Descargo de
Responsabilidad y Gravámen Social
Antes de comenzar debo hacer una epexegésima
aclaración pública y oficial para evitar cualquier malentendido o una posible
sugestión errada --por descabellada que ésta pudiese parecer-- y que nos lleve
por el camino del entendimiento inocentemente erróneo.
Cuando hablo de "ballena" me
refiero al incomprendido miembro Mammalia Eutheria del orden Cetacea; y no a mi suegra, aunque el
parecido sea innegablemente prodigioso.
Este error me ha hostigado previamente por no haber aclarado
específicamente mis ediciones sobre hipopótamos con Obesidad Mórbida,
rinocerontes con Gota, morsas con problemas glandulares, enormes paquidermos
que sufren de Elefantiasis Trópica, con bovinos afectados con el Síndrome de
Proteus; e incluso, con orangutanes con un severo ataque de celulitis.
Sobre Ballenas
Hace aproximadamente unos 65 millones de
años atrás cuando la Era Mesozoica estaba en pleno auge y mejor conocida como
"La Era de los Dinosaurios", los océanos del
planeta eran el domicilio general de los peces y de los feroces y
predatorios reptiles marinos. Entonces
por razones aún desconocidas e inciertas para nosotros, los dinosaurios que
caminaban la tierra y los reptiles marinos desaparecieron callada y
misteriosamente de la exuberante y salvaje naturaleza de aquel entonces.
Un rato más tarde, hace unos 50 millones de
años, algunos grupos de mamíferos usaron la ventaja que los océanos abiertos les
ofrecían ahora sin los aterrorizantes depredadores, comenzaron a desarrollar
sus especies de tal modo que hoy en día hay alrededor de 100 especies distintas
de mamíferos que habitan nuestros sucios océanos. El único grupo de mamíferos que tuvo una
única e increíble variedad de adaptaciones que las moldearon para mantener una
vida acuática total y completa fué la famosa Ballena. La ballena y el hipopótamo son la misma
especie que se derivó de un ancestro común: el Cetarciodáctilo, al final del
período Paleoceno. ¿Qué cosas, no?
Materialis Intret (Entrando
en Materia)
Para los más curiosos, la palabra ballena
(Whale en Inglés) se origina en el Inglés Antiguo de Proto-germánico "hwalaz hwæl", que es el nombre
común para los diversos mamíferos marinos del orden Cetacea. La palabra Cetus
del Latín significa "animal grande".
El término ballena a veces se usa para referirse a todos los cetáceos, incluídas
todas las llamadas "marsopas", y a menudo incluyendo a los
sandungueros delfines y a las graciosas toninas.
Estando llegado hace poco a USA, una vez me
fuí al Estado de Maine a visitar --de puro curioso que soy—y porque me contaron
que se podían ver a las ballenas apenas a unos 30 kilómetros de la costa. Esto ocurrió a fines de Mayo así que las
aguas del Atlántico no estaban tan frías comparadas con las aguas de la austral
y heroica ciudad de Punta
Arenas y sus tierras Onas, y esto poco antes del Verano. Entonces para poder ver a estas magníficas y
soberbias bestias de cerca, tomé un tour con una compañía de nombre "CAP'n
FISH'S WHALE WATCH", localizada en la pequeña Bahía de Boothbay en el Condado de
Lincoln; y que era una de las más antiguas compañías de la región, según me
dijeron.
En aquellos tiempos mi Inglés todavía era
bastante "Atarzanado" y mayormente trium syllabarum (trisilábico), y el
acento con que perpetraba los sonidos cuasi ingleses era más pesado que un rosario
de boyas; pero me las arreglaba para que los gringos me entendieran entre los
berridos de pseudo-inglés y los notables ademanes, gesticulaciones, cabriolas y
"manu motus" con los que me
ayudaba a comunicarme. Tenía hecha una
reservación para esto, tal como lo habían hecho los tres amigos que me
acompañaban. Dos de ellos sabían menos inglés
que yo, pero que eran osados y resueltos como lo soy yo, así que las
dificultades de la aventura no significaban nada para nosotros.
Cuando digo "amigos" me refiero
simplemente a conocidos que son compañía por un tiempo, ya sea en el trabajo o
en los fines de semana, pero que no califican dentro de la definición correcta
y cabal de "AMIGO". Para el
medio perdido, AMIGO del Latín "amicus"
se refiere a una persona con la que tenemos una relación de afecto mutuo. La amistad es una forma más fuerte de unión
interpersonal que una simple asociación. Esta definición de "amistad" es el
producto de un estudio que envuelve sociología, psicología social, antropología
y filosofía, incluyendo la teoría del intercambio social, la teoría de la
equidad, la dialéctica relacional, y los estilos de apego. Por lo tanto y de acuerdo a lo expuesto
anteriormente, estos giles que me acompañaban eran básica, técnica y estrictamente:
"asociados".
Uno de mis "asociados" era un alegre
ciudadano Boliviano que estaba en un estado de embriaguez emocional y en un éxtasis
total casi afrodisíaco por el hecho de que iba a navegar por primera vez en una
embarcación diferente a una balsa hecha de totora, y en un mar con olas y agua
salada, un lejano parangón analógico de lago.
Su cara de Uro asustado me recordaba las buenas gentes Aymará que conocí
en la retraída Isla Chelleca en el estrecho de Yampupata del lago Titicaca en
el Departamento de La Paz, una vez que visité esos lares tiempos A.
Otro "asociado" era un gil subproducto
de Mayagüez; Puerto Rico, el que hablaba una jerigonza pseudonipona infernal y sosaina, porque Castellano
no era. Primero se refería a mí como
"Jodrijo" en vez de "Rodrigo", la capital del Estado de
Georgia era "Alanta" en vez de "Atlanta", ellos viven en
"Puelto Jico" en vez de "Puerto Rico" (algunos viven en
Viljinia, USA), y "chal palante" es "avanzar hacia
adelante". En otras palabras más
civilizadas y sofisticadas, este perecedero ejemplar mortal era un litri de un
lenguaje impepinablemente ininteligible y intermitentemente incoherente, claros
cascotes procedentes de un lenguaje sedimentario paleohispánico.
El tercer sujeto era un ciudadano de
Zambia, lo que conocíamos antiguamente como Rodesia del Norte. Rodesia se deriva de un gil británico de
nombre Cecil Rhodes, que explotaba, o mejor dicho usufructuaba de las riquezas
minerales de la región. El nombre Zambia
se deriva del rio Zambezi que significa "el río de dios" y no tiene
nada que ver con la Zamba Canuta. La cuestión es que este gallo era más opaco
que el petróleo con la luz apagada, y que cuando estaba serio parecía una aceituna
con ojos. El asunto es que él nunca
estaba serio. Siempre tenía en su cara
una amplia sonrisa de oreja a oreja y desplegaba unos macizos dientes blancos
como el salitre de Calihue.
A todos mis "asociados" los
conocí en el ómnibus que nos transportó desde Virginia a Maine para los efectos
de observar a la ballenas en su hábitat natural.
Había leído en el folleto de la compañía de
tours que decía que con suerte, se podrían ver la ballena jorobada, la ballena
piloto, la ballena Minkus (o ballena pigmea), otras ballenas surtidas y hasta algunas
orcas que eran algunos de los asiduos y ocasionales visitantes de las heladas aguas
de Maine. También --vociferaba el
folleto-- había posibilidades de ver focas, delfines y otras especies marinas a
lo largo de la marea. Cuando leí lo de
las focas, me acordé de las bulliciosas focas de Caleta
Tortel de las que sus ladridos se oyen hasta la Isla de los Muertos.
Cuando el bus llegó a la Bahía de Boothbay
estábamos hambrientos y cansados del largo viaje, así que como lo habíamos
decidido durante el viaje, comenzaríamos por llenarnos las tripas y descansar antes
de abordar la excursión hacia las ballenas al día siguiente. Digo esto porque no era recomendable comer
mucho antes de embarcarse en caso que uno tuviese regar el mar con agrio vómito. Cuando nos desembarcamos del autobús yo ya estaba
listo para desalojar con mi mochila aventurera colgada ya sobre mi espalda,
pero noté que mis "asociados" estaban esperando que el chofer abriera
las entrañas del bus para sacar sus pertenencias.
Cuando el chofer abrió las compuertas de
carga me quedé estupefacto: el Boliviano recogió dos maletas de mediano tamaño,
pero el "pueltojiqueño" traía cinco maletas, todas abarrotadas y
"glandes". Todos veníamos sólo
para la excursión ballenera, y para retornar el día subsiguiente a
Virginia. No había ninguna necesidad de traer
más de uno o dos cambios de ropa, pero el "boricua" aparentemente
tenía otros planes. El Zambiano, mejor
dicho el Bemba (porque pertenecía a la tribu "Bemba") era de la
capital Lusaka, y al igual que el Boliviano, traía una menuda fajina de
pertenencias viajeras. Éste sí hablaba
Inglés; y perfecto.
Apenas dejamos nuestras pertenencias en un
pequeño hotel, nos fuimos a la oficina de Turismo para validar nuestros boletos
para el crucero en el que nos habíamos inscritos independientemente con anterioridad
y que se realizaría al día siguiente, y después de esto; salimos a la calle en
busca de un restaurant para cenar. Era
ya casi de noche, y la temperatura estaba bajando rápida como escupida de
músico. En estas fechas, las
temperaturas en Maine fluctúan entre una máxima de 24.5° Celsius durante el
día, y una mínima de 7° Celsius durante la noche y la madrugada. Un poco frío, pero perfecto para las
ballenas.
El restaurante que encontramos cerca de la
ensenada tenía una gran variedad de platos marinos, mariscos y cerveza
("selvesa" y "malisco" para el boricua). Recuerdo que me comí un sabroso plato del
famoso "Clam Chowder" (sopa de almejas) al estilo New England,
seguido de un par de "Crab Cakes" (croquetas de jaiba), y en vez de
"selvesa" me tomé una refrescante jarra de limonada. El Boliviano comió frugal. No sé si fué porque no le alcanzaba el
dinero, o quizá a causa de que no tenía hambre, porque "apunado" no
estaba y no le ví ninguna bolsita de hojas de coca colgando por ninguna parte. El Bemba también comió en forma civilizada acompañada
de con unos ademanes pulcros y elegantes como reverencia de Mosquetero.
El "pueltojiqueño" comió como si
hubiese sido el invitado que llegó atrasado a La Última Cena. No solo comía a destajo, pero comía con la
boca abierta y hablaba duchando la mesa con sus partículas de alimento hablando
de Puerto Rico como si a alguien le importase.
Este personaje nos deslumbró con un comportamiento más ordinario que ataúd
de mimbre con calcomanías y banderitas.
Después de la cena, nos dirigimos al hotelcito y nos fuimos a dormir
para estar descansados para la siguiente mañana. Antes de retirarnos a nuestras habitaciones,
el Bemba nos sonrió ufano y nos dió una amigable mirada con sus blancos ojos de
eje azabache. La noche cayó fría,
silenciosa, y negra como conciencia de fraile; pero nadie roncó esa noche en el
hotel, y pude dormir apaciblemente.
La inexperta brisa de la mañana siguiente llegó
a tropezones y estaba quebradiza y tiritona.
Traía vergonzosa el vaho salado del Atlántico y se colaba por las
rendijas de las ventanas disfrazada de neblina como la cordillerana y serena
camanchaca que cubre silenciosa esos altos y AntiguosCaminos andinos. Por allá a lo lejos se oían
los ásperos graznidos de las flotantes gaviotas, y el penetrante olor a café
recién colado inundaba insolente e indiscreto las estrechas habitaciones de la
reposada posada. Los vidrios de las
semi-limpias ventanas de mi habitación estaban empañadas con mi humedad
pulmonar nocturna.
Nos levantamos temprano esa mañana porque la
embarcación del tour zarpaba a las 7:00 AM.
Las ballenas en Maine se levantan temprano. Cuando bajé al área del desayuno, busqué una
mesa desocupada para cuatro y me senté a esperar a mis
"asociados". El lugar era
pequeño y estaba abarrotado con unas mesitas pequeñas las que me hacían
recordar los pupitres
de mi temprana edad. No había mucha
gente en el lugar, y los que estaban presentes estaban comiendo los suministros
del desayuno(*) en silencio, y aspirando el café o el té con
pequeños sorbos, tan pequeños y desconfiados como la moral política; y con la
vista cabizbaja clavada en la servilleta de sus mesas.
(*) Nota del Autor: El
nombre "desayuno" se deriva del hecho de que normalmente los seres
humanos no comen mientras duermen, por lo que al levantarse por la
mañana se encuentra en "ayunas", rompiendo ese ayuno al ingerir esta primera comida
(des-ayuno) del día. La mayoría de la
gente llama ayuno a la abstención de comer sólo en las mañanas ( el desayuno), mientras que para todas las otras
abstenciones de ingerir alimentos sólidos y líquidos por un tiempo más elongado,
incluyendo las necedades religiosas de tortura alimenticia, se usa la palabra "Diyuno". ¿Qué cosas, no?
No tuve que esperar mucho para que apareciesen mis
"asociados". El primero que se
me unió fué el ciudadano Boliviano que venía caminando con unos pasitos cortos
pero muy enérgicos y decididos hasta que
llegó a la mesa. Menos de un minuto
después hizo su entrada el Bemba con su imborrable sonrisa y sus ebónicos ojos
de Acacia
Melanoxylona. Nos
saludamos y esperamos por el "pueltojiqueño", pero como el tiempo
pasaba presuroso e imperdonable y éste no aparecía, decidimos comenzar a merendar
sin su presencia. El Boliviano demostró
tener un hambre de león enjaulado, lo que compensó con creces lo poco que había
comido la noche anterior. Tomé una nota
mental de ir al baño antes de que lo hiciera este ciudadano solo por
razones de seguridad nasal y blindaje del olfato. El Bemba era hombre de pocas palabras, pero
de activas y eficientes mandíbulas, y también probó ser un excelente
deipnosofista.
Ya casi terminábamos de desayunar cuando apareció el
"pueltojiqueño". Venía apurado
y con un aspecto "ajumao" que daba la impresión de que había dormido
con la ropa puesta, y se había saltado la ducha matutina. "Me dolmí, bródel" (del Inglés: brother:
hermano) --dijo con una voz traposa y caliginosa-- y
procedió a agarrar alborotado cuanto alimento había sobrado en la mesa
metiéndolo en un cartucho de arrugado papel blanco, el que introdujo dentro de
una sospechosa, delicada y afeminada cartera de cuero sintético que leía "Puerto
Rican Sweetheart". "No hay
tiempo que peldel", agregó con voz de pito apurándonos con amaneradas
gesticulaciones e instándonos con sus cuidadas y exquisitas cejas a que nos
marchásemos mientras que se encajaba un gran trozo de pan en su amplio hocico.
Salimos a la calle, la que nos recibió osadamente
con una fresca y húmeda brisa y nos encaminamos hacia el muelle donde nos
esperaba la embarcación la que hacía profundas y graves reverencias con su proa
al compás de las macizas olas. Apenas
arribamos a su eslora, presentamos nuestros coloridos boletos de embarque y abordamos
rápidamente la nave tratando de escoger la mejor ubicación para el viaje. Como yo soy ducho en estos asuntos
argonautas, me ubiqué en la proa porque no sabía en qué dirección pegaría el
viento, y quería asegurarme de que los sorpresivos y explosivos vómitos por
mareo no me ensuciasen la camiseta nueva de $4 que había comprado en
"K-Mart" unos días antes.
Incertidumbre
Para mí, el peor sentimiento de todos es la
incertidumbre porque siempre viene cargada de perplejidad, vaguedad y
ambigüedad. Cuando la barca zarpó desde
la dársena de madera desde la cariñosa ribera que la bañaba, una tremenda
incertidumbre me atacó la pajarilla.
¿Por qué menciono ésto mis queridos y bien amados
lectores? Porque yo tenía una agenda
diferente a sólo observar las ballenas, y en el preciso momento de desatracar
mi agenda secreta entraba en efecto, pero no tenía muchos detalles acerca de
cómo diablos la iba a ejecutar con éxito.
Preparado estaba, pero los altos y salvajemente variables elementos de
riesgo siempre corren paralelos y siamésicos a cualquier aventura. Mi agenda era simple: saltar al agua en la proximidad
de una ballena, y nadar lo más rápido posible hasta tocarla.
¿Locura dirá usted? No. ¿Irresponsabilidad dirá usted? No. ¿Monomanía dirá usted? No. ¿Insensatez dirá usted? No. Tampoco es imprudencia, atolondramiento, irreflexión,
demencia, delirio, o ningún tipo de frenesí o esquizofrenia emocional. Hay que entender que cuando uno es Loco como
lo soy yo, estas pundorosas y acertadas palabritas que enlisté en el párrafo
anterior no tienen ningún sentido porque en la aventura, lo único que cuenta es
el desenlace.
En el
"Itiner" de mi "website" digo: "Narro mis historias porque la aventura no está en la
meta, sino en la jornada. Narro estas
jornadas para revivir su aventura porque las metas cuando se alcanzan, pierden
su valor y entonces se tornan efímeras; y se tornan efímeras porque su
culminación priva a la aventura del pináculo de la meta. Lo único eterno y con propósito, es la
jornada".
Entonces
como parte de mi aventura, la meta es sólo uno de sus componentes; importante, pero
no lo es el todo. Si no hubiese sido
capaz de tocar la ballena, esto no habría sido --bajo ningún punto de vista--
un disuasivo grave en contra del acervado tropel de emociones que la jornada produce
en su desarrollo para alcanzar la meta que nos provee. Ballena o nó, ya el ingrediente de la emoción
me embargaba la propiocepción y me secuestraba los sentidos con la poderosa droga
de la anhelante anticipación. El que no
sabe o ha experimentado esto, no conoce ni concibe la aventura.
La
embarcación cortaba rauda y decidida los lomos de las poderosas crestas marinas
con su metálica y afilada quilla en pos de un lugar perdido en ese ancho mar
azul oscuro, donde aquellas circunspectas ballenas estarían ejecutando las tauromaquias
Verónicas y las escaramuzas de sus milenarias danzas y
mazurcas marinas. Había pocas nubes en
el cielo y el agua salada que me salpicaba los labios sabía a llanto de
huérfano. Todos teníamos las miradas
clavadas en el horizonte escrudiñando y cateando la lejanía en busca de un lomo
oscuro, o una cola horizontal, o de un explosivo chorro de vapor pulmonar.
Cuando
habíamos navegado en la zarandeante embarcación ya cerca de una hora, de improviso
el Capitán vociferó en su metálico altoparlante: ¡Ballena sobre la jarcia de
estribor!
El
mensaje casi me heló la sangre y sentí un cosquilleo en la espalda mientras que
los pelos del cuello empujaban por salirse de la camisa. Sentí que a pesar de que mi corazón estaba
palpitando a todo vapor, mi pulso bajó su ritmo dando paso a una lividez que se
me enmarañaba sin piedad en el rostro, y mi garganta se secaba a un ritmo
superlumínico. Éstos son todos los
síntomas y augurios de que las vigorosas bombas de adrenalina estaban a punto
de estallar sobre sus amplios y generosos caudales. Respiré profundamente tratando de recuperar
mi compostura. The pronto la chillona
voz del boricua me perforó los tímpanos: "¡La allena, bródel! ¡V'amo palante¡, bródel"! V'amo p'a allí",
me gritó en la cara apuntando con su dedo índice hacia el océano, mientras que
el viento marino le zangoloteaba las delicadas pulseritas que llevaba en su
primorosa muñeca.
Mirándome de cerca agregó: "¡ Bródel!, ¡¿estás pálido?!". Nunca supe si esta expresión fué una
"plegunta" o una "afilmación" porque el tonito de la
locución era desorientado, pero en el calor del momento tuve un repentino aflato
sobrenatural y le contesté: "Estoy un poco mareado,
me voy a ir a sentar en la cabina un rato". Acto seguido el "pueltojiqueño"
presa de un "revolú" propio de estos isleños, se fué vertiginoso y
febril hacia la proa donde se aglomeraba todo el mundo, dando unos saltitos de
mariposa coja mientras que su incierta bolsita colgada del hombro le golpeaba
cariñosamente la nalga derecha. Todos
los pasajeros y la tripulación estaban mirando absortos con sus binoculares (los
que habían arrendado por $5 para la excursión), todos oteando desde la proa
hacia las magníficas ballenas, las que eran dos.
Rápidamente me dirigí hacia la cabina donde
descansaba furtiva mi mochila con las herramientas de la temeraria osadía que
estaba a punto de desenlazarse y perpetrarse.
Precipitadamente me saqué los zapatos, los calcetines y el pantalón que
ocultaba un elegante e incógnito traje de baño que también había comprado en
"K-Mart" por un muy módico precio.
Me senté en la acolchonada banqueta y mientras miraba por el "ojo
de buey" por si alguien se acercaba, me coloqué unas magníficas "Güaletas"
(aletas) de color rojo (creo que ya saben donde las compré) las que me
impulsarían a gran velocidad hacia la ballena. El griterío de proa había incrementado sus
decibeles considerablemente porque las ballenas ya estaban sumamente cerca de
la embarcación, a unos 30 metros más o menos calculados al "ojímetro". Apuradamente me saqué la chaqueta y la
camisa, me coloqué el "snorkel", la máscara, y corrí apurado como pude
con las güaletas puestas hacia la borda de estribor. Me senté en el húmedo borde, y sin vacilar; me
dejé caer de espaldas hacia las oscuras y frías aguas del Atlántico Norte.
El gélido sopetón de frío que me propinaron las
frígidas aguas apenas hicieron mella en mi determinación sin límites
cuerdos. Comencé a dar braceadas
frenéticamente en dirección a estos magníficos mamíferos. Afortunadamente durante la entrada al agua la
máscara no se me soltó, y el "snorkel" se mantenía firme en su
estratégica y vital posición. Mientras
nadaba como un energúmeno en pos de las elegantes amniotas endotérmicas, tuve
un repentino recuerdo en blanco y negro del Húngaro Peter Johann Weismüller
(Johnny Weismüller), aquel extraordinario Tarzán de mi ingrávida pero profunda
niñez.
Creo que nadie se percató de mi zambullida, pero
corto tiempo después de comenzar a nadar, escuché gritos de espanto
surtidos. Con el rabillo del ojo preso
en la máscara pude ver a los escandalizados pasajeros apuntando hacia mí. No podía discernir qué era lo que sus voces
decían, pero sí pude ver claramente la impávida cara del Boliviano, y los
desmesurados y sorprendidos ojos del Bemba.
Cuando vislumbré al Boliviano entre las gotas de agua de mi máscara, me
acordé del curioso "Ekeko" que compré una vez en un kiosco en el
Salar de Uyuni. En ese preciso momento
recordé con espanto que con el apuro y la nerviosidad, se me había olvidado
instalar la cuerda con nudos que había preparado para poder encaramarme de
vuelta a bordo. Era demasiado tarde para
preocuparme de esto ahora, así que seguí mi apasionada y colérica carrera para
palpar una ballena.
Acotación
No sé si ustedes se habrán dado cuenta de esto, pero
es imposible mear cuando uno está nadando. Ésta es una necesaria función biológica que
es sencillamente impracticable e inalcanzable de ejecutar durante una carrera
de natación. Parece que el esfínter a
cargo de la evacuación y mecánica de fluídos corporales se declara en una
recalcitrante huelga permanente. Tampoco
en estas apremiantes circunstancias la vejiga urinaria sirve de vejiga
natatoria. ¿Qué cosas, no?
Palpando Nirvana
Perdí
completamente la noción y el sentido de tiempo. Cada
vez que alzaba la vista, me encontraba más y más cerca de las ballenas. Debo reconocer que me invadió un poco de julepe porque mientras me acercaba a estos enormes
vertebrados, su gigantesco tamaño crecía rápidamente en susto y
amedrentamiento, pero al mismo tiempo sentía una paz comunicada, era como si la
ballena más cercana compartía conmigo la curiosidad del uno por el otro. Lo que más me asustaba de la ballena era su
tamaño, y de lo que más estaba asustada la ballena de mí, era de que yo era un humano.
Inesperadamente
y con gran consternación de pronto escuché el rugir de un motor a gasolina que
hería mis mojados tímpanos y parecía acercarse a tranco largo hacia donde me encontraba. Traté de mirar sobre mi hombro, pero no ví
nada. Airadas voces también se
oían. En ese momento supe que venían por
mí. Reanudé mis delirantes esfuerzos hacia la ballena que ya
estaba a un corto tiro de piedra. Estaba
comenzando a sentir un cansancio pesado.
Mis pulmones bufaban con estruendo.
Mis piernas me dolían con el esfuerzo.
Ya no sentía en mi piel las incesantes y afiladas agujas de las bajas
temperaturas del agua.
A pesar de que uno vé a las ballenas desplazarse en
cámara lenta sobre el agua, éstas nadan a una gran velocidad, pero creo que la
ballena más cercana a mí estaba curiosa y me dejó acercarme a ella, y hasta
creo que apaciguó conscientemente los bufidos de su espiráculo para no
asustarme tanto. El motor a gasolina se acercaba
indetenible. Mis oídos me lo advertían a
medida de que el ruido del motor se acrecentaba. Ya casi, casi llegaba a la ballena, y ésta
parecía saberlo. De pronto, la ballena
hizo un giro lento pero poderoso en mi dirección. Se me pararon todos los mojados pelos de todo
el cuerpo, incluídos aquellos; pero al mismo tiempo fué como si ella me
estuviese premiando por mis esfuerzos.
Empalme
Por unos segundos, la ballena se quedó calmada como
un gran árbol en frente de mi
asombradísima persona. En ese momento no
escuché ni el motor del bote ni el griterío de sus enajenados argonautas. Su lomo era oscuro y sin brillo, suave a la vista,
y regado de moluscos holgazanes como abogados, los cuales se le colgaban en el pellejo
por doquiera. Me encontré atraído como
un imán hacia su cuerpo. La toqué con
ambas manos por unos efímeros pero gloriosos momentos. Palpé su duro y resistente lomo como si
estuviera tocando una fina y quebradiza porcelana. Su piel estaba helada como el corazón de un fraile,
pero ésta era honesta y me transmitía sus sentimientos. Con ambas manos sobre su lomo, sentí que una
fuerza invencible y grandiosa nos envolvía a ambos. No sentí ni el frío de las aguas, ni el
embate de las olas, ni a los pequeños humanos que se acercaban insolentes a
interrumpirnos. No sé cuánto tiempo duró
este acuático trance, pero pienso que fueron sólo unos efímeros y escuetos segundos.
De pronto esta infanta de Neptuno dejó escapar un
bufido energúmenamente poderoso, y el vapor de sus pulmones irrumpió en el aire
como la explosión de un volcán en celo perenne.
Sentí que las espumosas aguas que me rodeaban se arremolinaban intranquilas,
y que la ballena comenzada a moverse pesadamente otra vez. Ése era el inequívoco aviso de que el
contacto terminaba, esto; cuando mi ansiedad estaba enarbolada en su pico más
alto. Me alejé rápidamente de la ballena
mientras que ella se alejaba rápidamente de mí.
Sabía que nunca jamás la volvería a ver, y ella sabía que jamás me vería
otra vez en nuestras vidas. Cuando se
alejó, se volteó disimuladamente para verme con el rabillo de uno de sus
ancestrales ojos. Creo que me
sonrió. Me quedé flotando en las
frías aguas sin ningún lugar donde ir, pero aquello no duró mucho.
De
Regreso a la Realidad
De pronto
sentí que un garfio me agarraba del brazo derecho y me jalaba fuera del agua, e
inmediatamente percibí otras manos que se peleaban por agarrarme y subirme al
bote de rescate. Mi piel estaba
resbalosa y glacial. Esas múltiples e
insolentes manos estaban más tibias que la temperatura del agua. El ruido de los gritos retornó a mis oídos y
comencé a escuchar una sarta de necedades.
Las histéricas y encendidas voces decían que era peligroso, que
arriesgaba mi vida, que era ilegal, que era estúpido, que era irresponsable,
que era un mal ejemplo... pero sus tristes
y devaluadas voces se esfumaban inciertas en mis oídos, eran apenas sordos ecos
de un mudo murmullo nomotético propio de políticos y abogados indecentes, esos bien
establecidos procuradores de vuestra miseria para el beneficio de sus propios bolsillos.
Sentado
en el bote de rescate sentía que la piel me ardía como mordisco de Chile Habanero, pero mis palmas estaban en paz
con los elementos. Me miré las palmas
pero no ví ningún cambio en ellas, aunque sabía que sus táctiles y sensuales
memorias guardarían ese raro y extraordinario momento de empalme por una
eternidad infinita. Los sordos ecos de
las voces seguían martillando incesantes mis insensibles oídos, pero rebotaban
en mis orejas y se perdían allá lejos en la ciega inmensidad del océano. ¿¡Que sabían estos pobres y tristes
hombrecitos de peligro!? ¡Hablaban de
riesgo y osadía sin haberlos experimentado nunca en sus mohínas vidas! Parloteaban convulsivos de lo que podía haber
pasado a pesar de que no podían ver el futuro.
Pobrecitos esos tristes hombrecitos.
Pobrecitos aquellos tristes hombrecillos que nacieron viejos, llenos de sueños
ajados y deslucidos como promesa rota. ¡Pobres
hombrecillos, no sabían nada!
Mientras
que los cándidos hombrecillos de mustias vidas vestidos en sus circenses
chalecos de gritones colores anaranjados escupían una absurda jerigonza sin
valor ni sentido para mi, miré ansioso en lontananza hacia la ballena, pero
ésta ya había desaparecido en las profundas y oscuras oquedades azules del insondable
Atlántico. Mis palmas estaban azules.
Después
de una corta marea, llegamos a la embarcación del tour mientras que los
turistas me recibían con una ovación digna de Emperadores. Les sonreí de vuelta, pero estaba consciente
de que estaba metido hasta la "tusa"(1) en serios
problemas. Una vez reinstalado en el
barquito turístico recibí el grueso embate de la basura verbal leguleya. Me multaron $1,000 por el "delito",
me prohibieron para siempre tomar tours en esta incomprensible compañía, me
amenazaron con cárcel si lo volvía a hacer, y me confiscaron todos los
prácticos tesoros y herramientas delictuales que había adquirido módicamente en
"K-Mart". Suspiré
profundamente y miré hacia la popa del barco.
Creí ver a Moby-Dick, pero era simplemente una monstruosa y mofletuda
gorda grasienta y mantecosa de Nueva York a la que tenían sentada a popa como fardo para
contrapesar la sufrida embarcación. Noté
que tenía un saquito de papitas fritas en su elefantástica mano derecha en la
que sus regordetes dedos se asemejaban a salchichones inflamados. También noté que a pesar del enorme parecido,
efectivamente este seboso bulto grasiento no era Moby-Dick.
(1)
"Tusa" es una palabra Mapuche. En la ancestral lengua Mapudungún la tusa
es un derivado de la palabra "Chape" que significa:
trenza. En Quechua trenza se dice:
"Chimpa". El derivado dialéctico
Mapudungún es la palabra Mapuche "kerfü", lo que es la
"tusa" del caballo, en otras palabras, la trenza del caballo
(cagüello). En Chile, la tusa –de
acuerdo a su denotación paleoneofilológica—se encontraría en algún lugar entre
el casco craneano y el último pelo parado de la cabeza; es decir, en un nivel
de altura máxima. El por qué los
Chilenos usan esta expresión es un misterio.
¿Quizá sea porque son muy "acaballados"?
Cuando
esta ordalía ya se estaba calmando, el Capitán del barco se acercó a mí con su
circunspecto y cobrizo rostro, y me inquirió adustamente: ¿No tuviste miedo?
Le miré
en los ojos por un sereno instante, y dibujé en mi azulada cara de azulados
labios una amplia y sarcástica sonrisa que me costó esfuerzo construír. Podría haber respondido fácilmente Sí, o Nó;
pero esto no era acerca de reconocer derrota, era acerca de triunfar moral y
emocionalmente aún en los más descabellados y terribles descalabros de nuestras
vidas, así que le miré fijamente a los ojos le contesté presuntuoso: ¿Miedo?, ¿qué
es el miedo?
Cuando me
dió la espalda alejándose de mí sin decir palabra, agregué: "Además y como
pocos, yo llevo mi vida por delante y no arrastrándola miserablemente por detrás
como la mayoría lo hace". El
Capitán entonces dió un medio giro suficiente para que su ojo izquierdo me
pudiese ver por sobre su hombro, y me dió una corta mirada de difidencia. Giró otra vez sobre sus talones en la
dirección que llevaba, y siguió caminando impasible. No lo ví pestañear ni una sola vez. Estoy seguro de que el Capitán mientras que
se alejaba de mí sacudiendo la cabeza con una incredulidad infinita, se estaba repitiendo
a sí mismo: ¿Qué cosas, no?, ¿Qué cosas, no?
El Loco