Carta desde América

Los Americanos amamos la Vida y la Libertad. Las amamos tanto así que estamos (casi todos) dispuestos a partir rumbo al infierno sin previo aviso, sin equipaje; y agarrarnos alegremente a bofetadas con el negro Lucifer por defenderlas si es preciso, y hasta cuando sea preciso.

Los Americanos amamos la Libertad. Estamos tan desesperanzadamente seducidos por ella que estamos siempre preparados a dar la vida por resguardar las banderas de nuestra inocente puericia, pintadas con el heroísmo y la valentía de las edades de nuestra patria. Defendemos la Libertad de cualquiera, no solo la nuestra, y lo hacemos independientemente de lo que algunos cobardes esbirros, traidores sicarios y otros sayones de la integridad puedan decir acerca de "intereses creados" o "agendas ocultas". La muerte no tiene agendas ocultas cuando te mira a la cara y despliega su mortal y pavoroso aliento en tus narices, y nuestros muchachos, nuestros valientes soldados, miran a la muerte en la cara con desprecio sin un litam que las esconda. Lo hacemos cándida y voluntariamente porque somos unos trogloditas sin remedio que aún creemos en que lo bueno debe distanciarse lo más posible de lo malo, y con satisfacción lo avalamos con nuestras libres vidas.

Aunque esto no sea así siempre, los Americanos reverenciamos y exaltamos la Vida, no solo nuestras vidas, sino que también las vidas de los demás, las defendemos, las protegemos, las amparamos, las asilamos, y hasta baboseamos por ella; y estamos prontos a sacar la cara por ellas en cualquier punto del planeta, bajo cualquier condición y con una hermosa e indomable banderita tricolor en nuestras almas. No señor, los Americanos no nos regocijamos con la muerte. La muerte nos gusta tan poco como le gusta a usted, le tenemos tanto miedo como el miedo que usted le tiene; y nos gusta menos que a usted el ver morir a un ser humano, de cualquier calaña que éste sea. Nosotros no creemos que somos mejores ni más valientes, ni más heroicos, ni más nobles que ningún otro ser humano de este palpitante planeta. No señor, nosotros no nos regocijamos con la muerte de ningún ser viviente.

Bien dicho lo anterior, hay una incómoda y rala hilacha en el manto de la liviana presunción humana, la que necesito remendar en las aligeras mentes: La muerte del inicuo terrorista carente del soplo de Dios, Osama bin Mohammed bin Awad bin Laden.

Entiendo que vivimos en un planeta de muy finitas fronteras mecánicas, pero también entiendo y acepto que vivimos paralelamente en varios "mundos". Estos mundos los forjan delicadamente nuestras culturas individuales, nuestras azimutales idiosincrasias, nuestras egoístas perspectivas, nuestros particulares intereses, y mirados con el imperfecto velo de nuestras cerradas visiones acerca del principio de la vida. Pues bien, desde el mundo de las utilitarias perspectivas es que viene esta sincera aclaración. He mencionado claramente y sin dejar lugar a enfermas dualidades de que nosotros amamos, respetamos, defendemos y nos entregamos por la Vida y la Libertad a cualquier precio; tan simplemente porque la Vida sin Libertad, es como la "Pelada" vistiendo su negra sotana y blandiendo su tétrica y gastada guadaña en los linderos de nuestras existencias. Pero la vida es mucho más que esto, es la asíntota energía que hace el universo. La Vida es, una frágil posibilidad entre millones, y es por eso es que debemos preservarla.

Hace poco, en un consecuente acto de guerra, hemos abatido a Osama Bin Laden, el iluso soñador insomne, el cruel títere de un dios privado; en un obligado esfuerzo sin alternativa por decapitar el terrorismo universal. Pero no nos regocijamos de haber matado a un ser humano, porque Laden, a pesar de lo bribón que era, era sin duda un ser humano. El regocijo que colma y se desborda por nuestras vidas es en tributo a saber cuántas otras incontables inocentes y valiosas vidas humanas hemos salvado de las garras de este leviatán. Es por eso que nos regocijamos y celebramos junto a la humanidad civilizada. Nos regocijamos por aquellos que no encontrarán su temprana muerte esperándolos conjurada y emboscada cobardemente detrás de una de esas fuliginosas y terroristas esquinas de este enemigo tan público. Esperemos ahora que sus mercenarios de naturaleza tan desleal, ante la pérdida de sus salarios, deserten en bandadas.

No señor, el regocijo no es por eliminar una vida humana, el regocijo es por las libradas de esta peste hedionda que flagelaba virulentamente a la humanidad, y que tenía ser eliminada a cualquier precio, incluso, al de una vida humana. Eso es todo.

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