Marzo 1°
En un día como hoy, en el 1° de Marzo de 1954, Estados
Unidos hace fulminar* “Castle Bravo”, una bomba de hidrógeno de 15 megatones en
el atolón Bikini en las islas Marshall, la que accidentalmente se convirtió en
el dispositivo nuclear más poderoso jamás detonado por Estados Unidos. Los 167 habitantes del atolón fueron
reubicados por la fuerza en 1946 a Rongerik, una pequeña isla al Este del
atolón Bikini con recursos inadecuados para mantener a la población.
Envejeciendo
Ésta es la historia
de Roderick. Ésta es quizá también vuestra historia.
Érase una vez hace muchos años atrás, en un pueblito muy tranquilo que se explayaba al pie de unas mansas y verdes colinas sembradas de coloridas flores y afables árboles, vivía un longevo hombre llamado Roderick Schlattz. Roderick se empeñó en pasar toda su agitada vida cimentando sólidos recuerdos, tejiendo historias fantásticas, erigiendo sueños increíbles y trenzando un tupido tapiz con abundantes experiencias de toda índole.
Roderick también sabía que para alcanzar sus sueños, él debía correr más rápido que ellos.
A medida que el tiempo urdía su imparable e inagotable marcha, Roderick entraba paulatina pero progresivamente al Otoño de su vida, y muy pronto se encontró reflexionando sobre la larga periégresis* que lo había hecho llegar hasta ese punto de su existencia con vagilidad*. Sus canas, sus arrugas y sus cansados ojos habían sido una perenne compañía y los silentes testigos de sus retrospectivas vivencias.
En la mente de Roderick, el concepto de “envejecer” tiene una concepción y un significado diferentes. El piensa que las personas activas de cuerpo y mente no envejecen, quizá se desgasten, pero no se hacen viejos porque la “edad” vive solo en el pensamiento, en la azotea de tu cabeza. Si piensas que estás viejo, lo estás.
Los días de la vida de Roderick ahora estaban atiborrados del suave compás de la inexorable e imperdonable máquina del tiempo que se ralentizaba poco a poco, y los días ahora parecían más largos. Las activas y bulliciosas avenidas de su pasada juventud ahora estaban convertidas en serenos callejones donde los sosegados susurros del viento acarreaban los ya sordos ecos del pasado.
Su senil leucous*, antaño vibrante, frondoso y brillante, se había tornado plateado como la selenita luz de la luna, y los rasgos y líneas de su templado rostro describían antiguas historias y momentos de risas, dificultades, alegrías y de una gran y profunda sabiduría conquistada. Su espíritu seguía vibrante e indómito como siempre sin acusar los profusos golpes a mansalva que le propinó su vida.
Una flamante y lozana mañana, mientras que el sol se entretenía concentradamente coloreando el abierto cielo con una colección de delicados tonos dorados y naranjas, y se solazaba colgando caprichosas nubes de diferentes matices de blanco en el cielo, Roderick decidió que era menester dar un paseo por las calles de la ciudad que había llamado hogar durante tantos años.
A medida que caminaba, los lugares que pisaba y observaba de hito en hito* y las vistas familiares que redescubría, cada una de ellas estallaba en un millón de memorias, en una furiosa erupción de recuerdos, en cascadas de reminiscencias en cada rincón que desvelaba y que contenían fragmentos y testimonios de su historia personal.
Y mientras marchaba descuidadamente cruzando un parque, Roderick observó niños jugando alegremente por doquier y los trinos de sus alborotadas risas repicaban en sus oídos con la pureza y dulzura de melodías olvidadas. Una leve sonrisa agridulce desfiló por su rostro al evocar a sus propios hijos, a sus amigos de la niñez, y a los inocentes juegos que él y sus aliados de la puericia disfrutaban sin ninguna preocupación en el mundo. Esto transportó a la realidad que el tiempo había pasado volando y los lugares de recreo que alguna vez resonaron con sus propios jolgorios, ahora resonaban con la algazara de una nueva y hermosa generación.
Continuó raudo y anhelante su viaje por el sendero de las memorias, pasando por la vetusta biblioteca del pueblo donde él había pasado innumerables días y muchas horas inmerso en el extenso océano de la literatura. La biblioteca había capeado heroicamente el inapelable paso del tiempo, al igual que el propio Roderick.
Roderick lentamente y con un poco de ansiedad abrió las amplias y crujientes puertas del edificio y al entrar; una apacible ola de tibio aire le golpeó suavemente la cara. El céfiro con el perfume familiar de las páginas viejas lo circundó y repentinamente, sintió una fuerte conexión con las historias que vivían silentemente furtivas en los altos y polvorientos estantes de los numerosos escaparates del lugar.
Para Roderick, el lugar favorito de la biblioteca era un rancio y manchado sillón desgastado por su uso a través de los años. El sillón se encontraba junto a una ventana que filtraba la luz con su desaliño, en la misma ventana en la que se había ubicado enfrente desde siempre. Mientras se acomodaba en él, silentemente comenzó a reflexionar sobre los capítulos no escritos de los tomos de su propia vida.
Hojeó mentalmente las páginas de sus muchos y variados recuerdos reflexionando sobre sus triunfos, alegrías, desatinos, penas y las tribulaciones que lo habían moldeado a través de su existencia. Con esto, los personajes que había encontrado en su camino y las locas aventuras en las que se había embarcado y todo aquello que quedó cincelado en los pasajes de su chúcara existencia.
Mientras el ocaso de su vida se le arrimaba lenta y letárgicamente, Roderick comenzó a descubrir que había desarrollado inconscientemente un nuevo aprecio y valor por la simplicidad de las cosas y los momentos. Cada día que pasaba se convertía en un lienzo matizado con los suaves tonos de la gratitud y su ternura, y cada atardecer en un celebración de la belleza de esta tardía etapa de su vida.
Encontró consuelo, júbilo y paz en los susurros del viento, en el vuelo de las aves allá en lo alto del cielo, en los perros callejeros que deambulaban libremente, en el ocupado trajín de la gente que deambulaba por la ciudad arrastrando apuradamente consigo las historias de la urbe, y en la silenciosa compañía de la luna y su luz selenita, testigo de toda su personalia*.
A medida que el tiempo pasaba y las estaciones seguían cambiando, y su mente y su espíritu seguían transformándose, Roderick finalmente aceptó la inevitabilidad del envejecimiento y los tesoros que éste había acumulado durante su vida. En ese momento, descubrió nuevamente lo que ya sabía de la profunda belleza que surge con el paso del tiempo: la riqueza de una vida bien vivida, los indelebles recuerdos familiares, los triunfos y las derrotas, y los varios logros que había tenido.
La vieja ciudad ya no era la misma de antaño, todo había evolucionado de una manera u otra y los rostros que lo rodeaban eran nuevos o habían cambiado, los edificios, las calles y hasta los pájaros habían cambiado, pero Roderick se sintió una parte integral de esa nueva realidad con lo que contribuyo durante su vida a la historia de su vieja y amable ciudad.
Y así, a medida que se acumulaban lánguidamente las páginas del voluminoso compendio de su vida, Roderick continuó escribiendo perseverantemente los capítulos finales de su existencia, paladeando cada palabra, disfrutando cada frase y cada momento precioso que componía el tapiz de su existencia y de las historias que quería contarle al planeta y sus gentes, para dejarles un testimonio de la perenne magia de envejecer.
Roderick no ha muerto, y espera que cuando llegue el momento de hacerlo, su libro esté completo y pueda marcharse sin las manos vacías.
Cuando Roderick muera, él no quiere absurdos discursos de funeral, porque no quiere que su reputación esté en peligro por la elocuencia o falta de elocuencia de uno de los recitadores, y que sus virtudes creídas o nó, se contaminen según se hable de él bien o mal. Es imposible decir de un muerto ni demasiado ni demasiado poco; e incluso la moderación tiende a no dar la impresión de veracidad.
Entonces, en manos de los oradores y sus palabras de último momento la reputación de muchos está en peligro por la elocuencia o falta de elocuencia de uno de éstos, y las virtudes del difunto, aceptadas o nó según se hablara bien o mal de él. Es muy difícil declarar honestamente y con conocimiento cabal, ni demasiado ni demasiado poco; porque incluso la cautelosa moderación muchas veces tiende a no dar la impresión de veracidad en las mentes de los que quedan vivos.
El amigo del muerto que conoce los hechos y las acciones es probable que piense que las palabras del orador no están a la altura de sus conocimientos y deseos; y otros que están enfermamente informados, cuando oyen algo que sobrepasa sus propias fuerzas y capacidades, sentirán envidia y recelarán que lo dicho sobre el muerto, es exagerado.
Es por esto por lo que Roderick en su funeral, no quiere tener una falsa cruz ni quiere tener un espurio santo, ni quiere que atienda un cura desvergonzado para que éste trove su inconfesable y mentiroso canto. Por lo demás, Roderick en ese momento estará hecho polvo y contenido en una lagena*.
Una verdad:
Cuando estás muerto, no sabes que estás muerto porque estás muerto. Los demás sienten el dolor. Lo mismo pasa cuando eres estúpido.
Este escrito es
corto porque la vida es corta. La trascendencia
y el precio del tiempo se tornan obvios cuando éste comienza a acabarse. Usa el tiempo que te queda con omnisciencia. (RAG)
___________________________
Et sub Glossarium Glossarium – (Cum amore legentibus)
Fulminar - Explotar
violentamente, detonar reciamente
Lagena – Matraz, frasco, jarra, contenedor
Leucous - Cabello
albino; tener cabello o tez blanca o pálida
Mirar de hito en hito - Mirar con gran atención, sin distraerse y sin perder
detalle
Periégresis - Descripción a modo de recorrido; viaje a través
Personalia – Detalles
personales, posesiones o historias
Vagilidad - Capacidad de tener éxito en la lucha por la
existencia
____________________________
Post scriptum et
quorumdam suggestionibus pro futurum: Si hay algún tema sobre el cual usted quisiera leer mis traumáticas y
ligeramente psicopatísticas opiniones, por favor sugiéralo a: rguajardo@rguajardo.us.
Caveat: Mis opiniones pueden resultarle ácidas, demasiado
honestas, corrosivas, irreverentes, insultantes, altamente irónicas, acerbas,
licenciosas, mordaces y de una causticidad filosófica sin límites conocidos por
el ser humano, y quizá no le apetezcan o acomoden intelectualmente; pero es lo
que habrá disponible basado en su pedido. Gracias.
El Loco