es una palabra Quechua o
Mapudungún, y que si la desgloso arbitraria y semi-fundadamente, puedo señalar
que en Mapundungún, "Auco" significa
"Se terminó el agua";
"quilaleu" significa "tres ríos"; y "chabunco" (de la terminación "cha") significa "confluencia de agua". Ahora, en Quechua que es la lengua
prominente de esa región desde el Incanato; no he podido dilucidar ninguna palabra
que por lo menos se acerque a la filología del vocablo.
El problema
es que los monosílabos "au"
y "qui" no existen en
ninguna de estas lenguas, incluyendo el Quechua y el Aymará. Entonces, basado en lo poco y esparcido que sé
de la palabra "Aucanquilcha", temeraria y osadamente me aventuro a
decir que Aucanquilcha podría significar "Lugar de Aguas". No sé
si usted haya visitado esas alturas, pero le aseguro que son sin duda
abrasadora y tórridamente secas, pero no sé cómo estos lares eran durante su
constitución Miocénica, la que quizá perduró hasta que fueron habitadas hace más
de 21.000 años atrás, y donde posiblemente hubo abundante agua una vez.
Esta anécdota acerca de este volcán-montaña
no se trata de una aventura del cuerpo o del espíritu, sino que una aventura de
la psiquis existencialista. Escalando Aucanquilcha aprendí cosas que no
habría podido aprender jamás en las calles de ninguna de las sucias ciudades en
que vivimos, en este planeta que obviamente gira en el sentido descaminado.
Aprendiendo de la Montaña
Si bien recuerdo,
la primera vez que escalé una montaña fué cuando apenas contaba con seis años
de edad (o quizá menos). Mi amado tío Lucho me llevó a estos lugares por primera vez. Fué una de las montañas que rodean la
localidad de Agua Fría, en las vecindades de Angol, en la Araucanía chilena. Aquí aprendí por primera vez el valor de
subir una montaña. Lo que aprendí fué
que no es la montaña lo que hay que conquistar, sino que a nosotros mismos. Esta verdad se hizo patente tiempo después entre los turbulentos días que forman mi vida.
El nombre Angol según el diccionario Mapundungún-Castellano significa:
"subir a gatas". ¿Qué cosas,
no?
Creo que el
escalar montañas nos enseña verdades importantes sobre nuestra vida. Una de las cosas que aprendí de la montaña, es
que los senderos que caminé me mostraron el duro trabajo de aquellos que los
imprimieron por primera vez, y de aquellos muchos que los caminaron antes que yo.
Por ejemplo, Aucanquilcha me enseñó que el silencio es el mejor ruido. También me aleccionó de que puedo viajar más
lejos de mi meta, y lograr más de lo que creo que puedo; y que en medio de una senda
de subida hay sólo dos opciones: conquistar la cima; o rendirse y retornar
derrotado. Esto fué importante porque
aprendí que el llegar al pináculo de algo requiere gran perseverancia,
obstinación y esfuerzo; y esto, sólo para dar el próximo paso adelante. Cuando la vida me atrapa con sus sucias
emboscadas de dificultad y obstáculos haciéndome difícil la existencia; pienso en
aquellas jornadas de dura subida a la cumbre de Aucanquilcha, y
recuerdo que lo único sensato que puedo hacer, es seguir porfiadamente poniendo
un pie en frente del otro, y seguir escalando el trabajo de vivir.
Otra enseñanza
que obtuve de este volcán milenario, es que hay que llevar sólo el peso
necesario. Como con la mochila de la
vida, el peso de los pertrechos que cargamos o que arrastramos a nuestra
espalda, se registra y es manifiesto cuando éstos se acumulan amotinadamente sobre
nuestra vida. Este embalaje es cierto
para el saco de un viaje corto, o para la arpillera de la gran jornada de la
vida.
Si puedo subir
una montaña, puedo conquistar cualquier altura por sobre mi cabeza. Esto por supuesto es totalmente incierto e
indemostrable, pero el mantra todavía vive en mi mente y resuena tenazmente
como un himno Védico de una entonación predestinada, como el numinoso sonido de
la conciencia. Conquistar la cima de una
montaña no es solamente un logro físico, pero lo es también mental y emocional
el que –al menos para mí- trae gran motivación.
Más Lecciones de Aucanquilcha
Cuando subo una
montaña como el volcán Aucanquilcha,
el que descansa cerca del volcán Santa Rosa, y aunque muchas veces lo hago acompañado,
habitualmente subo impávido y envuelto en la recluída compañía de mi cariñoso
equipaje emocional -el que acarrea mi esfuerzo y mi concentración - el que se
explaya con el paisaje, con el silencio, y con la brutal naturaleza de Los
Andes; y subo impávido hacia la cumbre; sin una dirección exacta, pero no marcho
derrelicto.
¿Habrán sido los
antiguos y olvidados dioses pre-colombinos que aún habitan los cosmos de Aucanquilcha, o habrán sido los
penetrantes silbidos del tajante e incisivo viento Andino? No lo sé, pero algo o alguien me ha imbuído
estas profundas enseñanzas sobre la vida mientras me encaramaba invadiendo esas
encumbradas alturas.
Aprendí por ejemplo
que la audacia paga, pero que vale la pena detenerse y tomarse un respiro para
ver dónde uno se encuentra; aprendí que el equilibrio ocupa el primer lugar
entre las virtudes, que la impulsividad siempre debe ser la segunda, y que la
desesperación engendra errores.
Aprendí que las
situaciones más duras y estoicas son también los entornos más solitarios; y que
siempre habrá una bosta la que pisaremos irremediablemente en nuestro camino
por delante; aprendí que todas las subidas siempre encuentran una bajada velada
e inesperada; y que la verdadera diversión solo comienza cuando se presionan y
empujan los límites.
Aprendí que el
verdadero Amor es lo que más duele; y que el éxito requiere de una gran confianza
y perseverancia, y que la pereza rápidamente invita al fracaso; y que a veces
la mejor manera de pasar un obstáculo es cortar a través de él; y lo que puede
derrotarte, normalmente no lo ves venir.
También aprendí de la
montaña que el progreso consiste en ser e ir, y no en tener o en llegar; y que
en cada intersección de nuestra vida, hay una manera fácil y una manera difícil
de tomar decisiones; y que si caigo herido, me puedo curar, lamer mis
magulladuras, levantarme y proseguir la marcha.
Aprendí de la montaña
otras cosas como por ejemplo que hay que siempre mantener el sentido del humor;
que uno nunca debe creerse demasiado bueno como para no comenzar desde abajo;
que nuestra familia es lo más hermoso y lo más valioso que siempre jamás tendremos
en nuestras vidas; y que nunca debo tener temor de ser quien verdaderamente
soy.
Aprendí que lo más difícil es aprender a
perdonar, que debo explorar mi mundo y permanecer siempre curioso; que no debo
tomarme muy seriamente a mí mismo porque nadie más lo hace; que debo llorar mis
penas con alguien más porque alivia más que llorar solo; y que cuando se trata
de chocolate, toda y cualquier resistencia es completamente inútil.
Aprendí que debo hacer las paces con mi
pasado para que éste no me demuela el presente y me arruine el futuro; que
nunca debo comparar mi vida con la de los demás, porque no tengo idea de cómo
lucen sus jornadas; que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz;
que hay que ser excéntrico ahora, y no esperar a ser viejo para usar pantalones
de color morado; y que el órgano sexual más importante es el cerebro.
¡La montaña está llena de enseñanzas! Además me enseñó que nadie está a cargo de mi
felicidad; que a tu trabajo no le importa que estés enfermo, solo a tus amigos
les importa, manténte en contacto con ellos de cualquier manera en que puedas;
no creas en milagros porque no existen; que el hacerse viejo es mejor que morir
joven; y que la vida no viene envuelta en papel de regalo, pero sigue siendo un
regalo. ¿Qué cosas, no?
Desde la cumbre del Aucanquilcha, si miras al Este,
podrás ver a la cansada Bolivia. Una
cosa más aprendí de Aucanquilcha...
nuestra vida es demasiado corta para lamentarse por mucho tiempo; o hay
que mantenerse ocupado viviendo, o perseverar ocupado muriendo porque no hay
que tomar decisiones permanentes basados en emociones temporales.
Se puede aprender
mucho de la vida subiendo una montaña, cualquier montaña; pero una
montaña. Cualquiera, hasta el más flojo,
apático y enervado puede subir un cerro, una colina, un promontorio, una loma,
un montículo, y hasta un pedestre mogote, pero subir una montaña verdadera toma
a un ser más especial; a uno que se pueda elevar por sobre el nivel de una
simple prominencia, a uno que debe ser capaz de negociar y resolver alturas y
dificultades extraordinarias e inusitadas.
El
impertinente e intruso ruido de la ciudad con todas sus falsas comodidades no
nos deja tiempo ni de pensar ni de meditar.
Nuestra mente está constantemente presa en una inefable nube de
preocupaciones y reacciones, y vivimos corriendo sin sentido de un lado para
otro, porque no hay tiempo. Y no hay
tiempo porque tenemos muchas obligaciones con la sociedad, con la familia, con
nosotros mismos, y con el resto de la humanidad. Y así es como el tiempo que le deberíamos
dedicar a nuestra conciencia se esfuma y desaparece en
el cendal de las histéricas ciudades.
En la montaña no pasa esto. Nunca.
Escalando una montaña o un volcán como el dormido Aucanquilcha, juntos
caminan nuestro esfuerzo sin distracciones, nuestra tenacidad sin mezquindades,
y nuestros pensamientos sin obturación los que masajearán suavemente y con
cariño los entumidos músculos de nuestra entorpecida conciencia. Y durante la pesada marcha y enfrascados en
nuestra lucha espiritual con nuestra envarada conciencia, sacudimos y
despertamos también nuestros principios olvidados, y nuestra polvorienta moral,
aquella que cuando éramos mozos jugando descuidadamente en aquel proverbial patio de
baldosas verdes, estaba límpida y cristalina.
Una Experiencia
Tras un fláccido día
anterior, un largo día caliginoso y húmedo casi a finales de Noviembre y
durante el extraño interregno de las estaciones planetarias, que en mi Nueva
Tierra se denomina "el Verano Indio", a la mañana siguiente partí en
busca de las colinas. Cada colina tiene
su propia personalidad y un brutal genio, y escoger acertadamente una de ellas
para que nos acompañe en una jornada, es siempre difícil; casi una parodinia.
Partí hacia las
nebulosas alturas esa mañana cerca de las seis de la madrugada, cuando el sol
comenzaba a iluminar la tierra. Dirigí mis
largos y apurados trancos sin demora hacia unos montes que nunca había
explorado antes. Después de unas dos
horas de marcha, sin saber realmente dónde estaba; me tropecé con un barranco. He caminado desfiladeros antes, pero éste me
llamó particularmente la atención. El
paisaje de la quebrada no era extraordinario en ningún aspecto, pero parecía
tener la oculta y lúgubre catadura de una desolación luctuosa. La soledad de esta hendedura supuraba un
sentimiento de virginidad sepultural.
Mientras
penetraba esta impávida garganta, no pude sacudirme la impresión de que el
suelo en que caminaba no había sido nunca pisado antes por la planta de otro
aventurero. La pesada camanchaca que es peculiar del "verano indio", lo cubría todo. Mientras me adentraba es sus entrañas, el
inexistente sendero que ahora yo estaba creando me parecía tortuoso y
serpenteante, y el sol que me seguía desde las plenitudes del cielo, seguido se
escondía entre el ramaje que crecía rápidamente, hasta que se perdió
completamente detrás de mis sudorosas espaldas.
Marché durante un
largo tiempo poniendo especial cuidado en dónde pisaba. De pronto y sin ninguna advertencia, penetró
mi espíritu un incipiente temor que me anegó de vacilación y dudas. En ese momento tuve miedo de tener un
accidente, y que ningún ser humano podría salvarme si mi vida se quedase
suspendida por un accidente de lamentables circunstancias. Lidiando con el olor a miedo que se depura de
la asustada mente, oí el ruido que hacen las ramas secas al quebrarse bajo la
presión de una pisada. Mi corazón se
puso frío como la incisiva brisa de Media Luna.
Seguí mi jadeante
marcha lentamente mientras que trataba de auscultar cuidadosamente aquel ruido
para dilucidar qué era lo que oía. El
ruido aparecía y desaparecía a mi alrededor.
Era como si alguien o algo me seguía en mi marcha, la que estaba a punto
de convertirse en una huída. He
mencionado anteriormente en algunos de
mis escritos de que no le temo a nada ni a nadie en el Universo, incluyendo
todos y cada uno de los indeterminados dioses que la enclenque y disociada
moral del Hombre ha inventado; pero a este punto, el ruidito éste ya me traía
nerviosísimo y un poco apavorado.
Hice varias paradas
para descansar, pero en realidad, yo sabía que estaba actuando, y esas cortas
ancladas eran solo para pretender descansar, y en realidad las usaba para poder
contener el ruido que yo hacía, y prestarle oído al que me perseguía. Un terrible pensamiento me asaltó, súbito y
emboscado: "Si pienso y creo que no
le temo a la muerte, ¿por qué ahora estoy tan asustado?". Y lo peor de todo es que este estado de
pánico espiritual no era provocado por la inminencia de la muerte o por un
peligro horripilante; simplemente goteaba parsimonioso desde un sórdido ruido,
de un aparentemente indefenso susurro.
¿Qué cosas, no?", me pregunté preocupado...
Por más que
traté, con y sin disimulo; no ví nada ni pude saber desde dónde se desprendía
el enervante y chisporroteante sonido.
El salobre temor me lamió la nuca y me mordió las sienes con sus inertes
agujas estimulando desasosiegos y ansiedades en mi cabeza durante el resto del
ascenso. Tan absorto yo estaba con la
distracción de no perder de "vista" el enervante ruido, que casi sin
darme cuenta, me encontré en el cenit de una montaña desconocida para mí. Desde la altura se veía una vasta y quieta llanura
verde a la que un antropófago y anguloso río la rajaba salvajemente en dos. Recordé que un río corta a través de un valle
no porque es poderoso, sino porque es persistente.
Estas
experiencias se diferencian de los sueños en que la realidad se oye, se siente
y se puede tocar, opuesto a la idiosincrasia inconfundible de los sueños en que
nada es auto-consistente. Basado en esto
que es real y propio, puedo decir que Novalis está completa y acertadamente en
lo correcto. "Novalis"
fué el seudónimo de un poeta, escritor y filósofo de la época del Romanticismo Alemán
el que su nombre de pila fué Georg Philipp Friedrich Freiherr von Hardenberg, hijo
de padre minero (sin duda su padre habría de ser minero para poder desenterrar
este tortuoso nombre).
Cito a Novalis porque él sostiene sin
alardes que "estamos más cerca de la realidad cuando soñamos
que soñamos". Si escribo y describo como veo lo me ocurrió,
sin ni siquiera sospechar de que es un sueño, aunque absolutamente pudo haberlo
sido puesto que ocurrió y está en mis memorias aunque no recuerdo hoy
claramente qué parte fué sueño o imaginación, o qué parte fué realidad; me veo
obligado a clasificarlo como la filosófica anomalía a la que determinamos como
"soñar despierto". Comparto
completamente este principio. ¿Mis
calificaciones para hacer esta aserción?: soy un soñador empedernido.
El descenso
físico de la montaña fué sin accidentes o acontecimientos materiales, todos
fueron abstractos, y todos ellos ocurrieron en mi mente.
El descenso de Aucanquilcha
El sol y el
límpido aire de Aucanquilcha
terminaron de alimentar mi espíritu y limpiar my psiquis durante el rápido y
ágil descenso. Cuando llegué a los
cimientos de Aucanquilcha, reparé en que las montañas no tienen
"pié", sino que tienen base...
Quizá sea menester subir una montaña de vez
en cuando, o por primera vez si usted no lo ha hecho aún. Quizá descubra más paisaje en su espíritu del
que usted cree que tiene, quizá encuentre enterradas más virtudes de las que
está usando; y por ventura, usted posiblemente pueda sacudir y cepillar
aquellos principios morales y espirituales que el smog de la ciudad le ha
estado maculando por tanto tiempo.
Anímese y busque una gran montaña para
escalar. Recuerde, la "edad"
es un fenómeno que sólo vive en su imaginación. El paso del tiempo poco a poco deteriora,
menoscaba y termina aniquilando nuestro envoltorio corporal; pero el paso del
tiempo alimenta nuestra mente, la desarrolla, la enriquece, y la hace más sabia
y potente hasta que el cuerpo caduca.
¡Úsela! La experiencia no ocupa
lugar, y a pesar de que la "edad" le cobra un pesado impuesto al
cuerpo, para la mente es gratis y no necesita estanterías.
No subir estas montañas:
Antes de subir una montaña, asegúrese que
no es la incorrecta. Una montaña
incorrecta es inservible, y le puede provocar más daño que beneficio. Tampoco sea demasiado soñador, el sendero de
las montañas son ásperos y difíciles, así que vaya bien aperado y con los
zapatos apropiados.
Una Montaña de deudas
Nunca suba una montaña de deudas. Estas montañas son imposibles de subir porque
crecen constantemente alimentadas por sus propias acciones, y por más que
avance, más atrás se queda. Estas
montañas no tienen cima. Cuando estas
montañas se acercan a construír una cima, entonces explotan desquiciadamente
como un volcán demente y rabioso, y sólo dejan un hoyo insondable imposible de
rellenar. Recuerde: escalar significa
subir.
Una Montaña de temores
Las montañas de temores también son muy
inasequibles. Al
igual que la montaña de deudas, éstas las hacemos crecer nosotros mismos. Además, a la montaña de temores no se le
puede escalar, hay que confrontarla.
Estas montañas tampoco tienen cima.
Al enfrentar nuestros temores y miedos, los destruímos uno a uno
sistemáticamente y con cada victoria, reducimos el tamaño de la montaña hasta
que ésta deja de existir, por lo tanto ya no hay montaña, sino que solo queda
una planicie, y las planicies son fáciles de caminar.
La Montaña de Nuestra Vida
La única montaña de la cual quizá nunca
podamos conquistar su cumbre, es la montaña de nuestras vidas. Esta montaña está viva y se mantiene en
constante evolución. Nos presenta cada
día con nuevas alturas y nuevos pináculos, y cambia de fisonomía infatigablemente. Lo que hoy parece una montaña, mañana puede
lucir como una simple lomita, y lo que aparenta ser un sencillo promontorio, más
tarde puede resultar ser una afilada cordillera.
Hay momentos en que conquistamos una gran
altura de su tamaño en nuestro andinismo hacia su culminación, pero también hay
momentos en que perdemos pié (nuestro pié, las montañas no tienen pié), y nos
deslizamos cientos de metros hacia abajo, solo para comenzar la ascensión de
nuevo. Y la experiencia de otros acerca
de andinismo, alpinismo o montañismo a secas, no nos sirve de nada porque nadie
ha visto nuestra viva montaña, ni jamás la podrán ver en su totalidad como la
vemos nosotros mismos.
Pero no es necesario conquistar uno, todos, o
ninguno de los elevados apogeos de nuestra cambiante montaña de la vida; lo que
es un riguroso menester es el conquistar algunos de aquellos pináculos. Cada lomo que podamos conquistar de aquellos
promontorios con que nuestra montaña nos presenta a diario, son una gran
victoria, porque lo importante no es ganar o perder, ¡lo imperativo es no rendirse jamás! No pretendo decirle cómo
subir una montaña, solo quiero decirle que comience a hacerlo.
Trato de conquistar el Summit de mi montaña
tenaz e infatigablemente cada día con renovado vigor, sabiendo que quizá jamás
lo logre, pero lo hago incansable porque aparte de ser loco, soy curioso, y
quiero descubrir qué es lo que hay allá arriba; porque hay que vivir antes de
morir, y hay que reír antes de llorar.
Lo que pienso que tiene más valor para mí
entre las cosas que he aprendido de la vida mientras subo gigantescos peñascos
en mi afán de conquistar sus cimas, es que mientras más me gasto, más me doy
cuenta de que la vida no es acerca de cosas materiales, u orgullo, o ego. Creo que es acerca de mi corazón y por quién,
o por qué cosas o motivos se mantiene latiendo. Esto es porque cualquier tonto puede saber,
la cuestión es entender.
No puedo obligarlo a hacer nada por usted
mismo o por su familia, o amigos o conocidos o por la sociedad en que vive, así
que lo único que puedo hacer es animarlo a la acción. Bueno, aquí le va: ¡Anímese! ¡Suba una montaña! Este planeta es como un gran libro, y
aquellos que no han subido montañas, han leído sólo una página de este vasto
vademécum. No se puede subir una montaña
simplemente mirándola.
¡Anímese!
¡Suba una montaña!
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Post scriptum et quorumdam suggestionibus
pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted
quisiera leer mis traumáticas y ligeramente psicopatísticas opiniones, por
favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.
Caveat: Mis opiniones personales pueden resultarle
ácidas, demasiado honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente
irónicas, acerbas, licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin
límites conocidos por el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden
intelectualmente; pero es lo que habrá disponible basado en su pedido. Gracias.
El Loco