El filósofo alemán Friedrich Wilhelm
Nietzsche una vez dijo: "Debes hacer
de tu más profunda desesperación, tu esperanza más invencible"; y los
bigotes que Nietzsche tenía, eran más grandes que los míos. Incluso la más profunda desesperación se
puede aprovechar para algo útil y positivo, y así; nada se desperdicia.
Estas acertadas palabras de tan profundo
significado pueden tener incidencias positivas en nuestras vidas si las sabemos
aplicar juiciosamente. Estas enseñanzas
se pueden esgrimir con desesperación en situaciones de un carácter filipendulous,
lo que nos produce una horrible cacaesthesia; o con una calma campante en
contextos y circunstancias menos querellantes, lo que nos traerá placer y fruición;
por lo menos, lo es para mí y este último es mi caso.
A veces cuando la vida me embosca con sus
gélidos hálitos de angustia y pesadumbre, en vez de hacerme un dócil y supeditado
súbdito de sus histéricas habromanías, tomo cautiva la situación firmemente
entre mis sentidos, y la transformo en un kalón; en un producto de belleza
ideal perfecto en el sentido físico y moral, a través de la pluma.
Hago esto porque creo que cuando eres un
artista o un escritor, ni una migaja de imaginación se pierde en el tejido de
tu trabajo. No soy un escritor, tampoco
un artista, pero creo que las situaciones más dolorosas o más difíciles de la
vida; siempre se pueden reciclar como material para un proyecto más elevado y
provechoso que el callado dolor del alma.
Entonces podemos transformar lo agrio en algo dulce usando los poderes y
las herramientas del artista en forma despierta, consciente y oportunista. Esto suena un poco frío y calculador; pero no
lo es, por el contrario.
No tengo muchas herramientas, pero tengo
una afilada y puntiaguda pluma, la que no le teme a nada ni a nadie, que se ríe
de la muerte, que no discrimina el color de la tinta, y que nunca se gasta con
las sudorosas palabras que le hago escribir a borbotones llenas de una contumaz
obstinación y una empalagosa y sobona persistencia. Mi pluma es insolente, claro; pero siempre
dice la verdad. Y es así como torno lo
ácido en algo mieloso; porque el arte cuando nace de lugares obscuros y
difíciles, nos dá las herramientas para sentir aquellas emociones humanas más
ocultas y más poderosas. Con esto, portentosamente
podemos transformar nuestras pesadumbres en algo fructífero y significante. Rasco la tinta de mis depresiones desde el
fondo del balde de mis pesares, las cargo en mi insolente pluma, y la imprimo
con violentas palabras en mil aventuras insanas, y en mil sueños sensatos. Uso hasta la última gota de una gota de
tinta. Nada se desperdicia. Nada.
En uno de los archivos de mi pasado está
estampada la muerte de mi
abuelito Víctor. Me acuerdo de él
porque hace muy poco falleció la abuelita de un amigo mío, lo que lo puso súbitamente
en una dolorosa y difícil situación. La muerte
cuesta mucho, a pesar de que es gratis.
Su abuelita vivía en Kioto, Japón, y el no podía ir a los funerales con
la familia debido a constricciones económicas, así que tuvo que viajar solo. Su padre y su madre habían muerto
prematuramente en el terremoto Diexi en Agosto de 1933 en el Condado de Mao, en
la provincia de Sichuán(1).
Este terremoto fué de una magnitud 7.5, y dejó un saldo de 9.000
muertos, y entre ellos, sus padres.
(1) La palabra Sichuan
(Szechwan) es una abreviación de "Cchuānxiá sìlù"; lo que
literalmente significa: "Los Cuatro Circuitos de los Ríos y
Quebradas", los que se refieren a los cuatro circuitos fluviales de la Dinastía
Song; una dinastía gobernante en China entre los años 960 y 1279 de la Era Común.
Entonces, sus abuelos lo adoptaron y lo
criaron por un corto tiempo hasta que un tío se lo trajo a Estados Unidos. No mucho después de la venida de mi amigo a
USA, su abuelo falleció, y su abuela se fué a vivir a Japón con una hija, tía
de mi amigo. Mi amigo estuvo ausente asistiendo
a los funerales por unas dos semanas, y a su regreso, me contó lo que había
sucedido en su triste pero enriquecedor viaje.
Me contó que gracias a la cortesía de
nuestras aerolíneas nacionales, a las que les importa más recoger dinero que prestar
servicios y que están menos organizadas que una pichanga
estudiantil; llegó atrasado a la ceremonia de la cremación de su abuela. No estaba enojado, pero sí furioso. A pesar de todo, no todo estaba perdido
porque llegó a tiempo para la ceremonia de entierro en el mausoleo que la
familia mantiene en el cementerio(2), y que ocurriría en la tarde
del día siguiente.
(2) Nota del autor: en un
"cementerio", las criptas, mausoleos, tumbas y marcadores están
hechos normalmente de cemento, y quizá por eso estos lugares de entierro se
llaman "cementerios"; pero si estos artilugios estuviesen hechos de
madera, estos sitios entonces ¿se llamarían Maderoterios? ¿Qué cosas, no?
Siguiendo con el relato de mi amigo, éste
me contó que se hospedó en la casa de su tía durante su estadía en el
Japón. El quería quedarse en un hotel
para tener más privacidad, pero ante la cariñosa y efusiva insistencia de su
tía, decidió tomar alberge en su casa.
Las paredes y los tabíqueles de papel lo ponían nervioso e incómodo; por
lo que procuraba ir al baño cuando la tía estaba durmiendo. "Son
sólo unos pocos días", se dijo a sí mismo, así que armándose de
paciencia y silencio, se quedó a compartir la morada de su tía por esa semana
necrológicamente obituaria.
Con gran exaltación me narraba lo que pasó en
la mañana antes de la ceremonia que se realizaría en el terreno de los osarios
y las cárcavas, y después de compartir con su tía el típico desayuno japonés
que consiste en lo siguiente:
Arroz
al vapor. Un
plato esencial.
Okayu
(arroz con leche).
Sopa
Miso. Esta
sopa contiene tofu, cebolla verde, algas wakame (algo así como el cochayuyo
pero chiquito, aburaage (tofu súper frito), y otros elementos que podrían
causar misteriosidades (combustión espontánea humana) repentinas.
Natto
(soya fermentada),
Se coloca sobre el arroz cocido al vapor..
Nori (un alga seca).
Tamagoyaki.
Una tortilla enrollada que se sirve con
rábano daikon rallado.
Pescado
a la parrilla.
Normalmente salmón salado a la plancha, o jurel seco.
Tsukemono.
Normalmente
ciruelas en conserva o ciruelas rojas secas.
Menos mal que yo no vivo en Japón...
Después de esta asiática y aventurera comida
a la que los japoneses llaman "desayuno", su tía lo invitó a pasar al
"living", para lo cual mi amigo se quedó sentado donde mismo mientras
que su tía taconeando bulliciosamente sus getas(3), habría dos opacas
"fusumas" (particiones
verticales deslizantes) al lado oriental del cuarto, y reorganizaba dos
más; cerraba una al poniente, y deslizaba otra al occidente. Y Eureka!
Estaban en el "living!"
(3) Para los de mente de perspicacia licenciosa,
sicalíptica, lujuriosa y concupiscente, que quede muy claro de que las "Getas"
son los zapatos japoneses femeninos.
Detrás de uno de los tabiques que su tía
deslizó, estaba un mueble que sobre su cubierta había descansando una pequeña urna, una vasija
mayólica que contenía las cenizas de la abuela recién cremada. Al lado del receptáculo saúco había un par de
"kuàizi" de bambú. La palabra original
del idioma Mandarín que le dió su nombre a estos palillos es: kuàizi o kuài'er;
que significa "los objetos
de bambú para comer rápidamente".
La tía esgrimió diestramente los palillos
de bambú, le sacó cuidadosa y respetuosamente la tapa al contenedor mortuorio,
y con mucha dexteridad y pulcridad, escarbó delicadamente entre las cenizas y
recogió dulcemente tres o cuatro fragmentos de los huesos todavía sin quemar de
la abuela. Los puso uno a uno en otro
contenedor de porcelana que tenía para la ocasión, y cuando concluyó haciendo
esto, selló el contenedor celosamente, y se lo entregó a mi amigo con ambas
manos diciéndole: "toma estos
huesos, y llévatelos a casa. A tu casa".
Mi amigo estaba perplejo y no sabía qué
decir ni cómo reaccionar. La tía
viéndolo visiblemente desconcertado y estupefacto; explicó: "Esta
es una tradición japonesa que se llama honewake",
palabra que significa "dividiendo los huesos" -explicó
la tía; y prosiguiendo dijo: "de
esta forma, nada se pierde de nuestros antepasados, y todo se aprovecha para
algo, nada se desperdicia."
La cara de mi amigo seguía en un hito
emocional y perdida en concomitancia con su aliento, y haciendo de tripas
corazón, le dió las gracias a la tía balbuceando unas palabras que sonaban a
agradecimiento; y sin saber qué más hacer en ese momento. Después de unos breves instantes cuando la
perplejidad se fué y el aliento volvió, se dió cuenta de que no podía traer de
vuelta a USA este macabro y sepulcral presente.
Aparte de eso, no sabría qué decir en las aduanas... Pero sería aún más difícil y afrentador el no
cumplir con estos íntimos deseos tan profundamente arraigados en la cultura e idiosincrasia
de su tía nipona.
La ceremonia de la deposición de los restos
de la abuela en el mausoleo de la familia en el cementerio, transcurrió sin perturbaciones
y los asistentes volvieron silenciosamente a sus lugares por sus rutas de
regreso. El día estaba fresco pero con
mucho sol. Una suave brisa peinaba y las
ramas de los cerezos del cementerio, y mecía sutilmente los pétalos de sus
rosadas y delicadas flores. Es una
lástima que los japoneses no tengan Jubaea. Todas las tumbas estaban en silencio. La ceremonia fué corta y sucinta, no había
tiempo para perder, palabras extra para gastar, ni lágrimas en demasía para
derramar. No había nada para el
desperdicio... El cementerio era pequeño y bien organizado
con tranquilas residencias de sólo un piso bajo la superficie.
Al día siguiente y después de haberlo
pensado mucho, y también después de haber hecho un llamado a casa para
consultar con su esposa; mi amigo –que es un artista genial- elucubró una solución
original y artística, pero sobre todo; equitativa para satisfacer a todos, y
sin herir susceptibilidades. Él estaba
bastante acongojado por la situación, y a pesar de que él había vivido la mayor
parte de su vida en un suelo extranjero, ciertas costumbres idiosincráticas
todavía anidaban bajo su piel. Decidió
decirle a su tía de las dificultades y conflictos que se producirían al
intentar traer las inacabadas cenizas de la abuela a USA, pero que tenía una
idea para subsanar la situación.
Mi amigo es fotógrafo y también es un
cineasta muy talentoso; así que decidió hacer una corta película la que
incluiría los huesos, el espíritu de la costumbre, y la historia detrás de este
film. La idea era buena, pero debería
convencer a la conciencia nipona de que esto era respetuoso y aceptable; y que
nada importante o trascendental de este íntimo y esencial evento se
desperdiciaría, o sería denigrante o fanfarrón.
Entonces, se puso a trabajar.
Lo primero que hizo fué reunir a todos los
integrantes más cercanos a la familia y que eran los más apegados a su
abuela. Se reunieron en la amplia "ima" (sala de estar) de la "minka" (casa) de su tía. Una vez que todos estaban acomodados, y las
fusumas se habían acomodado propiamente para recibir a la comitiva, mi amigo
explicó:
"Como
todos ustedes saben, he vivido la mayor parte de mi vida en un país occidental el
que lleva un sentido cotidiano muy diferente al que tenemos aquí. También respetamos y honramos a nuestros muertos y antepasados,
pero en forma diferente. Nosotros
también tenemos ceremonias tan elaboradas como las japonesas, pero su
significancia es diferente. Por otro
lado, me sería casi imposible llevarme los huesos de nuestra abuela sin correr
el riesgo de que me los quitasen en alguna aduana. Tengo que hacer escala en otro país, y eso
contribuye a la dificultad; y por eso creo que sus huesos deberían quedarse
aquí, en esta tierra que ella tanto amó y reverenció".
Mi amigo hizo una breve pausa aquí y
observó cuidadosamente la reacción de los comensales. Su tía tenía la cabeza doblada sobre su pecho
como mirando al suelo, y estaba silente como la abuela. Los demás asistentes le miraban sin pestañear
con sus semi-cerrados, pero lúcidos ojos y con una actitud inmutable. Sus caras parecían abandonadas de emociones,
pero sus ceños delataban un curioso interés.
Mi amigo prosiguió:
"Por
supuesto que quiero llevarme un trocito de nuestra abuela para compartir con mi
familia, pero creo que podemos hacer algo más asequible y cercano para las
costumbres y el entendimiento occidental.
Creo que así será más provechoso para nuestra familia y podré compartir
y comunicar estos momentos y el recuerdo de nuestra abuela en forma más
efectiva y perdurante. Pues entonces lo
que propongo es que hagamos una pequeña película para llevarme de vuelta a
casa, donde podremos captar la ceremonia, los huesos de la abuela, y el genuino
espíritu de esta milenaria tradición. Nada se dejará afuera; nada se
desperdiciará".
Acto seguido y con gran ansiedad, se quedó
esperando por una reacción del grupo.
Los nipones asistentes se miraron entre ellos rápida e
intermitentemente, y después de un animado y bullicioso babeldom, la tía saliendo
de su estado de "stupore mentis
mummified" (estado de trance momificado) abrupta pero suavemente, le
dijo a su ahijado: "Estamos de
acuerdo! Les encanta la idea de
transmitir las costumbres de esta manera, pero lo que más les deleita es que
van a estar en una película. También
quieren saber si se tienen que maquillar..."
Mi amigo exhaló un largo y profundo suspiro
de alivio y consecución; largo como un día de Verano sin comida (podría haber
dicho: más largo que flato de jirafa, pero no habría sido apropiado o muy
respetuoso), y profundo como la congoja del pobre. Les sonrió levemente a los invitados, y les
dijo que les daría instrucciones esa tarde para que comenzaran la filmación al
otro día. Las visitas se pararon vivazmente
y dejaron la minka entre animadas conversaciones y estridentes risas. Mi amigo miró a su tía y le dijo: "Todo salió bién...", a lo que su tía
respondió con un callado y suave asentir de cabeza acompañado por una dulce
sonrisa.
Esa tarde mi amigo hizo una lista de cosas
para hacer: escribió un guión, anotó instrucciones para los
"actores", estableció el escenario apropiado, y cargó las baterías de
su cámara VHS.
Al día siguiente apenas despuntó el
naciente sol del Imperio, los participantes comenzaron a llegar amontonadamente
a la casa. Los hombres vestían sus
elegantes Montsukis adornados con el escudo de armas de su familia, un claro
Mon (marca heráldica) en la solapa izquierda de sus Montsukis, un hermoso y
adornado Sensu (abanico) en una de sus manos, un amplio Hakama (una vestimenta
hasta la rodilla) sobre el Kimono, un elaborado Obi (cinturón o faja) o hecho
de Kaku-obil (material duro) o hecho de Heko-obil (material dúctil), y para
completar sus atavíos calzaban Tabis (calcetín japonés) y Getas, el calzado
requerido para el Montsuki. El verlos
vestidos así evocaba los tiempos del Shogún (seii taishõgun), de los clanes Fujiwara y Hojo.
Las damas japonesas hicieron su flamante
entrada en la minka ataviadas con blancos Nagajubans (bata bajo el Kimono)
cubiertas con un exquisito, elegante y aristocrático Furisodé (el kimono formal)
con sus amplios Tamotos (mangas anchas), y otras con Tomesodés (mangas
normales), todas llevaban sus Obiages, obis, y obijimés, y por supuesto, sus
menudos Tabis y Getas. Había vestimentas
desde Onna-bugeishas (Geisha guerrera), pasando por Geishas comunes, hasta
Maikos (aprendiz de Geisha). La
elegancia y el despliegue de riqueza, donaire y exquisitez de los
"actores" era digna de un Tennō (Emperador/Soberano Celestial).
Todos se reunieron en la pieza de las
cenizas, y hablaron de la tradición de las cenizas, de la historia de la
familia, de otros antepasados, de la vida de la abuela y de su muerte. Hizo entrevistas con su tía y con otros
familiares que con sus espectaculares vestimentas y la adherente interpretación
filológica y verbal correspondientes, parecía un documental digno del National
Geographic. Una porción del film se
dedicó a la ceremonia de la separación de los huesos de entre las cenizas, y la
entrega de éstos a los descendientes. El
ambiente era solemne y ordenado, y los actores todos hicieron sus partes a la
perfección. También se ejecutó la Ceremonia del Té para esta
póstuma filmación de tan gran contenido idiosincrático y cultural.
A la ceremonia japonesa del té, también se
le llama "La Manera del Té",
y es una actividad cultural que involucra la preparación y presentación
ceremonial de "Matcha", una
clase de té verde en polvo. En japonés, esta
ceremonia se denomina "Chanoyu"
o sadõ. La manera en la que se lleva a
cabo el funcionamiento de esta ceremonia se llama "Otemae".
Desde temprano, el Budismo Zen fué una
influencia primordial en el desarrollo de esta ceremonia del té. Estas reuniones ceremoniales del té se llaman "Chakai" o chaji y es una actividad sencilla
de hospitalidad que incluye pastelillos, "Usucha" (té no cargado) y a veces, una sustento ligero. Una ceremonia de té mucho más formal se llama
"Chaji", que suele incluír una "Kaiseki" que es una cena tradicional
de varios platos, seguida de pasteles, "Koicha" (té cargado) y Usucha. Una Chaji puede durar hasta cuatro horas.
Comentario
Una vez en Washington, DC participé de un
Chanoyu (no chanchullo) de éstos con mi esposa.
Ella me dijo que no comiera nada ese día porque en esta ceremonia del té
se comía. Bueno, no comí nada para el
almuerzo y nos fuimos a esta ceremonia que se realizaba a las 3 de la
tarde. ¡Nunca más! Eran pasadas las 7 de la tarde y ya no veía
de hambre; la última comida del día fué una tostada casi transparente con
mantequilla que me comí al desayuno; y
la Geisha no terminaba nunca con el asuntito del jodío té. Aparte de que mi estómago creía que me habían
cortado la cabeza, comencé a tener alucinaciones de hambre.
Miraba una muralla y vislumbraba una típica
"hora del té" chilena, con suculentos sánguches de pernil de chancha
soltera, jamón Serrano de La Unión, queso chanco de Osorno, galletitas de agua
destilada, mermelada de damascos peludos, lúcumas peladas, y el infaltable
tazón de té Supremo (o Tres Montes) en bolsitas; o una infusión de "pata
de vaca" sin azúcar para los giles con problemas al riñón. Durante las Navidades, se agrega Pan de
Pascua legítimo de Isla de Pascua.
Miraba el cielo raso, y veía un cortejo se
sopaipillas pasadas, cuchuflís con chocolate, y unos "berlines" que
orbitaban sonrientes la lámpara que colgaba famélica del techo. No habían acabado de pasar las sopaipillas
(pasadas), cuando una horda aterrorizada de empanadas de "Pino" cruzó
en estampida el cielo raso. ¡Me
asusté!, no por la horda, sino que porque la seguía un botellón de Pisco Sour
de La Serena... traté de levantarme y
alcanzar la botella, pero tenía los ojos blancos y no veía nada. Mi mujer me miró de soslayo cuando me levanté
de la silla y comencé a caminar a tropezones con los brazos en alto y
balbuceando: "¡piscosagüer, piscosagüer!".
De un violento tirón de la camisa (lo que desafortunadamente incluyó una
sección del elástico del calzoncillo) me volvió a sentar en la silla. Como que desperté un poco...
Medio avergonzado me acomodé en la silla y
fijé la vista en el piso, pero entonces y para mi infinito asombro y estupor,
la alfombra debajo de mis zapatos se deslizó rápidamente a estribor desvelando
súbitamente una jarra de mote con huesillos la que me hizo trepidar las
glándulas salivales, y comencé a babear profusamente con la lengua medio
evacuada. Mi esposa me pasó un pañuelo
por la boca, más bien me lo estampó con tremenda fuerza en la jeta lo que
técnicamente calificó como un "cachuchazo"(4),
acompañado con una sonrisa sulfúrica y una desafecta mirada que casi me
descuartiza vivo. La cosa estaba muy difícil,
y la Geisha no tenía ninguna intención de apurarse.
(4) En términos netamente populares Chilenos,
"Cachuchazo" es el nivel más alto y el epítome del
"charchazo", el que a su vez; es un bofetón (o cachetada) magistral
con saña. Es como que a uno le
aplaudieran efusivamente la cara con paletas de ping-pong de fierro. El siguiente nivel del cachuchazo es el
"combo en l'hocico".
Mientras me sobaba suavemente las comisuras
de mi delicada boca, disimuladamente me trataba de sacar la porción punzante
del calzoncillo que se me había atrincherado en la zanja donde la espalda
pierde su honorable nombre, producto inesperado del tirón de camisa que mi
mujercita me había dado momentos antes. Después
de esto, no tuve más remedio que quedarme quieto y despierto. Para poder conseguir realizar esta tarea, le
pegué un tremendo "chirlito" al brazo de la silla de madera, y me
aguanté.
Finalmente la ceremonia de preparación del
té terminó y por fin pude tomar un té desabrido y sin azúcar... no me quitó lo turnio. La "comida" que siguió parecía que
la había preparado la belonoide de "Twiggy" (que era más flaca
que sombra de clavo), los pasteles parecían pasas a dieta, y el Kaiseki,
casi-casi parecía comida. ¡Nunca
más! Para la próxima invitación me llevo
un sánguche en el bolsillo y un tazón de Pomaire
lleno de ulpo! ¡Y sí señor!,
cuando tomaba tecito en Chile; me comía todo y nada se desperdiciaba.
¡No sé de dónde lo habrá sacado la parsimoniosa Geisha ésta el famoso
tecito verde! Me tomé apenas una tacita
sin gracia, y me dió una colitis caballuna galopante, lo que me obligó a
fruncir y a mantener bien apretadas las comisuras de mis podicem labia, y a moverme con la cautela del impala y el sigilo
del leopardo por el resto de la noche. ¡Joder!
De vuelta a los huesos
Este proceso de filmación ciertamente
acercó a mi amigo a la familia, especialmente a los parientes que no había
conocido sino hasta el encuentro en esta triste cónclave. Cuando la filmación terminó, aunque sin
editar, todos vieron la película juntos.
Las risas, la anticipación y el bullicio desapareció al comenzar la
película, y todos la vieron con el más profundo respeto y veneración. Todos concluyeron que este film sería
muchísimo más apropiado que los huesos para llevarse a USA, y que serviría como
un excelente embajador de sus costumbres.
Mi amigo prometió que apenas editara su película, les enviaría a todos
una copia de ella.
De vuelta en USA, mi amigo comenzó a editar
su película, y después de varios atentados editoriales, me dijo que había
decidido no eliminar absolutamente nada del celuloide. "No
pude cortar nada de la película" me dijo, "todo calzaba bien y no había nada que desperdiciar",
concluyó. "De mi abuela nada se desperdició, y de esta película, nada se
desperdiciará".
Cuando vi su película, se me hizo un nudo
en la garganta y no pude hablar sin miedo de que se me quebrantase la voz. "Hasta
en la muerte, nada se desperdicia", pensé. Y sin ser un genio, mi artista amigo fué
capaz de transmutar un negro episodio en una fuente de luz. Lo único que tuvo como inspiración fué el más
excelso despojo humano: la muerte.
Aprendí una valiosa lección de esto: Nada se debe desperdiciar.
Yo no puedo hacer películas como mi amigo,
pero intento escribir, y esto; no es muy diferente a la meditación. Cuando escribo debo intimarme con mis
historias, agasajarlas de sentido, de humor, de filosofía, tristeza y
esperanza, ¡nada se debe desperdiciar!
Cuando comencé a escribirles esta historia,
mil ideas y mil pensamientos se arremolinaron en mi pluma y rebasaron mi
tintero, y se diseminaron por mis blancos papiros, y se derramaron sobre el
suelo, y no pude escribirlas todas aquí, por más que me esmeré en hacerlo. Pero eso no importa porque cuando terminé de
poner el último punto en el papel donde escribí esta historia, recogí
prestamente todas las ideas y pensamientos que se habían fugado de mi mesa
mientras escribía, y los puse de vuelta en mi tintero de sombras. Cerré la tapa del tintero de sueños y los
dejé encerrados ahí para usarlos en mi próximo relato, no porque éstas ideas y
pensamientos fuesen geniales, sino porque así; nada se desperdicia.
El Loco