Esquirlas del Espíritu

Mi espíritu tiene una serie de esquirlas filudas que están presas en mi mente.  Algunas de estas astillas a veces crecen más de lo normal y es necesario lijarlas un poco para que sus filosas aristas no perforen o rajen el prístino y dilatado tul de mi indomable espíritu.  Como las suyas, estas esquirlas no se pueden eliminar porque son engendros y apéndices de nuestras frágiles y enfermizas naturalezas, pero como casi cualquier otra cosa, se pueden mantener bajo control con un poco de mantención y cuidado.  Estas afiladas esquirlas provienen de las inconquistables aéreas de mi cerebro, las que se escapan subrepticias y sibilinas para refugiarse en los perennes ejidos de mi espíritu incalculable.

No hay esquirlas más importantes, o más grandes que otras, sino que algunas son más desagradables que otras en la larga escala de lo ingrato, lo displicente y lo sórdido, y son más notorias en las abultadas jerarquías de lo desleal y de lo intolerante.  Por lo tanto, no hay un "orden" o un "escalafón" de serie o de sucesión para ordenarlas.  Son lo que son: diarrea mental o "caldo de cabeza sin sal".  Por lo tanto, hay que limarlas a medida que crecen y se comienzan a notar. 

Este escrito puede bautizarse como un vómito emocional, como un estertor espasmódico de vergüenzas ajenas, o como una regurgitación efervescente de la basura que se queda a veces enredada en los fuelles del caletre de mi ondulada mente.  Este escrito no tiene ni lógica ni orden discernible y las esporádicas e incongruenciales apariciones de su contenido no obedecen a ningún orden establecido de acuerdo a su lógica personal, ni a la nomotética universal, o a la nomológica natural; son simplemente la bizarra e idiótica bazofia de mi inclaudicable mente.

Para poder cifrarlas en este pergamino electrointernetoscríptico, raspé cuidadosamente la negra tinta vieja y seca que se quedó pegada en el fondo de los muchos tinteros casi vacíos que subsistieron abandonados después de ser usados, y a esos rayados de tinta seca les agregué un poco de agua amarga; y con esta libidinosa materia escribí la sarta de tonterías que sigue, las cuales usted puede escoger el leerlas o nó, u ocupar su tiempo en algo más sano y productivo.  Lo que usted leerá a continuación son los coléricos brincos y respingos de mi atolondrada pluma escarbando entre los acervados lóbulos de mi azorado cerebro, perpetrando una necesaria auto-profilaxis a costa suya.  Espero que le guste saltar.

No hay hombre que pueda comprar mi luz, ni hay hombre capaz de comprar mi silencio.
--RAG—

El Territorio de lo Insano, el Territorio de mi Mente (en 10 saltitos)

Salto 1

Amo a la Humanidad pero bajo ningún punto de vista amo a todos los humanos; y menos a los engendros humanoides que son parte de aquellos a quién no amo, y estos últimos no son parte de la Humanidad porque son bestias irracionales producto de una sociedad enferma, decadente y mañosa.  Los más destacados sandios de esta estirpe son los maleantes consuetudinarios: los abogados valetudinarios y ladrones, los políticos nanocefálicos apestosos, y los numerosos sanguisugentes sacerdotes de incestuosidad mental, moral y espiritual.  A esta basura la puedo identificar a una milla de distancia porque todos huelen a rata muerta, cuando no a buitre sarnoso.

Debo de aclarar de que yo NO AMO a estos neotenios, pero nunca dije que los ODIO.  Para odiar a alguien, éste "alguien" debe de poseer al menos un valor humano matriz, una brizna de civilidad, una mísera menudencia de moral con la cual poder ensañarse.  Estos esbirros no la poseen ni en su más mínima expresión enunciada, entonces; ¿a quién odia el Loco se preguntará usted?...  Pues bién, es muy simple: odio a los mosquitos, a las pulgas, a la traición, odio que se me acabe el papel higiénico en el momento menos oportuno, y odio que me mientan y que me dejen esperando.

Amar a la Humanidad es un trabajo largo y terrible como el trabajo de vivir, y la mayoría de las veces, este trabajo no paga bien.  Creo que esto se deriva de que el concepto de la "humanidad" como lo conocemos y aceptamos hoy se generó con el Homo Sapiens, porque antes de él los "seres humanos" que caminaban este planeta eran nada más que unos impensantes brutos y oportunistas carroñeros.  Algo anormal de estos últimos antropoides caminantes se nos quedó enredado penosamente en los genes y en el DNA, y nunca nos hemos podido deshacer de este estigma, huella que es la mácula que nos ha marcado para siempre.  Es por este básico y cardinal principio de que yo egoístamente, pero con completa razón; amo a la Humanidad pero jamás a todos los entes que la integran; especialmente a aquellos que malograron la aguja de su compás moral.  ¡Que se mueran los feos!

Salto 2

Siempre he pensado que si sigo un sueño auténtico no dejaré rastro ni trazo, y ni sendero que ilumine a los ciegos pasos de sus pisadas sin huella; y ni siquiera la secuela de una frágil sombra de luz muriente porque los sueños están hechos de una ingrávida luminiscencia y de una eterna y etérea inconsciencia.  Y muchas veces, incontables veces; me he quedado rodeado de una clara oscuridad mirando atónito hacia el infinito, temeroso, dudando, soñando sueños desconfiados,  delirando irrealidades que ningún otro mortal jamás se ha atrevido a soñar antes. 

Tomo responsabilidad por mí mismo y por las muchas acciones que perpetro a través de mi vida porque haciendo esto, desarrollo un hambre inmensa por soñar; y más aún, por cazar esos inmanentes y locos sueños míos.  Sí señor, soy un optimista y un irremediablemente inquieto soñador.  Tengo que soñar muy alto y muy seguido para poder alcanzar las estrellas, y cuando no las puedo alcanzar, rabioso y vengativo agarro una bocaronada de viento solar, o un puñado del polvo de la cola de un errante cometa, o por lo menos le esputo rabioso una de mis cárdenas memorias a una de esas desprevenidas nebulosas que cruzan incautamente mi camino.

Un sueño es el infinito y sudoroso coito de la imaginación y el deseo, la total cópula de la fantasiosa utopía y la realista materialidad humanas.  Estas quiméricas irrealidades viven vibrando furiosamente en el desconocido callejón de los sueños violados.  El sueño tiene vida propia, y la ordeña y la estruja de los tejidos de nuestro espíritu y de nuestra inconsistente y quebradiza calidad humana.  Y cuando un sueño nace, no puede morir ni nada puede matarlo.  Pedro Calderón de la Barca escribió "La Vida es Sueño".  Pero la Barca estaba terriblemente equivocado, tal como su subconsciente Monólogo de Segismundo.  La vida es real, el sueño es su espíritu.

Salto 3

Cuando miro a aquel negro bosque que me arranca furiosas lágrimas, debo de respirar profundo y recordarme a mí mismo de que aquella espesura a la que miro, es solo una fronda de árboles malditos en un desecrado concierto, y a los que puedo mirar parapetado desde la seguridad de las sólidas almenas de mi invencible espíritu.  Estos árboles son mis miedos y mis temores.  Ese obscuro y negro bosque está arbitrariamente hecho de mis miserias y de mis frustraciones, de mis derrotas y de mis profanaciones, de mis cegueras y de mis forzados silencios.  Y los frutos de sus ramas, son mis jacintinas inconsciencias. 

Y me dá pena el silencio que guardo porque éste no puede hablar, y me dá pena la bulla que hago porque ésta no puede callarse, pero ambas penas viven en la armonía de los lugares recoletos, talayóticos, y telúricos de sus propias existencias tan duras como la Edad del Hierro; sin vida y sin visitantes, en las puertas donde la oportunidad nunca golpea.  Viven en ese negro bosque que me arranca furiosas lágrimas.  Pero las lágrimas y las sonrisas se parecen mucho a mí, a lo que yo soy porque ni mis lágrimas ni mis sonrisas están confinados a ningún sentimiento en particular; porque a menudo lloro cuando estoy feliz, y sonrío cuando estoy muy triste.

La pena es como la soda cáustica en agua hirviente: limpia efectivamente todas las cañerías que acaudalan nuestra angustia.  Y cuando la pena se desliza jabonosamente por nuestras delicadas enfermedades sentimentales, toma la basura que las obstruye, y la convierte en lágrimas.  A veces profusamente, y a veces nó.  Como el pobre Humberto que derramó tan solo una lágrima, porque era tuerto.  Y las lágrimas son el desagüe del espíritu, la cloaca de nuestra índole; son las que llevan la sucia inmundicia que acongoja nuestro espíritu, y las evapora en nuestras mejillas, y las destila sobre nuestras faldas, y las confunde con los resbaladizos mocos.  Afortunadamente, este tipo de líquido no se puede reciclar.  Y así, cuando dejamos de llorar nos sentimos un poco mejor, y el negro bosque que nos quiere arrancar nuestras lágrimas se queda incapaz, sólo con su fronda de árboles malditos en desecrado concierto, y a los que ya podemos mirar sin temor desde las elevadas y tenaces almenas de nuestros irreductibles espíritus. 

Salto 4

Y no estoy más Loco porque mi amigo Bering me alimenta cada día con pequeños trozos de Mallorca, me nutre dadivosamente con imperceptibles y celulares fragmentos del dietario de nuestra historia, y con diseminadas efemérides de una estatura abaculística gigantesca; como si él estuviese alimentando con el júbilo de un dorado trigo mancebo, a un hambriento pollo loco.  Y así, grano a grano me espanta aquellos fríos sueños de una obscuridad iniluminable, y me ayuda a imaginar lo inimaginable.  Entonces esas tristezas ya no pueden estallar en sonidos, ni en gemidos, ni en pensamientos raros, ni en irreflexiones furiosas, y entonces se mueren secas y desteñidas en un oxidado candil Camborio.

Y Bering, como todos mis amigos, no camina detrás de mí porque yo no lo guío.  Tampoco camina delante de mí porque no soy un seguidor.  Sólo camina a mi lado porque somos amigos.  Digo esto sinceramente porque no hay nada que no haría por aquellos que son realmente mis amigos; y porque no tengo ni la más peregrina idea de cómo amar a mis amigos a medias o en mitades, pero también porque ésa no es mi naturaleza ni nunca lo será.  Es crítico el saber amar íntegramente porque la amistad verdadera es lo más difícil de encontrar, y es un fenómeno más raro que el amor mismo; y por eso hay que salvarla a costa de lo que sea.

Y como ya se ha hecho una costumbre sin inercia, este pollo loco busca esos interminables granos dorados de la amistad para nutrirse cada vez que se levanta el sol.  Y este raro pábulo engorda.  Me engorda el espíritu, me engorda los sentimientos, me engorda los deseos de triunfar, y me engorda la humanidad que llevo orgulloso por delante tal como me enseñó a hacerlo mi tío Lucho.  Y cuando termino de masticar esos dorados granos de trigo mancebo, escupo afanoso sus mancillados hollejos los que (como las lágrimas) arrastran consigo mis insensibilidades y mis enojos, y los escupo lejos, por allá, donde ni siquiera pueda pisarlos, y dentro de los anchurosos sacos, de las oficiosas talegas y de las dilatadas alforjas de su complicidad, esa basura del espíritu se muere pegada a esos hollejos, y se seca irremediablemente para siempre. 

Salto 5

Siempre he pensado que si hablo, mis palabras deben ser más hermosas que mi silencio porque ésta es la única manera digna de ocultar mi encabritado y nefasto silencio.  El problema es que mis palabras no son hermosas, ni suaves, ni bonancibles, ni condescendientes; sino que son bestialmente honestas como el ácido muriático, y muchas veces hieren como los fríos y traidores puñales en las arteras manos de los hermanos Heredia.  A veces trato de disfrazar mis palabras con complacientes y oficiosas mentiras, pero estas circenses máscaras se despegan fácilmente y se caen estrepitosamente desde mis enmascaradas palabras como cuando se derrumba incontenible el grandioso edificio "Ilusión" después de ser apuñalado por una traidora infidelidad.

Debo ser muy cuidadoso con mis palabras, especialmente con aquellas ácidas, corrosivas y malintencionadas porque a pesar de que mi afilada lengua carece completamente de huesos, garras, colmillos o cartílagos, es lo suficientemente poderosa y letal para destruír un corazón, para asesinar un sueño, para desecrar una certeza, para aniquilar una ilusión, para tornar una verdad en delación, y para inmolar una virgen esperanza.  Las palabras tienen un gran poder, y si lo absorbemos, con ese poder es posible aprender aún más.  Aprender por ejemplo que por cada palabra altisonante que pronunciemos, debemos de tener también una acción grandilocuente que le corresponda.  Puedo aprender palabras que otros hombres no pueden oír, puedo aprender palabras que otros hombres no pueden entender, y puedo descifrar la enfática revelación de su armonía, lo que otros hombres no pueden comprender.

Un pensamiento sin palabras está ciego, a pesar de que las palabras y los pensamientos siempre se escriban con la misma tinta y provienen del mismo tintero.  Quiero que mis palabras no lleven polvo, que mi gramática no tenga antónimos, que mi retórica no tenga esquinas, que mi elocuencia no tenga ventanas rotas; y que mi mensaje deje en el aire una estela de lagartos indignados y sedientos.  Es mejor tener mucho que decir y pocas palabras para hacerlo, que tener muchas palabras y nada que decir.  Las palabras despiertan el pensamiento, y cuando éste se despierta, ya no se vuelve a dormir.  El pensamiento puede corromper palabras, y palabras pueden corromper el pensamiento; por eso es que debo de ser muy cuidadoso con mis palabras.

Salto 6

Los días malos son como las moscas, hay que matarlos y no preocuparse más de ellos porque un día malo no hace una vida mala ni nos desvían de la preciada meta de la jornada (¡a no ser que usted sea huevón, por supuesto!).  Cuando un día malo me visita sin invitación, tengo tres opciones para defenderme: o dejo que este día de mierda me defina, o dejo que me destruya emocionalmente, o lo utilizo para hacerme aún más fuerte.  Los días malos no tienen el abismante poder de un río furibundo que puede fragmentar y dividir una planicie, que puede dividir una montaña, o que puede desmenuzar un valle; un día malo es solo un tonto pedrusco parado ilusamente en medio de un torrentoso e iracundo río tratando de detener sus arrasadoras e inatajables aguas.  El mejor escudo contra un día malo, es una sonrisa permanente a través de la cual se puedan ver claramente los dientes.

Creo que el mejor remedio para un día malo es actitud porque la única opción de un día malo, soy yo.  Cuando llegue al final de su vida, usted tiene la opción de morirse callado, o estacionar su automóvil y seguir a pié.  A veces pienso que los días malos son los mejores terapistas para nuestra salud mental.  Un día malo es como una horrible tormenta, pero cuando hemos capeado la tormenta, no nos acordamos de cómo la aguantamos ni de cómo la franqueamos.  En estas cosas de la vida, nunca estamos seguros si nuestras tormentas realmente pasan o se calman; pero una cosa es cierta: al salir de una mala tormenta en nuestras vidas, ya no somos la misma persona que éramos antes de que la borrasca comenzara y nos despeinara los sentidos antes de que aquel mal día naciese.  Eso es todo lo que es un mal día.

Casi siempre me olvido de los días malos, y nunca me olvido de que los días malos; todos ellos terminan siempre a la medianoche, y el beneficio que nos traen es que ponen en perspectiva a los días buenos.  Un día malo puede ser malo para nuestros egos, pero si los entendemos bien, son un gran beneficio para nuestros espíritus y una nueva aventura para nuestro carácter.  Nunca me preocupo de un día malo porque no me soluciona el día siguiente ni me borra los errores del día anterior, sino que solo me priva de la energía que necesito para ultimar el día malo que estoy viviendo.  Cuando un día malo llega hay que aprender del pavo real.  Éste despliega su hermosa cola sin importar si el día es malo, o es feriado.  No se olvide de que todos los días cuestan caros.  Cuando se nos termina un día, bueno o malo; es un día menos que nos queda para vivir y gastar, así que trate de gastar sabiamente cada día; aunque sea malo.  El peor día malo es aquel sin sonrisas.  Al final, los días malos son como moscas, hay que matarlos y no preocuparse más.

Salto 7

Las sonrisas son gratis.  ¡Regálelas!  Nunca dejo que mis labios se enteren de mis problemas y mis aflicciones porque así, pueden sonreír constantemente sin saber lo que ocurre en el inestable piso de arriba.  Para mí, el sonreír infatigablemente es extraordinariamente importante porque un día la vida se va a cansar de mi firme sonrisa, y dejará de joderme.  Y el tamaño de tu sonrisa debe ser como cuando abrazas a alguien querido que no has visto en diez años, y a quién no verás por otros diez.  Mientras más grande es la sonrisa, menos lugar ocupa.  Una gran sonrisa desplaza las arrugas del espíritu y extirpa y elimina las espinillas del mal humor, además cuesta menos que la electricidad y da más luz.  La Mona Lisa era lisa, pero su sonrisa no lo era porque no hay ninguna cosa seria que no se pueda decir con una sonrisa.

La razón del por qué a veces me olvido sonreír no es porque haya perdido mi sonrisa, lo que pasa es que ella está bajo mi narizota y a veces no la veo, entonces se me olvida de que está allí y no la esbozo como debería.  Debo siempre de recordar que entre la baba y los mocos, hay siempre una sonrisa.  La sonrisa más valiosa es aquella que dibujan nuestros labios cuando nada nos está saliendo bien en nuestra vida, y si sonreímos estando solos, agobiados y sin compañía, entonces esa sonrisa es realmente genuina.  Sonreír es la mejor segunda cosa que puedo hacer con mis labios, aunque los tenga partidos.  A veces alguien vive porque tiene una sonrisa tuya de la cual se ha aferrado, y que no sabes cuándo la regalaste.  La sonrisa es el preámbulo de la risa, y cuando yo ya no pueda reírme de mí mismo, entonces será la hora en que los demás se rían de mí.

La primera honesta sonrisa que esbocé en mi vida fué poco después de haber nacido, cuando me dí cuenta de que estaba vivo y de que tenía mucho tiempo por delante, y decidí que apenas aprendiese a caminar podría ir en pos de todos mis sueños.  Y así lo hice.  Desde chiquito.  Ahora ya no me queda mucho tiempo pero he conseguido agarrar los sueños más salvajes que me robaban la siesta, algunos de aquellos que corrían más rápido que yo, unos pocos de los que se veían tan grandes cuando yo era tan chico, los que parecían más difíciles cuando no sabía lo que significaba fácil, y algunos de aquellos que parecían imposibles antes de que yo creyera en lo posible.  Ahora los tengo a todos ellos amarrados apretadamente con mis sonrisas, y encerrados estrechamente en los capachos de mi espíritu... y por eso es que yo sonrío.  Y además porque una honesta y amplia sonrisa exacerba e irrita grandemente a aquellos que quieren destruírme.

Salto 8 (un salto lleno de transcursos y tropezones)

La única razón por la que el sol se levanta cada mañana sobre el horizonte, es porque nosotros estamos aquí para verlo llegar.  La Luna no se esconde, sino que se apresura por detrás del planeta para vernos otra vez en la alborada que despide a la pasante noche. 

A veces viajo al sol cuando estoy soñando, y en mi jornada en ocasiones veo al tonto de Ícaro estampado en el suelo con sus pendejas alas de cera.  Para viajar al sol solo se necesita imaginación, ni alas de cera ni las infernales máquinas de tiempo.  Además, el sol viaja hacia nosotros todos los días, pero es cortés visitarlo de vez en cuando, por eso es que a veces viajo al sol cuando estoy soñando.

Tomamos diversas y extrañas medicinas para mejorar el funcionamiento de nuestro cuerpo, entonces ¿sería lógico que tuviéramos pensamientos extraños y diversos para fortalecer nuestra débil sabiduría?  Las mejores ideas siempre han sido paridas por pensamientos extraños e insólitos, por lo que podría deducir que las tonterías y las ingenuidades que salen de mi cabeza podrían ser la base de algo magno, de algo heroico, de algo proverbial y soberbio. 

Creo estrechamente que mi destino no es un asunto de oportunidad o de ocasión, sino que es claramente una cuestión de elección propia.  Mi destino no es algo que yo espere o una cosa que esté escrita (y francamente no sé dónde chuchas se podrían escribir semejantes cosas), mi destino es un poder alto el que debo alcanzar con sabiduría, paciencia y esfuerzo.  Yo soy dueño y forjador de mi propio futuro y me rehúso a creer que el regulador de mi futuro sea el mentado "destino", porque a la postre; el futuro no es nada más que un pasado adelantado con la ventaja del tiempo.  Creer en el destino es un desatino.  Aparte de todo, el "destino" no es nada más que una invención Griega, producto de una cosmogonía mítica, una teoría que versa sobre la existencia y también envuelve a la Epistemología.  Si usted no entiende y comprende estas ciencias, usted no sabe lo que es el destino, y si entonces usted cree en el "destino", usted está más loco que yo.

Creo que cuando el mundo era plano, el sol también era plano.  Todo era plano, hasta el pensamiento humano era plano.  Y las estrellas y los cometas y las galaxias, todo ello era plano, y los asteroides y los meteoros y los objetos transneptunianios, ¡todos eran planos!, y hasta los Pulsares y los hoyos negros, y los otros planetas y las estrellas binarias y los supercúmulos y las nebulosas: todo plano.  Ahora todo es esférico.  Me gusta más así.  Ahora que sé que el sol es esférico sus rayos cariñosos me entibian más, su luz es más clara, y su superficie es más amplia aún para sembrarle mis sonrisas sobre su cálida piel cada vez que lo visito.  Y ahora que casi todo es esférico, lo único plano que queda en el Universo, es el cosmos infinito del triste pensamiento humano.

Salto 9

Alma vs Espíritu

Alma
Siempre me he preguntado acerca de la incongruencia del "alma", esa stultum absque scientia", un guasón pero efectivo embeleco del absurdo magisterio religioso.  Lo circense que hace este concepto risible es que el término "alma" (o ánima del latínanima) se refiere conveniente y arbitrariamente a un principio o entidad inmaterial puramente metafísica e invisible, que se supone que poseen los seres humanos vivos.  También es chusco el hecho de que la descripción y representación de sus intrínsecas propiedades y características, varía grande y salvajemente de acuerdo a las diferentes y disparatadas tradiciones y perspectivas filosóficas o religiosas de cada grupo místico.

El inescrupuloso concepto de "alma", etimológicamente no tiene sentido alguno ni lógica discernible.  Etimológicamente la palabra del idioma Latín: "anima" se usaba para designar el principio por el cual los seres vivos están provistos de animación y moción propias.  Como se ha definido este sentido originario, las plantas, los animales, los insectos, los seres humanos, y todo cuerpo que tenga movimiento propio; estarían entonces dotados de "alma".  De hecho y de acuerdo con la tradición religiosa judeocristiana, el alma es la principal cualidad identificadora del movimiento en la materia viviente, lo que convierte a la materia inerte a materia moviente (activa o viva), independiente del desplazamiento ajeno.  Por consiguiente, las cucarachas tienen alma (de sacerdote pedófilo, pero la tienen).

Los avances en la fisiología y neurología permitieron reconocer que los seres animados obedecen al mismo tipo de principios físicos que los objetos inanimados, al mismo tiempo que pueden desarrollar actividades diferentes de éstos, como la nutrición, el crecimiento, y la reproducción.  Entonces, basados en la lógica y no en la brujería, el "alma" como concepto rectilíneo y esotérico; no es nada más que una flatulencia de mentes subsoladas. 

El "alma" como todos los tristes dioses, no existe.  De hecho, el "alma" está dividida en múltiples conceptos que no se ponen de acuerdo entre ellos (en este sentido, son fuerzas políticas), tal como los pobres dioses.  El alma difiere en materia seria y respetuosa a partir de la filosofía occidental, pasando por la filosofía Griega, por el alineado Tomás de Aquino, por la infundada teología cristiana, por las absurdas e inmanentes "enseñanzas bíblicas", por el ingrávido magisterio católico, por la circense y festivalera iconografía religiosa, por el concepto de alma del antiguo Egipto, por las creencias Budistas, por el Chakras Hinduísta, por el Hitodama o el Reiki Japoneses, por el "Qui" Chino,  y por una sarta interminable de definiciones grotescas y populares en la generalizada teosofía de lo absurdo.

Espíritu
El espíritu en cambio es uno solo, es un solo concepto inalienable y real porque se puede percibir.  La palabra "espíritu" (del Latín spiritus: "aliento") se puede también emplear con otros significados y connotaciones diferentes, pero la mayoría de ellos se utiliza en relación con una sustancia no corpórea en contraste con el cuerpo material.  La palabra espíritu se usa a menudo para referirse en forma metafísica a la conciencia o a la personalidad.  Las nociones de espíritu y de "alma" a menudo y erróneamente se superponen, ya que ambos conceptos contrastan con el cuerpo físico, y ambos se conciben cómo sobrevivientes a la muerte corporal, especialmente en el ocultismo religioso.  Así es como venden la "pomada" de que después de la muerte hay vida eterna porque el espíritu (alma) no muere jamás.  ¡Qué huevada más aburrida!  ¿O sea que (religiosamente) cuando muera, me encontraré con las almas de Genghis Khan, o de Al Capone, o de Julio César, o de Mandrake, o de Jack The Ripper (el Descuartizador de Londres), o con todas ellas?  ¿Y después qué?  ¿Me siento a jugar "Canasta" con las abuelas muertas por una eternidad eterna para siempre jamás?  ¡Qué huevada más aburrida! 

Volviendo al espíritu.  Etimológicamente, Espíritu también significa ánimo, aliento, coraje, vigor, y en última instancia; esta palabra se deriva originalmente de la expresión Proto-Indo-Europeo: (s)peis, que no tiene nada que ver con la rúbrica de "alma".  El espíritu es real y se percibe sensorialmente como energía incorpórea pero omnipresente, no cuantificable en substancias, pero es una energía que está presente individualmente en todos los seres vivos.  Ahora; metafóricamente el espíritu puede ser la intención subyacente de un texto a diferencia de su significado literal, especialmente en asuntos relacionados con la ley donde decimos: "Hay que seguir la letra de la Ley, pero debemos practicar su espíritu".  También, el espíritu se demuestra en la lealtad y la sensación de inclusión en la historia social o en la esencia colectiva de un pueblo, de una institución o de un grupo, como por ejemplo el "espíritu de supervivencia" o el "espíritu de progreso".

La diferencia es de suma y vital importancia porque en nuestro contexto humano real, la Lógica nos navega y conduce desde la "a" hasta la "z"; pero la Imaginación nos lleva a cualquier parte y a todos los lugares; y lo que les sostiene a ambas, es el espíritu.  Con el "alma" hay que morirse primero (con los dedos cruzados) y esperar a ver si pasa algo...  algo que nunca sabremos...  ¡Qué huevada más aburrida! 

Salto 10

Perseverancia.  Me gusta mucho la perseverancia porque ella derrota al tiempo, derrota al fracaso, derrota la procastinación, derrota la insuficiencia humana; derrota la duda, y porque asimismo derrota a la derrota.  Me gusta pensar que la perseverancia es la firmeza de carácter y la fuerza de voluntad en perseguir una meta o hacer algo, a pesar de la aflicción, la dificultad, los obstáculos, los impedimentos, o el retraso en alcanzar el éxito.

Dicen que un pendejo de mujer tira más que una yunta de bueyes, pero la perseverancia es aún más poderosa que esto, porque al contrario de lo otro, la perseverancia está consciente en nuestras mentes.  La perseverancia es como las gotas de agua, las que pueden llenar un valle no importa cuán lentamente se acumulen, y esto es porque ellas nunca se detienen.  La mayoría de los hombres han sido derrotados porque perdieron su perseverancia, y con esto; nunca se dieron cuenta de lo cerca que estaban de la victoria cuando se rindieron.  A veces la perseverancia camina muy lentamente, pero nunca camina hacia atrás.  La perseverancia te permite pelear la misma batalla más de una vez para poder ganarla.  ¡Siempre es demasiado temprano para rendirse!

Durante my encabritada vida me he podido dar cuenta y convencerme de que hay muy pocas cosas imposibles para mi diligencia y mi habilidad.  Mis sueños y mis grandes metas no las he logrado alcanzar por la fuerza, sino que con el poder de mi perseverancia.  Con habilidad ordinaria y perseverancia extraordinaria, todo es posible.  La perseverancia es como un par de manos que trabajando logran y obtienen resultados reales, y no como un millón de manos unidas en insubstancial oración y que no producen nada.  Perseverancia implacable no es obstinación: la perseverancia viene de la voluntad, la obstinación de un capricho o de un mal hábito.

La perseverancia una de las bases del espíritu, el secreto de todos los triunfos; nunca una esquirla porque en el ámbito de las ideas, todo depende del entusiasmo, pero en el mundo real, todo se apoya en la perseverancia.  No sea huevón: Persevere.

No más saltos

Bueno, se me acabó la tinta hecha de agua amarga (por lo menos por ahora).  A mi espíritu aún le quedan una serie de esquirlas repartidas y diseminadas por entre sus interminables parajes, pero después de este demente escrito, éstas ya no son tan puntiagudas e incisivas.  Son más romas, más suaves ahora.  Ya no me pinchan la imaginación cuando duermo, ni me arañan el espíritu cuando sueño, ni me lijan la paciencia cuando estoy inquieto, y no me aguijonean la iniciativa cuando quiero volar, ni me rasgan el virginal y delicado velo de los sueños.  Ahora ya más pulido, puedo engalanar mi inquieto e indomable espíritu otra vez con sus hermosas sombras de colores.

Lo único que uno siempre espera y que nunca viene, es la gloria; y lo único que siempre viene y que uno nunca espera, es la muerte.  ¿Qué cosas, no?




El Loco

Dimidium Lunam

En el escrito anterior hablé de ballenas.  Mientras que dejaba que aquellos recuerdos se despertasen lánguidos desde los pliegues de mi encéfalo y se deslizaran a tumbos por mi insondable memoria, trémolos y regurgitando nerviosos sus dormidas emociones durante su apurada marcha por alcanzar mi licenciosa pero honesta pluma, y a la postre, para quedar estampados en el papel electrónico empujados por el apurado compás con que las yemas de mis dedos golpeteaban el teclado; me acordé de esta islita.  La recordé porque una vez también ví ballenas allí.  Mientras escribía mi anterior publicación, dejé ese seco recuerdo esperando colgado en los garfios de mis sedientas memorias para hidratarlo más tarde.  Y más tarde; es aquí y ahora.   

Durante aquellos evaporados años con sus vibrantes retiros de Verano cuando atendía las Humanidades del escolástico Instituto Alonso de Ercilla, cada año durante las vacaciones veraniegas, mi padre que era un asiduo y juncal nauta oceánico, me llevaba a navegar por las regiones australes y polares del planeta; y aquellos viajes y sus infinitas y relucientes estampas se quedaron como emborradas inquilinas reminiscentes para siempre en las amplísimas anchuras de mi dilatada memoria.  En uno de esos viajes dignos de Odiseo, conocí brevemente a la fría Isla Media Luna.

La isla Media Luna, ¡ha!  Esta isla está ubicada en la Antártida y la reclaman los Chilenos, los Argentinos, y los Ingleses.  Y por más que griten y pataleen todos, las tres reclamaciones están suspendidas por el Tratado Antártico que se instituyó el 1º de Diciembre de 1959, el que se puso en efecto el 23 de Junio de 1961, y fué ratificado 12 veces, y no tiene fecha de expiración o vencimiento, y este tratado lo firmaron 50 países.  En otras palabras, la Isla Media Luna no le pertenece a nadie sino que a los pingüinos y a las gaviotas, a los lobos marinos, a las ballenas y a las heladas aguas que la rodean; quienes condescendientemente nos dejan pasearnos por su isla porque son seres buenos y mucho más civilizados de lo que podemos llegar a ser nosotros.

El título de este escrito es el verbatum en Latín para : "Media Luna".  Nunca he entendido la racionalidad especulativa de este absurdo nombre.  ¿Por qué le llaman "media luna" a una isla cuya figura parece más bién un espermio con artritis y tortícolis, o una anguila con Paget, cabezona y con calambres?  Si observan el contorno de la islita, de media luna no tiene nada --a no ser por supuesto de que el cartógrafo que la dibujó estaba completamente beodo, y sufriendo de alucinaciones y estitiquez mental.  Esto lo sé ahora porque cuando visité esta desolada isla en aquel entonces, yo apenas me levantaba del suelo.

Sí, sin duda yo era un "cabro chico" en aquellos ya tan lejanos Veranos, y los recuerdos que esta isla grabó en la esencia de mi ser no son de lo más ortodoxos y pudorosos que digamos, pero deben tener en cuenta y recordar siempre que un recuerdo es un recuerdo, y esto no se puede cambiar aunque intente trepanación(1) extractiva.  Ahora, si a usted le dá asco la caca, deje de leer este subiecisset en este preciso instante.


(1) ¿Sabía usted que la palabra "trepanación" es un verbo derivado de Latín medieval a través del Francés antiguo del sustantivo Griego "trypanon", el que literalmente significa "barrenador"? La trepanación era una intervención quirúrgica en la que un agujero era perforado en el cráneo humano. El instrumento que se utilizaba para perforar el cráneo se llamaba "trepan". ¿Qué cosas, no?


La isla Media Luna es un pequeño islote que se asemeja más a un atolón que a una islilla, y tiene alrededor de casi 2 álgidos kilómetros de extensión y está situada al Este de la isla Livingston en el conjunto de las Islas Shetland del Sur.  Esta isla era conocida y frecuentada por los cazadores furtivos de focas desde alrededor del año 1821, el mismo año en que España le vendió el lado Este del actual Estado Florida a los Estados Unidos por 5 millones de dólares; y el mismo año en que Grecia se independizó de Turquía.

Mi padre que ya está en el distante infinito, era un flamante Capitán del Mar Océano y frecuentaba esos lares con mucha asiduidad dirigiendo a sus osados argonautas en aquellas caducas y mal preparadas embarcaciones que llevaban izada flameando orgullosa y libre la bandera Chilena.(2)  Mi hermano Francisco Javier, siguiendo los navales pasos de nuestro padre, también navegó con periodicidad aquellos lejanos, ventosos y gélidos parajes, y un húmedo día escondido en el calendario, descubrió un islote nuevo en el Archipiélago de Chiloé.  Pancho es "cool".

(2) Sin darle crédito a lo que dicen la malas lenguas, según el poema épico "La Araucana" del autor Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, un noble Español soldado y poeta nacido en Ocaña --al que le gustaba usar un puñado de arrugados platos de papel en el cuello a modo de corbata-- los colores y la estrella (guñelve: wünelfe in Mapudungún) de la bandera Chilena se derivan directamente de los del pabellón Mapuche, quienes lo enarbolaron durante la Guerra de Arauco. 

El  Desteñido Recuerdo

Una neblinosa mañana la resuelta embarcación hiperbórea atracó silenciosamente en la ensenada de esta pequeña isla mientras que yo aún dormía plácidamente en mi cómodo y tibio camarote de abordo.  Los sordos rugidos del motor, los enajenados estruendos de las cadenas del ancla, y las atareadas revoluciones de la hélice que impulsaba al barco no me quisieron sacar de mi amodorrado sopor infantil.  Los fierros del cuerpo y del esqueleto del barco crujían y rechinaban con delicados gimoteos mientras que la embarcación se balanceaba sensualmente en la tranquila bahía.  Era de madrugada, pero no sé que hora era la que marcaba el enorme reloj náutico colgado en la pared del camarote, y aún la luz de sol no había comenzado a colarse intrusa por la súperretequeterecontrarepintada claraboya.

El arrastrado ruido de la metálica puerta del camarote me despertó al abrirse.  Por el férreo  dintel apareció un marinero con una amplia sonrisa y con una bandeja que me traía el matutino desayuno.  Esa bandeja llegaba puntual cada mañana portando una vaporosa taza de chocolate valiente (¡y caliente también!), una tostada con mantequilla de pan amasado hecho a bordo, y un flaco bistec de vaca muerta el que se escondía asustado bajo un gran huevo frito de unos cinco centímetros de eslora producto de una gallina pundorosa, ambos descansando a la banda de babor de unas calientes papas fritas marítimas a la deriva. 

- ¡Buenos días don Rodrigo; ya llegamos! – dijo mi interlocutor con su jovial voz.

Lo miré soñoliento por entre las pestanas y las lagañas de mis aletargados ojos mientras que trataba de desenredarme y desligarme de las sábanas que no me querían soltar.  Me acomodé lentamente en la litera después de echar un vistazo por el "Ojo de buey", pero solo pude ver una pesada e impenetrable neblina entre la que oí unas amortiguadas voces humanas que comandaban profunda acción.  Ya sentado en la cama y con los ojos más o menos abiertos, comencé a merendar.

- Cuando esté listo don Rodrigo, véngase a cubierta, ¡pero abríguese porque hace frío! - recalcó con seriedad el marino, y desapareció diligente detrás de la pesada y elíptica puerta con sus gigantescos pernos y mariposas de seguridad.

Comí rápidamente porque el aire marino abre un apetito de titanes, y porque la emoción de lo que había por descubrir ese día ya me había alborotado terriblemente la imaginación, y mi espíritu aventurero ya lúcido en intranquilo, golpeaba frenético las paramentos de mi pecho, loco por escaparse veloz hacia la desconocida y inesperada aventura.  Terminé rápidamente de desayunar, y sentí el fuerte reclamo de la pilcha (Vejiga urinaria, vulgar relación derivada del Quechua: "pillchay", y del Mapudungún: "pùlcha", y sí, con el acento para ese lado) que ya no podía contenerse más, así que salté sin dubitación del camarote al frío suelo metálico y me dirigí vertiginosamente al baño a mear, a lavarme los dientes, la cara, y después a vestirme; en ese mismísimo orden, sin equivocaciones, errores o titubeos.

Salí a la cubierta excitado, ansioso y forrado hasta el cuello.  Una gorra de gruesa lana me cubría la cabeza desde la frente hasta el pescuezo incluyendo a mis refrigeradas orejas.  La dura neblina se estaba levantando sin apuro, desapasionada y silenciosa pero ya dejaba que viésemos la oscura línea del litoral y sus negras playas diseminadas de restos de viejos barcos de madera, los que una vez sucumbieron con su incontenible imprudencia en esas playas pedregosas, húmedas y solitarias, mientras que una bandada de curiosas gaviotas sobrevolaban el barco con su alharaca conversación de convulsivos graznidos, los que intentaban sofocar los sólidos ladridos de las meridionales focas negras, de los que sus ecos se escuchaban en la velada lejanía.  Aunque sin poner los ojos blancos; mi volátil y calloso espíritu aventurero estaba experimentando un vehemente orgasmo emocional.

En la cubierta, la frenética actividad había cesado y todo parecía estar en orden.  Los marineros estaban descolgando coordinadamente una blanca chalúa de largos remos por estribor, esto; para poder desembarcar en un paupérrimo embarcadero de madera casi negra que se descolgaba tímido hacia el interior de las aguas desde la playa, y cuyos pilares parecían danzar sensualmente entre las movedizas olas vestidos con sus Morés Tahitianos tejidos de algas y líquenes marinos, y con algunos choritos colonos.

Nos encaramamos en el bote con una cuadrilla marinera y mi padre al comando.  Mi padre siempre tenía asignado un marinero para que me cuidase, labor que era de alta estima porque el marinero a cargo no hacía nada durante el día, sino que acompañarme doquiera que fuésemos; y de esta manera; mi padre podía ejecutar sus capitanazgos deberes sin el lastre mío.  Cuando la chalupa estuvo abordada, los seis marineros a cargo de los largos propulsores comenzaron a dar poderosas remadas con sus espaldas encarando hacia litoral y en clara dirección del muelle.  La brisa húmeda y las salpicadas de agua salada nos llovían sobre la ropa, mientras que la indiferente neblina terminaba de recogerse hacia su desconocida morada bajo la supervisión de los pingüinos que nos observaban en lontananza con sus curiosos ojillos.    

En uno o dos santiamenes a lo más llegamos a destino y los marineros recogieron sus remos y ataron la embarcación rápida y habilidosamente a la escollera, y comenzaron a desembarcar en una forma efectiva y ordenada.  Les seguí detrás bajo el ojo avizor de mi protector que me seguía pegado como sombra a mis espaldas.  Caminamos por el entablado de la escollera hasta que llegamos a tierra.  El suelo estaba duro, frío e insociable como alma de abogado licencioso.  En un rincón de la playa de desembarco, se veía un antiguo y desahuciado barco ballenero abandonado a su suerte.

No sé por qué razón ni para qué propósito, pero la idea era dirigirse a un promontorio de nombre "Colina Xenia", la que se levanta unos 100 metros aproximadamente sobre el nivel del mar en el lado Norte de la isla.  La jornada se realizaría ese mismo día, lo que explicaba la levantada tan de madrugada.  Los marineros ya tenían organizados los pertrechos, mochilas, herramientas, instrumentos y demases necesarios para la expedición; incluídos los infaltables, necesarios y oscuros lentes de sol.  Mi guardián era víctima de bromas por los demás marineros que cargaban grandes bultos mientras que mi procurador sólo llevaba una pequeña bolsa marinera acarreando un par de cambios de ropa para mí; pero en vez de sentirse insultado, sonreía con una lozana mueca de victoria.

Ésta no era una expedición turística así que no circularíamos por los lugares donde anidaban los pingüinos o las gaviotillas, o transitaríamos por los escuetos senderos que los turistas frecuentan para observar de cerca la flora y fauna de este remota y glaciar isla dotada de ululantes ventisqueros sin murallas andinas.  Casi inmediatamente dejamos atrás la ensenada con sus amarillas casas de negros techos, sus pedregosos senderos de circulación, y sus largas escaleras de acceso a los edificios.  El pardo ruido que el viento Polar les arrancaba a las flameantes tiritantes banderas, ya no se escuchaban en nuestra marcha.  El ruido se había quedado atrás perdido y deshecho en la nada como el típico juramento político.

El frío viento nos acosaba por todos lados, cambiaba de dirección constantemente como la justicia pagada; pero la marcha proseguía impertérrita y en silencio mientras los duros calamorros calzados por los hombres se comían ambiciosos la distancia estampada sobre la rocosa superficie.  La neblina ya había desaparecido por completo, y ahora sólo reinaban los amplios espacios y los vivificantes y clarísimos rayos de sol subrayados por un afilado viento que trataba de mordernos las coloridas e infladas parcas rellenas con plumas de infortunados gansos menestrales.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – se oía inquisitiva la voz de mi alegre guardián.
- ¡No! – yo contestaba ufano y casi sin aliento por mantener la marcha con los hombres.
- ¡Avíseme cuando se canse! – gritaba desde atrás.
- ¡Güeno! – le contestaba porfiado y escaso de hálito.

Mi padre con ojo avizor y aguzado oído, esbozaba una sonrisa de aprobación cada vez que escuchaba este corto coloquio.

La marcha era brutal y el terreno era hosco.  Pedregales por doquiera, afloramientos rocosos y desabridos aparecían por todos lados, y a veces se vislumbraban unos escasos parches de obstinado musgo cerca de las playas, y también sobre las incisivas rocas que nos empujaban en zigzag.  De vez en cuando, me paraba a recoger algún guijarro que me llamaba la atención, o alguna piedrita de color llamativo, o un pedrusco que en mis ojos, vestía alguna forma quimérica.  Los soplaba para limpiarlos, y los ponía cuidadosamente en mi bolsillo mientras proseguía la forzada marcha.

- ¿Está cansado don Rodrigo? – repetía preocupada la voz de mi optimista escolta.
- ¡No! – volvía a contestar no tan  ufano ya, y jadeando.
- ¡Avíseme cuando se canse! – repetía el porteador marino de ronca voz.
- ¡Si, p'ó! – le volvía a contestar ya medio muerto.

La marcha se eternizaba, el suelo seguía negro, duro, frío y pedregoso; el viento no se compadecía, y creí oír a las focas y a los lobos marinos riéndose de nosotros mientras que se acomodaban allá abajo en las playas a tomar el sol en sus trajes de gruesas capas de grasa que no dejaban entrar al frío ni por equivocación.  De pronto, una voz distorsionada por el cortante viento quebrantó el silencio de la marcha anunciando: ¡Ballenas a proa!

El marinero que había aclarado la cima del promontorio que estábamos escalando, desde su cima apuntaba hacia el mar.  Corrimos los metros que nos faltaban para llegar a la cima, y al llegar a ésta y como yo era enano, no podía tener una clara vista entre los gruesos pantalones de la tripulación.  De pronto sentí que una poderosa fuerza me izaba en el  aire.  Era mi custodio que me alzó en sus brazos y me sentó sobre sus hombros para que pudiese ver mejor.  Entonces pude ver esas ballenas negras que se bañaban sin preocupaciones en las aguas enfrente de una rada.  Estaban lejos y parecían pequeñas, pero yo sabía que no lo eran.  Realmente no sé por qué, pero en ese instante me acordé de Dumbo.

Este espectáculo duraba menos de un minuto cuando se oyó la tronante voz de mi padre rugiendo: ¡Resumir marcha!  Aparentemente todos mis encuentros con ballenas duran poco.  A este punto, mis flacas piernas de peladas canillas estaban al borde del colapso, así que cuando mi guardián me ofreció llevarme sobre sus hombros, acepté gustoso.  Reanudamos la marcha que ya se prolongaba ya por más de dos horas, al menos eso era lo que mi imberbe experiencia calculaba.       

Seguíamos caminando por promontorios de rocas grandes y filosas por donde los pingüinos se paseaban como Pedro por su casa.  Las playas se recostaban contra el mar allá más abajo, mientras compartían sus rocosas superficies con pingüinos, lobos marinos, focas y gaviotas.  En la expuesta fisonomía de la isla se podían descubrir las magníficas y grandiosas fuerzas tectónicas que parieron con la fuerza de sus elementos siderófilos esta isla tiempos A.  Había monolitos paleolíticos que se erguían sobre la superficie de la isla como si desconocidos gigantes ancestrales los hubieran plantado allí con algún singular y velado propósito.

Caminábamos ahora detrás del porteador de la dotación que llevaba el radio colgando pesadamente a sus espaldas.  Podía escuchar el ruido de la radio de onda corta que anunciaba el estado tiempo entre pulsantes interrupciones cacofónicas y una nevada de electricidad estática.  Nadie decía nada, todos bufaban y caminaban indetenibles y determinados hacia el objetivo.  Mi padre nos echaba una mirada de cuando en cuando, y mi encargado contestaba con una sonrisa de afirmación.  No recuerdo más de la marcha porque en este punto me quedé dormido sobre esos sólidos y tibios hombros que me transportaban en forma segura hacia la cima de la Colina Xenia.  Nos adentrábamos osados en los indomables dominios de la naturaleza.

No me dí cuenta de qué, cómo, cuándo, dónde, y cuánto pasó; solo recuerdo que desperté dentro de un saco de dormir en una carpa anaranjada a la que el viento agitaba resentido como si quisiese mancillarla.  Me asomé a la entrada de la carpa, descorrí el cierre y lo primero que ví, fué a mi fiel guardián sentado a la puerta de la tienda sujetando entre sus enguantadas manos un tazón de algún líquido caliente.  Apenas me vió, me ofreció traerme una taza de chocolate caliente, pero rehusé aceptarla.  En ese momento tenía un asunto más urgente que atender y que su espera no se podía dilatar más.  Lo miré y le dije con cara compungida y apremiada:

- ¡Tengo que ir al baño!

El marino me miró con unos ojos de incredulidad, y tartamudeando un poco me dijo:

- Eeeh, ¡espérese un poco don Rodrigo!  ¡Vuelvo al tiro!(3) – y sin más trámite, partió al trote donde se hallaba mi padre.

(3)   Por razones desconocidas para la raza humana, los Chilenos utilizan un lenguage bélico de características balísticas cuando hablan: ¡hablan a balazos!  Lo que sea que hacen, lo hacen "al tiro".  Tiros para arriba, tiros para abajo, tiros por todos lados, no hay acción que se escape de los tiros. También parece que estos "tiros" se ejecutan con silenciador, porque cada vez que anuncian un tiro, afortunadamente éste nunca se escucha.  Un amigo centroamericano me dijo una vez que para hablar con los chilenos hay que agacharse ¡porque los tiros vuelan!  ¿Qué cosas, no?

Desde la frágil seguridad que me proveía esa carpita delgada como himen de virgen Vestal, veía a mi padre conferenciar con my porteador.  Aparentemente discutían un asunto intricado porque les costaba llegar a una resolución.  Después de unos severos minutos de parlamento, aparentemente una salida a la encrucijada se había decidido.  El marino regresó al trote hasta la carpa.  Se arrodilló en la entrada y me dijo:

- ¡Güeno, vamo'a tener que improvisar don Rodrigo! – seguidamente me hizo una seña para que los siguiera.  Salí del refugio de nylon y comencé a seguirle.  Me indicó lo mejor que pudo de que deberíamos ir por detrás del promontorio, fuera de la vista del destacamento y deberíamos "hacerlo rápido".  Cuando llegamos por detrás del rocoso promontorio, yo ya no aguantaba más, así que rápidamente me bajé los dos pantalones y los calzoncillos de lana de oveja Merino, asumí la posición de combate intestinal y descargué una rápida andanada ventral administrativa sin misericordia y con bocina.  El poto se me heló casi instantáneamente, y desde mi poco digna posición podía ver la inadvertida fauna isleña que no se percataba del acto de contaminación biológica ilegal que se estaba perpetrando en su casta propiedad.

Dándome la espalda, el marino sujetaba un manojo de papeles que, a falta de papel "confort"; tendrían que actuar como unidad de contención biológica y como improvisados aparatos limpiadores de labios arrugados.  Me limpié lo mejor que pude, y apenas lo hice; el viento se llevó presuroso los embetunados papiros cloacales en dirección de la playa.  ¡Pobres pingüinos!  Apresuradamente me terminé de vestir y cuando me dí vuelta a ver el daño colateral, descubrí un inocente y juvenil mojón erguido orgulloso como pirámide Egipcia, aún soltando vapores de esfuerzo, pero se estaba congelando vertiginosamente.  El guardián al ver esto, estalló en australes carcajadas.

Dejamos el epicentro vertiginosamente.  Miré hacia atrás y lo vi allí, solo y abandonado, como el más reciente representante del último vestigio de nuestra civilización.  Sabía que el frío antártico lo petrificaría muy pronto.  No me dió pena, pero me dió lástima.  Este mojoncito junior había logrado conquistar las latitudes más longitudinales que ningún otro mojón rozagante haya alcanzado antes.

Nunca supe lo que la cuadrilla hizo en la cima de la Colina Xenia, pero ya no importaba porque habíamos iniciado el regreso a nuestro punto de partida.  Sentía como que un pedazo de mi inconsistente humanidad se había quedado atrás.  No tuve tiempo ni de darle nombre al valiente marmolillo que dejé involuntariamente a la zaga, el que había sido empujado y pujado por las apremiantes circunstancias. 

Nunca más ví a la isla Media Luna, ni al heroico mojón que se que se quedó abandonado en contra de su voluntad en la fría y húmeda isla Media Luna, y a merced de las focas, de las ávidas gaviotas y de los perpetuos pingüinos barbijos. 

¡Te saludo glorioso y épico mojón de la niñez desde la corta pero infinita e irreversible distancia del tiempo!  Firmado: Tu Creador.

El Loco

La Ballena

Descargo de Responsabilidad y Gravámen Social

Antes de comenzar debo hacer una epexegésima aclaración pública y oficial para evitar cualquier malentendido o una posible sugestión errada --por descabellada que ésta pudiese parecer-- y que nos lleve por el camino del entendimiento inocentemente erróneo.  

Cuando hablo de "ballena" me refiero al incomprendido miembro Mammalia Eutheria del orden Cetacea; y no a mi suegra, aunque el parecido sea innegablemente prodigioso.  Este error me ha hostigado previamente por no haber aclarado específicamente mis ediciones sobre hipopótamos con Obesidad Mórbida, rinocerontes con Gota, morsas con problemas glandulares, enormes paquidermos que sufren de Elefantiasis Trópica, con bovinos afectados con el Síndrome de Proteus; e incluso, con orangutanes con un severo ataque de celulitis.

Sobre Ballenas

Hace aproximadamente unos 65 millones de años atrás cuando la Era Mesozoica estaba en pleno auge y mejor conocida como "La Era de los Dinosaurios", los océanos  del  planeta eran el domicilio general de los peces y de los feroces y predatorios reptiles marinos.   Entonces por razones aún desconocidas e inciertas para nosotros, los dinosaurios que caminaban la tierra y los reptiles marinos desaparecieron callada y misteriosamente de la exuberante y salvaje naturaleza de aquel entonces.

Un rato más tarde, hace unos 50 millones de años, algunos grupos de mamíferos usaron la ventaja que los océanos abiertos les ofrecían ahora sin los aterrorizantes depredadores, comenzaron a desarrollar sus especies de tal modo que hoy en día hay alrededor de 100 especies distintas de mamíferos que habitan nuestros sucios océanos.  El único grupo de mamíferos que tuvo una única e increíble variedad de adaptaciones que las moldearon para mantener una vida acuática total y completa fué la famosa Ballena.  La ballena y el hipopótamo son la misma especie que se derivó de un ancestro común: el Cetarciodáctilo, al final del período Paleoceno.   ¿Qué cosas, no?

Materialis Intret (Entrando en Materia)

Para los más curiosos, la palabra ballena (Whale en Inglés) se origina en el Inglés Antiguo de Proto-germánico "hwalaz hwæl", que es el nombre común para los diversos mamíferos marinos del orden Cetacea.  La palabra Cetus del Latín significa "animal grande".  El término ballena a veces se usa para referirse a todos los cetáceos, incluídas todas las llamadas "marsopas", y a menudo incluyendo a los sandungueros delfines y a las graciosas toninas. 

Estando llegado hace poco a USA, una vez me fuí al Estado de Maine a visitar --de puro curioso que soy—y porque me contaron que se podían ver a las ballenas apenas a unos 30 kilómetros de la costa.  Esto ocurrió a fines de Mayo así que las aguas del Atlántico no estaban tan frías comparadas con las aguas de la austral y heroica ciudad de Punta Arenas y sus tierras Onas, y esto poco antes del Verano.  Entonces para poder ver a estas magníficas y soberbias bestias de cerca, tomé un tour con una compañía de nombre "CAP'n FISH'S WHALE WATCH", localizada en la pequeña Bahía de Boothbay en el Condado de Lincoln; y que era una de las más antiguas compañías de la región, según me dijeron.

En aquellos tiempos mi Inglés todavía era bastante "Atarzanado" y mayormente trium syllabarum (trisilábico), y el acento con que perpetraba los sonidos cuasi ingleses era más pesado que un rosario de boyas; pero me las arreglaba para que los gringos me entendieran entre los berridos de pseudo-inglés y los notables ademanes, gesticulaciones, cabriolas y "manu motus" con los que me ayudaba a comunicarme.  Tenía hecha una reservación para esto, tal como lo habían hecho los tres amigos que me acompañaban.  Dos de ellos sabían menos inglés que yo, pero que eran osados y resueltos como lo soy yo, así que las dificultades de la aventura no significaban nada para nosotros.

Cuando digo "amigos" me refiero simplemente a conocidos que son compañía por un tiempo, ya sea en el trabajo o en los fines de semana, pero que no califican dentro de la definición correcta y cabal de "AMIGO".  Para el medio perdido, AMIGO del Latín "amicus" se refiere a una persona con la que tenemos una relación de afecto mutuo.  La amistad es una forma más fuerte de unión interpersonal que una simple asociación.  Esta definición de "amistad" es el producto de un estudio que envuelve sociología, psicología social, antropología y filosofía, incluyendo la teoría del intercambio social, la teoría de la equidad, la dialéctica relacional, y los estilos de apego.  Por lo tanto y de acuerdo a lo expuesto anteriormente, estos giles que me acompañaban eran básica, técnica y estrictamente: "asociados".

Uno de mis "asociados" era un alegre ciudadano Boliviano que estaba en un estado de embriaguez emocional y en un éxtasis total casi afrodisíaco por el hecho de que iba a navegar por primera vez en una embarcación diferente a una balsa hecha de totora, y en un mar con olas y agua salada, un lejano parangón analógico de lago.  Su cara de Uro asustado me recordaba las buenas gentes Aymará que conocí en la retraída Isla Chelleca en el estrecho de Yampupata del lago Titicaca en el Departamento de La Paz, una vez que visité esos lares tiempos A.

Otro "asociado" era un gil subproducto de Mayagüez; Puerto Rico, el que hablaba una jerigonza pseudonipona  infernal y sosaina, porque Castellano no era.  Primero se refería a mí como "Jodrijo" en vez de "Rodrigo", la capital del Estado de Georgia era "Alanta" en vez de "Atlanta", ellos viven en "Puelto Jico" en vez de "Puerto Rico" (algunos viven en Viljinia, USA), y "chal palante" es "avanzar hacia adelante".  En otras palabras más civilizadas y sofisticadas, este perecedero ejemplar mortal era un litri de un lenguaje impepinablemente ininteligible y intermitentemente incoherente, claros cascotes procedentes de un lenguaje sedimentario paleohispánico.

El tercer sujeto era un ciudadano de Zambia, lo que conocíamos antiguamente como Rodesia del Norte.  Rodesia se deriva de un gil británico de nombre Cecil Rhodes, que explotaba, o mejor dicho usufructuaba de las riquezas minerales de la región.  El nombre Zambia se deriva del rio Zambezi que significa "el río de dios" y no tiene nada que ver con la Zamba Canuta.  La cuestión es que este gallo era más opaco que el petróleo con la luz apagada, y que cuando estaba serio parecía una aceituna con ojos.  El asunto es que él nunca estaba serio.  Siempre tenía en su cara una amplia sonrisa de oreja a oreja y desplegaba unos macizos dientes blancos como el salitre de Calihue

A todos mis "asociados" los conocí en el ómnibus que nos transportó desde Virginia a Maine para los efectos de observar a la ballenas en su hábitat natural.

Había leído en el folleto de la compañía de tours que decía que con suerte, se podrían ver la ballena jorobada, la ballena piloto, la ballena Minkus (o ballena pigmea), otras ballenas surtidas y hasta algunas orcas que eran algunos de los asiduos y ocasionales visitantes de las heladas aguas de Maine.  También --vociferaba el folleto-- había posibilidades de ver focas, delfines y otras especies marinas a lo largo de la marea.  Cuando leí lo de las focas, me acordé de las bulliciosas focas de Caleta Tortel de las que sus ladridos se oyen hasta la Isla de los Muertos.

Cuando el bus llegó a la Bahía de Boothbay estábamos hambrientos y cansados del largo viaje, así que como lo habíamos decidido durante el viaje, comenzaríamos por llenarnos las tripas y descansar antes de abordar la excursión hacia las ballenas al día siguiente.  Digo esto porque no era recomendable comer mucho antes de embarcarse en caso que uno tuviese regar el mar con agrio vómito.  Cuando nos desembarcamos del autobús yo ya estaba listo para desalojar con mi mochila aventurera colgada ya sobre mi espalda, pero noté que mis "asociados" estaban esperando que el chofer abriera las entrañas del bus para sacar sus pertenencias. 

Cuando el chofer abrió las compuertas de carga me quedé estupefacto: el Boliviano recogió dos maletas de mediano tamaño, pero el "pueltojiqueño" traía cinco maletas, todas abarrotadas y "glandes".  Todos veníamos sólo para la excursión ballenera, y para retornar el día subsiguiente a Virginia.  No había ninguna necesidad de traer más de uno o dos cambios de ropa, pero el "boricua" aparentemente tenía otros planes.  El Zambiano, mejor dicho el Bemba (porque pertenecía a la tribu "Bemba") era de la capital Lusaka, y al igual que el Boliviano, traía una menuda fajina de pertenencias viajeras.  Éste sí hablaba Inglés; y perfecto.

Apenas dejamos nuestras pertenencias en un pequeño hotel, nos fuimos a la oficina de Turismo para validar nuestros boletos para el crucero en el que nos habíamos inscritos independientemente con anterioridad y que se realizaría al día siguiente, y después de esto; salimos a la calle en busca de un restaurant para cenar.  Era ya casi de noche, y la temperatura estaba bajando rápida como escupida de músico.  En estas fechas, las temperaturas en Maine fluctúan entre una máxima de 24.5° Celsius durante el día, y una mínima de 7° Celsius durante la noche y la madrugada.  Un poco frío, pero perfecto para las ballenas.

El restaurante que encontramos cerca de la ensenada tenía una gran variedad de platos marinos, mariscos y cerveza ("selvesa" y "malisco" para el boricua).  Recuerdo que me comí un sabroso plato del famoso "Clam Chowder" (sopa de almejas) al estilo New England, seguido de un par de "Crab Cakes" (croquetas de jaiba), y en vez de "selvesa" me tomé una refrescante jarra de limonada.  El Boliviano comió frugal.  No sé si fué porque no le alcanzaba el dinero, o quizá a causa de que no tenía hambre, porque "apunado" no estaba y no le ví ninguna bolsita de hojas de coca colgando por ninguna parte.  El Bemba también comió en forma civilizada acompañada de con unos ademanes pulcros y elegantes como reverencia de Mosquetero.

El "pueltojiqueño" comió como si hubiese sido el invitado que llegó atrasado a La Última Cena.  No solo comía a destajo, pero comía con la boca abierta y hablaba duchando la mesa con sus partículas de alimento hablando de Puerto Rico como si a alguien le importase.  Este personaje nos deslumbró con un comportamiento más ordinario que ataúd de mimbre con calcomanías y banderitas.  Después de la cena, nos dirigimos al hotelcito y nos fuimos a dormir para estar descansados para la siguiente mañana.  Antes de retirarnos a nuestras habitaciones, el Bemba nos sonrió ufano y nos dió una amigable mirada con sus blancos ojos de eje azabache.  La noche cayó fría, silenciosa, y negra como conciencia de fraile; pero nadie roncó esa noche en el hotel, y pude dormir apaciblemente.

La inexperta brisa de la mañana siguiente llegó a tropezones y estaba quebradiza y tiritona.  Traía vergonzosa el vaho salado del Atlántico y se colaba por las rendijas de las ventanas disfrazada de neblina como la cordillerana y serena camanchaca que cubre silenciosa esos altos y AntiguosCaminos andinos.  Por allá a lo lejos se oían los ásperos graznidos de las flotantes gaviotas, y el penetrante olor a café recién colado inundaba insolente e indiscreto las estrechas habitaciones de la reposada posada.  Los vidrios de las semi-limpias ventanas de mi habitación estaban empañadas con mi humedad pulmonar nocturna.

Nos levantamos temprano esa mañana porque la embarcación del tour zarpaba a las 7:00 AM.  Las ballenas en Maine se levantan temprano.  Cuando bajé al área del desayuno, busqué una mesa desocupada para cuatro y me senté a esperar a mis "asociados".  El lugar era pequeño y estaba abarrotado con unas mesitas pequeñas las que me hacían recordar los pupitres de mi temprana edad.  No había mucha gente en el lugar, y los que estaban presentes estaban comiendo los suministros del desayuno(*) en silencio, y aspirando el café o el té con pequeños sorbos, tan pequeños y desconfiados como la moral política; y con la vista cabizbaja clavada en la servilleta de sus mesas. 

(*) Nota del Autor: El nombre "desayuno" se deriva del hecho de que normalmente los seres humanos  no comen mientras  duermen, por lo que al levantarse por la mañana se encuentra en "ayunas", rompiendo ese ayuno al ingerir esta primera comida (des-ayuno) del día.  La mayoría de la gente llama ayuno a la abstención de comer sólo en las mañanas ( el  desayuno), mientras que para todas las otras abstenciones de ingerir alimentos sólidos y líquidos por un tiempo más elongado, incluyendo las necedades religiosas de tortura alimenticia, se usa la palabra "Diyuno".  ¿Qué cosas, no?

No tuve que esperar mucho para que apareciesen mis "asociados".  El primero que se me unió fué el ciudadano Boliviano que venía caminando con unos pasitos cortos pero muy  enérgicos y decididos hasta que llegó a la mesa.  Menos de un minuto después hizo su entrada el Bemba con su imborrable sonrisa y sus ebónicos ojos de Acacia Melanoxylona.  Nos saludamos y esperamos por el "pueltojiqueño", pero como el tiempo pasaba presuroso e imperdonable y éste no aparecía, decidimos comenzar a merendar sin su presencia.  El Boliviano demostró tener un hambre de león enjaulado, lo que compensó con creces lo poco que había comido la noche anterior.   Tomé una nota mental de ir al baño antes de que lo hiciera este ciudadano solo por razones de seguridad nasal y blindaje del olfato.  El Bemba era hombre de pocas palabras, pero de activas y eficientes mandíbulas, y también probó ser un excelente deipnosofista.

Ya casi terminábamos de desayunar cuando apareció el "pueltojiqueño".  Venía apurado y con un aspecto "ajumao" que daba la impresión de que había dormido con la ropa puesta, y se había saltado la ducha matutina.  "Me dolmí, bródel" (del Inglés: brother: hermano) --dijo con una voz traposa y caliginosa-- y procedió a agarrar alborotado cuanto alimento había sobrado en la mesa metiéndolo en un cartucho de arrugado papel blanco, el que introdujo dentro de una sospechosa, delicada y afeminada cartera de cuero sintético que leía "Puerto Rican Sweetheart".  "No hay tiempo que peldel", agregó con voz de pito apurándonos con amaneradas gesticulaciones e instándonos con sus cuidadas y exquisitas cejas a que nos marchásemos mientras que se encajaba un gran trozo de pan en su amplio hocico.

Salimos a la calle, la que nos recibió osadamente con una fresca y húmeda brisa y nos encaminamos hacia el muelle donde nos esperaba la embarcación la que hacía profundas y graves reverencias con su proa al compás de las macizas olas.  Apenas arribamos a su eslora, presentamos nuestros coloridos boletos de embarque y abordamos rápidamente la nave tratando de escoger la mejor ubicación para el viaje.  Como yo soy ducho en estos asuntos argonautas, me ubiqué en la proa porque no sabía en qué dirección pegaría el viento, y quería asegurarme de que los sorpresivos y explosivos vómitos por mareo no me ensuciasen la camiseta nueva de $4 que había comprado en "K-Mart" unos días antes.

Incertidumbre

Para mí, el peor sentimiento de todos es la incertidumbre porque siempre viene cargada de perplejidad, vaguedad y ambigüedad.  Cuando la barca zarpó desde la dársena de madera desde la cariñosa ribera que la bañaba, una tremenda incertidumbre me atacó la pajarilla.

¿Por qué menciono ésto mis queridos y bien amados lectores?  Porque yo tenía una agenda diferente a sólo observar las ballenas, y en el preciso momento de desatracar mi agenda secreta entraba en efecto, pero no tenía muchos detalles acerca de cómo diablos la iba a ejecutar con éxito.  Preparado estaba, pero los altos y salvajemente variables elementos de riesgo siempre corren paralelos y siamésicos a cualquier aventura.  Mi agenda era simple: saltar al agua en la proximidad de una ballena, y nadar lo más rápido posible hasta tocarla.

¿Locura dirá usted? No.  ¿Irresponsabilidad dirá usted? No.  ¿Monomanía dirá usted? No.  ¿Insensatez dirá usted? No.  Tampoco es imprudencia, atolondramiento, irreflexión, demencia, delirio, o ningún tipo de frenesí o esquizofrenia emocional.  Hay que entender que cuando uno es Loco como lo soy yo, estas pundorosas y acertadas palabritas que enlisté en el párrafo anterior no tienen ningún sentido porque en la aventura, lo único que cuenta es el desenlace.

En el "Itiner" de mi "website" digo: "Narro mis historias porque la aventura no está en la meta, sino en la jornada.  Narro estas jornadas para revivir su aventura porque las metas cuando se alcanzan, pierden su valor y entonces se tornan efímeras; y se tornan efímeras porque su culminación priva a la aventura del pináculo de la meta.  Lo único eterno y con propósito, es la jornada".

Entonces como parte de mi aventura, la meta es sólo uno de sus componentes; importante, pero no lo es el todo.  Si no hubiese sido capaz de tocar la ballena, esto no habría sido --bajo ningún punto de vista-- un disuasivo grave en contra del acervado tropel de emociones que la jornada produce en su desarrollo para alcanzar la meta que nos provee.  Ballena o nó, ya el ingrediente de la emoción me embargaba la propiocepción y me secuestraba los sentidos con la poderosa droga de la anhelante anticipación.  El que no sabe o ha experimentado esto, no conoce ni concibe la aventura.

La embarcación cortaba rauda y decidida los lomos de las poderosas crestas marinas con su metálica y afilada quilla en pos de un lugar perdido en ese ancho mar azul oscuro, donde aquellas circunspectas ballenas estarían ejecutando las tauromaquias Verónicas y las escaramuzas de sus milenarias danzas y mazurcas marinas.  Había pocas nubes en el cielo y el agua salada que me salpicaba los labios sabía a llanto de huérfano.  Todos teníamos las miradas clavadas en el horizonte escrudiñando y cateando la lejanía en busca de un lomo oscuro, o una cola horizontal, o de un explosivo chorro de vapor pulmonar.

Cuando habíamos navegado en la zarandeante embarcación ya cerca de una hora, de improviso el Capitán vociferó en su metálico altoparlante: ¡Ballena sobre la jarcia de estribor!

El mensaje casi me heló la sangre y sentí un cosquilleo en la espalda mientras que los pelos del cuello empujaban por salirse de la camisa.  Sentí que a pesar de que mi corazón estaba palpitando a todo vapor, mi pulso bajó su ritmo dando paso a una lividez que se me enmarañaba sin piedad en el rostro, y mi garganta se secaba a un ritmo superlumínico.  Éstos son todos los síntomas y augurios de que las vigorosas bombas de adrenalina estaban a punto de estallar sobre sus amplios y generosos caudales.  Respiré profundamente tratando de recuperar mi compostura.  The pronto la chillona voz del boricua me perforó los tímpanos: "¡La allena, bródel!  ¡V'amo palante¡, bródel"! V'amo p'a allí", me gritó en la cara apuntando con su dedo índice hacia el océano, mientras que el viento marino le zangoloteaba las delicadas pulseritas que llevaba en su primorosa muñeca.

Mirándome de cerca agregó: "¡ Bródel!, ¡¿estás pálido?!".  Nunca supe si esta expresión fué una "plegunta" o una "afilmación" porque el tonito de la locución era desorientado, pero en el calor del momento tuve un repentino aflato sobrenatural y le contesté: "Estoy un poco mareado, me voy a ir a sentar en la cabina un rato".  Acto seguido el "pueltojiqueño" presa de un "revolú" propio de estos isleños, se fué vertiginoso y febril hacia la proa donde se aglomeraba todo el mundo, dando unos saltitos de mariposa coja mientras que su incierta bolsita colgada del hombro le golpeaba cariñosamente la nalga derecha.  Todos los pasajeros y la tripulación estaban mirando absortos con sus binoculares (los que habían arrendado por $5 para la excursión), todos oteando desde la proa hacia las magníficas ballenas, las que eran dos.

Rápidamente me dirigí hacia la cabina donde descansaba furtiva mi mochila con las herramientas de la temeraria osadía que estaba a punto de desenlazarse y perpetrarse.   Precipitadamente me saqué los zapatos, los calcetines y el pantalón que ocultaba un elegante e incógnito traje de baño que también había comprado en "K-Mart" por un muy módico precio.  Me senté en la acolchonada banqueta y mientras miraba por el "ojo de buey" por si alguien se acercaba, me coloqué unas magníficas "Güaletas" (aletas) de color rojo (creo que ya saben donde las compré) las que me impulsarían a gran velocidad hacia la ballena.  El griterío de proa había incrementado sus decibeles considerablemente porque las ballenas ya estaban sumamente cerca de la embarcación, a unos 30 metros más o menos calculados al "ojímetro".  Apuradamente me saqué la chaqueta y la camisa, me coloqué el "snorkel", la máscara, y corrí apurado como pude con las güaletas puestas hacia la borda de estribor.  Me senté en el húmedo borde, y sin vacilar; me dejé caer de espaldas hacia las oscuras y frías aguas del Atlántico Norte.

El gélido sopetón de frío que me propinaron las frígidas aguas apenas hicieron mella en mi determinación sin límites cuerdos.  Comencé a dar braceadas frenéticamente en dirección a estos magníficos mamíferos.  Afortunadamente durante la entrada al agua la máscara no se me soltó, y el "snorkel" se mantenía firme en su estratégica y vital posición.  Mientras nadaba como un energúmeno en pos de las elegantes amniotas endotérmicas, tuve un repentino recuerdo en blanco y negro del Húngaro Peter Johann Weismüller (Johnny Weismüller), aquel extraordinario Tarzán de mi ingrávida pero profunda niñez.

Creo que nadie se percató de mi zambullida, pero corto tiempo después de comenzar a nadar, escuché gritos de espanto surtidos.  Con el rabillo del ojo preso en la máscara pude ver a los escandalizados pasajeros apuntando hacia mí.  No podía discernir qué era lo que sus voces decían, pero sí pude ver claramente la impávida cara del Boliviano, y los desmesurados y sorprendidos ojos del Bemba.  Cuando vislumbré al Boliviano entre las gotas de agua de mi máscara, me acordé del curioso "Ekeko" que compré una vez en un kiosco en el Salar de Uyuni.  En ese preciso momento recordé con espanto que con el apuro y la nerviosidad, se me había olvidado instalar la cuerda con nudos que había preparado para poder encaramarme de vuelta a bordo.  Era demasiado tarde para preocuparme de esto ahora, así que seguí mi apasionada y colérica carrera para palpar una ballena.

Acotación

No sé si ustedes se habrán dado cuenta de esto, pero es imposible mear cuando uno está nadando.  Ésta es una necesaria función biológica que es sencillamente impracticable e inalcanzable de ejecutar durante una carrera de natación.  Parece que el esfínter a cargo de la evacuación y mecánica de fluídos corporales se declara en una recalcitrante huelga permanente.  Tampoco en estas apremiantes circunstancias la vejiga urinaria sirve de vejiga natatoria.  ¿Qué cosas, no? 

Palpando Nirvana

Perdí completamente la noción y el sentido de tiempo.  Cada vez que alzaba la vista, me encontraba más y más cerca de las ballenas.  Debo reconocer que me invadió un poco de julepe porque mientras me acercaba a estos enormes vertebrados, su gigantesco tamaño crecía rápidamente en susto y amedrentamiento, pero al mismo tiempo sentía una paz comunicada, era como si la ballena más cercana compartía conmigo la curiosidad del uno por el otro.  Lo que más me asustaba de la ballena era su tamaño, y de lo que más estaba asustada la ballena de mí, era de que yo era un humano.

Inesperadamente y con gran consternación de pronto escuché el rugir de un motor a gasolina que hería mis mojados tímpanos y parecía acercarse a tranco largo hacia donde me encontraba.  Traté de mirar sobre mi hombro, pero no ví nada.  Airadas voces también se oían.  En ese momento supe que venían por mí.  Reanudé mis  delirantes esfuerzos hacia la ballena que ya estaba a un corto tiro de piedra.  Estaba comenzando a sentir un cansancio pesado.  Mis pulmones bufaban con estruendo.  Mis piernas me dolían con el esfuerzo.  Ya no sentía en mi piel las incesantes y afiladas agujas de las bajas temperaturas del agua.

A pesar de que uno vé a las ballenas desplazarse en cámara lenta sobre el agua, éstas nadan a una gran velocidad, pero creo que la ballena más cercana a mí estaba curiosa y me dejó acercarme a ella, y hasta creo que apaciguó conscientemente los bufidos de su espiráculo para no asustarme tanto.  El motor a gasolina se acercaba indetenible.  Mis oídos me lo advertían a medida de que el ruido del motor se acrecentaba.  Ya casi, casi llegaba a la ballena, y ésta parecía saberlo.  De pronto, la ballena hizo un giro lento pero poderoso en mi dirección.  Se me pararon todos los mojados pelos de todo el cuerpo, incluídos aquellos; pero al mismo tiempo fué como si ella me estuviese premiando por mis esfuerzos.

Empalme

Por unos segundos, la ballena se quedó calmada como un gran árbol en frente de mi asombradísima persona.  En ese momento no escuché ni el motor del bote ni el griterío de sus enajenados argonautas.  Su lomo era oscuro y sin brillo, suave a la vista, y regado de moluscos holgazanes como abogados, los cuales se le colgaban en el pellejo por doquiera.  Me encontré atraído como un imán hacia su cuerpo.  La toqué con ambas manos por unos efímeros pero gloriosos momentos.  Palpé su duro y resistente lomo como si estuviera tocando una fina y quebradiza porcelana.  Su piel estaba helada como el corazón de un fraile, pero ésta era honesta y me transmitía sus sentimientos.  Con ambas manos sobre su lomo, sentí que una fuerza invencible y grandiosa nos envolvía a ambos.  No sentí ni el frío de las aguas, ni el embate de las olas, ni a los pequeños humanos que se acercaban insolentes a interrumpirnos.  No sé cuánto tiempo duró este acuático trance, pero pienso que fueron sólo unos efímeros y escuetos segundos.

De pronto esta infanta de Neptuno dejó escapar un bufido energúmenamente poderoso, y el vapor de sus pulmones irrumpió en el aire como la explosión de un volcán en celo perenne.  Sentí que las espumosas aguas que me rodeaban se arremolinaban intranquilas, y que la ballena comenzada a moverse pesadamente otra vez.  Ése era el inequívoco aviso de que el contacto terminaba, esto; cuando mi ansiedad estaba enarbolada en su pico más alto.  Me alejé rápidamente de la ballena mientras que ella se alejaba rápidamente de mí.  Sabía que nunca jamás la volvería a ver, y ella sabía que jamás me vería otra vez en nuestras vidas.  Cuando se alejó, se volteó disimuladamente para verme con el rabillo de uno de sus ancestrales ojos.  Creo que me sonrió.  Me quedé flotando en las frías aguas sin ningún lugar donde ir, pero aquello no duró mucho.

De Regreso a la Realidad

De pronto sentí que un garfio me agarraba del brazo derecho y me jalaba fuera del agua, e inmediatamente percibí otras manos que se peleaban por agarrarme y subirme al bote de rescate.  Mi piel estaba resbalosa y glacial.  Esas múltiples e insolentes manos estaban más tibias que la temperatura del agua.  El ruido de los gritos retornó a mis oídos y comencé a escuchar una sarta de necedades.  Las histéricas y encendidas voces decían que era peligroso, que arriesgaba mi vida, que era ilegal, que era estúpido, que era irresponsable, que era un mal ejemplo...  pero sus tristes y devaluadas voces se esfumaban inciertas en mis oídos, eran apenas sordos ecos de un mudo murmullo nomotético propio de políticos y abogados indecentes, esos bien establecidos procuradores de vuestra miseria para el beneficio de sus propios bolsillos.

Sentado en el bote de rescate sentía que la piel me ardía como mordisco de Chile Habanero, pero mis palmas estaban en paz con los elementos.  Me miré las palmas pero no ví ningún cambio en ellas, aunque sabía que sus táctiles y sensuales memorias guardarían ese raro y extraordinario momento de empalme por una eternidad infinita.  Los sordos ecos de las voces seguían martillando incesantes mis insensibles oídos, pero rebotaban en mis orejas y se perdían allá lejos en la ciega inmensidad del océano.  ¿¡Que sabían estos pobres y tristes hombrecitos de peligro!?  ¡Hablaban de riesgo y osadía sin haberlos experimentado nunca en sus mohínas vidas!  Parloteaban convulsivos de lo que podía haber pasado a pesar de que no podían ver el futuro.  Pobrecitos esos tristes hombrecitos.  Pobrecitos aquellos tristes hombrecillos que nacieron viejos, llenos de sueños ajados y deslucidos como promesa rota.  ¡Pobres hombrecillos, no sabían nada!

Mientras que los cándidos hombrecillos de mustias vidas vestidos en sus circenses chalecos de gritones colores anaranjados escupían una absurda jerigonza sin valor ni sentido para mi, miré ansioso en lontananza hacia la ballena, pero ésta ya había desaparecido en las profundas y oscuras oquedades azules del insondable Atlántico.  Mis palmas estaban azules.

Después de una corta marea, llegamos a la embarcación del tour mientras que los turistas me recibían con una ovación digna de Emperadores.  Les sonreí de vuelta, pero estaba consciente de que estaba metido hasta la "tusa"(1) en serios problemas.  Una vez reinstalado en el barquito turístico recibí el grueso embate de la basura verbal leguleya.  Me multaron $1,000 por el "delito", me prohibieron para siempre tomar tours en esta incomprensible compañía, me amenazaron con cárcel si lo volvía a hacer, y me confiscaron todos los prácticos tesoros y herramientas delictuales que había adquirido módicamente en "K-Mart".  Suspiré profundamente y miré hacia la popa del barco.  Creí ver a Moby-Dick, pero era simplemente una monstruosa y mofletuda gorda grasienta y mantecosa de Nueva York a la que tenían sentada a popa como fardo para contrapesar la sufrida embarcación.  Noté que tenía un saquito de papitas fritas en su elefantástica mano derecha en la que sus regordetes dedos se asemejaban a salchichones inflamados.  También noté que a pesar del enorme parecido, efectivamente este seboso bulto grasiento no era Moby-Dick.

(1)   "Tusa" es una palabra Mapuche.  En la ancestral lengua  Mapudungún  la tusa  es un derivado de la palabra "Chape" que significa: trenza.  En Quechua trenza se dice: "Chimpa".  El derivado dialéctico Mapudungún es la palabra Mapuche "kerfü", lo que es la "tusa" del caballo, en otras palabras, la trenza del caballo (cagüello).  En Chile, la tusa –de acuerdo a su denotación paleoneofilológica—se encontraría en algún lugar entre el casco craneano y el último pelo parado de la cabeza; es decir, en un nivel de altura máxima.  El por qué los Chilenos usan esta expresión es un misterio.  ¿Quizá sea porque son muy "acaballados"?   

Cuando esta ordalía ya se estaba calmando, el Capitán del barco se acercó a mí con su circunspecto y cobrizo rostro, y me inquirió adustamente: ¿No tuviste miedo?

Le miré en los ojos por un sereno instante, y dibujé en mi azulada cara de azulados labios una amplia y sarcástica sonrisa que me costó esfuerzo construír.  Podría haber respondido fácilmente Sí, o Nó; pero esto no era acerca de reconocer derrota, era acerca de triunfar moral y emocionalmente aún en los más descabellados y terribles descalabros de nuestras vidas, así que le miré fijamente a los ojos le contesté presuntuoso: ¿Miedo?, ¿qué es el miedo? 

Cuando me dió la espalda alejándose de mí sin decir palabra, agregué: "Además y como pocos, yo llevo mi vida por delante y no arrastrándola miserablemente por detrás como la mayoría lo hace".  El Capitán entonces dió un medio giro suficiente para que su ojo izquierdo me pudiese ver por sobre su hombro, y me dió una corta mirada de difidencia.  Giró otra vez sobre sus talones en la dirección que llevaba, y siguió caminando impasible.  No lo ví pestañear ni una sola vez.  Estoy seguro de que el Capitán mientras que se alejaba de mí sacudiendo la cabeza con una incredulidad infinita, se estaba repitiendo a sí mismo: ¿Qué cosas, no?, ¿Qué cosas, no?



El Loco