La Pichanga

Con el penúltimo día de Noviembre tratando de escaparse a tumbos del calendario, ése día engalanaba un sol esplendoroso en medio de un claro y límpido cielo, un cielo en donde no se podía encontrar ni una peregrina nube para pedirle la misericordia de su sombra; y el sol; calentaba apaciblemente pero afanoso las silenciosas baldosas del patio en un tibio preámbulo de lo que estaba por desatarse. Repentinamente la campana dejó escapar su metálico alarido como poseída por negros demontres. El mineral redoble sonó como un desesperado toque de Diana que detonó fragoso y convocante, haciendo trizas el frágil y tenue silencio de la mañana. Todas las puertas de las salas de clases se abrieron al unísono con una explosión de iniciativa, y una erupción ácrata, demente e incontenible de Ercillanos se desaguó furiosa con una velocidad lumínica y con un rugir de leones en pos de los patios. En menos de quince nerviosos y afilados segundos, una aglutinada masa humana cubría cada espacio vacante del patio de las baldosas, rápida e indiferente así como las largas sombras de la noche cubren las infructuosas plegarias de los infortunados.

- ¡Patea! ¡Patea! -gritaba uno de los encendidos jugadores mientras que el otro jugador en posesión de la pelota se enredaba furiosamente y trataba de meter un gol.
- ¡Apúrate p'os gil! -se dejaba oír otra voz altisonante entre la multitud.
- ¡Dámela p'os jetón! -se oía el alarido desesperado de otro atacante mientras que una ingente horda de jugadores se abalanzaba al unísono en contra del arco enemigo.
- ¡Ataja, ataja! -vociferaba uno del bando contrario mientras que toda la defensa se abalanzaba en contra del amenazante goleador. Éstos eran como 20, y muy decididos.
- ¡Pásala, pásala! -aullaba uno de otro equipo, pero no se sabía a quién le gritaba.
- ¡Ahora, p'os! -berreaba otro por allá haciendo unos gestos sospechosos con las manos.
- ¿Vos creís que es fácil? - protestaba un guatón luchador respirando con dificultad.
- ¡Ataja, ataja! - clamaban otra vez los de la partida enemiga mientras que volvían a estrellarse en contra de una pared de tacos y canillas moreteadas, pero ahora eran como 27, o un poco más.
- ¿Cuál es la pelota, cuál es la pelota? - rugía desesperado un arquero confundido entre la muchedumbre del arco, mientras que otro arquero con cara de pánico le gritaba perdido a la muchedumbre del área chica:
- ¡Háganse a un lao, háganse a un lao que no veo, p'o!
- ¡No empujís p'o atravesao! -expresaba un arquero bajo, pero con alto desagrado.
- ¡Córrete p'os mata de arrayán florío! (1) - bramaba un indocumentado arquero empujando nerviosamente a otros dos o tres arqueros que le obstruían el paso y la vista, mientras trataba de mirar desesperadamente entre el maremágnum futbolístico estirando el cuello con una pericia abismante, a la vez que trataba de figurar cuál era la pelota de su responsabilidad.
- ¡Ya p'o flaco, patea de una vez! -acotaba acaloradamente uno de la hinchada que estaba sentado en uno de aquellos bancos en frente de la cancha y apoyados en contra de la muralla del edificio, mientras que engullía con ojos desorbitados un sabroso sánguche de pernil con queso y gritaba con la boca llena.
- ¡Cabréate de reclamar! -apuntaba con un dedo de uñas sucias otro jugador desconocido hacia el sinnúmero, exhibiendo grotescamente unas manchas verdes y algunos elásticos jirones de batracio pegados a la camisa blanca; sobras científicas del descuartizamiento de ranas efectuado en la última clase de Ciencias Naturales.
- ¡Ya p'o atontao, patea de una vez! ¿Acaso tenís los deos crespos? -chillaba uno de la galería de los catecúmenos con complejo de entrenador.
- ¡Cáchate ese flaco! ¡No tiene idea de jugar! - decía horrorizado un integrante de la barra apuntando con un sánguche de mortadela a un jugador escuálido al que la pelota lo dominada sin piedad.
- ¡Ataja p'o cojo! ¡No servís p'a n'a! -se oía también entre enredado el ruido que sacudía aquel patio de inocentes baldosas verdes. …desde la calle Santo Domingo, se oían los apagados pero irritantes bocinazos de los primitivos choferes de los automóviles que cruzaban desapercibidos en frente del colegio.
- ¡Cállate machucao! -resonó sordamente una huérfana voz perdida en el magnífico éter de ese oasis estudiantil…

(1) En Chile el Arrayán es un matorral o matojo de un árbol local cordillerano. El "Arrayán" se refiere al arbusto Myrtaceae Luma Apiculata o "Myrtle Chileno", que aparentemente cuando está en flor, se torna "medio tonto". Nuestros gloriosos Carabineros de Chile se han encargado pedagógicamente de educar a la población acerca de la existencia de esta especie de árbol también llamado ordinariamente: Luma. Supuestamente este efecto arboláceo es contagioso y retorna brevemente a las personas infectadas hacia la pubertad mental, o los afecta con una idiotez pasajera, pero no parasitaria. Esta frase la acuñó y la puso de moda la cantante Chilena Ester Soré en su tonada "Mata de Arrayán florido".

Después de un súbito pero desafortunado chute de un delantero-mediocampista-defensa-reserva-árbitro-comentarista-crítico que no encontró el fondo del arco sin fondo, el líbero puso cara de "¡por la chita!", y sin pensarlo dos veces, se rezagó a la retaguardia. Después de emitir un gutural y salvaje rugido cavernal con un ruido de palabas sospechosamente profanas pero dichas en clara señal de frustración; la estampida de jugadores atacantes reculaba ágil y velozmente haciendo corcovadas maniobras entre el gentío para irse de vuelta a sus territorios, y esperar el contraataque.

Entretanto y durante el fulminante contraataque al estilo malón Pehuenche -el que no se hizo esperar- el flamante atacante líder del tropel contrario y ahora portador de la pelota, se sentía imposibilitado de enviar el balón a encontrarse con unas redes que no existían, y estaba en una posición más complicada, incómoda y comprometida que meteorismo intestinal con caldo, y obligado por la muralla humana que le cerraba el paso y las posibilidades, hace un fulminante, un poco desaliñado, pero elegante y contorsionado viraje que semejaba a una hernia bailando rumba, y le hace un pase aunque forzoso, perfectamente preciso al compañero que estaba aparentemente en mejor posición. Éste al vuelo y antes de que la pelota tocase el suelo, le propinó un tremendo zapatazo al balón haciendo una "chilena" espectacular, pero su canilla flaca y sin pelos se encontró con seis tacos de zapato, dos puntetes, tres robustas canillas, una huesuda rodilla desconocida, y un punzante codazo en la espalda que no tenía nada que ver con el partido.

Algo crujió, y la víctima dejó escapar un sentido -¡Ayayay! ¡No sean chanchos, p'o! - que tronó en el patio de verdes baldosas, perdiéndose entre las abiertas puertas de las salas de clases que descansaban de nosotros, y finalmente haciendo un sordo y debilitado eco en las desgastadas y desteñidas ventanas de la calle Maturana; y el osado atacante cayó fulminado al suelo sujetándose a dos manos la canilla en cuestión, y registrando una mueca de dolor en su rostro que me recordaba la cara que poníamos cuando el Hermano Lucio nos pillaba tratando de pasar a escondidas y desapercibidos por su puesto de vigilancia cuando llegábamos atrasados al colegio. Sin duda alguna, había que ser capo como Mampato o Rakatán para poder meter un gol, o comprender y manejar a la perfección el efecto de paralaje estelar, aplicándoselo a los arqueros y a los esféricos balompiés; por supuesto.

Allá en lontananza y reclinado pacientemente sobre el duro y frío poste del aro de básquetbol vistiendo su siempre impecable sotana negra, miraba apacible el menudo Hermano Juan con una mano haciendo visera para sus vivaces y azules ojos, los que siempre llevaban un liviano reflejo de agua bendita, y que eran asaltados impunemente por la irreverente resolana de las baldosas amarillas. El Hermano Juan había cerrado prontamente su librería y suspendido temporalmente sus ventas de cuadernos, lápices, gomas, reglas, compases, los instructivos textos de la FTD y otros bártulos y menesteres escolares para observar inocente la multi-pandemónica pichanga de sus amados y virtuosos alumnos. Su ondulado pelo blanco como la verdad, hablaba de la paciencia y del amor que habían derramado tan abundantemente y con la generosidad que a este hombre de dios le caracterizaba, sobres esas inicuas bestias estudiantiles que hacían historia jugando unas pichangas neo-púnicas, dignas de ser relatadas por ese gran historiador Romano de etnicidad Griega: Appian de Alexandria.

Nadie se preocupó ni se detuvo a socorrer al espartano caído que ahora bufaba como un bisonte en celo y se secaba la traspiración con la manga de la camisa blanca mientras se desordenaba las acerbas cejas. Éste se levantó del suelo dando un heroico brinco, se sacudió rápidamente los pantalones, y volvió a la carga cojeando un poco pero sin reclamar. La pichanga seguía igual. Tenía que serlo, eran solo diez minutos de recreo, y nueve equipos jugando en la misma cancha. No había tiempo para contemplaciones. Nunca se sabía de cuántos jugadores había por lado, ni de cuántos goles se marcaban porque los arqueros nunca estaban seguros de qué pelota era la que tenían que atajar. Lo peor de todo era que todas las pelotas tenían el mismo color -un descolorido y enfermizo amarillo- lo que contribuía grandemente al desconcierto futbolístico. Al final era lo mismo. Siempre ganábamos el partido, sin importar en qué equipo jugásemos. Ésta es una de las magníficas magias de las pichangas del Ercilla, que siempre comenzaban frenéticas, se desarrollaban delirantes y bulliciosas, y terminaban -aunque más sudorosas- frenéticas otra vez.

El resto de la cancha estaba atiborrada de estudiantes ambulantes que osaban cruzarla atrevidamente y en mortífero desafío para tomar refugio en el boliche de las bebidas en medio de una baraúnda que apagaba el guirigay de los taca-tacas al otro lado del patio. La cancha estaba abarrotada de una tremenda cachá ilimitada de osados jugadores que corrían de un extremo al otro de las infinitas baldosas verdes sin cesar y como energúmenos detrás de la pelota, y que muchos de ellos nunca la tocaron, y yo casi siempre era uno de ésos. Pero esto no importaba porque lo importante es que estábamos todos jugando una pichanga. Había guatones, flacos, altos, chicos, negros, no tan negros, colorines, rubios, pelaos, pelucones como yo, y hasta algunos chuecos, todos jugando juntos; y teníamos todos un gran corazón Marista, con la excepción del guatón Manzano.

Hay que hacer un "aro" cortito aquí para explicar que en el patio de nuestro colegio había dos canchas: una de baldosas amarillas, y la de las verdes. La cancha amarilla, que era más chiquita, estaba dedicada al básquetbol, con su propio pandemonio de grandes pelotas saltarinas anaranjadas de orden pulgístico (2) y jugadores de otra índole. Por eso es que todos jugábamos baby-fútbol en la cancha verde. Se acabó el "aro".

(2) Término derivado de pulga, o insecto del orden Siphonaptera. Estos simples parásitos viven de la Hematofagia chupándole la sangre a los mamales, tal cual como lo hacen los cleptoparasitarios políticos con la inocente y pura sangre del pueblo.

Entre los longitudinales límites de las dos canchas, había una hilera de árboles muy bonitos -creo que eran Quebrachos (¡o terminaban así!)- y que estaban bien protegidos de la riada humana con sendas parrillas de alambre negro. Los bancos situados entre ellos estaban expuestos sin amnistía a la hecatombe. Aquí era donde se refugiaban precariamente los aterrorizados alumnos nuevos del colegio, tal como lo hice yo la primera vez que me soltaron sin piedad y a merced en esa jungla futbolística imperdonable, en esas inextinguibles baldosas verdes, las que todavía me arrancan sin permiso suspiros del alma.

La pichanga era un espectáculo Maquiavélico y Wagneriano a la vez, y no le faltaban algunos ligeros, apenas perceptibles -pero presentes- visos de El Conde de Sade. Era grandioso el observar a esta masa catervática descomunal de estudiantes desplazándose en hordas delirantes y furiosas con movimientos semi-telúricos, pero con la prestancia y la gracia de la mecánica de fluídos; en donde una masa amorfa de viriles estudiantes se estrellaba constantemente fracturándose ordenadamente en contra de otro masivo enjambre de escolares Ercillanos, en una forma perfectamente sincronizada y salvaje pero elegante y en perfecta armonía; a pesar de que para a aquel que observaba desde lejos, la pichanga parecía estar más desorganizada que velorio sin muerto, o como el alud de una manada de caballos desbocados sin jinetes. ¡Era el Arca de La Pichanga con toda clase de animales! ¡Si Noé hubiera estado vivo, habría sido el árbitro sin necesidad de tarjetas! Era sin duda, la Torre de Babel construída por mudos. (A propósito, esto habría sido la simple solución para la torrecita ésta, y probablemente la habrían terminado de construír sin discusiones. Como todos saben, errar es humano, pero para dejar una desgraciada calamidad de proporciones bíblicas; se necesita un abogado deshonesto).

De pronto, sin previo aviso y como un fugaz trueno de lo profundo, la verduga campana hecha de españoles bronces patrimoniales suena severa como el Hermano Jovino, quién en su semblante emulaba en tres dimensiones y en Technicolor la misma rigurosa inflexibilidad del Juicio Final; y ésta repiquetea inquieta seguidamente con la completa furia de Orlando, violando tímpanos y algarabía por igual. Todos se dan vuelta turulatos y miran hacia la campana con una sincronía suiza y con un dejo de desilusión y espanto en sus infantiles fisonomías. Y ahí estaba el eterno chico encargado de la campana colgado de la cuerda de ésta, mientras que la zarandeaba con un anhelo y un ensañamiento que cualquiera diría que lo haría crecer. El partido se paraliza instantáneamente y los empeños se agarrotan fríos; el ruido cesa de golpe; solo se oía el polvo cayendo de vuelta al suelo, y como lo hizo la nipona bomba de Hiroshima, el patio quedó vacío de vida y silente en un santiamén agnóstico, ordenadamente y sin reclamos. El chico de la campana nunca creció. La anónima historia cuenta que un día, un clandestino e incógnito Robin Hood se robó la campana.

Reminiscencia
En ese tiempo estaba con nosotros en el colegio el guatón Manzano. Me acuerdo del guatón Manzano porque me parecía que era tremendamente desagradable y además; feo. También me parecía que era picante. Siempre andaba molestándonos a todos con su humor negro y ácido y con sus expresiones incivilizadas de menos gusto y alcurnia que "Clery" (3) de alcantarillado. Sin duda estaba membrudamente investido con las virtudes de Pedro Navaja. Pero estas impresiones las tuve de él cuando yo era un loco chico que no sabía aún cabalmente cómo evaluar a la gente, sino nada más que con mis cándidas impresiones infantiles, pero sé que éstas no estaban erradas.

(3) El Clery es una bebida alcohólica chilena hecha con vino blanco y con trozos de duraznos en conserva, el que se la sirve a los invitados en los velorios. El Clery, según varios catedráticos e historiadores de los confines culinarios chilenos, sería originario de la internacional ciudad de Talca, pero sin importar de dónde sea que haya salido el Clery; siempre termina en un -normalmente- triste velatorio. Mi abuelita Teresa tenía su propia receta de Clery, y se llamaba "Clery Doña Teresa", al que lo preparaba con abundante aguardiente, una generosa porción de coñac, y algunas dulces chirimoyas molidas. Este Clery hay que tomárselo bien sentado porque después de tres vasos, a uno se le doblan las piernas y se empieza a parecer harto al muerto.

Además el guatón sinflón éste aparentemente era más flojo que la mandíbula de arriba y su libreta de notas parecía que era comunista recalcitrante, y su postura estudiantil como acertadamente lo insinuaba nuestro profesor de Historia, era la de Atila; el Rey de los Unos. Por eso es que quizá duró tan corto tiempo en el Ercilla. Por lo demás, en ese entonces yo no pensaba que él era material Marista. Todos los Maristas tenemos lealtad; él no la tenía. De todas formas, nosotros conseguíamos nuestra venganza contra el jodío guatón antisocial porque no lo dejábamos nunca jugar las gloriosas pichangas en el patio verde durante los recreos, y especialmente durante la hora de almuerzo.

En aquellos tiempos, ciertamente nunca me gustó esa albóndiga con patas. Sí, el guatón Manzano. Esta es una memoria retrospectiva, y la menciono ahora sin profundo rencor ni marcada acritud ningunas. Este es un recuerdo casi sin peso que no es más que una de las numerosas hojas del frondoso árbol de mi vida, y esta hoja que a pesar de haber sido pequeña y mustia, sigue siendo una eterna parte integrante del exuberante ramal de mi florida existencia. Nunca supe lo que fué del guatón Manzano, y aunque lo dudo, espero que le haya ido bien. Ahora que estoy viejo y se me han olvidado las animosidades, me acuerdo de él porque decente o nó en aquel entonces, el guatón Manzano fué también; efímera y hueramente, un "compañero" nuestro.

¡Pero volvamos a la pichanga que el tiempo es corto! La pichanga era lo último en tecnología de entretención y gimnasia. Primero y por sobre todo, era gratis. El único requisito para integrarse al juego era ser Marista y tener por lo menos una pierna. Además era un ejercicio compacto y exigente. Generoso además: todos repartíamos gotas de sudor a diestra y siniestra sin mezquindad, y ocasionalmente olor a "ala"; y si usted estaba envuelto en la pichanga y miraba el suelo, a veces parecía ser que estaba lloviendo. Como características principales, la pichanga demandaba risas, alegría, camaradería, algazaras surtidas; y ellas estaban incrustadas de sana competencia, amistad, desafío, y su mayor tesoro era que compartíamos tiempo y vida con nuestros amigos y compañeros; sin deslealtades ni envidias, sin rencores ni desconfianzas, y sin arrepentimientos ni sospechas. Éramos simplemente una banda de jovenzuelos siendo Maristas a todo vapor, y siendo amigos a toda velocidad, a to'o chancho; canillas moreteadas o no.

Antes de comenzar una pichanga no se podía gritar: "¡Falta uno p'a la pichanga!" porque aparecían siete giles instantáneamente y todos querían jugar, así que el nacimiento de las pichangas era asexual y por esporulación estudiantil; algo así como una fiesta Marista de paracaidistas. Al final eran dieciocho hordas postremamente barbáricas de inmoderados pichangeros dedicados a patear unas pelotas de plástico barato, con una energía y con una urgencia como si se fuese a acabar el mundo con el toque de la campana; y porque los recreos eran más cortos que beso de marido, había que aprovechar cada segundo de ellos.

A veces entre el fragor de la contienda futbolística se producían bajas de guerra. Cuando una de las osadas pelotas quedaba apretada mortalmente entre algunos recios y experimentados zapatos, se reventaba con una sorda explosión, y quedaba más plana que la muchacha de la "Vitacura 51A". A veces esto no era más que un pequeño inconveniente porque la pichanga seguía igual con la misma efervescencia pelota plana o nó. Otras veces cuando esto sucedía, los jugadores se cambiaban de equipo con la velocidad de un rayo apurado.

Las pelotas por cierto no eran de buena calidad. Todas estaban medias jorobadas en un lado u otro, como la politiquería chilena. Por un lado el plástico era delgado y débil como la seguridad social, y por el otro estaban gruesas y fuertes como la avaricia de los abogados deshonestos. Parecía que el que las soplaba para hacerlas tenía un solo pulmón. No se las podía patear con mucha fuerza ya que este desequilibrio en su manufacturación las convertía en virtuales boomerangs. Bastaba un chute fortachón, y la pelota se elevaba en el aire como el clamor de los oprimidos, dando furiosas vueltas en el éter como un típico discurso político, y se corría el peligro de que con estas descentradas revoluciones sin control, la pelota regresase al mismo zapato de origen, ¡y sin necesidad de viento! ¡Aaah, qué pelotas eran aquellas pelotas que teníamos en aquel distante tiempo!

Pero el tiempo se niega rotundamente a detenerse para que podamos descansar y nos empuja atropelladamente y con urgencia dentro de la vida sin preguntarnos, y muchas veces sin darnos tiempo para pensar. Pero ahora que estoy más viejo y a veces puedo obligarlo a detenerse solo por algunos instantes, tengo tiempo de añorar aquellas pichangas que me enseñaron tanto sobre la vida, tanto sobre mi niñez, y tanto sobre mis amigos y compañeros. Sí, me enseñaron mucho porque todavía las recuerdo y aún estrujo la dulce sabiduría que ellas dejaron incrustadas sabiamente en las grietas de mi vida, y en los oscuros moretones de mis flacas canillas.

Ahora que añoro tanto aquellas idílicas pichangas infantiles, no sé cómo traducir e integrar a mi pichanga de la vida aquellos memorables y futuristas ecos pichangueros: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!...

La pichanga de la vida ya no la vivimos con la velocidad ni con la energía que derrochábamos tan alegremente y con tanta generosidad y abundancia en aquel patio de inofensivas y verdes baldosas infantiles… La pichanga de la vida no tiene equipo, la jugamos solos, y no tenemos ya a quién gritarle: ¡Patea! ¡Patea!, ¡Apúrate p'os gil!, ¡Dámela p'os jetón!, ¡Ataja, ataja!... …tampoco hay una campana que la detenga… …¿quizá nos haya transformado en un mata de Arrayán florido?… ¿Qué cosas, no?

Por eso es que me gustan las pichangas y me alegro de haber podido jugar tantas de ellas; en el colegio, en la plaza de tierra, en las calles de nuestro barrio, en las playas de arena y en las de estacionamiento; con vecinos y amigos, también con pasajeros desconocidos y con algunos forasteros; y no tan solitario como las juego ahora.

Pero esto no es para ponerse triste ni melancólico, sino que es un motivo de alegría y de riqueza espiritual; sí, de riqueza del espíritu, ese espíritu que aún vive y forcejea en el interior nuestras existencias tan humanas y frágiles, pero resistente, tenaz e invulnerable como nuestras buenas memorias.

Ahora juego pichangas modernas. No en una cancha porque a pesar de que ahora tengo pelos en las canillas, ya estoy un poco gastado para eso y me podrían quedar más dolores que pelo, y más moretones que recuerdos; por eso es que hoy las juego en Internet con camaradas y amigos eternos como Bering Comparini, mi contemporáneo "Consuasor Litterae", quién se encarga prudentemente y con mucho denuedo y afecto de que los delineadores y los arcos de mi cancha de pichangas retóricas estén bien puestos y ubicados en el lugar correcto, para que un impensado desliz no me consiga una tarjeta amarilla, o peor. Y si oso o intento salirme de los sensatos límites de la facundia, oigo su ecuánime "chasca" resonando fuerte, firme y seria, con un eco duro y seco pero tremendamente objetivo; en señal de franca, respetuosa e imparcial protesta. Por algo los rusos nombraron a Imakpik, ese navegable y polar canal de agua en honor a este noble hombre (ahora Estrecho de Bering).

Juego pichangas importantes con mi hermano Francisco Javier, el hombre feliz, en Skype casi todas las semanas del año, donde me informa en detalle de los torrenciales días chilenos y sus cataratas de sucesos insólitos y tan idiosincrásicamente criollos. También hablamos seguido de la familia, de los negocios, de los amigos, y de los achaques que la vida nos trae tan gratuitamente y sin envidia. Nos contamos chistes fomes y alardeamos de nuestro fraternal amor, el que alimentamos generosamente pichanga por pichanga.

Otra pichanga consuetudinaria -y también por Skype- la juego en cortos pero acelerados partidos con Patricio Seyler, conocido como el Pato Seyler por sus amigos más cercanos. Con el Pato discutimos urgidamente y sujetándonos como podemos de nuestros anteojos sobre mercadeo y publicidad externa, mercadeo interno latinoamericano, productos, imagen, experiencia, resultados, y también hablamos acerca de las profusas memorias que guardamos del Ercilla y su banda de compañeros inmortales. El Pato, a pesar de su corta estatura física, me lleva a volar raudamente por los dominios del Cóndor, más allá de esas cúspides alturas donde vuela el pájaro de más alto vuelo, y me enseña a mirar los planes y los objetivos en detalle y con una visión completa desde lo alto.

Y en la cocina de mi casa en Arlington, Virginia; cada Viernes del calendario Aldo Nally me visita por la mañana y nos sentamos en una escueta mesa y alrededor una amigable y dulce taza de café, y ocupadamente arreglamos el mundo lo mejor que podemos, pelamos impunemente a los "rascas" que conocemos, reclasificamos a otros según nos parezca; y como todos ustedes ya se habrán podido percatar en clara cuenta, es por eso que todos los Sábados en la mañana el mundo luce bastante mejor.

También juego esta pichanga moderna en los pasillos de los colegios de mis hijos cuando vamos juntos a participar en cualquier evento, la juego entre las islas de los supermercados, en los días lluviosos, y a veces también, en algunas escasas ocasiones en que a veces me siento un poco solo. Estas pichangas no me dejan dolores musculares ni moretones en las canillas, pero en cambio, me dejan un poderoso calorcillo en el corazón y un abundante agradecimiento, colosal y prodigioso, por la vida, un calorcillo igual al que me han dejado siempre las entrañables y amatorias palabras de mi tío Lucho, ese Súper Marista inmortal e indestructible.

Pero a pesar de que estas esporádicas pichangas modernas mías son más sedentarias y menos peligrosas, las continúo jugando con el mismo ímpetu, apuro y energía con que las jugaba en el Ercilla, y sinceramente las gozo un cachito más que aquellas otras, porque en estas pichangas, logro tocar la pelota y no me importa ya el color de las baldosas.

Ahora me estoy preparando para la pichanga más grande, la más importante, la más trascendental, la más emocionante y más significante de mi terrenal vida que perdurará más allá que ninguna otra pichanga que haya jugado durante mi loca existencia, y llevando todavía ese invicto número 11 sin manchas en la espalda. Les dejaré sumidos en la curiosa incertidumbre sobre esta gloriosa pichanga mía, no por joder; sino porque no la quiero identificar hasta que haya metido el primer gol.

Un abrazo fraterno a mis amados pichangeros y camaradas Maristas, ahora todos, pichangeros de la Vida.

The Sincipitus Porcus

El Loco

El Agua Amarga

Cuesta una enormidad darse un trago de agua amarga. La mayoría de las personas rechazarían de facto el hacerlo, a no ser de que tengan una razón poderosísima, y para ello un objetivo demasiado importante y trascendental; de otra forma, no tiene sentido ni lógica el tragar agua amarga, de ninguna especie. Sin embargo, entre los hombres hay demasiados ilusos que están dispuestos a tragarse cualquier cosa, sin importar el daño ni la cuantía que éste pudiese causar, ni la perpetuidad que este detrimento le inflija a otro ser humano. Esto es tal vez debido a que muchos no pueden pensar claramente porque sus pequeñas mentes están oscurecidas y enmieladas con una incontenible vanidad.

Este escrito es doloroso, sumamente acerbo y más que nada, amargo como la bilis. No es la intención de este manuscrito el obtener su aprobación o su concesión; sino que busca el enardecerlo lo suficiente para que piense acerca de esto. Si usted no tiene estómago para estas cosas, no siga leyendo; pero si usted posee la rara e inaudita habilidad de un humano civilizado de abrir su mente y escuchar, ésto sin tener que aceptar, conceder, o estar de acuerdo con ninguna cosa; entonces siga leyendo y quizá después de esta lectura, usted mire las cosas desde otro punto de vista. Corporis Dixit. Veamos.

De acuerdo a Moisés, un hombre "profeta que hablaba con los dioses", en la biblia (un libro cristiano) aparece mágicamente este conveniente y arbitrario "relato" que usted leerá más adelante en este escrito; el que identifica claramente y da fé de la falacia universal de un diminuto dios machista, ignorante e inseguro; pero que se comunicaba convenientemente en persona y en privado (probablemente en hebreo) con este hombre llamado Moisés. Convenientemente, éste nómada israelita además era "legislador" entre sus congéneres. Como nota adicional, observe que la estatua de Moisés esculpida por Miguel Ángel, tiene cuernos. ¿Por qué será?

Nota: Los pequeños teólogos le temen a la ciencia porque ésta no está marcada con las obscuras, intelectualmente miopes, y teológicas visiones que conforman estas delimitadas mascotas literarias llamadas "textos". Temen que la ciencia destruya estos "textos" simplemente porque Causa Sine Qua Non, la religión no existiría.

Sin embargo, dicho libro del Antiguo Testamento, ése que relata las andanzas y aventuras de este chocante profeta y legislador de Israel, -el libro del Éxodo- manifestado y compilado por allá cerca o alrededor del siglo XII A.C.; está escrito en un lenguaje de pancarta literaria altamente simbólica y alegórica, lo que deja en la más absoluta penumbra y sumida en la más alta incredulidad la autenticidad de la existencia de este indeterminado hombre llamado Moisés. Este libro rodea su existencia adornándolo de milagros inverosímiles, prodigios inconcebibles, y leyendas pueriles que no solo plantan serias dudas de la existencia real de Moisés, sino que lo retratan como un verdadero mito; igual que el de Ricardo Corazón de León pero sin la heroicidad ni el romanticismo de este último.

Sin embargo es así como la mayoría de los seres humanos comienzan a raciocinar, basados en creacionismos absurdos y en fantasías increíblemente inmaduras; y esto es una opción tomada consciente y voluntariamente para agenciarse la justificación de su ineptitud como hombres. Si este hombre israelita que llevaba un nombre egipcio existió alguna vez, hubiese sido un individuo de origen absolutamente indocumentado y sin credibilidad alguna. La ficción cuenta que fué encontrado por unas doncellas faraónicas a las orillas de las aguas del río Nilo, donde llegó a posarse clandestinamente, y que milagrosamente y sin explicación lógica se salvó de los cocodrilos y de los mosquitos que dominaban esas navegadas aguas.

Se dice que fué criado en la corte de los faraones, aunque éstos tenían prohibido, no osaban, ni deseaban mezclarse con los esclavos; hacían cumplir por la fuerza una estricta ley de segregación, y estaban mucho menos dispuestos a darle acogida y un nombre agnado a un esclavo de origen completamente desconocido; especialmente en una sociedad discriminatoria, clasista, autocrática y recalcitrantemente racista como lo era la sociedad egipcia de la época. Difícil de creer y más difícil aún de aceptar el que hayan "adoptado" a Moisés así tan ligeramente. Esto constituía un acérrimo y protervo asunto de jure.

Según cuentan las crónicas de puños incógnitos y arcanos, se presenta la posibilidad de que este Moisés se retiró a meditar al monte Sinaí por ahí entre los años 1230 a 1250 -típico de los esfumados de la época- donde "las voces de su cabeza" le dictaron un encargo divino, el que le mandaba ir a liberar a los judíos esclavos en Egipto. Es curioso que estos personajes se "retiren a meditar" y se pierdan de vista por décadas, hasta que repentinamente aparecían de la nada llevando sus túnicas otrora humildes, ahora en calidad de prodigiosos ajuares vistiendo los cuerpos de salvadores omnipotentes y todopoderosos.

Obviamente ésta era una práctica muy efectiva y conveniente en la antigüedad. Si hoy usted desaparece sin aviso ni rastro, seguro es porque la policía o el FBI lo están buscando. Cómico e increíble además -y por cierto muy incomprensible de creer- es el hecho de que los judíos que eran sin duda un pueblo inteligente y capaz, hayan tenido que necesitar y depender de un personaje como éste para definir y decidir sus destinos; ¡y lo siguieron haciendo aún después de 40 años de consistente y continuo fracaso! ¡Inconcebible! Para un hombre que fácilmente podía separar un océano en dos partes y crear un camino seco entre ellos para que la gente y los animales circularan, es difícil de entender que se haya perdido tan omitidamente en un melindre desierto que fácilmente podía ser navegado con la ayuda cósmica de las estrellas. Esto aparte de lo absurdo, tiene un fuerte tufo a sabotaje.

Hay muchos personajes que oyen (o creen oír) este original y adecuado "llamado de la selva" o "llamado de lo divino" dentro de sus blandas y orondas cabecitas, y que guiados divinamente por esas "frecuencias divinas interiores" se auto-denominan garantes de un colosal conocimiento que les permitirá salvar la humanidad en su nuevo ministerio que ahora los califica con la calidad de profetas, libertadores, redentores, protectores, mesías, y otros herbajes surtidos de distintos olores, pero casi del mismo valor.

Deténgase un momento a pensar de cómo clasificamos a estos personajes hoy en día. Pues hoy les catalogaríamos como sardónicos Esquizofrénicos (una palabra moderna para locura) con un complejo Mesiánico Maníaco-compulsivo severo, un individuo con una serie de trastornos mentales crónicos, muy graves e irreversibles, caracterizados por grotescas alteraciones en su capacidad de percepción sensorial, inhabilidad de desarrollar un método silogístico aplicado, con una Psicosis Maníaco-depresiva grave, y una facultad nula para formular la realidad. En otras palabras, una demencia irreversible altamente peligrosa. Esto incluso está pertinentemente indicado en el Papiro Ebers, y su tratamiento característico descrito en su hierática farmacopea.

Este hombre tan particular "produjo" misteriosamente un nigromántico escrito que está contenido en la biblia. Este es un curioso librito de la colección Pentateuco, llamado Liber Numerorum (Libro de Números), que habla de lo siguiente: (Recuerde que esto que va a leer lo escribió Yavé en concomitancia con Moisés y su ladina estenografía. Yo no lo hice, no lo escribí, y ni siquiera estuve allí.)

Libro de Números:
"...Habló Yavé a Moisés diciendo: "Habla a los hijos de Israel y diles: Si la mujer de uno fornicase y le fuese infiel, durmiendo con otro con concúbito de semen, sin que haya podido verlo el marido ni haya testigos, por no haber sido hallada en el lecho, y se apoderase del marido el espíritu de los celos y tuviese celos de ella, háyase ella manchado en realidad o no se haya manchado, la llevará al sacerdote, y ofrecerá por ella una oblación de la décima parte de una efá de harina de cebada, sin derramar aceite sobre ella ni poner encima incienso, porque es minjá de celos, minjá de memoria para traer el pecado a la memoria. El sacerdote hará que se acerque y se esté ante Yavé; tomará del agua santa en una vasija de barro, y cogiendo un poco de tierra del suelo del tabernáculo, la echará en el agua.

Luego el sacerdote, haciendo estar a la mujer ante Yavé, le descubrirá la cabeza y le pondrá en las manos la minjá de memoria, la minjá de los celos, teniendo él en la mano el agua amarga de la maldición, y la conjurará diciendo: "Si no ha dormido contigo ninguno y si no te has descarriado, contaminándote y siendo infiel a tu marido, indemne seas del agua amarga de la maldición; pero si te has descarriado y fornicaste infiel con tu marido, contaminándote y durmiendo con otro (aquí el sacerdote la conjurará con el juramento de execración, diciendo): Hágate Yavé maldición y execración en medio de tu pueblo y séquense tus muslos e hínchese tu vientre, entre este agua de maldición en tus entrañas para hacer que tu vientre se hinche y se pudran tus muslos". La mujer contestará: Amén, amén.

El sacerdote escribirá estas maldiciones en una hoja, y la diluirá en el agua amarga, y hará beber a la mujer el agua amarga de la maldición. Luego tomará de la mano de la mujer la minjá de los celos y la agitará ante Yavé, y la llevará al altar; y tomando un puñado de la ofrenda de memoria, lo quemará en el altar, haciendo después beber el agua a la mujer. Darále a beber el agua; y si se hubiere contaminado, siendo infiel a su marido, el agua de maldición entrará en ella con su amargura, se le hinchará el vientre, se le secarán los muslos, y será maldición en medio de su pueblo. Si, por el contrario, no se contaminó y es pura, quedará ilesa y fecunda.

Esta es la ley de los celos, para cuando una mujer haya sido infiel a su marido y se haya contaminado, o que el espíritu de los celos se haya apoderado de su marido y tenga celos de ella; presentará a su mujer ante Yavé, y el sacerdote hará con ella cuanto la ley prescribe. Así el marido quedará libre de culpa, y la mujer llevará sobre sí su pecado."

Y esto señoras y señores, es El Agua Amarga. Según la biblia, un "derecho" fabricado para el hombre, y adjudicado a él por dios para que lo ejerciera a su capricho. Un claro abuso narcisista interesado, lleno de masculinidad errónea y falsa, con un virilismo extraviado e insensato; tan vanidoso y engreído como la escogida e infacunda cola de un misoginista pavo sin sesos. Para el beneficio de los pavos, sepan que la Misoginia es una patinada ideología de la misma e igual estancia que el racismo; la diferencia es que en vez de usar la raza para denigrar y minimizar a otro ser humano, se escudan en el sexo, que es usado como una marca de diferencia y anormalidad. Soy un hombre letrado, pero aún así no he podido encontrar la palabra apropiada para definir tamaña imbecilidad.

La Misoginia propone un arbitrario y falso dualismo en la conducta de la mujer. La mujer, según proponen los ignorantes misoginistas, es un monstruo y un peligro latente hacia hombre, tal como se expone con la mitológica Pandora (la contraparte de Eva) y sus las aladas Arpías de leyenda, o la ridícula tentación atribuída como culpable del fracaso y del estropicio del pobre e indefenso hombre bajo el embrujo de las Sirenas. Bajo estas precepciones, Adán fué entonces una pobre víctima de Eva, lo que prueba que Adán era un clásico pelele y un perfecto imbécil. En nuestras sociedades modernas, se necesita evidencia fehaciente y copiosa para condenar un delito, en El Agua Amarga, solo basta apuntar el dedo, o inventar una enajenada o interesada circunstancia en contra de la mujer.

Otra completa pero conveniente incongruencia expresada e imbuída en la Misoginia es la proposición unilateral de la mujer en un rol meramente a modo de una esclavizada y desvalorada madre que debe sufrir por los hijos del hombre; ella debe ser un mártir de indecibles sufrimientos ideológicos y martirios sentimentales, debe comportarse como una lacaya recatada y sumisa servidora de su amo, como patrona (con minúscula) y criada de la casa del hombre; y por supuesto, como un conveniente surtidor opcional de reproducción y placer. ¿Acaso la "Virgen María" no es una perfecta imitación de esto? Sin embargo ella es "especial"

Le advertí de que este escrito es tremendamente acerbo para sus creencias, sumamente doloroso para su proceso de pensamiento, amargo como la bilis, y más que nada, corrosivo como el ácido para sus dogmas, de dondequiera que los haya obtenido a éstos, de modo que no reclame y siga leyendo.

¿Y acerca de los hombres qué? ¿Acaso ellos son El Agua Dulce? Ya vé usted, esto no es acerca de Moisés o de sus secretos cloqueos con su dios imaginario en los ecos de su cabeza, o del esquizofrénico producto de su mente enferma, sino que es acerca del desprecio a la mujer como ser humano completo, y del auto-asignado derecho egotista y vanaglorioso del pobre e iluso hombre para su explotación y abuso personal a manos de esos mortales incapaces de sostener su propia estatura. Es muy cierto que no somos iguales a la mujer -y sería ridículo e insustancial el que lo fuésemos- pero aún así, caminamos la misma huella y nos apoyamos mutuamente al mismo nivel, y por cierto, ambos somos humanos completos en todo nuestro cabal derecho. (Es lícito decir entonces que esto me lo dijo dios mismo en persona y en CASTELLANO -aunque con un pesado acento- cuando subí al Tacora).

Yo no creo absolutamente en nada de estos superfluos y altamente sospechosos escritos manufacturados por quién sabe qué mente descarriada y descompuesta, ni tampoco creo en los aludidos esquemas de la filosofía cósmica, pero me aplasta la razón y me afrenta la lógica, me enfurece la libertad y asalta mis principios de justicia el que usen tan livianamente estas sueltas recolecciones de ignorantes dietarios, elegidamente llamados "santas escrituras", para difamar, deshonrar, denigrar, desvalorizar, zaherir, soliviantar y menoscabar tan arbitraria y egoístamente a la mujer. Hasta el día de hoy. Sí señor, esto es acerca de la Mujer, de vuestra mujer y de la mía, de nuestras hijas, de nuestras novias, de nuestras hermanas, de nuestras madres y abuelas, de nuestras nietas, sobrinas, primas y amigas; y aunque le parezca inverosímil, es también acerca de nuestras suegras, amadas o no.

Una cosa es que un imaginario y demencial arquetipo humano las escriba; otra es, que usted las crea y las practique. Escribo esto para descerrajar tiránicamente sus creencias y verdades sin transparencia, para violar profanadoramente su complacencia intelectual mancillada de conformidad, para sacudir despóticamente con un vigor belicoso e hiriente sus dogmas y credos polvorientos, los que quizá un día le forzaron a tragárselos desde un púlpito irrelevante; como El Agua Amarga, con rapidez y sin pensar, años A, cuando quizá usted aún no podía pensar por sí mismo, pero ahora estoy seguro de que usted ya puede pensar y racionar, y espero que lo haga. Quizá le duela un poco la cabeza en el proceso, pero vale la pena y no es nada que una Aspirina pueda arreglar.

Pero desafortunadamente quizá no hay ninguna ganancia en criticar la historia ya que ésta no se puede cambiar, y además queda siempre relegada, muchas veces, al olvido. Pero es importante recordar las lecciones que nos ha ilustrado, aunque éstas a veces sean incongruentes y que lleguen a nosotros a través de un "Periodismo Amarillo". El periodismo amarillo o la prensa amarilla es una clase de prensa que ofrece poco o nada de noticias legitimas o investigadas responsablemente; lo que ofrece es basura llamativa para apelar a la ignorancia humana, y así poder vender más periódicos. Entonces, esta basura es un peyorativo denigrante para el periodismo irresponsable y sin seriedad.

Traigo a la palestra este antiguo -y quizá obsoleto- escrito porque sus efectos y vanas enseñanzas todavía están en vigencia en las actitudes de algunas pautas de hombres. No hay nada más que mirar a los países árabes y orientales, y podrá usted darse cuenta de cómo estos individuos tratan a sus mujeres. Hoy por hoy, en aquellos aún salvajes países todas las mujeres sin hacer ninguna distinción de edad, deben de tener un tutor masculino el que puede ser su padre, su esposo o incluso un hijo. Éstos están a cargo de permitirles o autorizarlas a efectuar diligencias como el viajar al exterior, o de recibir atención médica. Esto sin duda priva a la mujer de sus derechos fundamentales, y les torna imposible su equitativa participación en la vida pública de estos países. Estos países firmaron descaradamente en el año 2000 la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. Esto es el epítome del cinismo en su mejor representación.

La ley islámica llamada Shariah representa el más profundo cimiento del ordenamiento jurídico de estos países, de los que sus jerarquías religiosas y sus familias reales hacen una conveniente y arbitraria interpretación de ella. Ellos son los últimos responsables por mantener el despiadado yugo de los hombres sobre las mujeres. El derecho adquirido como la tutoría masculina sobre las mujeres se basa en un obscuro pasaje de El Corán (otro de estos libritos creacionistas), según el cual "los hombres son los protectores y proveedores de las mujeres, porque dios ha dado a los hombres más fuerza que a las mujeres, y porque ellos las sostienen con sus medios". Risible, simplemente risible.

La constante negación de los derechos políticos y sociales de las mujeres en estos aún salvajes países se ejecuta diariamente en su práctica. En el año 2005, en las primeras elecciones circenses municipales de Arabia Saudita, las mujeres -que ahora tienen derecho a voto- no pudieron ejercer su derecho y votar porque increíblemente no hubo mesas femeninas para hacerlo. Risible, tristemente risible.

La Mujer
Simplemente para esclarecer cualquier duda que cualquier individuo pudiese tener, por pequeña que ésta sea, o debido a alguna intrascendental semántica heredada durante la inconsciencia e inconsistencia del adoctrinamiento religioso; hablaremos un poquito sobre la mujer con palabras sumamente simples.

Técnicamente, y no por tratar el tema sin apego humano o improcedencia, la palabra Mujer viene del Latín Clásico: Mulier, que significa "la persona del sexo femenino". Nótese bien que el claro significado que conlleva la definición es "la persona", y no la esclava, ni la sirvienta, ni el objeto, ni la propiedad de. El vocablo también hace una específica distinción con respecto al género y la naturaleza de las funciones de carácter cultural y social atribuídas a la mujer - a cualquier mujer.

Del mismo modo, la palabra establece dentro de sus numerosas y complicadas acepciones, un contenido dogmático y conceptual, y las obvias diferencias sexuales y biológicas de la sustantiva hembra en el género humano o raza humana en paralelo; y anverso al sustantivo "macho" de la estirpe. La palabra y conceptos contenidos y acuñados en la palabra Mujer arman y establecen una referencia inequívoca y permanente de la noción de lo femenino; que en un mismo plano y en un mismo haz, sostienen una intrínseca igualdad de innatos derechos y de valor. Ninguna de las caras de una moneda tiene más valor que la otra. Punto.

El rubricado concepto del Feminismo nace de la absoluta y forzada necesidad de la mujer de defender lo que no debiera defender, pero que a manos de los pequeños hombres de insignificante cultura y acumen, se ha perdido. Esta una doctrina y una ideología constituída por un concreto y definido conjunto de estereotipados políticos, profesionales, culturalmente formativos y económicamente estandarizados que nacen como una estricta necesidad en defensa de la integridad de la mujer como ser humano paralelo, y tienen como propósito e intención principal, la absurda e innecesaria necesidad de restablecer la igualdad de derechos entre hombres y mujeres; y no es un movimiento que los estultos clasifican como La Emancipación de la Mujer, porque en los derechos heredados por naturaleza, no hay necesidad de ninguna emancipación. Esto es muy triste y es una actitud tremendamente devaluadora para los hombres pequeños, los que claro está; existen en abundancia.

En una percepción menos técnica pero absolutamente realista, la mujer es simplemente -y esto lo dice uno de esos libritos- la compañera del hombre. Sí, aunque a alguno de ustedes le pueda parecer asombroso e inexplicable, la mujer es la compañera del hombre; no el jefe ni la esclava, sino que La Compañera. Entonces no me explico ni sé de qué Infernale Gehenna (o de sus alrededores) sacó el hombre su recargado complejo de superioridad, y su tan despistado sentido de igualdad.

En todas las facciones de cualquier comunidad, en cualquier punto de la tierra, la mujer juega un rol de necesaria y crítica supervivencia para el hombre. Partiendo desde lo más parvo y básico de las necesidades de cualquier especie, la mujer nos hace posible y nos permite reproducirnos. Sin esto, la raza humana no existe. Y además como propina, durante el excitante y sudoroso proceso de la reproducción, ella nos ofrece deleite de serafines, placer de dioses, pasiones de arcángeles, satisfacción de reyes, la embriaguez de la lujuria, y la molicie y sensibilidad de su hermoso y amante cuerpo. ¿Y qué ofrece usted? …¡no joda!

Primeramente porque el respeto básico es la esmerada deferencia al valor que un individuo, o incluso las cosas, tienen; y la trascendencia intrínseca de estos valores debe constituír una reciprocidad paralela. La palabra "paralela" establece un reconocimiento y afirmación mutuos y a un mismo nivel y envergadura. Esta curiosa expresión representa cuestiones morales y éticas, y ha sido transitado, esgrimido, empleado y aplicado en las ciencias filosóficas, en el enredo político, y en otras varias ciencias sociales tales como la psicología, la sociología y hasta en la seca antropología. Como usted puede ver, el respeto no es solo una ilusa palabrita.

El principio del respeto se valida y se establece cuando es adjudicado e integrado a las relaciones humanas interpersonales; y su germinación se inicia con la iniciativa del individuo pensante. Este principio se instituye como substancia cuando un individuo tolera y acepta a otro. Este principio lo merecen todas las creaturas, sin discriminación o segregación alguna. Aquí yo le doy algunas de mis razones estrictamente personales y arbitrarias sobre esta materia de respeto mutuo, especialmente, el respeto a la mujer. Menciono que mis argumentos son "razones estrictamente personales y arbitrarias" porque hablaré exclusivamente de las mujeres que yo personalmente conozco y de quienes puedo dar fé. Hablar sin conocimiento de su esposa o de su novia por ejemplo, pondría mi vida en gran peligro, y sonaría muy ignorante, ¿no es cierto? Pues bién, usted verá qué usa, qué adopta, qué desecha, o qué está de acuerdo con.

Mi Madre
Mi joven madre es lo más excelso y perfecto que la naturaleza haya podido crear. Me ha amado, protegido y cuidado desde antes de mi incepción, durante ella, y hasta que nací. Mi nacimiento no me hizo hombre sino que un imperfecto proyecto de hombre, una ignorante brizna masculina de la caprichosa naturaleza. Mi madre me amamantó, me crió, me educó, me ensenó la vida, me protegió, y dedicó su vida a mi servicio. Siento la más profunda reverencia y amor por esta Santa Mujer que me dió la generosa vida que me gobierna, esta mujer que me vió crecer estrepitosamente, esta mujer que me consoló en mi más profunda amargura durante los más desolados días de mi vida, esa mujer que remendó presurosa los diseminados pedazos de mi alma en pena cuando un artero y fulminante amor me la hizo mil trizas con una enorme explosión de desamor, esa mujer que se regocijó en mis éxitos, y que se rió cándidamente conmigo en mis numerosas y monumentales estupideces, y que lloró amargas lágrimas cuando yo estaba triste.

Mi Madre es esa mujer que me ayudó a pagar mis errores, esto lo sé porque los pagué con mi sangre que es sangre de su sangre, y las lágrimas que derramé en aquellos escasos pero negrísimos días que me abatieron durante la inquieta jornada de mi vida, contenían la dulce sal de las suyas. Ella ha sido siempre eterna en mis más efímeros momentos, ha sido un frágil instante, y ha sido mi vida entera. Ella apagó presurosa y cariñosamente la ciclópea sed que sangraba mis prolongados días, me ayudó pacientemente a aprender la vida, me guió y me adiestró a sortear graciosamente los ácidos y abrasivos enigmas del espíritu, y se consumió sin demora en un fulminante instante con todos y cada uno de los más pequeños y los más excelsos triunfos de mi desordenada y bulliciosa existencia. Ella me suturó la vida tantas veces cuando me regalaba esas pertinaces miradas desde la infinita profundidad de aquellos claros y verdes ojos sin palabras. Ella, que me enseñó a tratar la vida como a una impostora cuando ésta me azotó el rostro con el guantelete de la traición, y me recordó a Ruggero Leoncavallo diciendo: "Ríe payaso sobre tu amor despedazado, ríe del dolor que te envenena el corazón..."

Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi joven Madre. Estoy seguro que su Madre se parece un poco a la mía.

Mi hermana
Mi hermana es mi hermanita. Ella es la mujer extraordinaria que me enseñó a vivir las alturas de la vida con orgullo y osadía, sin caprichos y con los pantalones bien puestos. Ella fué la que me comprendió cuando mi madre estaba ausente, y nadie lo hacía; ella se echó a sus espaldas culpas mías para que yo no pagase por ellas, y lo hizo con una sonrisa y un amor que jamás podré satisfacer. Ella fué la habló por mí cuando yo no pude, ella fué la que me defendió aunque yo estuviese equivocado, y muchísimas veces lo estuve. Mi hermanita fué mi concomitada cómplice cuando me enamoré por primera vez, y la que con sus blancas manos ayudó a remendar los jirones de mi alma cuando los ingratos estiletes de la traición despedazaron mi vida y mi alma sin ninguna clemencia. Mi hermanita siempre me miraba como a un ejemplo sin saber que el verdadero ejemplo era ella, y siempre me alentaba y respaldaba con un ánimo y una bravura dignos de su naturaleza altísima sin manchas de egoísmo; y sin importarle que a veces mi lucha ya estuviese completamente perdida. Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi hermanita. Estoy seguro que su Hermana se parece un poco a la mía.

Mi Esposa
Mi esposa es algo como salido de la mitología. Ella es un personaje heroico y eminente que encarna y reproduce la quintaesencia de las cualidades claves de nuestra cultura y origen humano. Para estar casada con un hombre (como yo) ella sin duda posee habilidades sobrehumanas y atributos de temperamento ennoblecidos, los que le permiten llevar a cabo hazañas extraordinarias, actos heroicos, y proezas beneficiosas, hasta que se convierte en Madre. Mi Esposa se casó conmigo y dedicó su vida entera a mí sin saber con qué clase de sabandija se había metido. Esto lo digo porque los hombres, invariablemente cambiamos caprichosamente nuestras frágiles y livianas naturalezas después del matrimonio. Al momento de convertirse en mi esposa y ante un altar lleno de testigos acompañados de un oficioso tipo disfrazado de carnaval, ella me dijo:

"Te prometo compartir contigo todo mi amor y mi vida, en tiempos buenos y en tiempos malos, y respetarte y apreciarte como mi amigo y mi esposo. Prometo siempre caminar a tu lado, y cuando las dificultades crucen nuestro camino, estaré allí para ayudarte y protegerte. Cuando la alegría nos agasaje, estaré allí para compartirla en el brillo de tus ojos y en la tibieza de tu amor. Que Dios bendiga mi vida contigo en eterno amor y felicidad."

Mi Esposa ha cumplido cada detalle de su promesa, y más. No me prometió paciencia, sin embargo me la dió abundantemente, no me prometió tolerancia, pero se invistió de ella. Yo prometí lo mismo, pero todos sabemos quién cumple más. Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi Esposa. Estoy seguro que su Esposa se parece un poco a la mía.

Mi Hija
Si dios existe, esto sería algo que sabe y puede hacer bien: las Hijas. Mi Hija es mi Princesa, es mi vida, es mi dolor y mi alegría, es mi más relevante preocupación y mi más meritorio desasosiego. Cuando miro a mi adorada hija, instantáneamente se derriten todos los hielos que mi corazón haya podido formar a costa de las polares ventiscas de la vida, ella hace que se me iluminen los ojos, y su lúcida e inocente sonrisa disuelve todas las sombras que mi alma haya estado amontonando, porque con el fulminante fogonazo que despliega el resplandor y la refulgencia de su sonrisa; nada oscuro puede perdurar. Mi hija es el receptáculo más menudo que existe en donde cabe la cantidad más gigantesca de amor. Cada sonrisa suya vale mil de las mías y cada lágrima suya vale un millón de las mías. Sus pequeñas penas son insufribles para mí, y su tristeza es siempre la mía infinita. El amor y el respeto que le profeso a mi Hija duelen; pero no es un dolor doloroso, sino que es un dolor misericordioso, sensible, apasionado, cuidadoso, y eternamente enamorado de su naturaleza tan frágil y tan fuerte. Mi Hija me hace mirar al futuro con celos y envidia porque sé que un día éste se la llevará raudo y egoísta, pero no podrá jamás nunca arrancar de mi pecho a esa Princesa de mi existencia. Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi Hija. Estoy seguro que su Hija, si la tiene; se parece bastante a la mía.

Mi Prima
Mi prima es como una hermana independiente, pero quizá mucho más objetiva e imparcial en consideración a los numerosos e imperfectos rasgos que caracterizan mi ser tan desesperadamente humano. Mi Prima es alegre y dicharachera, siempre está allí al alcance de mi voz para lo que yo quiera enhebrar con mis insanas palabras a modo de diálogo, sin criticarme muy duramente, pero sin dejar de decirme claramente sus verdades con sus palabras tan específicas y tan distintas de las de mi Hermana y de las de mi Madre. Su amor es como una dosis extra que siempre está ahí para cuando se le necesite. Mi Prima es una mujer diferente, es más independiente de cómo mi alma y mi corazón ven y sienten a las otras grandes mujeres de mi vida; y ella es más desenvuelta en los asuntos de la vida. Es objetiva y es perdonante, es estricta, neutral y objetiva, y por sobre todo, es tambien una Hermana, aunque ella no sea la mía. Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi Prima. Estoy seguro que su Prima, si la tiene; se parece bastante a la mía.

Mi Abuela
Esta es una extraordinaria y sorprendentemente asombrosa mujer. Mi Abuela es dos veces Madre, dos veces Hermana, y dos veces Prima. Ella nunca se enoja porque ya lo hizo lo suficiente y lo necesario durante su tiempo de entrenamiento como Hermana, Prima, Novia, Esposa, y Madre. La Abuela es el último bastión de la dulzura y de la gentileza humana, la más perdonante, la más cómplice, las más generosa, la más recatada, la más comprensiva. Es la única Mujer con el incontestado derecho a saltarse y trasgredir todas las reglas de la crianza infantil. Ella ha inventado una circunvolución especial y diferente para criar a los hijos que ahora los escuda bajo el impenetrable título de la fortaleza llamada Nietos y Nietas. Ella es inalienable, firme y cariñosa, austera pero nada de frugal con su acumulado amor para con su prole hereditaria. Si existe una Súper Mujer, sin duda que ésta es la Abuela. Las Abuelas se mueren y se van al cielo porque ésa es la única comarca capaz de contener su infinito y amplio amor. Éstas son sólo algunas razones del por qué respeto tanto a mi Abuela. Estoy seguro que su Abuela se parece bastante a la mía.

Mi Vecina
Aunque es una mujer un poco desinteresada y algo indiferente para con nuestras vidas, por lo general son amigables, amables, simpáticas, consideradas; y muchas veces escuchan pacientemente toda la basura y el estiércol mental que queremos narrarles, eso sí que cuando se aburren, siempre se despiden rápida y cortésmente diciendo que tienen algo en el horno, un llamado, o el lavado de la ropa. Nunca nos dicen lo imbéciles que somos, ni lo aburrido que nuestras desazonadas tertulias son, ni de lo vano e insubstancial de nuestras conversaciones; y ni siquiera nos critican de por qué no le vamos con nuestros cuentos a nuestra esposa. Diplomáticas sin duda. Yo no tengo muchas Vecinas, pero a las que tengo, las respeto. Éstas son algunas escasa razones del por qué respeto a mi Vecina. Estoy seguro que su Vecina se parece algo a la mía.

La Nieta
Note que escribo La Nieta y no Mi Nieta. Simple: no tengo una Nieta todavía, pero cuando la tenga creo que será algo así como dos veces mi hija. ¡No puedo esperar a tener una Nieta! Ya le contaré sobre cuáles serán las razones del por qué respetaré a mi Nieta. Estoy seguro que su Nieta es, o será muy parecida a la mía.

La Novia
Es aquella Mujer blanca y deslumbrante que va camino del altar con una decisión granítica llevando en sus suaves manos un blanco ramillete de perfumadas flores que sujetan prisioneros todos los deseos y las esperanzas de nuestro corazón, en el plácido terciopelo de su rostro están entretejidos nuestros sueños; y en la sensatez de su mirada, llevan voluntariamente cautivas todas las fibras de nuestra vida. Y durante ese breve pero eterno caminar hacia el altar, no tengo que decirle lo dispuesto que usted está a que ella beba en un solo y rápido sorbo toda el agua de nuestra vida, pero no el Agua Amarga, sino que el agua elemental y viva de nuestra completa existencia. En esos momentos no hay una brizna de falta de respeto en su temblante ser, ¿no es cierto?

La Novia es esa portentosa Mujer que mató tu soledad con un simple y amante beso, que con el delicado y sereno calor de sus brazos te salvó de tu horrendo y apocalíptico frío; y que finalmente con su dulce e irremplazable compañía, desterró para siempre la venenosa y acerba soledad de tu vida. La Novia es la Mujer que nos dió el momento más excelso en nuestra vida, aquel momento en que ambos fuimos lo más importante y trascendental de la historia de la humanidad. Éstas son algunas escasa razones del por qué respeto a mi Novia. Estoy seguro que su Novia se parece mucho a la mía.

Otras Mujeres
Hay muchas otras Mujeres que cruzaron, que cruzan, y que cruzarán los infinitos y complicados parajes de nuestras tortuosas vidas, pero ya le he dicho a usted que aquí le daría solo algunas de mis razones estrictamente personales y arbitrarias sobre esta materia de respeto mutuo hacia la mujer

Si usted tiene carácter, como quiera que usted mire y valore a una mujer, siempre encontrará en ellas -porque siempre lo hay- un valor más grande que nosotros mismos, más poderoso que nuestros deseos, y más profundo que el valor de nuestras propias vidas. Nuestras actitudes lo han demostrado repetidamente a través de la historia de este paradójico "Hombre", de tantos disímiles y peregrinos tamaños; bíblicos y de los otros.

Nunca se olvide usted de que la mujer fué hecha a partir de una limpia costilla del hombre (según se dice por ahí); éste incontrastablemente en cambio, fué moldeado del sucio barro. En la desmerecida Agua Amarga del libro Números; no hay respeto.

El Loco

Las Palabras

Todos y cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, poseemos un denso y arqueológico tesoro comprendido de historias, cuentos, fábulas, ficciones, anécdotas, relatos, quimeras, y hasta de pensamientos mitológicos y reflexiones metafísicas que la mayoría de las veces -cuando no siempre- no llegamos a narrar estos apólogos porque aparentemente, nuestras ilusiones sobre el futuro nacen fatigadas y abrumadas por el peso del pasado que se empecina en colgarse odiosamente en el presente de las inéditas jácaras que atesora nuestro espíritu; las que viven perpetuamente aplastadas bajo el negro y filudo peso del agobiante silencio de nuestras bocas.

Todas las palabras llevan peso, ya sean palabras cortas o voces largas. Todas. Algunas palabras son livianas, otras pesados alaridos, otras ingrávidos clamores; y otras de un sonido abrumadoramente cargado. Los esqueletos de las palabras por sí solas no llevan tanto peso, pero que en el conjunto de sus carnes; embutidas en una historia, pueden generar un lastre acucioso y abrumador. Quizá nuestras historias estén descansando retorcidas e indefensas en nuestro vientre escritor en ensortijadas posiciones embrionarias, o quizá estén postradas de rodillas humildemente clamándonos por una débil piedad para que las liberemos hacia las vastas distancias del etéreo pensamiento humano.

Sé que en repetidas y apremiantes ocasiones un afluente tropel de desordenadas y cristalizadas palabras se abalanzan a ciegas sobre nuestros sueños de libertad expresiva, quizá abreviándose a sí mismas para que las dejemos salir entre susurros de imaginación y murmullos de realidad, tratando de no pesar, montadas en un leve suspiro, aferradas al aire tratando de no apabullar nuestros frágiles y fluídos espíritus. Pero nos negamos a suspirar, no nos queremos quejar ni anhelar lo anhelante, no nos desahogamos ni gimoteamos una breve pena o una larga alegría para darles una escueta vía de escape a nuestras historias que se agitan adornadas con sus alegres e inquietas palabras.

Pero las palabras que hacen nuestras historias son nuestras, ¡las poseemos a todas ellas! y ellas están incondicionalmente a nuestro servicio si las queremos emplear para construír nuestras historias nacidas de los numerosos pliegos y musgosas arrugas de nuestro pasado. Sí, a pesar de que somos los patrones de nuestras historias, a veces nos cuesta el permitirles escapar de nuestros fruncidos corazones, para poder y así dejar más espacio en ellos para nuevas y más dulces memorias.

También hay que tener en cuenta de que las palabras son caprichosas y antojadizas cuando no, vanas e improcedentes. Digo que son caprichosas porque a pesar de que podemos tener muchos sinónimos y acepciones afines para una palabra, no siempre se puede encontrar un antónimo apropiado. Por ejemplo, ¿Cuál es el antónimo de trueno? ¿Cuáles son los antónimos de rojo, agua, condón y Chile? El antónimo debería ser el recíproco opuesto de sinónimo, pero no lo es porque en muchas ocasiones, no existe. ¿Es posible decir que el suave acerbo de la afasia es la vocinglería o la alharaca? ¿O que albañal se opone a cenotaño o al cotarro? La cosa es mi querido lector, que las reglas de la ortografía con sus compinches gramaticales y lingüísticos dictan que los "adjetivos" no poseen antónimos. Ahí lo tiene: ¡hay discriminación hasta en las palabras! Seguro de que aquí hay envuelto un abogado deshonesto y anacreóntico.

¿Y las palabras que se adornan a sí mismas con elegantes, sutiles y sobrias joyitas como la diéresis? Ese signo diacrítico que consiste en esos dos distintivos puntos que le dan más carácter a la ü por ejemplo. ¿Y qué pasa con la letra ñ? ¿Sabía usted que la virgulilla de la ñ se originó en la Edad Media? En la Edad Media, las copias manuscritas de textos y documentos eran ejecutados por los monjes en las catacumbas de los lóbregos monasterios; uno de esos obscuros negocios de los traficantes de inmanentes dioses. Cuando estos escritos les presentaban dos letras enes (n) seguidas a los eremitas monjes -ocurrencia bastante habitual en Latín- podía ocurrir que estas dos enes se confundiesen fácilmente con una eme (m), especialmente si el monje que escribía tenía un poco de Alzheimer, o le faltaba una dosis de espíritu de por lo menos unos 40°.

Entonces, para evitar esta posible confusión, los copistas manuscritores colocaron una ene más pequeña sobre la otra ene. Con el paso del tiempo y el apuro en hacer tantas copias ya que Gutenberg no había nacido todavía para socorrer la plaza, la letra "n" superior fué disminuyendo poco a poco de tamaño, hasta que quedó rezagada al trazo que actualmente usamos. Esto nos sirve ahora para distinguir convenientemente y sin confusión algunas palabras como enseñada de ensenada; empanada de empañada, o una de uña. ¿Sabía usted que en la lengua Castellana hay 2.266 términos que llevan la letra ñ?

-¡Curioso!- se dirá usted, pero no lo es. Lo que sí es curioso y sospechoso además, es el aislado hecho por ejemplo de que las "Sagradas Escrituras" no mencionan nada acerca de astronomía a pesar de que el ser humano ha estado mirando la bóveda celeste desde los albores de su creación; buscando respuestas a la intriga de su verdadero origen, una respuesta a este origen con más sentido común, con más lógica, con más raciocinio y sensatez, y con una credibilidad más inteligente y más madura. Curioso es que en estas "escrituras" se evite intencionalmente lo inocultable y lo inevitable se disfrace con historietas pueriles sin credibilidad. Estas "escrituras" mencionan el Sol y la Luna sólo una vez, y por necesidad. Una o dos veces mencionan a Venus (no me acuerdo exactamente porque hace rato que no leo esta novela), pero disfrazado bajo el nombre de "Lucifer". Estos manuscritos arcaicos son tan obsoletos que los "Jinetes del Apocalipsis" todavía montan caballos. Si usted realmente ha leído las escrituritas éstas en su totalidad, me dará la razón.

-¡Curioso!- exclamará usted otra vez, pero no lo es. Curioso es por ejemplo que la supuesta infalibilidad del Papa sólo se puede aplicar a materias espirituales (porque ninguna de estas se puede comprobar), y nunca a la ciencia ni a las cosas materiales porque resultaría fallida. ¿Lo había notado usted? No reaccione; ¡piense! Giordano Bruno (un oscuro fraile Dominicano italiano) expresó públicamente estos pensamientos hechos con las mismas cargadas palabras que le acabo de vomitar a usted en sus ojos, y la "iglesia" lo excomulgó y lo quemó vivo en el año 1600 por su osada herejía.

-¡Curioso!- prorrumpirá usted una vez más y esta vez un poco confuso, y quizá un tanto airado; pero no lo es. Curioso es que Bruno ayudó a precipitar su horrible e injusta muerte por decir con franca honestidad que él creía que el Sol era una estrella y que el universo contenía un número infinito de mundos habitados poblados por otros seres inteligentes. Galileo lo escuchó claramente y estuvo de acuerdo con esto, pero no dijo ni pío. Más curioso aún es que el Cardenal italiano Francesco Satolli dijo exactamente lo mismo que dijo Bruno acerca del Papa alrededor del año 1890; apenas con unos doscientos de años de diferencia, pero Satolli consiguió ganarse el curioso y ptolemaico sombrerito rojo, y Bruno fué asesinado el 7 de Febrero de 1600, a la edad de 52... Entonces, ¿la herejía religiosa de antaño es hoy la válida ortodoxia?, ¿o es simplemente una conveniente y cínica compasión patronizante?

A pesar de la mala publicidad, creo que la mayoría de los frailes son decentes, intachables, honestos, y bien intencionados. Sé que hay muchos "religiosos" que aceptan sin problema la realidad de la evolución y reconocen que las religiones están basadas en la fantasía utópica, irreconciliable y carente de hechos reales. En cambio los frailes fundamentalistas, los ciegos de razón y estériles de sentido común mercadean sus preceptos, los cuales sacan de un libro lleno de narraciones de horrores absurdos y magia mal entendida, abigarrado de hechos inverosímiles y risibles, de preceptos ridículos y caricaturescos, de arlequinescos actos necios e irrazonables; y todo esto, recubierto y acolchado de enormes contradicciones que están en franca oposición a la ciencia y al progreso, y que están diseñadas por cierto, para mantener al Hombre en el proverbial Oscurantismo, y así poder vivir sin trabajar explotando la voluntaria estupidez humana.

Sí señor, las palabras pesan más cuando les ponemos una dosis de insolente curiosidad o atrevida intención entre sus amplios pliegues. ¿No está usted de acuerdo? ¿Cuánto más pesarían si les agregamos un traidor conato?

Pero yo no pierdo mi ocupado tiempo en explicar las verdades lógicas porque es completamente imposible el enseñarle la verdad a los que no desean escucharla, y también entiendo lo vano que es oír las respuestas vacantes de sentido común y lógica con que se contestan las verdades cuando un estulto retruécano arguye los claros propósitos de los hechos reales. Al final, hasta los infalibles mueren.

Quizá a usted le pase lo que me pasa a mí tan a menudo. Mis palabras son demasiado abundantes, son torrenciales, son copiosas y exuberantes, son fecundas y bulliciosas (¡y estas son sólo las que conozco!), y por esto me cuesta un martirio sacarlas de las profundidades de mi emuntoria dicción en una clara forma ensordecedoramente resonante y melódica, haciéndole justicia a sus contenidos y manteniendo la harmonía de sus mensajes. Tiene que ser así: en forma sonora y canora, amarga y dulzona, arrebatada y cadenciosa, explosiva y dormilona, disonante y melodiosa, lenta y fulminante, estrepitosamente ruidosa y escandalosamente bulliciosa porque el peor martirio que existe para matar una palabra, su historia y su peso, es dejarla salir en silencio.

Mi gran problema (gran problema por cierto) es que mis cuentos e historias no son cortas ni momentáneas, sino que son demasiado largas e insolentes. Sí, son insolentes porque las libres palabras de mis historias no tienen ni miedo ni vergüenza, ni recato ni prudencia porque son honestas, y les gusta abalanzarse descaradamente y sin piedad sobre tímpanos fuertes como el cuero crudo, y sobre aquellos frágiles y desprevenidos como el sublime himen de una virgen en celo.

Mis historias se adueñan de mí y de mi caprichosa imaginación sin celada impunidad. Y entonces mis historias ponen su enorme peso a descansar en mi conciencia, en mis principios, en mi honestidad y en mi locura literaria obligándome a gritarlas con honestidad y desafío. Me fustigan con sus explosivos y ruidosos látigos hechos de colas de dragones dementes para que yo las escupa sobre el papel, y así, crear un rabioso alboroto aún más bullicioso que el de la palabra hablada, porque a éstas, se las lleva el viento enredadas en su ulular; pero las historias escritas dejan testimonio firme, y hasta quizá puedan volver un azabache y fuliginoso día a morderme traicioneramente la vida a mansalva.

Mis historias no sólo vociferan sus sórdidas tripas con alaridos bestiales, sino que también me sacuden las emociones y me sugieren en cada efímero instante su intensa fatiga existencial y sus perennes sueños de libertad que viven confundidos en el hondo y ancho abismo de aquella amada locura que poseo hecha de tantas etéreas dimensiones y dementes formatos.

Mis historias me obligan a escribir sin descanso, me empujan a desestabilizar el orden de los puntos y de las comas, me fuerzan a violar y a delinquir en contra de las rígidas y puritanas reglas de ortografía, me hacen tiranizar las expresiones y a estrangularlas con corchetes, paréntesis y diéresis, y me ayudan a horrorizar a los pedagogos de la indecente decencia social. Mis historias no duermen ni me dejan tomar siestas reparadoras como solía hacerlo en la quieta hamaca de mi abuelito Víctor, esa bienaventurada hamaca que descansaba despreocupada entre las ramas de la longeva higuera que me susurraba historias del viento y el solitario clavo que la sostenía incrustada al murallón de adobes en la antigua casona del Cerro Alegre, en ese inolvidable Valparaíso que vió crecer sin tapujos casi todas las insanas inanidades de todas mis mentes. No, mis historias no me dejan dormir, me castigan con ojeras y con largas noches de oquedades infinitas.

Después de que la pandemónica fiebre de mi febril pluma se ha apaciguado es cuando leo las palabras que he escrito en mi delirio copular literario, y a menudo me sucede que mis cuentos no son lo que intentaba escribir a pesar de que arrastran consigo drásticamente todos sus espíritus y sentidos. A veces cuando leo mis historias, creo que se han quedado cortas de su meta e imperdonablemente aletargadas, y aunque me esfuerzo en despertarlas de su letargo retórico, no consigo sacudirles su inconsciencia aunque invoque toda mi destreza novelesca y descriptiva, en un tremendo esfuerzo conclusivo y heroico, tal como la salvaje avispa apaga su vida toda y entera en un solo y final aguijonazo.

Esto pone un ennegrecido terror negro en mi pecho porque no quiero que mis lectores tengan que sobrevivir mis escritos y se pierdan para siempre siguiendo una sequía literaria que deambule sonámbula en páginas sin fin ni destino. Si no inquieto a mi lector, por cualquier sórdido medio o clarividente artilugio, si no lo enfurezco o lo calmo, si no planto la maleza de la desconfianza en su corazón y lo lleno de prístinas o nuevas esperanzas; lo convertiré en una víctima de una tortura retórica y tediosa, en un prisionero con la condena de leer palabras de cartón seco y desabrido; y él ya no volará al unísono y en armonía a través de las vertiginosas y siderales alturas en las que mis veleidosas historias pretenden volar.

Quiero que mi lector se embarque sin titubear en las brutales jornadas sin límite y sin el destino presagiable de mis historias, que se encuentre a boca de jarro con el éxtasis al entorno de cada página, que cada inusitado descubrimiento que haga en la historieta sea una colisión despiadada de luces e iracundos colores, que al leer mis pesadas palabras, se le atraganten las ascuas en la garganta, que en aquellos oasis que su alma encuentre, ésta pueda detenerse a beber conciencia y a saciar regaladamente su sed espiritual con elíxires celestiales rebosantes de ilusiones, y que sean una confundida experiencia real y astral, quiero que el lector se intoxique con mis mitológicas historias, con mis verdaderas mentiras y mis cínicas verdades, y que las pesadas palabras de mis cuentos ensanchen su imaginación como la horma de hierro ensancha un testarudo zapato, y con la derrochadora emoción y el amante dolor con que el rígido cérvix de una madre se rinde incondicionalmente y se agiganta generosamente para parir la dulce vida contenida en un nuevo y frágil paquetito de amor.

En este nutrido arsenal de efímeras memorias que llegan a mí navegando presurosas desde el futuro, arsenal que no acabo de conocer o entender, tengo a mi disposición una cantidad insana de cuentos gloriosos, cuentos tristes y alegres, pero más que nada, cuentos dementes los cuales recorro a diario montado en los transparentes y taurinos unicornios en los que cabalgo las nómadas distancias de las noches de mi consciencia que están hechas de oscuras luces y brillantes sombras, cortando la gruesa bruma de mis sueños a una velocidad linear infinita.

Durante el recorrido de estas exorbitantes excursiones de cronología desequilibrada, ni al lector ni al cuento les preocupa la amplitud, la distancia o el conocido pero indescifrable rumbo de este vuelo de nuestras imaginaciones conjuntas, no les importa el vértigo de la altura ni los paranoicos cambios de velocidades que la historia les impone en su persecución del desenlace. La avidez con que se comen las pesadas palabras no conoce descanso y los incita y provoca a seguir devorando las palabras si el relato les azuza a seguir surcando entre las ligeras páginas del libro que contiene y les trae esa interminable cordillera de palabras danzarinas.

Algunas de mis historias traen finales tapizados de palabras gloriosas e intempestivas, otras traen un suspenso mutilado de arcadas incomprensibles, y otras se pierden en las melancólicas imaginaciones de mi lector, pero la mayoría de mis defectuosas historias no tienen un final exacto, sino que dejan peligrosamente enredado un principio, una ilusión, una advertencia, o una pesadísima palabra pegada al paladar mental de mi lector para que éste la digiera como pueda. Esto es porque yo no escribo historias, sino que las perpetro inicuamente tratando de dejar el leve vestigio de una humilde huella en la densa niebla de los humanos entendimientos. Tampoco quiero domar a mis enemigos con mis historias, sino confundirlos en la armonía de la paz y fusionarlos con el sentido de la civilidad.

Sé que muchas veces usted ha querido escribir sus palabras y construir así sus historias, sílaba por sílaba, palabra por palabra, esparciendo algunas palabras livianas por aquí y por allá, poniendo algunas palabras pesadas por allá y por aquí, haciendo malabarísticos trueques entre contracciones, pronombres, artículos y otros menesteres ortográficos, poniendo en duelo los puntos con las comas, incrustando un diptongo por aquí, o tal vez por allá, y confrontando abiertamente a los guiones cortos con los acentos largos para poder adornar su historia; pero no lo logra, y se frustra.

A mí me pasa esto a menudo; no siempre, pero a menudo, pero cuando logro hacer que mi pluma fluya ágilmente sobre el papel como la sangre lo hace de las heridas abiertas, escribo mis historias tratando de identificarme con sus sueños, en un intento de vocear a todo pulmón lo que usted no se atreve, a recriminar al mundo como usted lo quisiera hacer, a criticar por usted lo incriticable que otros no osan criticar, y a tirar esa dura piedra con fuerza inusitada para que usted no tenga que esconder su mano.

¿Por qué escribo historias de pesadas palabras? Primero, porque soy dueño absoluto de una dulce demencia, sí; soy loco y porque creo firme e impávidamente de que soy capaz de hacer hervir el océano; pero la razón más importante, propulsora y matriz que me guía a escribir mis historias es simplemente porque usted es mi lector, usted es el que revive cuidadosamente mis vertiginosas palabras e ilusiones y les asigna su propio peso, con el propio vahído de su propia imparcialidad; usted es el que las critica con justicia o las lincha con tiranía, usted es aquel que las lee todas, o las abandona con desquicio sin terminarlas.

Escribo mis historias con sus pesadas palabras para usted, para mi lector; porque después de todo, usted es el que decide adoptar o rechazar libremente los humildes epigramas que rescato con gran esfuerzo desde el fondo del profundo pozo de mis palabras, y que se las hago llegar a sus manos con la inmortal esperanza de que usted aprenda a odiarlas como a sus más bajos enemigos, o a quererlas como si fueran sus propias criaturas.

El Loco

2010 - 38 Años de Aniversario de la Promoción Marista de 1972.

Corría frenético el año de 1972, y en los atiborrados patios del Señalado Instituto Alonso de Ercilla enclavado en el antiguo corazón de la ciudad de Santiago de Chile, las huestes Maristas de la promoción del '72 se preparaban para la gran final. Ya casi se acababa el año, y todas esas visiones, anhelos, y los innumerables planes para el futuro se acercaban rápidamente a la línea de partida que se iniciaría estrepitosamente con nuestra última graduación en ese magnífico plantel educacional que albergó tantas almas, que creó tantos hombres de progreso, y que llenó de sueños y esperanzas las alforjas de nuestras juventudes de pelo largo y pantalones "pata de elefante".

Estábamos ansiosos de "terminar" el colegio... poco sabíamos de la descomunal y difícil carrera que tendríamos por delante compitiendo en las agrestes pistas de "la vida". Pero en nuestras impúberes mentes de aquellos hermosos días estábamos llegando a una meta, estábamos "finalizando" una gran meta que a la postre no luciría tan grande después de todo, cuando la pudiésemos comparar con lo que tenemos hoy. Las brillantes herramientas que fuimos capaces de construír y aprender a usar en aquella "cantera de hombres" serían de una utilidad instrumental un poco más tarde en nuestras atolondradas vidas. Eran aquellos últimos días de colegio en que yo quería cruzar Los Andes en aventura, sin saber que cruzaría medio planeta en el intento.

Fuera de aquellas protectoras murallas de sapiencia y sentido humano en donde los estoicos y heroicos Hermanos sin sotanas ya, acurrucaban y protegían esas frágiles almas que crecían bajo su amparo lenta pero seguramente; se debatían enardecidos unos absurdos días de un frenético malestar social, absurdo como nuestra púbica inmadurez que experimentaba la lenta y penosa metamorfosis hacia el sentido común y la madurez, esos días de libidinosa inmadurez social que revolvían rabiosamente las vidas de todos aquellos que habitábamos esos inclementes días de inadmisible desasosiego. Pero 38 años después estas memorias y pensamientos que se pegan porfiadamente a mi pluma y a los recovecos de mi insana y sentimental mente, parecen ahora tan lejanos y devaluados como nuestro primer cuaderno de caligrafía con sus "palotes" flacos y escritos inseguramente chuecos...

Los Hermanos Maristas y el Alonso de Ercilla nos invistieron de un oasis personal interior e inexpugnable del cual aún estrujo la energía y el sentido común para vivir mis actuales días, y donde atesoro un millón de las dulces memorias de los años previos al '72, y de las más conscientes memorias de los 38 años que han pasado desde entonces.

Hoy les saludo con gran orgullo y con enorme humildad a ustedes Veteranos del '72, y me siento honrado de contarme entre las filas de tan gallarda generación de guerreros trascendentales y de tan válida existencia.

No intento justificar bajo ningún punto de vista mi ausencia en vuestras reuniones de camaradería, en aquellos paseos heroicos, y en esas celebraciones de nuestra hermandad Marista que nos han mantenido unidos, aunque intermitentemente, con la serena constancia del Alma Marista. Espero poder participar más activamente para ayudar a coordinar algún Magno Evento para celebrar nuestros 38, o los 39, o los 40 años de indeleble amistad, lejanía, letargo y camaradería, si es que se planea alguno.

No quiero tampoco alargarme más en éste mensaje ya que algunos al ver esta procesión de tantas letras aglomeradas y palabras al azar, ni intentan leerlo en su totalidad. Espero que todos ustedes se encuentren bien de salud y de condición espiritual, y espero poder verles a ustedes todos otra vez antes de que la Pelá venga apurada a pescarnos de las mechas para llevarnos a la rastra al Patio de los Callados sin preguntarnos si queremos ir o nó, tal como se llevó a mansalva a algunos de nuestros valiosos camaradas en la flor de sus heroicas vidas. Como Pedro Leoncio Rojas Ramírez lo expresa tan fehacientemente en su sentido mensaje:

"Aquí es donde me pongo sensible y hago un afectuoso recuerdo de quienes se nos adelantaron y están en el recreo eterno: Fernando Alba Sánchez, Gabriel Campos Olmos, Juan Cifuentes Fariña, José Luis Faura Rosado, José Manuel Gómez Rodríguez, Héctor Marchant Martínez, José Manuel Mociño Fraga, Gabriel Peña Mac Lean, Iván Plaza De los Reyes Campos, Pedro Vallejos Rojas."

Desde esta extranjera y lejana tierra a la que llamo ahora mi hogar, les seguiré incomodando irrespetuosamente a todos ustedes por igual con mis irreverentes mensajes de Amor y Amistad, y los escribiré con la impertinente energía que saco de mi tintero de "Poder Marista", el que nunca se secará.

Larga vida a tí, poderosa Promoción Marista de 1972, y ¡feliz 38 Aniversario!

El Loco.

El Retén

Cualquier chileno sabe, aunque esté viviendo en Melipilla, lo que es un Retén; un retén de Carabineros, eso es.

Esta es una historia bastante local Santiaguina, es más, ésta es una historia de barrio chico (como lo era ese en que yo vivía en aquel entonces), pero como acaeció alrededor de un Retén de Carabineros, la historia toma una importancia más amplia y nacional ya que nuestro Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile cubre hasta el último vestigio de suelo nacional; desde las polvorientas faldas del El Morro de ese seco límite Norte, hasta las pingüinescas estepas del gélido pero hermoso sur del país; desde las cúspides de los nevados picos de la Cordillera de Chile, hasta el ondulante y limítrofe lugar en que las mansas olas de "Ese Mar Que Tranquilo Te Baña" depositan suavemente su blanca espuma marina entre susurros de gaviotas y el ocupado cuchicheo de las inquietas arenas a las que constantemente besa el Mar de Chile.

Esto pasó por allá por el año de la goma, cuando yo era chico y cuando la Avenida "Lo Saldes" de aquel mágico barrio de "Vitacura" no se llamaba tan arbitraria ni en forma tan abiertamente lacaya y servil: "Avenida Presidente Kennedy". Entiendo que se le cambió el nombre a la Avenida Lo Saldes en honor a un Presidente asesinado en una tierra extranjera, desconocida y completamente ajena para nosotros; pero sigo pensando que esto fué un ultraje sedicioso en contra de nuestra herencia Mapuche. Vitacura fué un aguerrido Cacique Huaicoche que regía aquellas tierras antes de que los Castellanos en sus lustrosas armaduras llegaran al Nuevo Mundo, y mucho antes de que los "presidentes" existieran. El cambiarle livianamente los ancestrales nombres a las calles de un dominio absolutamente Mapuche, me parece de un triste esnobismo frívolo y palafrenero.

Es muy cierto de que yo no conozco todos los hechos que conllevaron a este cambio de nombre, ni estoy familiarizado con los detalles que precipitaron este lamentable hecho; ni tampoco conozco en carne propia las condiciones ni las presiones políticas, los intereses creados, ni los motivos sociales que espolearon esta permuta, y lo que es más; no estoy juzgando a nadie en específico por este lamentable traspié. Lo único que puedo ofrecer a cambio de mi raciocinio es que en aquel tiempo yo era apenas una inconsciente brizna humana que no sabía nada de nada, y en este respecto, sigo sabiendo nada de nada. Sin embargo, percepción es realidad, y la única realidad que yo conocí y sigo conociendo con respecto a este baladí trueque, es que cambiaron un nombre ganado con merecido sudor - justo o nó- , por uno que no refleja este compromiso en la sociedad chilena.

Al fundar Santiago del Nuevo Extremo, Don Pedro de Valdivia en 1541 perpetró su primer acto impune, hostil y expropiatorio en contra del Lonco Quilapán (Lonco significa "cabeza" en Mapudungún) de la comunidad Mapuche de Huara Huara. Escondido detrás de la excusa de fundar Santiago, Don Pedrito ejerció dictatorialmente el primer acto de usurpación violenta -entonces legal y necesaria para los Castellanos y Vascos- de tierras Mapuche. Sin quedarse contento con el hurto que perpetró en contra de los Huara Huara, Pedro de Valdivia cometió entonces un extenso latrocinio y despojó de sus tierras, hogares y Ňuke Mapu (Mapudungún para Madre Tierra) a todos los indios Huaicoches que tenían sus posesiones y sus vidas en las tierras ubicadas en las riberas del Río Mapocho, las que los Castellanos comenzaron a denominar La Dehesa del Rey en su parte alta en honor a Carlos V, y Vitacura en su parte baja, en honor a ese gran cacique que a pesar de que fué su "enemigo", demostró una insuperable osadía y una valentía inigualable, una lealtad sin compromiso con su pueblo, y una ferocidad combativa excepcional que generó un reconocimiento y un respeto enorme por Valdivia. Al denominar esa región conquistada con sangre, sudor, y con un espíritu quizá poco deportivo; Don Pedro puso al Cacique Vitacura casi a la altura del Rey.

Para proveerle una merecida justicia narrativa a estos hechos y a Valdivia, debo de aclarar con firmeza e imparcialidad que los actos -aparentemente crueles- ejercidos por el Conquistador en las nuevas tierras descubiertas, estaban dentro de los conceptos y usanzas necesarias y forzosamente impelidas por las circunstancias de la época, prácticas que se ejercían a través de todo lo que era conocido como el planeta plano en aquel mundo de pensamientos rasos; todas ellas impulsadas por la necesidad, la supervivencia, y la avaricia del Viejo Mundo. La Conquista no fué una vacación, ni mucho menos in picnic para los Conquistadores, que a la postre y solo gracias a ellos, nosotros y nuestros países, somos hoy lo que somos.

Bien; en el sector oriente del río Mapocho -ese enfermo hilillo de agua inmunda al que los Santiaguinos llaman tan generosamente ¡Río!- y llegando hasta las vertientes que besan los pies de la cordillera, había situados varios asentamientos Mapuches independientes entre sí, regidos cada uno por un honorable y valiente Cacique o Lonco. Hasta hoy, muchos de los nombres de las comunas, de las avenidas y de las calles que tapizan esa zona de Santiago aún conservan los nombres que entre los Mapuches y el "Chaw Antü" (Padre Sol en Mapudungún) les dieron a esas comarcas. Aún viven en lo incógnito de las conciencias chilenas los Caciques Vitacura, Apoquindo, Mayecura, y Huara Huara entre otros. ¿Y pensar que cambiamos todo esto tan ligera e infielmente por el extranjero patronímico "Presidente Kennedy"?

Ahora, en Lo Saldes 3616 -que era la dirección de la casita de mi familia en Vitacura pero que ahora la callecita se denomina "Presidente Kennedy"- hay un edificio sin gracia ni alcurnia, alto y desgarbado en donde la gente vive apretada y amontonada como puede, y no como nosotros solíamos vivir en solaz en aquella amplia casa de un color gris claro como las desesperanzas de mi niñez, pero con un anchuroso y libre jardín en su frente, tan ancho como mi conciencia y tan verde como mis ingrávidos sueños.

Ese barrio de Vitacura llevaba los tirantes de nuestros pantalones cortos; conservaba aquellos gigantescos Acanthus Mollis (Acantos) -perennes como nuestras imaginaciones de niño- que asaltaban las veredas y obstruían el paso de los peatones los que sorteaban sus emboscadas con gráciles brinquitos; un barrio en que los vecinos se conocían y se respetaban (esto al mismo tiempo), y se comunicaban cara a cara sin esconderse detrás de internet o Facebook; un barrio en que el "lechero" aparecía cada mañana en su carretón tirado acompasadamente por un jamelgo tan viejo como el sombrero de paja que llevaba al que el lechero le había propinado un par de agujeros para las orejas del caballo, y que éste lo usaba sin pretensiones equinas.

El lechero cargaba en su colonial carromato unas damajuanas (1) metálicas grandes de estaño en donde traía la fresca leche, la que las vecinas salían a comprar armadas de potes y artefactos surtidos para contenerla. Esa leche era leche. La leche era tan fecunda que la nata se atosigaba en el grifo, y el lechero tenía que darle unos violentos sacudones para destaparlo. Esa leche que bebí tantas veces en las auroras de mi infantilidad que atesoraba Vitacura. Esa era leche, no como el agua con tiza que la gente bebe hoy bajo el falso pretexto de "leche".

(1) "Demijohn" es una vieja palabra que se usaba en la antigüedad para referirse a cualquier recipiente de cristal con un cuerpo grande y una boca y cuello pequeños, forrada en cestería. Aunque no hay evidencia histórica, se dice que la palabra puede haberse derivado del nombre de una ciudad persa, Damghan. Según el diccionario de Inglés Oxford, la palabra viene del Francés dama-jeanne en el siglo XVII, que significa literalmente "Señora Jane". Ahora es "Damajuana" ¿Qué cosas, no?

Durante la colonia, la avenida Lo Saldes era un polvoriento camino rural dedicado al tránsito de tropas y al comercio. Como buen sentimental y patriota, Don Pedro de Valdivia bautizó esta nueva cañada basado en una memoria de su patria. El nombre Lo Saldes se desprende de una municipalidad en la comarca de Berguedá en Cataluña (Catalonia), España, situada en las dormilonas faldas del monte Pedraforca, en la que hoy habitan menos de 300 catalanes.

El Retén de Carabineros al que me refiero en esta historia estaba ubicado al principio de lo que no es ahora la Avenida Lo Saldes. Al otro extremo de esta avenida estaba situada la inmortal "Panadería Lo Saldes", donde yo solía ir cada mañana antes de irme al colegio a comprar un kilo y medio del crujiente y vaporoso "pan batido". En ese mágico entonces, al comienzo de la avenida Lo Saldes había un honesto y limpio Retén de Carabineros, y no una rotonda como ahora, sin itinerario y en la que nadie respeta a nadie, ni había congestión automovilística, ni bocinazos ni insultos, ni apuros ni carreras, ni se veían tantos libidinosos dedos medios (de ambas manos sin discriminar) apuntando tan enérgica y amenazadoramente en contra de la seguridad y de la integridad física de nuestros delicados y privados esfínteres, abanderados con una firme y abierta declaración violadora, y en una completa exposición liberal desde las ventanas de los automóviles en moción.

En "mi Vitacura", Lo Saldes era una tranquila y limpia avenida de dos simples calles pavimentadas las que yo podía cruzar sin preocupaciones -cuando quisiese- para ir a jugar con las ancestrales piedras que yacían grises y durmientes al otro lado de la calle que delimitaba mi hogar, en frente de las altas rejas del "Club de Golf", en donde los gerentes de las pintorescas industrias chilenas de aquella inocente época, jugaban despreocupadamente en el césped con sus pequeñas; casi insignificantes pelotitas.

La historia nace con un hecho fidedigno que comenzó a desenvolverse en una "micro (2) Vitacura 51A". Estos populares vehículos de transporte masivo de proletarios pasajeros; a los cuales en el resto del mundo se les llama "buses", era una línea de transporte que brotaba en la frontera sur-oriental de Santiago, y que después de su largo recorrido se escabullía hacia su terminal en el sector nor-oriental de la misma ciudad. Estos recorridos eran más largos que rosario de ateo, y más demorosos que piropo de tartamudo, pero eran puntuales como novia fea. A pesar de esto, estas micros nos llevaban infaliblemente a mi hermanito Francisco y a mí; desde la casa al colegio, y luego desde el colegio otra vez de vuelta a casa, a Lo Saldes 3616.

(2) Es menester el explicar aquí que cuando uso desenvueltamente la expresión: "la micro", a pesar de ser una dicción ortográficamente errada, esto constituye un chilenismo arraigado profundamente en la lengua, y de uso consuetudinario. "Micro" es un diminutivo de la palabra microbús, y sí señor; la palabra microbús es de género masculino, por lo tanto la expresión correcta debería ser "el micro", pero nó señor, lo que le dá el carácter de legítimo chilenismo a la aserción, es la folklórica expresión: "la micro". ¿Qué cosas, no?

Una lánguida y calurosa tarde de Diciembre cuando veníamos de vuelta del Ercilla en una destartalada micro Vitacura 51A, la que se desplazaba a una velocidad tectónica entre el ronroneo de su motor y el rumor de unas viejas chicas con moños ateos sentadas en el medio de la micro, y que copuchaban con un apurado zumbido más ensordecedor que avispas dementes, bombardeándose con horrendos pelambres desde una corrida de asientos hacia la otra en fuego cruzado con un nutrido cuchicheo; mi hermanito y yo estábamos sentados en el último asiento de la micro; en nuestro asiento preferido, justito detrás de la puerta trasera de bajada, fuera del perímetro de tiro de las viejas que ahora usaban la micro por estar impedidas (por la edad), de usar sus propias escobas.

Temprano esa tarde y después de que la micro había iniciado su recorrido casi vacía en los albores de la calle Maturana -calle que por cierto derrochaba abolengo-, la veíamos engordarse de pasajeros mientras pasábamos por el centro de Santiago, llegando a su máxima capacidad (3) a la altura de Los Gobelinos, cerca de la Plaza de Armas donde había unos baños públicos más hediondos que axila muerta; y luego la veíamos enflaquecer poco a poco mientras sus pasajeros se desmontaban paulatinamente después de cada toque de una irritante campanilla, hasta que se quedaba casi vacía un poco antes de llegar al Retén de Vitacura.

(3) Todo santiaguino que permanece en su sano juicio sabe cabalmente que estas "micros" no tienen capacidad máxima, y que nunca la han tenido. También están conscientes de que los ciudadanos que sufren de claustrofobia no pueden usar este medio de transporte sin peligro de un ataque fulminante. A estos vehículos se les ha visto reiteradamente con racimos humanos guindando desde las puertas y ventanas. También es preciso decir que cuando la "micro" está llena y al borde del parto inducido, hay que ser un consumado escapista para poder bajarse de ella, y hay que tener las habilidades de Harry Houdini con una pizca de Mandrake para acertarle al paradero preciso.

NOTA: Debo aclarar aquí con sutil honestidad de que yo simplemente acompañaba a mi hermanito a casa, porque en justo testimonio, en realidad era Francisco y nó yo el que nos llevaba de vuelta a casa cuando nos extraviábamos en las extensas y enmarañadas calles de Santiago. Panchito siempre poseyó una claridad espacial y un dominio sobre el desastre; simplemente extraordinarios. Hasta hoy.

En esta ocasión, la Vitacura 51A llevaba unos pocos pasajeros más de lo normal. Entre los pasajeros se encontraba un "curadito" que estaba sentado en la butaca ubicada detrás del chofer durmiendo apaciblemente la "mona" sin molestar a nadie; había un par de estudiantes de un colegio rival que llevaban unas corbatas medias "cuicas" con franjas horizontales azules y amarillas que parecía que las había diseñado un daltónico turnio con artritis antes del desayuno; también se encontraba un señor chiquito, más bajo que la presión del agua los Lunes en la mañana, que llevaba un sombrero como el de Hércules Poirot, que se mantenía con gran dificultad sentado en el borde de su asiento al lado de la ventana, y que se empinaba constantemente para poder ver dónde estaba, y no pasarse de su paradero.

También estaba parada cerca de la puerta de salida una flaca de pelo larguísimo que a pesar de tener un tremendo y desmesurado contrapeso en la proa de su humanidad, en la retaguardia tenía menos popa que rana parada, y que mirada de lejos, parecía una "P"; y un poco más cerca de nosotros, un par de tipos de origen desconocido parados en el estrecho corredor entre los asientos de la micro, vestidos con unos "ternos" descoloridos y adornados generosamente con arrugas misceláneas, y llevaban unas corbatas que parecían estar ahorcándolos, pero adornadas magistralmente con un envidiable gourmet de manchas de comida que daban fé de épicas jornadas alimenticias.

Hacía mucho calor en la micro a pesar de que todas las ventanas estaban abiertas, así que uno de estos individuos se sacó la chaqueta con mucho cuidado y mirando para todos lados desconfiadamente, la dobló esmeradamente y se la colgó en el brazo. Cuando lo estaba haciendo, mi hermanito y yo vislumbramos con gran sorpresa y con un puntiagudo y repentino temor, un avieso revólver que descansaba sospechoso en la cartuchera que colgaba del cinto de este individuo.

Panchito y yo nos miramos perturbados y asustados con unos ojos sírfidos más grandes que la luna llena. Los dos tipos inesperadamente se volvieron hacia nosotros y comenzaron a caminar por el pasillo hacia atrás afirmándose sólidamente del pasamano, y haciendo gala de un magistral equilibrio para no caerse ya que el chofer de la micro creía que estaba a punto de ganar las 500 Millas de Indianápolis.

Los dos intimidantes susodichos se pararon en frente a nosotros todavía enfrascados en su conversación, y uno de ellos pulsó nerviosamente el cable de la campanilla un par de veces para dejarle saber al chofer de que se querían bajar. Panchito y yo dejamos escapar un angustioso suspiro de alivio, ya que creíamos de que por haber descubierto su celada arma, éstos individuos nos iban a mandar al "Patio de los Callados" (cementerio para el que no lo sabe). Con gran desahogo les vimos bajar de la "51A" un paradero antes del Retén; paradero que con la gran astucia y con la singular peculiaridad que los santiaguinos poseían en ese entonces, le habían denominado en forma tan original: "Paradero El Retén". ¿¡!? ¿Qué cosas, no?

Inmediatamente y después de que la micro reinició su recorrido, Panchito y yo decidimos bajarnos en el paradero siguiente, el paradero de El Retén; varias paradas antes de la nuestra, y sabiendo que tendríamos que caminar un largo trecho para llegar a casa porque no teníamos más dinero para el viaje, pero es que era necesario y responsable dejarle saber a las autoridades sobre estos "bandidos con pistola" que se acababan de bajar de la micro.

Yo contaba con escasos 10 años, y Panchito solo con siete pero muy bien puestos, y entre los dos teníamos más cojones que un hombre de 30 más o menos (y con pelos en el pecho), así que nos bajamos del vehículo y nos dirigimos decididamente y sin dilación hacia el Retén de Carabineros de Vitacura, que en ese entonces más que un retén, era una Avanzada Policial Cordillerana por los caballos que mantenía detrás del Retén, y por lo alejado que se encontraba de las entrañas del gran Santiago, tan lejano como el olvido. Si esto fuese una serial de televisión, aquí deberían ir los comerciales, pero como no lo es, sigo.

Entramos emocionados y un tanto intimidados al cuartel. Era la primera vez que estábamos en un lugar como éste. Ciertamente era un lugar amedrentante. Estaba lleno de "Pacos", había un par de bandidos esposados en un rincón refunfuñando herejías, y enfrente de nosotros en el medio del recinto, se alzaba una tarima alta circundada con una verja de gruesas celosías de madera, y con un ancho pasamano que para nosotros parecía gigantesco. Encima de la tarima, había un amplio escritorio torneado de rumas de papeles y cumbres de "partes amarillos", y una raquítica lamparita entre los montículos que no daba luz, sino que la paría. Detrás de todo esto recortándose contra una verde pared, un Sargento enorme que me recordó al Sargento García del Zorro, pero éste Sargento no tenía ese bigotón mexicano y se veía mucho más afable, cordial y presentable que aquel otro guatón de las revistas de la Editorial Novaro.

-Buenas tardes- inquirió el Sargento con una mal escondida sonrisa de sorpresa y curiosidad.
-¿En que los puedo servir?- Su amable y benévola voz nos tranquilizó rápidamente y nos dió ánimos para hablar sin tartamudear.
-¡Buenas tardes señor Carabinero, venimos a hacer una denuncia!- dije con mi voz de pito varios decibeles fuera de tono y sin hacer una pausa para respirar mientras que Panchito asentía con su cabeza repetidamente y con unos ojos aún más grandes que la luna de Junio.
- ¿Cuál es su nombre, caballero?
- Rodrigo Antonio, y éste es Francisco Javier- le contesté apuntando hacia mi hermanito como si esto fuese necesario.
- Bueno Don Rodrigo- dijo respetuosamente el Sargento con una benévola sonrisa paternal.
- ¿Me podría decir por favor cuál es su denuncia?
- ¡Acabamos de ver dos hombres con pistola!- Dije con vos trémula mientras que la úvula se me alborotaba en la garganta.
- Un momentito- dijo el Sargento arqueando unas cejas más frondosas que el resentimiento, e inmediatamente tomó una libreta y un lápiz, y se acomodó en su crujiente silla inclinándose levemente hacia nosotros, e inquirió seguidamente:
- ¿Cómo dijo Don Rodrigo? ¿Unos hombres con pistola, dice usted? ¿Dónde y cuándo Don Rodrigo?
- ¡Hace un ratito en la micro y se bajaron en el paradero anterior!
- ¿Qué micro?
- ¡La 51A!
- ¡Ah, claro!, ¿Eran dos?
- Sí señor Carabinero, venían en la micro con nosotros. ¡Dos!
- ¿Me los podría describir Don Rodrigo, por favor?
- Sí, eran altos, pero uno era más alto que el otro, ¡y tenía una pistola! - instaba yo mientras la ansiedad se me escapaba soporíferamente de los enormes bolsillos de la horrible chaqueta azul sin cuello de mi triste uniforme escolar (4).
- Bien- dijo el Sargento mientras tomaba nota ocupadamente mientras arqueaba sus pobladas neoevolucionistas y ecofuncionalistas cejas, y nos miraba con una cara pintada con la misma atención y preocupación con que Dick Tracy miraba a su interlocutor cuando éste le comunicaban de un nuevo y horrible homicidio.

(4) En 1964 en Chile se perpetró el más horrible acto masivo de terrorismo en contra de la sobriedad del vestuario escolar masculino, instaurándose arbitrariamente y con diabólica intención una especie de vestimenta o atuendo extraño conocido en todos los ámbitos de la moda mundial como: disfraz de pingüino. Este imprudente atentado se conoce hoy en los anales de la historia escolar chilena como: uniforme.

Durante varios minutos y con una seriedad de sepulcro, el Sargento poniendo suma atención a mis respuestas, nos hizo preguntas variadas mientras tomaba detalladas notas en su libretita. Unos instantes dentro de esto, oímos una gran conmoción en la sala que estaba detrás del escritorio. Esta conmoción no inmutó a Panchito que continuaba sin pestañar, y el fino polvo que inundaba el Retén se le estaba acumulando en las retinas tan rápidamente como se acumula la ansiedad en la pobreza.

Grandes voces se oyeron haciendo eco en las adobadas murallas del Retén, y de súbito, un silencio comprometido. Repentinamente y sin aviso se abrió la puerta de la salita trasera y salió un Carabinero muy joven esgrimiendo una amplia sonrisa en sus labios, y acercándose respetuosamente al Sargento le cuchicheó algo calladamente en el oído. El Sargento se sonrió levemente solo para recuperar su seriedad casi de inmediato, y continúo imperturbable dirigiéndose a nosotros:

- Bueno Don Rodrigo, creo que ya tenemos bastante información para hacer una diligencia policial e iniciar una investigación- dijo el Sargento.
- ¡Cabo Jiménez!- vociferó con autoritaria, pero respetuosa voz, y el Cabo Jiménez que estaba con otros Carabineros en un rincón del Retén, brincó como una pulga en celo, y se acercó al escritorio del Sargento en un santiamén.
- ¡A su orden!- exclamó mientras se cuadraba militarmente con un sólido y acústico sonido de tacos.
- Tome este caso e investíguelo inmediatamente - le dijo con una voz grave que trataba dificultosamente de ocultar una tenue sonrisa apenas perceptible; pero permaneció serio como gato en bote.
- ¡A su orden!- respondió Jiménez cuadrándose otra vez, y desapareció furtivamente por la puerta que estaba detrás del escritorio. Los otros Carabineros que observaban de cerca nos miraban con una seriedad de salón, pero se les vislumbraba un mohín de sonrisa en sus cerrados e implicados labios.
- ¿Dónde viven? - me preguntó el Sargento secándose el sudor de la frente con un pañuelo que sustentaba unas disimuladas y tiesas manchas oscuras, pero altamente sospechosas.
- En Lo Saldes 3616.
- Eso está un poco lejos de aquí, ¿no le parece?
- Sí, pero podemos caminar.
- Un momento, por favor Don Rodrigo - dijo el Sargento ya más relajado y dejando visualizar una sonrisa más robusta y llamó con voz de trueno respetuoso:
- ¡Gómez! Lleve a estos niños a su casa por favor.
- ¡A su orden!- exclamó Gómez en su uniforme impecable con su inseparable y lustrosa "luma" colgada gallardamente al cinto. Apenas recibida la orden, Gómez nos sonrió sincera y ampliamente dejando vislumbrar un brilloso diente de oro que iluminó brevemente todo el Retén como un relámpago Wagneriano; causando que Panchito parpadeara repentinamente como si estuviese saliendo de un trance, al mismo tiempo que dos conspicuos adobitos de polvo se desprendieron de sus ojos cayendo al suelo y desintegrándose en contacto, sin hacer el menor ruido; y acto seguido Gómez nos montó en una "Cuca", y sin demora nos fué a dejar a nuestra casa, a unas veinte sudorosas cuadras del Retén.

Cuando llegamos a casa, me sentía de lo más patriota y más útil que un Roto Chileno, y a Panchito ya se le habían achicado los ojos y había comenzado a parpadear más seguido otra vez. ¡Habíamos denunciado a un par de criminales! ¡Que héroes éramos! ¡Que despliegue de valor habíamos hecho! ¡Y hasta anduvimos en "Cuca"! ¡Qué orgulloso me sentía del Cuerpo de Carabineros de Chile! ¡Con qué respeto nos habían tratado! ¡Con qué seriedad tomaron nuestro asunto! ¡Y qué rapidez para iniciar las pesquisas! ¡Y qué organización y urgencia para movilizarse en auxilio y apoyo de sus ciudadanos! Desde ese inocente día, El Glorioso Cuerpo de Carabineros de Chile se transformó en la institución a la que le devoto mi más grande y sincero respeto.

Cuando llegamos a Lo Saldes 3616, Gómez se desmontó ágilmente de la "Cuca" y nos abrió la puerta de pasajeros gentilmente para que nos bajásemos y luego nos acompañó pacientemente hasta el dintel de nuestra casa. Una vez que nuestra "nana" abrió la puerta, Gómez se cuadró con gran parsimonia, nos saludó con su palma derecha apenas tanteando la visera de color café de su brava gorra carabineril; giró como reloj suizo sobre los tacos de sus brillantes zapatos, se encaramó de vuelta en la "Cuca" con la agilidad y la prestancia con que "El Zorro" montaba a Tornado, y se marchó hacia el sur por Lo Saldes sin mirar atrás, guiando esa aguerrida "Cuca" en pos de aquel indeleble e indisoluble Retén de Vitacura.

Años pasaron de este dormido recuerdo hasta que tiempo después, en un descuidado día perdido entre los calores de Agosto, mientras transitaba una bulliciosa y convulsionada calle Santiaguina, me encontré casualmente con un amigo de mi padre que era Carabinero. Apenas me vió, estrechó sus largos brazos en ofrecimiento y bienvenida, y se comenzó a reír al tiempo que me daba un apretado y cariñoso abrazo sin mucho decoro, pero con gran apego. Un poco intrigado le sonreí, pero no dije nada. Después de preguntarme acerca de la familia, con una inquebrantable sonrisa me preguntó si me acordaba del episodio del Retén unos años atrás. Por supuesto que me acordaba, y entonces para gran sorpresa mía, me contó qué era lo que realmente había sucedido entre bambalinas con aquellos asonados hechos de mi prodigiosa niñez.

Resulta que los "bandidos con pistola" que tan nervioso nos pusieron a mi hermanito y a mí en la Vitacura 51A, eran detectives que trabajaban en el Retén. Lo que pasó es que como estaban enfrascados en una seria conversación en la micro, inadvertidamente se bajaron por equivocación en el paradero anterior al Retén, creyendo que ése paradero era el correcto. Cuando se dieron cuenta de su yerro y sin poder encaramarse de vuelta en la micro, simplemente caminaron las cuadras restantes hacia el Retén.

Cuando llegaron al Retén, los otros Carabineros les dijeron entre risas y pullas de que había dos menudos ciudadanos chicos denunciándolos al Sargento. Todos irrumpieron en resonantes risas, y ése fué el barullo que habíamos escuchado mientras hablábamos con el Sargento. Además, el Carabinero que salió desde la sala de atrás y que le susurró al Sargento al oído, le comunicó de este asunto diciéndole en broma al oído de que "los susodichos sospechosos que se ajustaban claramente a la descripción que daban los pequeños ciudadanos, estaban "sumamente detenidos" en la sala de atrás".

Al saber la verdad sobre este acontecimiento, este descubrimiento no hizo más que arrancarme una magna, amplia y veraz sonrisa, y un automático y perdurable respeto adicional por mis queridos "pacos", y por el infinito respeto que me prodigaron y me procuraron en aquel día en aquel glorioso, ejemplar y memorable Retén de Vitacura. Años después de saber esta verdad y hasta hoy, mi respeto no ha disminuído un ápice por el solícito Cuerpo de Carabineros de Chile; al contrario, mi respeto por esta excelsa institución se ha acrecentado sin límites.

Me despedí cordialmente del amigo de mi padre, y reemprendí mi eterna marcha con una gran satisfacción en el pecho, con una renovada alegría en mi corazón, y con un aprecio y un agradecimiento sin límites por esta heroica y patriota institución, a la que muchas veces los chilenos despreciamos insensiblemente sin siquiera saber del millón de actos heroicos y patriotas que entrega desinteresadamente por la Patria y por sus volubles e inconstantes ciudadanos, grandes y chicos; construyendo Patria un ciudadano a la vez; ciudadano por ciudadano, cada día que pasa. No se olvide ciudadano chileno de que "Orden y Patria" es una responsabilidad y un débito de todos los chilenos, y no sólo la de nuestros honorables Carabineros. Recuerde que la Fuerza necesita de la Razón, y la Razón necesita de la Fuerza.

Si algún día usted considera el honor de engrosar las filas de Carabineros de Chile, o conoce alguien que quiera hacerlo, aquí le dejo una lista de las calificaciones básicas necesarias para poder vestir con nobleza ese límpido y valeroso uniforme hecho del translúcido verde de las esperanzas de cualquier nación honesta.

Requisitos:
Para ser Carabinero tiene que estar en perfecta forma física para correr casi toda la noche (o el día, dependiendo de su turno) por emboscados y peligrosos callejones oscuros donde la muerte acecha en cada esquina y detrás de cada dintel; debe ser capaz escalar paredes imposibles y encaramarse a árboles altos y a inestables techos con la destreza y la prestancia de una pantera; no debe titubear en entrar solo en casas que ni el inspector de sanidad entra, y enfrentarse a una jauría de perros rabiosos, o a maleantes.

Mientras desempeña estas básicas y simples maniobras, debe aprovechar de comer pero no podrá ir al baño, y bajo ningún punto de vista puede manchar, arrugar, o causarle roturas o daño de ninguna especie al uniforme. Debe realizar todo esto mientras acarrea alrededor de unos 25 kilos de equipo policial, sin perder ni deteriorar una sola pieza de éste.

Está obligado a estar preparado para proteger y para organizar una escena de crimen, educado propiamente para investigar un homicidio, ser capaz de recolectar y clasificar evidencia forense, encontrar e interrogar múltiples testigos del crimen esa misma tarde mientras atiende esmeradamente al chato que le abrieron la panza de un cuchillazo, y con sumo cuidado y dedicación mantenerlo vivo mientras le trata de meter las tripas de vuelta en el estómago. Y por si no se ha percatado aún, debe ser capaz de estar en varios lugares diferentes al mismo tiempo, dedicándole a cada lugar su atención completa.

Al día siguiente y antes de irse a su casa, debe ir a prestar testimonio al tribunal de turno, y presentar una montaña de evidencia para que el juez deje en libertad al maleante en menos de cinco minutos. Después de esto, debe de consolar a la viuda y darle a la familia de la víctima soporte psicológico y emocional, mientras discute con el abogado del asesino acerca de las libertades individuales, los derechos humanos, las funciones preventivas, el ordenamiento jurídico, y establecer sin dejar lugar a dudas la legalidad del arresto con extremado respeto y sin perder el control de sí mismo.

Cuando el abogado le reclame al juez, tendrá que contender con el juez y poner en claro los principios del poder de la Policía y cómo se mancomuna con el poder jurídico, cómo se aplica el poder legislativo para este caso específico, y explicar cómo evaluó y aplicó los principios del orden público antes de actuar y hacer uso de la fuerza dentro de los elementos dinámicos permitidos.

Después de esto, debe presentar un reporte detallado sobre las nociones policiales aplicadas, el concepto del uso de autoridad, las doctrinas policiales que correspondan para justificar el arresto sin olvidarse de los elementos tipificadores y de los mecanismos multidisciplinarios de diligencia activa concurrentes a la acción autoritaria; y por último, asegurarse de que lo complete antes de las 9 de la mañana porque si nó, llegará tarde a su trabajo.

Necesita ser brujo para adivinar qué armas lleva el maleante escondidas, tener la calma, la visión, y los instintos necesarios para proteger a su compañero sin descuidar a los ciudadanos presentes, manteniendo siempre un ojo avizor hacia los transeúntes, mientras que se protege de las cuchilladas, y calcula cuidadosamente las trayectorias balísticas que le asedian mientras que se esconde de los balazos, y por supuesto agregando los detalles técnicos de la munición usada por los "Patos malos".

Debe ser lo suficientemente capaz e instruído para explicarle en detalle al gallo de la ambulancia la gravedad de las heridas de la víctima y recomendar tratamiento. No debe dejar la escena de un accidente hasta que complete de atender el parto de la víctima sin que se le altere el pulso; y después de dejarle bién amarrado el cordón umbilical a la güagüa. Practicar la circuncisión es voluntario.

Debe de estar completamente familiarizado con todos los aspectos de la seguridad, salubridad, urbanismo, moral pública, y varios aspectos económicos ligados al orden público. Debe mantener una salud económica estable y prodigarle a su numerosa familia todo lo que posiblemente necesite, aunque su salario sea sumamente reducido y el más indigno de todos, incluyendo los salarios de la policía judicial, la policía militar, la policía secreta, y la seguridad privada.

Debe aprender y aceptar que; aunque usted haga milagros y dé su vida sin titubear y desinteresadamente en defensa del orden público y para el mezquino beneficio colectivo de todos los ciudadanos -y sin discriminar a ninguno-, los periódicos publicarán a grandes voces de que los Carabineros son indiferentes a los derechos de los pobres criminales y son insensibles en su trato con los asesinos. Estas bajas manifestaciones folletinescas que en cualquier otro lado se conocen como traición, para estos panfletos cosmopolitas son nada más que "una opinión abierta". No les importará un bledo a estas gacetas sociales de que los Carabineros de Chile son únicos en el sentido de que no aceptan coimas, sobornos, cohechos, y son tremendamente alérgicos a la corrupción porque están excesiva y perdidamente inoculados sin remedio con una poderosa e irreversible poción que se llama "Patriotismo".

Se le prohíbe estrictamente volar, por lo tanto no se le proveerá de una capa; también se le está proscrito el caminar sobre el agua -cualquier tipo de ésta- , y especialmente se les revoca permanentemente el que derramen lágrimas o que demuestren sus emociones, ni tampoco se les permite el condolerse de su impotencia de no poder vivir como seres humanos normales, ni el quejarse de la injusticia de las que son víctimas disimuladas. Se les prohíbe inflexiblemente el sentir cualquier tipo de pena o congojo por un compañero caído, o de mostrar emociones a cualquier nivel por aquel colorido trozo de lienzo que guarda una solitaria y hermosa estrella, blanca como la verdad y solitaria como la valentía; a la cual respetan y avalan con sus vidas, y al que llaman simplemente: bandera -el único envoltorio apropiado, reverente, digno y noble que existe para el concepto de Patria-.

Nota de la Institución:
Los aspectos un poco más difíciles, peritos y técnicos de la profesión se discutirán solamente con los interesados que demuestren seriedad en procurar la carrera. Si usted cree que tiene las calificaciones necesarias y requeridas para llenar el puesto, el Cuerpo de Carabineros de Chile le está esperando. Gracias por su participación.


Después de este servicio público y volviendo una última vez a mi romántica historia del Retén de Carabineros, de la cual estoy tan inmensa y molecularmente orgulloso; no me queda más que decir con toda sinceridad y con mi corazón abierto: ¡Gracias Sargento! ¡Gracias Cabo Jiménez! ¡Gracias Gómez! ¡Gracias a todos ustedes Carabineros de Chile! … y gracias también, a vuestro inolvidable e inmortal Retén de Vitacura. Gracias mil.

Le dedico esta humilde pero sentida historia con un titánico y genuino orgullo a mi amigo ilustre y Carabinero Patriota, Don Richard Eduardo Quezada Romero.

¿Le gusta la Meta-filosofía ciegamente embestida? Hágame click y escarbe.

El Loco.