Nota del autor: Para facilitar
la lectura y entendimiento de las voces Quechuas, he agregado un tableta de
referencia más abajo para asistir al lector si la necesita. De antemano pido humildes disculpas por mis
errores en esta venerable lengua debido a mi infinita ignorancia lingüística y
a mi abismante analfabetismo filológico en este patriarcal léxico.
Aranway
- ¡Por Zupay! ¡Y qué
vas a hacer! -
profirió furioso el collana Inca Muru Huanca a su huatuc Quisu Mayta con un
vozarrón de trueno que hizo temblar el concurrido templo de Sacsayhuamán en las
alturas del Cuzco. Las huallatas y los
veneros que visitaban los techos del templo emprendieron el vuelo asustados, y
las doncellas Incas atemorizadas buscaron prontamente refugio en los recintos
del huatuc Villac-umu.
- ¡Estoy pidiendo
consejo de Coricancha! - se apresuró a decir con una voz amilanada el
asustado sacerdote mientras que una gota de sudor helado se le había quedado
atrapada entre la sien y el desorbitado ojo izquierdo.
- ¡Quiero una solución
antes de que despierte Inti, porque si no tienes una respuesta para entonces,
Mamacocha te acogerá en su seno!
- ¡La tendrá mi señor,
la tendrá mi señor! - respondió Quisu Mayta casi sin aliento y
temblando de pavor como una doncella en su noche de nupcias mientras que uno de
sus importantes esfínteres amenazaba con abandonar sus deberes en cualquier
momento y anegarle el wara. Acto seguido
y con la infaltable autorización de la mano del Inca, desapareció precipitado entre las cortinas
del templo para ir a postrarse de rodillas y con la frente en el helado suelo
de piedra frente al ornamentado
tabernáculo de Mamaquilla, para
pedirle y rogarle por misericordia, y por una respuesta para salvar su vida.
Inti se fué
a dormir, y Mamaquilla se enseñoreó por sobre las alturas andinas en el Hanan
Pacha mientras que Quisu Mayta hervía en fiebre y miedo de que el Inca lo
enviara a Ucu Pacha. Sin saber si ésta
era su última noche en Kay Pacha, oró la noche entera hasta que la alliq lo
sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado cansancio y un
fatigado agotamiento.
Las
blanquinegras huallatas habían retornado al templo, pero estaban
alborotadas. Se escuchaban voces de
alerta provenientes del ascendiente camino al templo desde allá abajo. Quisu Mayta se levantó de un alífero brinco y
se asomó a la abertura en la muralla de grandes piedras neolíticas que servía
de ventana y trató de mirar en lontananza hacia abajo mientras se refregaba los
ojos que aún trataban de enfocar su visión y negociar los potentes rayos que
Inti dejaba caer esparcidos sobre la escarchada tierra.
¡Los sacerdotes de
Coricancha, los sacerdotes de Coricancha! - proferían excitadas las voces desde
abajo mientras que al paso de la carrera acelerada de estos altos ungidos que
llegaban al lugar, los runakuna se postraban a su paso en señal de respeto y
sumisión. Al darse cuenta Quisu Mayta de
que la amante Mamaquilla había respondido sus oraciones desesperadas, frescas lágrimas
afloraron a sus ojos y volvió a caer postrado enfrente de Mamaquilla
agradeciéndole entre lloriqueos y convulsiones de desahogo la creencia de que
la diosa le había salvado la vida.
Hunk'as inan (Semanas antes)
Antes de
que estos desfavorables acontecimientos sucediesen, la vida del Inca en el
Cuzco era placentera y parecía que los dioses estaban satisfechos y que les sonreían
con marcada benevolencia; pero oscuras nubes se vislumbraban en el horizonte de
la familia real del Inca.
Una de sus
hijas, quizá la más bella y a la que el Inca prefería más, una princesa Incaica
en todo su derecho y destinada a engalanar las veneradas Aqllawasi, comenzó a
enceguecer paulatinamente sin aparentes causas hasta que la pobreza de su
visión ya la traicionaba, y era tan notoria que ya no lo podía ocultar. Foscas noticias llegaron a los oídos del alarmado
Inca de que la princesa Asnaq Yaku estaba quedando ciega, entonces el Inca hizo
que la trajeran inmediatamente ante su presencia. Cuando Asnaq Yaku se presentó ante su padre, a
Muru Huanca le quedó de manifiesto de que su preciada hija tenía tremendas dificultades
viendo las cosas a su alrededor.
¿Por qué Muru Huanca eligió a Asnaq Yaku como su preferida? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero dice el
viento cordillerano que fué por las mismas razones que el trigo entre todas las
flores; ha elegido a la amapola.
Consternado
por este hecho, prontamente convocó a sus huatucs para discutir una solución
para este percance tan lamentable.
Después de varios minutos de animadas y bulliciosas deliberaciones, los
huatucs del Inca encabezados por Quisu Mayta no habían llegado todavía a una solución
probable, entonces como el tiempo apremiaba, Quisu Mayta le dijo al Inca:
- Necesitamos
unos días para encontrar una solución - articuló con la voz autoritaria que le daba el
adecentado penacho hecho de las plumas del poderoso Sarcoramphus Papa (Cóndor
Real) que adornaba su cabeza de sacerdote.
- ¿Puedes
solucionar este problema?
- ¡Sí, le prometemos
una solución mi señor!
- ¿En cuántos días? - replicó
el Inca Muru Huanca con voz autoritativa.
Quisu Mayta
titubeó peligrosamente unos segundos mientras los otros huatucs aguardaban
nerviosamente la respuesta de su líder.
Había una descarnada línea de seguridad que separaba la paciencia del
Inca de la degollaína instantánea, y esta línea bordeaba peligrosamente en los
cinco segundos. Casi al límite de su
existencia, Quisu Mayta contestó con los ojos desorbitados:
- Tres semanas... - y se quedó como esperando que una
explosión de furia de dioses se rompiera contra su cabeza. El Inca lo miró seriamente y después de
algunos inacabables segundos agregó:
- Yki kan kimsa
hunk'as - (tienes tres semanas). La voz
del Inca impregnó la murallas del
Sacsayhuamán donde las tímidas huallatas y los veneros otra vez
emprendieron el vuelo espantados. Seguidamente,
los huatucs también abandonaron el templo como si hubiesen visto un
fantasma. Pálidos como éstos, los huatuc
se reunieron de urgencia en los recintos de Villac-umu para discutir la
situación y la orientación de sus actos, los que fácilmente podrían ser los últimos
de sus vidas por la maquinal promesa ofrecida por Quisu Mayta al gran Collana.
Las
frenéticas discusiones entre los huatucs de cómo resolver el problema siguieron
por muchos días y sus estrelladas noches altiplánicas. En el penúltimo día de la primera semana y en la madrugada de su último día, aún
no habían llegado a un consenso de qué hacer para resolver el problema de la
visión de Asnaq Yaku, cuando uno de los sacerdotes menores ofreció medio
asustado una posibilidad desesperada levantando su raquítica voz para decir:
- ¿Podríamos mandarla
a Gulumapu? - dijo el huidizo ullqu wamra Gualpa, un
hombrecillo de corta estatura, rastreando con sus ojos las reacciones de los
otros huatucs, la que no se dejó esperar.
- ¿A Gulumapu? ¿Y para qué? – inquirió rápidamente y sin miramientos
uno de los huatucs que aparentemente era importante porque llevaba en la cabeza
un serio hatajo de plumas surtidas. Las
voces de los demás huatucs también se escucharon emitiendo unos gruñidos
guturales en señal de estar acuerdo con la pregunta; mientras asentían como
péndulos con sus cabezas incuestionablemente adornadas.
- ¡Caray puis! - dijo el sacerdotillo en cuestión, y
dirigiéndose a su concurrencia, explicó:
- Para un qharichakuq como yo, que ha servido por tantos años en el awqaqkuna
atipaq del Inca, y que ha recorrido todos los rincones del Imperio, enfrentado
múltiples peligros...
- ¡Upalla simi, chiwi!
¡Déjate de hablar necedades! ¡Vete
al grano y deja a un lado tu parlanchinería! – se oyó una voz
molesta y desnuda de paciencia entre la multitud de penachos multicolores.
- ¡Caray puis, qué
poca paciencia! – dijo la miniatura de sacerdote, y prosiguió avivadamente. - Bueno, una vez estuve en Gulumapu, y hay
unos pulmones que afloran de las montañas, y que respiran humos hediondos que
curan runas. ¡Deben ser los pulmones de
los dioses de los Anti!
- ¿Curan runas? – indagó una voz.
- ¡Pues sí!
- ¡Caray puis! – exclamó otra.
- A ver si entendí
bien... - dijo Quisu Mayta que saliendo de su
ostracismo habló con la autoridad de uno
que sabe que ya está muerto mientras que se acomodaba el sombrerito de plumas
que era el más grande del grupo; entretanto que el resto de los huatucs de
menor calibre se callaban. -
Explica eso de cómo cura gente... en
detalle... -
El iqu
carraspeó un par de veces sin tragarse nada, pero para darse importancia. Se encaramó ágilmente en un pisillo que tenía
cerca para asegurarse de que todos pudieran verlo, y relató:
- Bueno, según lo que
yo ví con mis propios ojos míos de mí que me pertenecen, hay una laguna con
agua mas hedionda que ingle de guanaco con tercianas donde la gente enferma y
con problemas se baña, y cuando salen de la albufera, ¡están sanos! - Aquí hizo una pausa para respirar
antes de proseguir, pero fue interrumpido por Quisu Mayta que ahora estaba
completamente energético y despierto, quien demandó:
- ¡Las personas
enfermas, con problemas físicos y de salud?
¿Y había ciegas también? ¿Curaba
a las ciegas también?
- ¡Caray puis! ¡Sí! ¡Yo lo ví con mis propios ojos míos
de mí que me pertenecen!
Un silencio
sepulcral se adueñó del lugar. Ni a las
bulliciosas huallatas ni a los estrepitosos veneros se les escuchaba. Todos tenían la mirada clavada en Quisu Mayta
que estaba sentado en su silla sacerdotal con la mirada perdida más allá del
suelo de frías piedras sumido en profundos pensamientos a los que nadie se
atrevía a interrumpir. Después de unos
embarazosos y largos minutos, Quisu Mayta levantó la vista y miró detenidamente
al proyecto de hombre disfrazado de abate andino y le dijo:
- Si esto es cierto,
habrás salvado mi vida y te estaré muy agradecido, además, te premiaré como a
ningún otro se le haya premiado nunca - Mientras el sacerdotillo escuchaba estas palabras,
las comisuras de los labios se tocaban entre sí por detrás de su cabeza; la
sonrisa que su ancha cara sostenía, era abismal.
- ... ¡pero si nó¡... - remató Quisu Mayta sin terminar la
frase. No hubo necesidad de decir más
para pasar este mensaje que le embetunó la cara al chato investido. La sonrisa que poblaba el rostro del
miserable ungido se borró más rápido que un relámpago apurado, y ahí fué cuando
le dió isqicha galopante, una prima de "La Venganza de Moctezuma".
- ¡Está decidido! - afirmó resueltamente Quisu Mayta –
Apenas despunte Inti, una delegación partirá inmediatamente a Gulumapu y se
llevarán una cabra ciega para comprobar los trabajos milagrosos de los pulmones
de Anti. Los que irán serán los Sacerdotes
de Coricancha, y apenas comprueben esto, volverán a toda carrera antes de que
se cumpla el plazo del Inca, porque si no lo hacen... - Quisu Mayta calló y reemplazó es
resto de su frase con una mirada fulminante de la que todos intuían las consecuencias
a desatarse en caso de un fracaso.
- ...lleven una buena
provisión de hojas de coca. La van a
necesitar... - agregó
Quisu Mayta imperceptiblemente.
Quisu Mayta
se quedó en sus cuarteles esperando con desazón y esperanza a que volvieran los
Sacerdotes de Coricancha con buenas noticias.
Cada atardecer, de la noche a la mañana
oró en el ara de Viracocha El Creador, e Illapa el dios del Trueno
(tiempo); uno para que le ayudase con la creación de una solución, y al otro
para que mantuviese el buen tiempo para que los sacerdotes recorrecaminos no se
retrasaran. Y así se lo pasó día y noche
febrilmente en espera de sus enviados, hasta esa importante mañana en que la
alliq lo sorprendió de cara al suelo, sumido en un sopor de desalentado
cansancio y un fatigado agotamiento.
¡Los Sacerdotes de
Coricancha regresan, los sacerdotes de Coricancha regresan! - lo despertaron las excitadas y chillonas voces. Presto y ansioso y aún con el terror bajo la
piel, bajó a encontrar a los monjes al camino.
Cuando les encontró les preguntó casi sin aliento:
- Los pulmones de
Anti... ¿funcionan? – La incertidumbre y la congoja
estaban desparramadas por su cara, y sus ojos con oscuros sacos producto del
insomnio inducido trataban de enfocar a las figuras enfrente de él mientras que
sus temblantes rodillas se ocultaban entre los largos ropajes que vestía.
Los
Sacerdotes de Coricancha, que también llegaban faltos de aliento y agotados por
las marchas forzadas, contestaron casi ahogándose entre las palabras que salían
de sus bocas y el aire que quería entrar desesperadamente a sus pulmones:
- ¡Grandes son los dioses, grandes son
los dioses! ¡La cabra puede ver, puede ver! – vociferaban en jolgorio y
agotamiento. La cabra en cuestión los
miraba completamente confundida porque no tenía la más peregrina idea de lo que
estaba ocurriendo.
A Quisu
Mayta casi se le salió el corazón por la boca.
El alivio fué tan grande, que hasta su
sacrificado y cansado esfínter se tomó una pausa momentánea, lo que
forzó a Quisu Mayta a cambiarse rápidamente
el wara ceremonial. Inmediatamente se
dirigió a sus cuarteles a prepararse para anunciarle las buenas nuevas al
Inca. Una vez limpio y olorosito, y mientras
que sus esforzados sacerdotes comían, bebían y descansaban un poco, se reunió
con ellos para recibir los detalles. Los
detalles de esta conversación los desconozco, porque se reunieron a puertas
cerradas, y desafortunadamente no pude escuchar lo que dijeron, lo que ha sido
una terrible pérdida para la historia.
Esto era de
una importancia vital para Quisu Mayta porque la noche anterior el Inca Muru
Huanca le había llamado ante su presencia para indagar qué estaba pasando, y
porque el plazo que él había fijado se vencía dentro de un día y una
noche. Esto ponía a Quisu Mayta en una
posición muy precaria porque estaba a la merced de que los monjes de Coricancha
regresasen a tiempo, o para salvarle la vida, o para asistir a su réquiem.
Al salir de
la habitación Quisu Mayta lucía como un hombre nuevo. Bien vestido y bien calzado se dirigió urgentemente
al palacio del Inca para darle las buenas noticias de la cura milagrosa. El Inca, después de escuchar las buenas
nuevas que brotaban de la boca de Quisu Mayta como una vertiente furiosa,
ordenó que velozmente llevaran a Asnaq Yaku a la lejana Gulumapu para su cura.
Los
preparativos comenzaron inmediatamente, y la princesa Inca fué transportada con
una gran guardia de palacio, porteadores, cocineros, doncellas de servicio, un
pedicurista traído desde Qenko, y un Embajador plenipotenciario; todos destinados
hacia las milagrosas tierras altas de Gulumapu.
Después de unos ocupados días de viaje en que la princesa no pudo
disfrutar del paisaje porque ya estaba casi ciega, llegaron a una laguna
enclavada entre las cadenas montañosas cordilleranas que bajan por las quebradas
y acantilados de Los Andes hasta la Pampa del Tamarugal en los faldeos del
desierto de Atacama y a tres mil metros de altura. Una vez que ella se apeó graciosamente de su
carromato y los hombres de sus bestiales guanacos y llamas, la princesa se
sumergió elegantemente y un poco nerviosa en las azufradas aguas del lugar varias
veces, y por varios minutos a la vez, ante la expectante mirada de los sacerdotes
de Coricancha.
El agua
barrosa estaba demasiado caliente y no se podía estar mucho tiempo en ella,
además la princesa tuvo que salir disparada unas cuantas veces a vomitar,
porque el olorcito de las termas de Mamiña son más hediondas que ingle de guanaco con tercianas
y le revolvían el estomago a cualquiera.
Las milagrosas aguas entonces comenzaron a elaborar su portentoso efecto;
le maceraron la piel y prodigiosamente le devolvieron la luz y la vista a sus hermosos
ojos. Una vez sanada la Ñusta, los incas
la subieron de vuelta al transporte real el que los porteadores ya descansados,
sostenían férreamente sobre sus poderosos y anchos hombros balanceándose sobre
unas piernas todopoderosas que prometían un rápido y seguro viaje al ritmo del
trote incaico altiplánico sin detenerse por seis días. El transporte real se hacía a lomo de
porteadores porque los Castellanos aún no llegaban con sus místicos caballos.
Al alejarse
del lugar cargada por los porteadores entre el trote y sus afanados jadeos, Asnaq Yaku miró hacia atrás con nostalgia
fresca por última vez a ese lugar que le había devuelto la vista. Una singular lágrima de emoción le brotó de
cada uno de sus bellos ojos, las que corriendo raudamente por sus mejillas
incaicas, se fundieron en una en su barbilla, y con el zarandeo que le
propinaban los porteadores al transporte, la lágrima cayó al suelo no muy lejos
del lugar que acababan de dejar, a la que el polvo de las tronadoras plantas de
los corredores cubrió de polvo cordillerano escoltado por el silencio del
altiplano. Lo que los incas no vieron,
es que la lágrima de Asnaq Yaku no se secó, sino que penetró el suelo, e hizo
brotar una vertiente portentosa a la que nosotros llamamos Radium, vertiente
que hoy se recomienda para las enfermedades
oculares. Desde ese entonces es que esta
vertiente nos provee de las lágrimas de la Ñusta incaica.
Cuando el
Inca recibió a su amada Ñusta de vuelta por su tour a Gulumapu y aprendió de las esplendideces del lugar, éste se
convirtió instantáneamente en una leyenda, entonces los descendientes del Inca
llamaron al lugar: Mamiña, que también se dice que quiere decir: La
niña de mis ojos.
Y aquí
termina mi Aranway. Posteriormente y
hasta nuestros días, Mamiña ha visto llegar a visitar sus Termas desde
interminables caravanas incaicas, hasta regimientos de turistas con el
propósito exclusivo de encontrar alivio y remedio en sus prodigiosas aguas. Dicen los lugareños que hasta un Ekeko de Chuqiyapu (actual La Paz en Bolivia) las visitó una vez por un
problema de vitíligo... Ahora los administradores el lugar ofrecen
unas prácticas y convenientes bolsitas plásticas para el vómito. Adiyús.
Tableta de referencia Quechua
Quechua
|
Castellano
|
Quechua
|
Castellano
|
Adiyús
|
adiós
|
Mamacocha
|
Diosa
del mar
|
Alliq
|
la mañana
|
Mamaquilla
|
Diosa Luna
|
Anti
|
Andes
|
Ñusta
|
princesa
|
Aqllawasi
|
casas de las vírgenes del Sol, de las escogidas
|
Pachacutec
|
Transformador
de la tierra
|
Aranway
|
fábula, cuento,
leyenda
|
Qharichakuq
|
valiente
|
Asnaq yaku
|
agua
olorosa
|
Runakuna
|
gente; personas;
humanos
|
Awqaqkuna atipaq
|
ejército
vencedor
|
Runas
|
Runas:
gente, seres humanos
|
Collana
|
Conquistador
Inca
|
Sacsayhuamán
|
recinto
religioso
|
Gulumapu
|
Chile
(Mapudungún)
|
Ucu Pacha
|
el mundo subterráneo, donde habitan los muertos
|
Hanan Pacha
|
el mundo de arriba, donde moran los dioses
|
Ullqu wamra
|
chico
|
Huatuc
|
Adivinos
o brujos Incas
|
Upalla simi, chiwi
|
cállate
pendejo
|
Inti
|
dios sol
|
Villac-umu
|
el brujo
que habla
|
Iqu
|
enano
|
Wara
|
pantalón;
pañete; taparrabo
|
Isqicha
|
diarrea
|
Yahuar
Huaca
|
el que
llora sangre
|
Kay Pacha
|
el mundo de aquí,
donde viven los hombres.
|
Zupay:
|
dios
de la muerte
|
Mamiña
Pero Mamiña
es más que eso para mí. Hablo de Mamiña
el pueblito-caserío. Mamiña me recuerda
el nitrato y el salitre, las arenas y los corvos, la
pobreza y el sufrimiento de los heroicos y sacrificados pampinos que un día la
hicieron realidad a fuerza de sudor y músculo, esperanzas y explotación. Me recuerda cuando mi padre me llevaba a este
lugar que aún mostraba estertores de vida mientras que él hacía negocios para
su compañía chilena de carga marítima, la Naviera
Nacional.
Mamiña, del
Aimará "imilla" (doncella, niña), es una deidad de paraje conocida
hoy mayormente por sus Termas y por las bondades terapéuticas que sus calientes
aguas termales sulfurosas, las que traen hacia la superficie a borbotones el
sofocante aliento de las complicadas tripas de las montañas andinas. Está ubicada a más de 2.700 metros sobre el
nivel del Mar de Chile y a unos 77 kilómetros de camino de tierra al oriente
de la comuna de Pozo Almonte en la Provincia del Tamarugal,
en la Región de Tarapacá, en Gulumapu (Mapudungún
para: Chile). Las Termas de Mamiña son
un importante lugar de Turismo, de descanso, y un lugar en el que se persigue salud.
Afortunadamente hoy se le reconoce legal
y moralmente como territorio patrimonial de la Comunidad Indígena de Mamiña.
Dentro de
su potestad existen de varias fuentes termales, y las vertientes de Ipla y El
Tambo. Cuando las visité vomité
desesperadamente, dejé la mitad de mis tripas y lo que había ingerido durante
la última semana desparramadas por las amarillentas piedras en las fumarolas de
Baño de los Chinos. ¡Vaya olorcito! Pero esto no parece amedrentar a los
visitantes que les encanta oler el sobaco del demonio en persona y darse largos
baños en fétidas pozas de sulfuroso barro.
Dicen que las vertientes también producen purísimas aguas que pueden ser
bebidas, por lo que la Compañía transnacional Coca~Cola, ha instalado una embotelladora de Agua Mineral de su
exclusiva propiedad. ¿Usted toma Coca~Cola? ¿Qué cosas, no?
Las
hermosas y cariñosas casitas que son de las erigidas originalmente fueron todas
construídas con las piedras volcánica de la zona y con las callosas manos de
los Quechuas; las mismas dedicadas manos que erigieron sus techos de paja y
barro; barro y paja que provenían de las cercanas terrazas escalonadas en que
cultivaban el sustento y futuro de sus vidas.
Hoy están abandonadas y silenciosas, como esperando que el caprichoso e
inconsistente ser humano las redescubra una vez más.
Esa remota
tierra de tan inmensamente pretéritos tiempos había sido ocupada por otros
grupos aparentemente más humanos que algunos de los grupos que tenemos
hoy. Allí vivió la Cultura Puquina con
su andenería y sus extintos lenguajes el Puquina y el Kallawaya; desde muchísimo
antes de la existencia del dominio del Inca, tierras en la que aún sobreviven algunas
edificaciones impertérritas del tiempo.
Sí señor, estas localidades tenían nombres bautizados miles de años
antes de que la madre de cualquier conquistador hubiese nacido.
Recuerdo
que mi padre me llevó a visitar una pequeña basílica desértica con el nombre de
Iglesia San Marcos, la que fué edificada según los entendidos en 1632, el mismo
año en que se fundó Yakutsk en Siberia, y en que el
osado Galileo Galilei publicó su "Diálogo sobre los principales
sistemas del mundo". ¿Sabrá este susodicho de San Marcos
cuántas cosas se habrán bautizado con su nombre? Sin sorpresas ni variaciones de
comportamiento insolente y desviadamente altanero, los ultrajeros religiosos
erigieron su deleble templito sobre un antiguo cementerio indígena, el que
afortunadamente fué trasladado en 1865 por gentes bastante más civilizadas
y sin una moral tan complacientemente elástica como la eclesiástica. El caso es que yo solamente miré esta infausta
edificación desde afuera porque el entrar a un templete de esta laya (a
cualquiera) me produce un descomunal dolor de cabeza.
Ahora
Mamiña es una localidad casi desierta de calor humano, en donde ya no se
vislumbra ni siquiera un buquecito manicero.
Durante los escasos días que visité sus amantes hábitos desérticos y sus
viviendas milenarias, le tomé un apego especial como el que le tengo a otras
localidades cordilleranas; y también sabía que la recordaría por el resto de mi
inquieta y desordenada existencia. Cuando
supe que la propusieron Patrimonio de la Humanidad me llené tanto de gusto,
orgullo y emoción, que derramé una sentida lágrima de felicidad, una dulce gota
de agua caliente; no como la que derramó Quisu Mayta aquel día en las alturas
del Cuzco; esa gota de sudor helado que se le quedó atrapada entre la sien y su
desorbitado ojo izquierdo, pero ésta, mi lágrima; fué ardorosa y llena de
emoción, sin miedo ni temor, empero llena de amor.
Corto fué
mi tiempo en tus faldas Mamiña, pero suficiente para un amor a primera vista; y
ese amor por tí será siempre el alegre polizón de mi alma.
Sé que tú
derramaste una vieja lágrima también; quizá tan dulce como las de la Ñusta Asnaq
Yaku, a la que presurosos el calor y el viento de Atacama bebieron sin
dilación. Sé que de vez en cuando
derramas algunas lágrimas disimuladas en tu llanto, y aunque por más que te oteo
el horizonte, no puede verte desde mi lejanía porque te escondes detrás de montañas majestuosas y espléndidas como mis sueños,
pero tu estampa siempre estará visible en mi amplio y desbocado corazón.
¿Por qué yo sé que de vez en cuando lloras? Sé que quizá te habrás hecho esta pregunta
Mamiña... Pues lo sé porque lo aprendí
de la misma desolada forma en que tú aprendiste a rociar algunas lágrimas de
desamparo: arriesgando el manojo entero de la vida por vivir un sueño
imposible, desafiando enemigos invencibles y desleales y otros muchos adversarios
perecederos; y lograste atrapar el futuro entre los tejidos de tus ansias para así,
poder estamparlo en el infinito y pertinaz cementerio de las memorias
olvidadas.
Mamiña, el
llanto tuyo es también el llanto mío.
El Loco