Mis queridos chilenos,
Anoche derramé profusas y sentidas lágrimas de un punzante dolor y de una morada angustia. A pesar de que estos sentimientos no son ya más propietariamente o directamente míos, ciertamente no puede ser ajeno para mí el profesarlos por vuestro hermoso y afectuoso país, ni tampoco me los podré sacudir jamás de los ateridos pliegues de mi anchurosa alma. Sé que vuestro país es muy hermoso porque lo viví en sus inigualables lares y terruños, y porque dejé marcadas profundamente las tan numerosas huellas de mis gastados y vagabundos zapatos en las suaves y en las a veces, ásperas superficies de sus idílicos suelos. Y también sé que es un pueblo sumamente cariñoso porque lo viví en carne propia y lo llevo enclavado como un anzuelo afilado en la piel de badana de mi corazón; y porque lo canté yo mismo tantas, tantas veces para dar testimonio de ello, en ese delicioso, romántico y honrado himno de aquel filósofo y poeta chileno Chito Faró: "Si vas para Chile".
Chile
Pero cuando fuí forzado despóticamente en contra de mi voluntad y fuí tiránicamente obligado y violentado a dejar el país en busca de oportunidades honestas y limpias, oportunidades libres de intereses creados, y oportunidades reales y progresistas sin las manchas del impreso libelo de la politiquería, no tuve más remedio que abandonar una nacionalidad sin congruencia ni dignidad en ese entonces, por otra completamente ajena y hosca porque era forastera, pero que sin embargo me recibió con los brazos tan abiertos y casi tan amantes como los enamorados y solícitos brazos de mi Santa Madre, tan joven y tan bella.
Ese lejano, brumoso y triste día en que me alejé sin remedio de esas largas riberas cariñosas derramando secas lágrimas sin sabor; nunca perdí mi arraigada lealtad por el terruño que me vió nacer y crecer, ni tampoco desdeñé el amor infinito que les profeso a sus amantes gentes. Han pasado ya muchos, muchos años, quizá demasiados, pero a pesar de que lo he pensado y considerado en las repetidas ocasiones en que la odiosa debilidad me ha embestido traidoramente; no lo estuve nunca, ni lo estoy ahora resentido un ápice de aquel éxodo impuesto; y hoy y para siempre, mi lealtad le pertenece a una bandera de colores sólidos que adoptó sin titubear las puericias de mis sueños, y que acogió sin condiciones los aún riesgosos restantes días de mi vida, con la misma aceptación con que mi joven Madre aceptó siempre mis incesantes yerros.
Cuando las tristes noticias llegan como furiosa marea de huracán a través de los periódicos y los cables cantando las disonantes crónicas de la realidad chilena, el corazón se me frunce de dolor y se dispensa de una ajena vergüenza, y mis labios dejan escapar con arresto un descolorido suspiro de añoranza y desmayado dolor. Sé que no todos tuvieron la fortuna de poder investirse de aquellos cívicos valores que nos enseñaron y nos inculcaron los amantes Hermanos Maristas a duros e incesantes golpes de amor y misericordia, pero que sin duda recibieron a manos de otros educadores. Al parecer los valores Maristas perduran más, y perseveran más resistentemente que los otros… Quizá.
¿Quizá el sólido color de esas Maristas enseñanzas que aún llevo a flor de piel, se han descolorido y desvanecido en las pieles de algunos otros que viven en el sur del planeta?
¿Dónde quedaron aquellos válidos principios y sus encarnadas enjundias que instruyen que los estudiantes son estudiantes y que hacen lo que un estudiante debe hacer: estudiar? ¿Quizá los estudiantes chilenos de hoy deban de madurar un poco todavía? Seguro.
¿En dónde carajo se extravió la responsabilidad política que se supone que deba construir el futuro del país en una base de progreso y desarrollo para todos, ¿para todos?, sí para todos, y que encierre condiciones y garantías para un desarrollo personal y social pleno?
¿En cuál de los profundos y numerosos bolsillos de los abogados deshonestos se quedó enredado la otrora límpida institución de "El Estado de Derecho" que avienta en nuestras caras la semilla que invoca que “El Estado de Derecho" está incrustado dentro de una situación en la que su poder y actividad se encuentran reguladas y controladas por el derecho; y donde la esfera de derechos individuales es respetada gracias a la existencia de un sistema de frenos y contrapesos que permite un adecuado ejercicio del poder público?
¿En qué oscura esquina se les extraviaron las responsabilidades civiles a los civiles, esa sensata responsabilidad que dicta y consiste en la obligación que recae sobre cada ciudadano de respaldar al Estado en equivalente naturaleza, y de reparar el daño que le ha causado a otro ciudadano?
¿Dónde y cuándo se quedó huérfana la responsabilidad individual de una honorable y limpia participación colectiva en beneficio de todos, que acusa y obliga moralmente una capacidad para la comunicación y el diálogo civilizado en busca de la resolución pacífica de problemas comunes a través de la incómoda pero necesaria práctica de tomar decisiones de manera informada y apegada a principios legales y éticos?
¿Cómo y cuándo se desvanecieron mágicamente las obligaciones conjuntas, compartidas y mancomunadas de los deberes jurídicos y morales que cada ciudadano -y en conjunto con el Estado son responsables de llevar a cabo y cumplir, para el beneficio de la sociedad por la cual tienen la responsabilidad fiduciaria y el juramento legatario de proteger?
¿Se han detenido por un efímero momento a pensar o a considerar cómo lucen ante los ojos de la comunidad internacional que les ven ventilar entre ustedes mismos sus montañas de ropa sucia, y no solo esto no les incumbe una nonada a ellos, pero sin embargo imprime un dejo de vergüenza e incapacidad en sus puntos de vista de los observadores? Quizá sí pero, ¿a quién le importa, verdad señor?
¿Por qué como los ciudadanos que son, se han olvidado tan ligera y apuradamente de las legítimas responsabilidades y los adeudos morales y civiles individuales que le deben a la nación; como las fundamentales nociones de superación personal, cosas tan básicas y primordiales que hasta las vacías religiones las predican y las promueven desde cualquier púlpito, ya sea éste espurio o no?
¿Qué le pasó al respeto? ¿Ah? ¿Qué le pasó al respeto?
Es capitalmente obvio que la mayoría de los individuos han perdido el sagrado respeto por sí mismos, esa necesaria piedra angular del progreso. Es capitalmente obvio que la mayoría de los individuos han perdido el sagrado respeto por sí mismos, porque para faltarle el respeto a los demás, primero hay que convertirse en un cobarde. Es capitalmente obvio que la mayoría de los individuos han perdido el sagrado respeto por sí mismos, porque han terminado llevando sus acciones como un vulgar bárbaro deshonesto. Eso es lo que proyectan hoy en los ojos de la comunidad internacional. Es capitalmente obvio que la mayoría de los individuos han perdido el sagrado respeto por sí mismos… Disculpen la sinceridad, pero es que esto ya no se puede esconder.
Aunque usted no lo crea, el respeto en las relaciones interpersonales comienza en y con el individuo, comienza con en el reconocimiento de uno mismo como entidad única que es lo necesario para que otro individuo le pueda comprender y reconocer. Simple y llanamente consiste en saber valorar los intereses y necesidades de otro individuo para evaluar justamente nuestros intereses y necesidades personales. Estos simples y mundanos preceptos establecen esas; aparentemente necias cosas como la reciprocidad, el respeto mutuo, y el reconocimiento mutuo.
El término "respeto" se refiere a cuestiones morales y éticas, y aunque usted no lo crea; también el terminito éste se puede utilizar en las filosofías políticas reinantes, y en otras de las aburridas ciencias sociales tales como la antropología, la sociología y la psicología. De lo último que me acuerdo es que a la madre de uno no sólo se le DEBE respeto, pero se le debe PROFESAR también. Curiosamente, este respeto maternal esta hecho de las mismas fibras que el respeto al prójimo y a la Patria, estrictamente porque resguarda la autonomía del individuo. Esto lo aprendí de los Hermanos Maristas en las aburridas clases de Ciencias Sociales cuando yo era apenas un pendejito. ¿Qué cosas, no?
¿Pero, qué sé yo de esto? Yo no vivo ahí, ¿verdad? Es cierto caballero, ya no vivo ahí, pero lo hice una vez, por eso lo sé. Entiendo que cada generación tiene su lucha individual e independiente regida y motivada por los mecanismos del amor propio, del sentido individual de superación, de la solidaridad y de la empatía y su innata capacidad cognitiva que reina en la realidad del presente. ¿Y yo? Yo que sé de esto si soy un pobre viejo que a pesar de que vivió y sobrevivió lo mismo que viven hoy ustedes, lo único que le resta es esperar con los dedos cruzados y el alma en un hilo, de que ésta nueva y potencial generación de ciudadanos chilenos no cometa los mismos errores que le dieron una dirección tan odiosa y diferente a muchos de los que ya no están aquí para aconsejarles.
Y ahora díganme, ¿qué le ocurrió al famoso "Asilo contra la opresión"? No me joda. Esto es triste, muy triste….
Sí, como ustedes pueden ver, desafortunadamente tengo demasiadas preguntas insolentes, inmiscuídas y claro está; desmedidamente extensas y tediosas, tal y cual como las largas colas de los infinitos cometas que pueblan mis coloridos sueños. Les pido sinceras disculpas por esta inmerecida y gratuita crítica proveniente de este pequeño e insignificante extranjero sin valor ni opinión irrevocables, pero es que es vuestro dolor el me duele con tanto dolor, con un dolor tan injustamente crudo.
Difícil o no, para cambiar cualquier realidad hay forzosamente que saber, y estar necesariamente preparados. Esto lo dá la educación, una de las bases fundamentales de la civilización moderna. No hay otro remedio ni otro camino. Simplemente no los hay. Pedir a cambio de nada es fácil, barato, cobarde y conveniente; no conlleva responsabilidad cívica ni honor, ni comprende valores con fondo y consecuencia, y es tan profundamente medroso como dependiente. El pedir sin una solución o alternativa viable en la mano no ofrece ni esfuerzo, ni responsabilidad, ni honestidad, ni visión, ni ambición, y ni siquiera ofrece un exiguo medio. Pedir y demandar sin ofrecer no es más que la descarada y mendigante sanguijuela que se alimenta a expensas de la razón.
Aprendí con esfuerzo en esta amante y heroica tierra de que las oportunidades son nada más, que lo que uno es capaz de hacer de ellas y con ellas, por débiles y mezquinas que éstas se nos presenten; y que el éxito se mide con la vara del esfuerzo y la honestidad intelectual, y no con la vacante y despreocupada extensión de una mano cosida al vacío extremo de un brazo mendigante.
Ustedes nunca han dejado de revelar fehacientemente de que reciben y le salen al encuentro con amor y amistad "al amigo cuando es forastero", a uno como yo o a cualquier otro, todavía demuestran con impecable claridad que siempre habrá por lo menos un sauce que llore la Patria y "que llora y que llora, porque yo la quiero" y hago esto porque "de amor me muero"; y porque el indomable espíritu de sus gentes está aún "en la falda de un cerro enclavado" y continua estando "junto a los cerros y al cielo"; y porque finalmente, cada vez que aprendo de que el destino de un viajero le llevará a la cuna de mi amor primero, le suplico sin sonrojo: "Si vas para Chile, te ruego viajero, le digas a ella que de amor me muero". Esto nunca ha cambiado. Chilenos, es menester de que practiquen estos versos con ustedes mismos.
Entonces, estos valores son demostradamente sólidos, macizos y consistentes como los que representa y lleva engranados en su profunda e insondable esencia la palabra Chile, y no personifican ni simbolizan de ninguna manera ni en ningún género los fláccidos e ilegítimos partos que enclaustran la tan flexible y elongadora palabra Chicle.
Mis queridos chilenos, anoche derramé profusas y sentidas lágrimas de un punzante dolor y de una morada angustia. A pesar de que estos sentimientos no son ya más propietariamente o directamente míos, ciertamente no puede ser ajeno para mí el profesarlos por vuestro hermoso y afectuoso país, ni tampoco me los podré sacudir jamás de los ateridos pliegues de mi anchurosa alma.
¡Vamos! Esgriman de nuevo y una vez más estas gastadas pero útiles y patrióticas herramientas, y reconstruyan esa amante Patria vuestra otra vez; pero esta vez sin egoísmos particulares y con una mentalidad generosa de equipo y de indivisible unidad, reforzada de metas honestas y comunes, untadas de términos de justicia y libertad, y chorreadas abundantemente con respeto, responsabilidad, y con copiosas cantidades de mucho Orden y Patria. Ustedes tienen estas herramientas, las han tenido siempre, y ciertamente han demostrado repetida y claramente de que las saben usar sabia y eficientemente. Sólo resta ahora mis queridos y amados ciudadanos, el que se las utilice proficientemente. Sé que se puede hacer. Lo sé porque lo he visto, y he participado de ello. Gracias a todos, y ¡buena suerte!
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